Rocío Fernández Berrocal

Una travesía de luz.

Cien años de Diario de un poeta reciencasado

 

Joaquín Sorolla: Retrato de Zenobia Camprubí

 


Con mi mar primero, viaje a
Nueva York, el mar me dio nuevo brío,
Diario.

Siempre hay un paralelismo entre mi
verso y mi prosa. Creo que me encuentro en el
“Diario” y en “Platero”.

JRJ



Isabel Aymar, la madre de Zenobia Camprubí, se llevó a su hija a Nueva York en diciembre de 1915 para conocer a un nuevo sobrino y, de paso, apartarla de Juan Ramón Jiménez (¿de qué vivía un poeta?). Él le había escrito a Zenobia en septiembre pidiéndole que se casaran porque “ya no podía más”. Zenobia le ruega que no viaje para verla, pero él, profundamente enamorado, convencido, con la fuerza de su creencia plena en ella y con el coraje y afán que ponía en su obra, en las cosas que le importaban, en enero de 1916 emprende solo, con su equipaje y su libro de notas, un viaje por tierra, mar y cielo, viaje iniciático, hasta llegar a ella y emprende, a la vez, uno de sus mayores proyectos poéticos de su vida, Diario de un poeta reciencasado, obra que empieza a escribir en Madrid el 17 de enero de 1916 y termina el 3 de octubre en el mismo punto de partida, Madrid, donde regresa ya casado para vivir junto a Zenobia. Y vuelve, casi sin saberlo, habiendo escrito un libro que renovará su trayectoria poética y el panorama de la literatura del siglo XX. Nunca antes se había escrito así en España, nunca se escribirá igual a partir de ahora.

España bostezaba en manos de Galdós, Baroja y Antonio Machado, escritores inmensos, pero anclados —como señalaba JRJ— en noventayochismos caducos y en modernismos que abrieron el siglo XX de la mano magistral de Rubén Darío, pero que despegarán hacia la modernidad literaria con el heredero directo de Bécquer, el premio Nobel JRJ, “El Andaluz Universal”. JRJ crea “un sonido que ha formado toda una atmósfera poética que —añade el escritor— antes de mí no existía”. Reconoce que “se halla a sí mismo” en Diario, cuando se abre a la literatura inglesa y se libera “de toda influencia, española y universal”. Don Antonio constituyó para JRJ la culminación de la literatura del siglo XIX y el iniciador junto a él de la poesía de las galerías interiores del alma, pero fue el poeta de Moguer quien se erigió en maestro de todas las generaciones poéticas posteriores a él, la del 27 y las siguientes, porque su obra es una de las que han tenido mayor proyección en el siglo XX. Fue, como él mismo señaló, “punto de partidas” en la sucesión de los poetas que continuaron su estela, que Juan Ramón denominó “carrera de luz”. Su influencia en el 27 fue para el estudioso Ricardo Gullón tan fuerte como la de Rubén, superior a la de Unamuno y Antonio Machado y, junto con la de este último, la que alcanzó mayor vigencia entre los poetas contemporáneos. Así se expresa JRJ sobre ello:

La mitad de la poesía moderna, en España, viene del Diario. Vea, si no: León Felipe; Salinas y sus Presagios, publicado por mí en la Biblioteca de Índice, en 1923; Moreno Villa y sus Evoluciones…

No hay más que ver la lírica española y americana anterior a mi Diario (Darío, Unamuno, Lugones, Antonio Machado, Silva, etc.) y la posterior (Juana de Ibarbourou, Salinas, Neruda, etc.), hasta este estado actual en que casi nadie escribe más que en este verso mío y como en lo popular, sin darse cuenta de quién lo dejó en el aire y en la luz de España.

Ortega y Gasset, siendo más joven que JRJ, ya lo llamaba “maestro” en 1912. JRJ consideraba que “la mitad de la poesía moderna en España viene del Diario”:

La crítica mayor y mejor está de acuerdo en que con él comenzó una nueva vida en la poesía española (“un gran incendio poético”, dijo uno).

