Lecturas

 

François-Étienne Liotard: La bella lectora

 


Carlos Meneses

Sobre algunos pasajes de 5 metros de poemas
de Carlos Oquendo de Amat


 

Inesperadamente, nos encontramos con un poema que además de ser absolutamente visual resulta confesional, y es de un hermoso desorden de pensamientos y sensaciones. En "Mar" se concentran no sólo los deseos aventureros del poeta que escasamente pudo intentar hacerlos realidad cuando su salud ya era precaria. Fue durante ese impresionante viaje de Oquendo hacia Europa o más bien hacia la muerte. En este poema realiza una serie de pronósticos y hasta da alguna orden. Los versos surgen como flechas trazando en su camino diferentes ideas y comunicando más que pensamientos belleza incontrolada. Nos conmina: "por ejemplo haremos otro cielo" o lanza un dictado impositivo:

"Se prohíbe estar triste"

y a continuación establece un clima encantador: "Y la alegría como un niño/ juega en todas las bordas". Sin embargo hay otros versos mucho más interesantes, los confesionales que, por supuesto, están hechos de exclusiva fantasía:

"Yo tenía 5 mujeres
y una sola querida".

El mar es una de las constantes en la poesía de Oquendo. El mar es misterio, es amor, es motivo de esperanza. Las mujeres soñadas por Oquendo varían de formas, de conceptos, de nombres. Ahora es mar, pero más adelante será canto. En algunos momentos indicará que tiene varias mujeres como en este caso que llega a 5, y en otros sólo se referirá a una. ¿Seguirá siendo la aldeanita del primer poema? Estas mujeres de la segunda parte de este hermoso film que nos entrega el vate bajo el título de 5 metros de poemas tienen otro aspecto. No son ya las inocentes, las ingenuas adolescentes de la sierra. Se trata de mujeres que viajan, que asoman seductoras a sus ventanas, que despiertan enormes pasiones.

El poema "Mar" comunica una enorme alegría, se aleja completamente de las escenas cotidianas vividas por el poeta. Esos días de una sola comida y a veces hasta de ninguna. Las noches de incierto techo. Lo que habría que preguntarle, si viviera, más que por aquellas mujeres y aquella querida, sería más apropiado indagar por aquel hambre inseparable como si fuera su sombra, por aquella soledad inamovible o por sus bolsillos no acondicionados para portar monedas y menos billetes. Entonces cómo es posible la orden tajante de: "Se prohíbe estar triste".

"Mar" nos prepara para otro poema de amor que se titula simplemente "Poema" y en el que Oquendo parece sufrir una descarga emocional. Llega a hacernos imaginar a un poseso obsesionado y hasta embrujado por una mujer que nos parece distante de él. Una mujer que pasa indiferente a la pasión luciendo el esplendor de su belleza. Cada frase que le dedica equivale a una piedra preciosa. "Mírame/ que haces crecer la yerba de los prados". Verdaderos impactos de delirio, el poeta está enloquecido por la hermosura y el sortilegio. Y canta al impresionante poder que tiene esa belleza. Nuevamente nos tenemos que preguntar ¿y quién es esa mujer dueña de tantos encantos? ¿Alguna vez dialogó con ella? ¿En algún momento ella detuvo su paso raudo y condescendió para fijarse en el autor de las lisonjas?. ¿Dónde estaba esa mujer cuando Oquendo abandonó Lima y la poesía y se fue a la sierra con los pulmones enfermos y el deseo de ser útil a la humanidad? ¿Y dónde estaba cuando el poeta embarcó hacia Europa sin imaginar que la policía del Canal de Panamá lo desembarcaría bruscamente creyéndolo un evadido de la justicia peruana? Creo que nunca lo sabremos. Posiblemente el propio Carlos no nos la querrá presentar. A esa misma mujer le dedica otros versos furiosamente enamorados:

"Mujer
mapa de música     claro de río     fiesta de fruta".

