Rafael Adolfo Téllez

Adiós a Turóbriga

 

Jean-François Millet: Ángelus

 



LA CASA DEMOLIDA

No sé cuánto de mí queda en esta calle. 
Si alguno me ofreciera una silla 
al pie de la casa demolida, 
aquí me quedaría.

Quizás en su alacena esté
el manuscrito que perdí
y que he buscado en estos años...

Qué son esos pájaros revoloteando hoscos, 
bajo la techumbre;
qué son esas voces si nadie me habla.

En algún lugar de esta calle,
vive una mujer a la que amé. Su nombre es aún 
un tizón encendido, pero lleva siglos bajo tierra.

Por eso acaso lo mejor sea detenerse a ver la lluvia, 
desde el umbral
de esta taberna desierta de provincias.

En el ancho ventanal, miro el valle antiguo 
donde se perdieron los huesos de los míos. 
Ahora relumbran con la lluvia
y son el horizonte.


UN VIEJO CAFÉ La lluvia es siempre joven. Viene de lejos. Trae alhajas de su paso por comarcas invisibles. Pasa con su traje de aldeano el viento. La lluvia siempre es joven, pero el hombre que la mira, en la mesa vacía de un café, sabe que su noche avanza. Palpa las piedras en que cayeron otras lluvias, no lejos de aquí, en otro café. Quizás en esta misma calle, mientras se oían pasos severos de gentes de otro siglo, voces de mujer, tintineo de cucharas que son ya niebla en los espejos. La lluvia llega, de tiempo en tiempo, y esparce su luz en el umbral del café donde el hombre escribe. Sólo él ha envejecido.
LOS AMIGOS (Un homenaje a Mario Rivero) A veces me pregunto qué fue de los amigos. Aquellos, los que vivían en casas pobres junto al río -un río que parte la aldea en dos mitades- y al que acuden a lavar, en la orilla, algunas mujeres, llevando, sobre su cabeza, canastas grandes con trapos. Baldomero hacía saltar las virutas las mañanas en que el sol -ceremoniosamente- pisaba la carpintería con su raído morral de oro antiguo. Ama sobre todo los coches que veloces cruzan la pantalla en la matiné de los domingos. Juan se alejó por los hilos del telégrafo. Solía mirar las nubes y acaso esté en alguna. Fernando puede oír en su habitación el estruendo de los estadios. Guarda en el álbum la fotografía de los campeones del mundo del año 24. Qué fue de los amigos me pregunto lejos del esplendor de aquel cielo sobre un río turbio que atraviesa de parte a parte la aldea. Me fui, pero a veces, en el sueño, regreso buscando esa calle y esa luna y a la muchacha que me aguarda aún acaso en el umbral.
NOCHE CERRADA Una carreta de mulos lleva al que fui a que nazca en las aguas de otro arroyo. Ahora o en mil años. Ya no importa. Al nieto de Uber que amaba los inviernos y el granizo, ese abuelo blanco que merodea por los huertos. Quedan atrás una casa, un patio... Tal vez un poco de niebla donde parlotean las voces de quienes fueron su familia. Horizontal. Semejante por una vez al viento que azota los trigales, dobla, sobre una carreta, el último recodo. Es la misma que, hace mucho, llegó de muy lejos a su puerta. Cuando era noche cerrada y cantó el gallo.
ADIÓS A TURÓBRIGA He dicho adiós a mi calle y al ángel invisible de mi calle. Aquí para mí ya cantó el gallo. Me alejo de sus piedras que no entiendo. Un cantero grabó algo en ellas, hace mucho. Miro eso que hay aún en sus montañas abierto como una flor de aire. He sido sólo un vecino que habló con uno y otro, mientras caían las dos o tres sílabas de la tarde. Me despido de la familia humilde que, en el suelo, aguarda que llegue a su puerta un poco de sol; del ruinoso ventanal donde cantan los pájaros que ayer saludaron mi vuelta. He aprendido que quien viaja necesita apenas sombra, musgo, un poco de luz que guíe sus pasos. Turóbriga es pobre, pero si aquí llegas un día sin nada, el viento te llenará las manos.


 

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