Un gran incendio, una gran revolución y renovación; la obra cambia la forma de sentir y escribir en español, no en vano Octavio Paz la consideró pionera en este camino de modernidad. JRJ abre nuevos horizontes literarios como lo hicieron en su momento San Juan de la Cruz y Bécquer. Diario debe sumarse, junto con Las flores del mal, La tierra baldía, El cementerio marino, Las Elegías de Duino, Cuatro cuartetos, a los libros que iluminan las letras universales. Obras fundadoras de nuevos caminos se siguen abordando años después con la misma vigencia e intensidad. Diario, como el mar que contiene, en movimiento permanente con la eternidad en cada instante, zarpa, como escribe Juan Ramón, “con velamen de música, a la inmensidad”. En lengua española, Diario, como El Quijote, Platero y yo, las Soledades, Ficciones, de Borges, Cantos de vida y esperanza, Residencia en la Tierra, Poeta en Nueva York, entre otras, son cumbres todas altas y claras de la vasta y rica literatura que, entre los ecos, inquebrantables, imperecederas, salvan de los naufragios permanentes del alma, “nos salvan la vida de la vida y de la muerte”, escribe Juan Ramón.

A pesar de su densa producción en la que sobresalen libros como Platero y yo, su Segunda y Tercera antolojías poéticas, Espacio, Tiempo, Dios deseado y deseante o Españoles de tres mundos, JRJ, tan exigente siempre con su obra, reconoció que Diario de un poeta reciencasado, escrito en 1916 y publicado en 1917, era su “mejor libro”. La aventura poética de Diario no tenía precedentes. Era original y distinta en todo, en su concepción, en sus cauces formales, en la liberación de la prosa y el verso, en que, aun siendo JRJ un metamorfoseador sucesivo de sus versos, no se arrepintió luego de esta obra y la consideró siempre actual. Con la perspectiva de toda una vida le dijo a Ricardo Gullón en noviembre de 1953 que Diario no se ponía “viejo”.

Encontramos en este libro de madurez un espíritu menos atormentado y melancólico, más puro y depurado que ha crecido desde dentro y que aflora renovado. De esta manera, como señalan estudiosos como Antonio Sánchez Barbudo, la desnudez de la obra no está solo en la forma, en la sencillez, sino que la expresión de Diario nace ya desnuda, depurada; quizá a ello se deba que fue el libro que menos corrigió. En Diario el poeta logra llegar a la esencia de sus emociones, de la realidad misma, de forma más exacta, más precisa, más desnuda. La palabra poética quiere ser un instrumento para conseguir una más honda “intelijencia” de la realidad. De ahí la denominación de “poesía intelectual”, que se opone a la anterior “poesía sensitiva” —según su propia división de su obra—, pero que no excluye una intensa emoción, algo fundamental en cualquier creación poética para el poeta de Moguer. Ortega y Gasset, en Meditaciones del Quijote (1914), reconocía que le estaba destinada al poeta la “ambición de perfeccionar las cosas” y que esto no se cumplía por la razón sino por la sensibilidad.

Diario de un poeta reciencasado contiene el manantial de la frescura de la nota diarística, de la actualidad absoluta, que pasa aquí a ser presente sin tiempo en el trazo profundo de la escritura atemporal en ese viaje espiritual hacia el encuentro con Zenobia e, igualmente, con la palabra pura. La escritura del género del diario, poco frecuentado en español, supone una novedad en la obra de JRJ y en el género de la poesía, es el cauce idóneo para mostrar el mundo interior del poeta de una manera libre y pura, diario íntimo y diario de viaje de un escritor que se abre a la realidad y que combina magistralmente y de manera prácticamente inédita el verso y la prosa (que incluye también aforismos). Ya en 1915 JRJ había definido su obra Estío como “una especie de Diario lírico”, lo que nos hace pensar que esta idea le iba acompañando desde antes de 1916.

Y esta travesía insólita desplegada en el “álbum de notas de color” que es Diario culminó —como decíamos— en octubre de 1916 y se publicó seis meses después. El libro se terminó de imprimir el 20 de abril de 1917. Fue al llegar a Cádiz el 20 de junio de 1916 cuando, al pasar los textos a limpio, JRJ comprendió “que eran el jermen de un nuevo yo poético” y se decidió a darlo pronto a la imprenta.

