Rodolfo Häsler

Antología

 

Sir Frank Dicksee: La Bella Dama Sin Piedad

 


De Elleife


De las tinieblas de la casa inferior,
una figura llena de majestad ascenderá por un momento,
en cuerpo de diosa, acaso una heroína.
No es seguro cuál sea su destino,
presa de amor, bajo el peso de sus faltas,
en el fuego de la lira, Eurídice,
la amada de Orfeo que vive en el infierno. Descansa la doncella elegida con los pies descalzos
y el vestido holgado cae en numerosos pliegues. El movimiento apresurado de la cabeza puede quizás indicar que acaba de llegarle la noticia, en la oscuridad más completa, de mi requerimiento. La joven yace envuelta en una fina mortaja de hilo mientras Orfeo desciende a su encuentro, consumido por el fuego. La pasión resbala como basalto envenenado o agitado estuche de rubíes hasta la cintura. La fina tela, sostenida por la curva de su pecho plano y bellamente modelado, cae dejando desnudo su hombro derecho. La posición es herida iluminada de deseo en las pupilas negras, agua negra excavando su curso o devorando entre las llamas la espléndida flor de juventud. Vuelve la mirada para reconfortarse y ofrecerse más apoyo, altísima vida, maternal y sólida.
Sin corporeidad alguna, como ave fénix en su aire sublime, caracol o ángel, como nunca anteriormente me complazco en mí mismo. Las hondas incisiones que dejan en la mente los íncubos sin consecución, flores turbias como la abundancia que desde la ventana, en el blanco alféizar, me espantan, el sonido equinoccial de la música para apoderarse del misterio y la vastedad, en la nueva dimensión de Narciso, el ahogado, en el agua griega, sin ritmo posible en la respiración.
Disfrutaba de la arcana fuerza de juventud no sin cierto sentimiento de cautiverio o distancia. Entonces fumaba "Gauloises" hasta altas horas de la noche y desayunaba en un viejo establecimiento de nombre extraordinario, "Megas Alexandros". Alejado ya de la canícula, a medio morir, mi cuerpo es una suprema anémona ardiente, cubierto de oro, víctima de complicadísimos rituales nupciales, dominado por la luz, ligero como ya no puedo recordar, vencido por el agua, dueño, lumbre, rey.
Detrás de mis lecturas, detrás de la tinta negra vendrás como un ángel del Islam a asomarte entre mis libros. No cuestiono petición tan dulce, tulipanes rojos en los que bulle toda mi alegría, tus labios sabrosos y profundos, tu rostro encendido, el calor de tu espalda que mis manos palpan y que el agua no puede sofocar, solitario, inextinguible me crezco, único alimento para estos días. Ya ves en qué te he convertido sin quererlo, codicia para mis ojos que se pierden en ti, tantas son las veces que reclamo tu descenso entre mis páginas, en el iris de mis ojos, y no sé qué hacer para convertirte en oro o decapitar la locura que me cierne, espíritu de mis plegarias, para calmar mi muerte. Cómo decirte que espero verte, cómo darte mis manos en la desnuda frialdad de la noche, cómo cortar las azucenas con el cuchillo que apunta en la cintura. No habrá más lunas para atrapar al tiempo. Y te bendigo.
Mi negro vestido de joven extranjero se antepone al destino y al arte de la salvación para agotar el círculo de flores que en el corazón expiran, para sucumbir como pájaros migratorios que en novias egipcias se convierten y que esperan la noche en la isla de Böcklin. Sólo busco aposento para la perfección, una roca, púlpito, umbrosa caverna, ............................................................................. ahuyenta los insectos de la ceniza fría, la felicidad es el único sacramento por el que, con frecuencia, nos sentimos morir, con las manos abiertas en incesante manantial, supervivientes de la fatalidad, embarcados un amanecer de placentera calma, presentes como el niño lleno de cruces que nos reclama el alma para la vida eterna, para desposarnos secretamente mientras dura el verano, refugio de suma brillantez ............................................................................ sobreponerme a los actos, al fuerte olor a albaricoque que del frutero me llega, la duda que con celeridad me asalta como galgo hambriento, obediente, y los aullidos devuelven la expresión del rostro, centinela del insomnio, mi propia tumba. Ardiendo me convierto en supremo sacerdote y mis manos curan las llagas del infierno, y me estremece, lleno de miradas, el fulgor del sol en el espejo.
EVOCACIÓN Coloco en la estancia un ramo de anémonas y observo con detenimiento su lenta evolución, uno tras otro hasta fumar mi cajetilla de cigarrillos Abdula, hierático en la pureza de los ojos. No sé cuánto va a durar el proceso, dependerá del clima, del grado de humedad, prefiero creer. El discurrir de los días como recuerdo de las anémonas en espera de eclosión, seguidas de muerte, atento entre sus pétalos rojos, azules y violados mientras insisto, por delicadeza, en perder la vida, como quería Rimbaud, pendiente de la metamorfosis, impasible ante el inminente cambio no puedo imaginar otra situación en estos momentos, si el negro espacio me sostiene como parte del reflejo de un diamante, de la luna, y me devuelve a mi raro receptáculo vegetal, transitorio exilio entre hojas verdes y ramas en flor.