Y a ella, posiblemente indiferente, le pide: "déjame que bese tu voz/ Tu voz/ QUE CANTA EN TODAS LAS RAMAS DE LA MAÑANA". La amada es el canto (nuevamente canto) de los pájaros. Compara a la amada con la naturaleza. Más bien cabría decir más que amada la admirada, o la mujer soñada e idolatrada. Toda su pasión convertida en mar, en campo, en pájaros y luminosidad hace pensar en que se adentra en ese mundo que le era tan propio al Huidobro del Creacionismo.

Los dos poemas siguientes son de gran exaltación a la belleza femenina no sólo física. En "Obsequio" se repite su pasión por aquella mujer pero esta vez no la vemos discurriendo delante del poeta, sólo lo oímos a él elaborando alhajas para obsequiárselas a ella. Intentando entregarle las palabras más bellas de su estro aunque a la distancia prudencial. La timidez del poeta ante la mujer amada o deseada le impide la entrega normal, es como si le lanzara un collar de perlas o como si el canto de los pájaros se volviera joya en las manos de ese mago de la poesía y se las hiciera llegar con la complicidad de un viento amigo. Dos versos destacan por su emoción, por su belleza y por la pureza como es propia de toda la poesía de Oquendo:

"de tus cabellos saldrá agua dulce
          y habrá voces de color en la luna".

Nuevamente la luna y esta vez invadida por voces coloridas. La blanca y redonda luna convertida en una paleta de pintor. Oquendo canta una vez más a la mujer con la fuerza que le impulsa su pasión, pero cohibido ante ella tal vez por su exagerada pobreza. Y sin abandonar los poemas de amor llegamos a "Madre", la cúspide del cariño, del homenaje blanco de pureza hacia su madre, una bella mujer puneña que vivió desesperados momentos de pobreza junto a su hijo, que también contrajo tuberculosis, y murió de esa enfermedad y presa del alcoholismo. A ella este poeta tan extraño, que no deja penetrar ni un ápice de su tremendo drama, a esos límpidos versos que forman su breve obra poética:

"Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura".

Imposible mantenerse indiferente ante esa demostración de amor filial. Estamos viendo al poeta de hinojos ante su madre con el más hermoso ramo de flores que podamos imaginar. Lo vemos prosternarse ante la majestuosidad de una mujer bella, cuyo mapa interior está trazado por la ternura. Y escuchamos una nueva loa de hijo adorador, admirador no se sabe si más de la hermosura que de la bondad que emana de esa mujer: "A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso". El homenaje más dulce y no por ello menos apasionado concluye con esa delicadeza que siempre se descubre en el poeta tanto cuando se exalta ante una mujer como cuando divaga por el éter, habla con la luna o viaja sobre las olas del mar : "Porque ante ti callan las rosas y la canción". Aquellas mujeres adoradas por Oquendo en otros poemas quedan casi marchitas ante su fervor por la "Madre". A esta mujer que ha sido tan tierna con él le dice transido de hermoso sentimiento:

"y de tus manos vuelan palomas blancas".

Las blancas manos, las blancas palomas, la blanca luna, el blancor de su verso delicado, de su verso distante del hambre, de la rabia, de la lágrima, incontaminado de todas las miserias de la vida. La ofrenda más bella de un hijo a una madre. Es como la mirada de un ser eternamente agradecido hacia ese cielo que significa la madre. Hacia un cielo como hecho de palomas blancas. "Campo" es otro de los poemas de enamorado. Aunque la exaltación no alcanza las alturas impresionantes de versos anteriores. Da la impresión de ser un retazo de otros poemas pero en el que el fuego pasional ha empezado a ceder. No obstante se encuentran frases como: "El paisaje salía de tu voz" o "Tus vestidos/ encendieron las hojas de los árboles". En "Comedor" el poeta parece haber reunido ingeniosas frases sueltas y haber armado con ellas un pequeño cofre para una sola alhaja: "Las frutas se han vuelto pájaros/ para cantar". ¿A quien leía más en los tiempos en que escribió este verso, a Huidobro o a Breton? Posiblemente, a los dos, y continuaba sus predilectas lecturas de Apollinaire, sobre todo los caligramas, sin dejar de leer a los ya desvanecidos ultraístas españoles y a los incipientes poetas de la generación del 27.