Diario supone un enorme paso en lo ontológico, en esa búsqueda del más allá de las cosas (“Mi poesía ha de ser poesía de lo no visto”) desde la realidad desde la que toma conciencia y en la esencialización y concienciación del mundo que necesita la desnudez en la palabra. Octavio Paz hablaba por ello más que de poesía desnuda de “poesía esencial”. Representa un gran avance en el despertar de nuevas realidades y de los límites de la palabra y hacia lo que el escritor persigue, volar “más hondo” y más “alto” en una “depuración constante de lo mismo” y en una armonía de “reinternación permanente” dentro de su órbita poética en la que se mantiene siempre igual, en su centro, y a la vez distinto, en continuas metamorfosis (“yo escribo siempre para encontrarme a mí mismo y en mí mismo”). Como JRJ señala al inicio de Diario, el corazón y el silencio, “lenguaje universal”, son los mismos siempre y la belleza de las cosas no está fuera, sino dentro, en “el latido íntimo” del mundo.

Algo esencial de Diario de un poeta reciencasado es que “varió el movimiento del verso” (así lo señaló el propio poeta) con el empleo del verso libre y la prosa lírica y también renovó la sintaxis poética en español. En una carta a Luis Cernuda de julio de 1946 escribía sobre ello:

El verso desnudo mío, tan diferente del de nuestro soberbio Miguel de Unamuno, fue ya mi dominante, y determinó una influencia inmediata en la joven poesía española (Salinas) e hispanoamericana (Neruda) de entonces. Tanto, que ya no se escribió casi desde entonces en los metros del modernismo (alejandrino pareado más francés que español, estancia alejandrina también francesa, silva aconsonantada italianizante, eneasílabo afrancesado y decasílabo, Rubén Darío). Y se eludió mucho el consonante.

En otros poetas hay verso libre como el de Diario, pero es que ha salido de allí.

Para JRJ saber que este verso libre ya lo estaban empleando en América escritores cuyos poemas cita en Diario le dio mucha tranquilidad y un gran respaldo a su trabajo. Fue como encontrarse con un espejo en la otra orilla, con una literatura que refrendaba la suya propia y de la que le atraía su sencillez, su frescura y su introspección espiritual, todo a lo que él aspiraba:

No sabía que en la New York que me esperaba tendría pronto conmigo un montón de libros que espresaban la poesía en forma análoga a la que yo estaba escribiendo (Frost, Arlington, Lee Masters, Vachel Lindsay, Amy Lowell) (…). Yo, renaciendo en mí mismo desde años antes, sentí como propio este renacimiento de la poesía de los Estados Unidos, equivalente en tanto al de la española.

En los años cuarenta reconocía en una carta a Enrique Díez-Canedo que al volver a América se despertó de nuevo en él la necesidad de incidir en la sencillez, la misma que quiso plasmar en Diario:

Desde estas Américas empecé a verme, y a ver lo demás, y a los demás (…). Se produjo en mí un cambio profundo, algo parecido al que tuve cuando vine en 1916. Más que nunca necesitaba la espresión sencilla, en la que creo haber escrito lo menos deleznable de mi obra, que tantas veces se me ha complicado con ese vicio barroco que es la locura última de toda la literatura española.

Para Juan Ramón lo asonante, el romance, lo popular en definitiva estaba más cerca de Bécquer (“quizá por herencia espiritual de familia”) que de la línea barroca y tradicional de la poesía española, la de tradición latina.

Cuando vine la primera vez a América, 1916, año de gran expresión poética original, en los Estados Unidos (…) comprendí que la lírica auténtica de los Nortes (…) era sencilla, natural, humana, con un pie contra la tierra y mano en lo profundo de la altura, cargada de observación psicológica y con música interior más melodiosa que armoniosa (…). Yo me di cuenta de que estaba más cerca de la lírica del Norte (…), pensé en mis primeros romances, canciones y silvas (1898-1908) y mi asonante primero estaban en general cerca de ella (…). Entonces empecé de nuevo con mi Diario, Eternidades, etc. (1915-1923).