 


De De la belleza del puro pensamiento


CLEOPATRA Como helada sortija se enreda la blancura entre los dedos, bajo el peso malva el aire y el suntuoso encaje que le cubre el pecho descansa la pálida carne conocedora de la muerte. Abandonado al reino de las conclusiones nadie atenderá el postrer mandato, la última reflexión, la más profunda. Hay veces que morir es una venganza, con la sangre morada como los higos maduros, desprovisto de esperanza, una consideración como toda despedida.
La vida se escapa por un corte en la muñeca, la vida se va mientras la sábana se vuelve rojo sangre, suavemente, y el rostro, ya casi ceniza, suplica el último perdón, clama por la misericordia del que te tanto te adora y que, como sabes, acabaste olvidando entre gemidos en otra habitación. Tu empeño discurre plácidamente en la linfa violeta como testimonio de un comerciante de vidas, existencia blanca, desnuda, viscosa como el fuego en el que nadie apostará por ti, nadie restañará la hendidura por donde se desliza tu fuerza, por lo tanto permanecerás gala y fiesta de la noche, boda nublada, esplendor que a la superficie aflora, motivo de paciencia en tus helados dedos, y mientras no te decidas otra cosa no serás, condescendiente con tu propio impulso, desdichado, sólo deseas morir para que yo te nombre. La poesía encontró inspiración en tu desgarro, nada más que inspiración, palabra encendida, abundancia, descanso, y tú, viento y nieve en las muñecas.
LOS IBEYIS Si inseparables somos, junto a la tierra, en el transcurso mutuo de los días, tuyos y míos, repetición y redundancia, unidos en la cálida noche por una cadena roja y amarilla que de ti a mí nutriendo va una pequeña vida inquieta, acaso el declive, líbranos de la sombra del pájaro sin augurio, de la luz demasiado intensa y del viento viciado que borrará tu rostro. Me consagro en la comunión, larga, anhelante, mi convocatoria es pura ficción, transparente como resultado de la adivinación para verte cerca, sujeto al viejo tiempo compartido. Los dos hermanos, como dos leopardos, no esperan, fuera, la lengua del sol arrasa el mundo donde florecen árboles azules, reino de la carne, para recordarte la crueldad de mis travesuras, el juego, el sexo, la claridad púrpura no saciada, pero todo es perfecto y la vida nos sostendrá, liviana, otrora bella como gélida agonía, y serás momentáneo olvido, arena, el dedo de mi llaga, audacia en mi debilidad, relámpago, por eso, por haberme demorado en una estrofa vana, que las larvas devoren entero mi cuerpo y me convierta, a ti atado, en ídolo cuando me llames.
MAR CARIBE Cuando la infancia se recrea largo tiempo en ti se ilumina de azul, y el color azul no es de este mundo pues sugiere eternidad, reposo sublime, inalcanzable sacralización de los sentidos. El azul se repite al infinito, incita al abandono, despierta deseo de pureza, sed de su inmanencia que tanto me colma. Tan fuertemente corpóreo, el mar, tan presente en cada uno de mis actos, piel dulcísima, labios sensuales donde ofrezco mi lujuria, sabrosa materia que a la vida me aferra, te idealizas en la línea de mi pensamiento, inaccesiblemente azul, lejano, y por tanto tan cerca de mi cuerpo.

 