Su larga trayectoria poética que culminó en Diario supuso la consecución de lo anhelado desde Ninfeas —según él mismo confesó—, llevar su prosa y su verso en libertad a cotas nuevas. Ya alboreaba una depuración de su verso en los poemas de los años anteriores agrupados en libros como La frente pensativa e Idilios, de 1911 y 1912-1913 respectivamente, pero, realmente, renueva su expresión en este viaje iniciático de Diario tras ese camino largo espiritual en lucha permanente por encontrar y mostrar su yo interior:

En esta lucha estoy, queriendo ser poeta, “mi poeta”, el poeta —revelador— de mí mismo (…), en busca del coloquio con nuestra alma (…), cultivo del espíritu.

La escritura de JRJ tiene mucho de circular, de innovación y también de “vuelta al origen”, como diría María Zambrano. En su “razón poética” había claves vitales a las que el poeta volvía, siempre desde su conciencia y desde los elementos de la naturaleza, presentes desde Platero y yo hasta Espacio en Diario y después en Animal de fondo, escrito también en un viaje por mar en el verano de 1948 hacia Argentina y cuyo carácter metafísico el propio escritor vincula con la obra de 1916:

Tiene una metafísica que participa de estética (…). En (Diario) se tratan los problemas de la creación poética, los problemas del encuentro con las grandes fuerzas naturales: el mar, el cielo, el sol, el agua… (que) ahora en estos años he vuelto a plantearlos en Animal de fondo.

El mar estuvo presente en sus nuevas etapas poéticas, de hecho, llamó a Diario “libro de mar”. Reconocía que siempre le había atraído y que constantemente se había renovado con él. Asumía que sus “épocas mejores”, su segunda y tercera etapa poéticas, “salieron del mar” (Diario de un poeta reciencasado y Dios deseado y deseante con Animal de fondo) porque en el mar se volvía “elemental” y se hermanaba con los elementos de la naturaleza (“el sol, la luna, las estrellas y las olas”) que son “lo elemental eterno”, por ello reconocía: “mis eternidades se las debo a él”.

Javier Blasco observa en la expresión “mar de aire” de la prosa CXCIX de Diario, “Fresquitos matinales”, un anticipo de la definición del poeta como “animal de fondo de aire”. Y recordemos que en esa obra de madurez, como en Diario, están presentes “el mar, el cielo, el sol, el agua”:

“En el fondo de aire” (dije) “estoy” (dije),
“soy animal de fondo de aire” (sobre tierra),
ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol (…).
En el fondo de aire en donde estoy,
donde soy animal de fondo en el aire,
con alas que no vuelan en el aire,
que vuelan en la luz de la conciencia
mayor que todo el sueño
de eternidades e infinitos
que están, después, sin más que yo ahora, del aire.

La luz de la conciencia guio sus pasos hacia una aventura, incendio poético, que lo sobrevivió. Diario fue un viaje por tierra, mar y aire que lo conduciría después a su “dios deseado y deseante” y al “nombre conseguido de los nombres” (Animal de fondo formaría parte de Dios deseado y deseante). Sus alas “no vuelan en el aire”, son de sí mismo, de su conciencia y su interior, mayor a todo “el sueño / de eternidades e infinitos”.

JRJ decía que con Diario empezaba “el simbolismo moderno en la literatura española”. El simbolismo que presenta la obra es interior y alejado de la escuela francesa. Son los poetas ingleses y no los franceses los que pueblan entonces las inquietudes lectoras del poeta: “por aquel 1916 (…) —escribe Juan Ramón— presentía ya la decadencia de la civilización francesa”, unida a este retroceso en la influencia poética. El simbolismo de, por ejemplo, Antonio Machado pertenece, como reconoce Michael P. Predmore, “a un patrimonio literario común” (un simbolismo que ya estaba superado por los poetas americanos) y el de JRJ es más un “simbolismo privado” que parte de Bécquer, más ligado a Shelley y Keats, más personal y capaz de abordar emociones más hondas, nuevas realidades que el poeta clarivé (“realidad invisible”) y que el propio poema crea (nuevo mundo), también oníricas y no siempre apegadas a la lógica común.

Entre el Novecentismo y las Vanguardias Diario contiene el cuidado formal de la Generación del 14 y la ruptura de los cauces tradicionales de la expresión poética que abre las puertas de la modernidad. En él se conjugan de manera magistral el collage, la cita de anuncios (texto LXXX) y los graffitis (LV), la ruptura y libertad sintáctica, métrica y semántica (de las vanguardias, el 27, Poeta en Nueva York), la evocación (Machado), lo irracional (surrealismo), el sueño que a veces se fusiona con la realidad (el sueño como fase del descanso y el sueño como imaginación que convive con la realidad, tema tan frecuente en la obra), el subconsciente (texto LXXXVI, “Orillas del sueño”), la ironía (muy presente en la tercera parte hacia la sociedad americana; destaca, por ejemplo, hacia el deporte y el culto al físico en América; también es apreciable en “Miss Rápida” como calificativo a Zenobia), el neopopularismo (Alberti, Lorca), el vitalismo (Ortega), el ser por la conciencia (Unamuno), el crear al observar; nombrar y crear el mundo (“Hoy te he mirado lentamente, / y te has ido elevando hacia tu nombre”, le dice al cielo), creándose además a sí mismo; la exaltación del hoy (hodiernismo; Cántico, de Guillén), la palabra desnuda, a veces coloquial y dialectal (“Do Jermaaaana!”, “¡Violeeeetaa!”, “Agüiiiita frejca”, “Sííííí!”), palabra siempre honda y sincera (Machado, Unamuno), la presencia del inglés, las citas de otros poetas dentro del texto, el tratamiento libre del mar con un diálogo directo (Alberti, entre otros), los símbolos (hay muchas imágenes que se repiten reiteradamente y que adquieren categoría simbólica: la primavera, la estrella, la luna…, el despertar del sueño frecuente en el libro como renacer del hombre y del poeta), la caricatura viva y directa (antesala de sus Españoles de tres mundos), la desmitificación de tópicos (“el mar en una botella de Mondáriz”; la desliteraturización de algunos tópicos modernistas como el de “la aurora”, según Blasco) y también la búsqueda de algo que va más allá de la realidad, el anhelo del alma de las cosas.

Es mucho más que una poesía de “injenio” como la de vanguardia, la poesía moderna que JRJ llamaba de “timo” y “truco” y que tanto le disgustaba. La palabra ha de ser pura:

Y, ¿qué quería decir yo con esa “pureza”? Quería decirse que yo pretendía que aquellos versos eran o podían ser “todo y solo poesía”, “mera poesía”, “solo poesía”. Como cuando decimos de una muchacha, por ejemplo, que es gracia pura, es decir, toda gracia y sola gracia.

Para Juan Ramón la pureza no tiene que ver, como algunos pretendían, con la moralidad, sino más bien con lo verdadero y esencial. Señala que en Francia se empezó a hablar de poesía pura después de 1917 cuando Valéry publicó “La joven parca” y de ahí “prendió la mecha” en todo el mundo.

Lo esencial poético estaba para JRJ en el genio, la gracia y el espíritu. Decía que a él y a Machado, gran poeta espiritual como Juan Ramón, les “correspondió iniciar lo interior en la poesía moderna nuestra”:

Hay (…) que conquistar lo perdido en nosotros mismos, carne y alma (…), arquitectura espiritual de España, menos visible que la otra, la de calles y plazas.

Todo esto trae Diario. JRJ señalaba en una carta al director de “La Voz” en 1935 que los poetas mostraban cansancio de la “poesía injeniosa” y anhelo de “una poesía natural, directa, y sobre todo, espiritual”. “Una nueva forma, un nuevo acento, una nueva palabra” —según JRJ— hacían falta para abrir esa travesía de luz en la poesía española, esa “atmósfera poética” nueva y sensibilidad diferente que fue en definitiva lo que trajo Diario de un poeta reciencasado. Al poeta, “dios de lo bello”, “animal de fondo”, que se funde y salva por la belleza en su estación total, nada le faltaba ya para sentir a fondo lo que para Octavio Paz aportaba el amor verdadero, hacia la mujer y hacia la obra, la plenitud y la completud.

Rompió mi alma con oro (…) —escribe JRJ—.
Ella. Poesía. Amor, el centro indudable.


 

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