De Paisaje, tiempo azul


MINUTA FLORECIMIENTO EN VERDE, AZUL Y PÚRPURA Caminamos sobre el techo de la medersa, el espacio es exiguo y apenas hay sitio para dos visitantes deslumbrados. Me dices que azoteas como esa están hechas para gente como yo y acepto el cumplido entre perplejo y complacido, sin querer averiguar por qué insistes en hablarme así. No existe otra opción - dices - sólo sentimiento que se nutre de fiebre y un extenso sembrado prendido de flores que alcanzan la verticalidad de los poemas en su límite turquesa. No quepo en mí de gozo y al oído me susurras que todo esto no es nada comparado con lo que por mí sientes. Para transgredir la realidad me aconsejas recurrir al poder mágico de algunas piedras. Todo es sueño en la estancia superior, en el infinito humeante y cálido todo es silencio que se expande, símbolo de más delicada geometría, de alguna manera, sofisticación que apunta en cada uno de los gestos cuando intento retener tu carne blanca entre mis dientes.
(Ciclo del agua y del fuego) El infinito contiene todas las posibilidades, todas las promesas, y si en el agua te sumerges no saldrás sin disolverte en parte en una muerte simbólica. El movimiento nunca se detiene y cada ola te colma de energía, incansablemente, en su eterno fallecer. Ese es mi bautismo. El espíritu del génesis se eleva a partir de lo tangible y no concibes la vida sin alabanza ni regeneración. El fuego se justifica en el ardor y en la entrega más altruista, lengua que me agota y en su arrogancia me vuelve a mentar. Disuelve la envoltura para unir el alma con el cuerpo que es salamandra incombustible en su trance espiritual. El fuego se asienta en el lugar de la definición, el estado más sutil. Su origen es terrestre y su destino es celestial, y en la cúspide te nutre de sorprendente naturaleza.
Atrapado en el frío de un zafiro ejerzo de fakir y a diario me alimento de dagas, cristales, estiletes, una metáfora poblada de lirios para mostrar su efecto sobre mí. Los deseos se entierran en mi ansiosa carne atenta a todos los prodigios. Soy fakir y el cuerpo se rinde ante el esfuerzo, me obedece, el fuego me habla de purificada eternidad, me adora. No duermo para poder seguir el dictado de mis noches, una rosa de triunfo que extraño entre los sueños con la complicidad de Darío, en su kiosco de malaquita. Trabajo día a día en mi grandeza, todos me desconocen y de ello me vanaglorio, de los instantes de silencio y del amor que se asemeja al lenguaje de la seda. En la oscuridad me elevas como papel en llamas en el brillo de puñales, punzones, esquirlas, codicia tuya en la casa de oropel, sombra de tu intención.
EL POETA EN TÁNGER Todo aquel que estudia poesía anuda en primer lugar la esquina de su turbante, solitario y azul en torno a la cabeza. Lo que dice quiere ser diáfano, en palabras cíclicas que nunca aclaran el enigma, quizá por culpa de la luz o de tanta desesperación que aflora en ávido tacto. El signo caritativo del pez o de la flor, seres escasamente humanos en una línea que no pretende el arabesco, sí la libertad presente en la escritura. Las formas se diluyen por las cuestas de la ciudad, en la pincelada arenosa de muchas de sus calles, por haber transitado siempre el camino intacto.
EL INQUILINO (a Paul Bowles) Sonaba en la calle una grabación de la cofradía gnaua en un charco turbulento y el inquilino se despertó confuso, con profunda sensación de desamparo. Paseó la vista por la habitación en penumbra y advirtió que aún faltaba hasta que le sirvieran su acostumbrada infusión de especias, y con el corazón fúnebre de una rosa me confesó que se durmió vestido. Le dije que yo también me despertaba con sabor a arena en la boca y que nunca había asistido a una ceremonia secreta de ñáñigos en Cuba. Él sí. El día había comenzado con signo favorable y de nuevo se escuchó la música en la calle, un grito de mujer, y las palabras dejaron de contar para ser dulce deleite del idioma en el bochorno salobre de la tarde.

 


De Cabeza de ébano


VISIÓN DEL VALS DE LA NIEVE "la nieve es como una melodía de un solo tono" Robert Walser (invierno en el Emmental, Berna) Se acumulan los copos sobre los haces de leña en el silencio de un tránsito de estrellas. No hay explicación en su recorrido, blanca atmósfera de esplendor, trepa la colina y a su paso invierte el orden de los sentidos. Su música es pautada en un suave pentagrama, Edelweiss o vals de la nieve que me adormece hasta la invalidez, ovillo donde acaban los peligros. La presencia del viento se adentra en la respiración que se agita sin toparse impedimento alguno, sólo galope tendido y seco y húmeda piel, hechizo que reclama desde el lindero del bosque un desenlace de vuelo inmaculado, exacto movimiento capaz de consagrar la duración del invierno.
VISIÓN DE LAS CIUDADES DE CIBOLA Desciende un leve manto de ceniza dorada y vibra mientras preña la vegetación del desierto. Todo es ilusión, me dice la voz, oriflama que bate con fuerza el airoso velo insistente y traslúcido. No verás construcciones, en el polvo sólo perdura el aliento que todo lo daña y todo lo quema, pero no dudes de su existencia, en su largo reinado es una piedra que hiende la calma, un pez fósil que recorre la escala celestial dejando sin respiración a los escasos testigos. El olor de la lluvia puede indicar la cercanía del felino pero sólo existen lágrimas entre las sombras nocturnas. Sosteniendo la flor de cactus entre los dedos la sangre adquiere el color áureo de las predicciones. La erosión que consume a las siete ciudades, la extenuación metálica de la superficie terrestre, el derrumbe de la roja lengua de la catástrofe sobre la leyenda que el exterminio predijo, al saltar los adarves y no encontrar nada.
INGER PISANDO EL PAN Pan marcado para la duración, lo partimos cada día al celebrar el reino de la tierra, nuestra estancia entre los vivos se hace íntima al inclinarnos ante su corteza, un fuerte abrazo supremo, el fuego que lo dora es su conversión en vida prodigiosa. Si lo desprecias la elocuencia te abandona siguiendo su destino hacia el exilio, pues su consistencia carnosa es moldeable, capaz de ocultar el espíritu. Si lo niegas, tratando de alejar el estigma del fango, las salpicaduras del limo se adelantan a la muerte hasta ennegrecer el horizonte que nombra tu mirada, un itinerario que intuyes con final incierto. La necesidad de deglutir el pan es un camino que desemboca en nada, sólo perdura la ceniza de la combustión, laberinto del miedo tentando el conocimiento.


 

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