Dos grandes ciudades fueron elegidas por el poeta. New York a la que ya había utilizado como escenario, aunque sin confesarlo abiertamente. Y Amberes el puerto belga tal vez porque había leído algo sobre esa ciudad. También podría haber sido consecuencia de conversaciones con su padre el médico Carlos Oquendo Álvarez, quien estudió medicina en París y tuvo oportunidad de visitar otras ciudades europeas. La pregunta no es de gran calado. Sólo encierra una curiosidad menor, A quién se debe la elección de Amberes para dedicarle un poema alegre, visual, trazado como si fuese una sonrisa de enorme satisfacción. En cambio a New York ya sabemos el motivo por el que lo prefiere. Es la ciudad que conoce a través del cine. La ciudad que absorbe sus pensamientos, que lo hace soñar. Son los rascacielos, la cantidad de automóviles que se mueven como hormigas por todas las avenidas. Seguramente el poeta en sueños fusionaba las mujeres que le fascinaban en las calles limeñas con aquellas otras que circulaban por las vías neoyorkinas. En ese mundo tan particular que se construye Oquendo no hay iras, ni hambres, ni congojas. Un mundo donde lo único que está prohibido es la tristeza.

La poesía de Oquendo parece que no permitiera la entrada a pensamientos que puedan comunicar con depresiones, fatigas, diferencias sociales, es una poesía incontaminada de la mayoría de los elementos que componen la vida normal de toda ciudad. El poeta se emociona en "New York" con la turbulencia, la velocidad propia del cine, los edificios que llegan hasta las nubes. Además exagera el desorden de los versos. Los hay verticales, paralelos entre ellos, encerrados en recuadros. Las imágenes cinematográficas invaden por momentos el poema: "No cantes española/ que saldrá George Walsh dentro de la chimenea". También organiza un conjunto de versos que da sensación de cine no tanto por lo que se dice cuanto por la forma como están dispuestas las palabras. Así se refiere a la famosa actriz norteamericana,

Mary Pickford sube por la mirada del administrador

                                                                     Para observarla
                                                              HE  SA LI DO
                                                              RE  PE  TI  DO
                                                              POR 25  VENTA-
                                                                                   NAS

Todo el poema es un juego en el que se menciona la máquina de escribir, el teléfono, se habla del piso 100. Hay una gran sentencia cuando uno menos la espera: "NADIE PODRÁ TENER MAS DE 30 AÑOS". Orden que el propio Oquendo obedeció: no llegó a los 31 de edad.

En "Amberes" el juego y la dispersión de los versos es aun mayor. Todo está librado a la imaginación del poeta. New York tiene para él el asidero que le permite la visión cinematográfica. El puerto belga le es desconocido pero nutre su ignorancia de conocimientos con dulces, bebidas, hace malabares con las palabras, y hasta dibuja la escalerilla de un barco. Señala muy seguro de sí, posiblemente riéndose de todos porque está haciendo afirmaciones sobre algo que no conoce : "Amberes/ es un vino de amistad/ es el sobre postal del mundo". ¿Qué lo condujo a elegir esta ciudad europea? Si interrogáramos al propio poeta tal vez no sabría qué decir. ¿Qué lo llevó a escribir:

AMBERES                                        
ES LA CIUDAD ELÁSTICA        ES LA CIUDAD LÍRICA?

No cabe la menor duda de que muchas veces Oquendo utilizaba sus versos como si fueran juguetes. A la distancia del tiempo nos parece verlo con un joyel lleno de piedras preciosas y continuamente ensayando la manera de colocarlas en sus poemas. Por ejemplo en "Puerto" no hay un motivo central que reúna todas las imágenes que se deslizan por el poema. La diversión consiste en colocar frases aunque algunas no tengan conexión con las otras. La influencia cinematográfica aflora a cada momento. Esa dispersión de imágenes, esa variedad de personajes o lugares, y el ritmo empleado continuamente es propio de un film de aquellos años:

En el muelle
de todos los pañuelos se hizo una flor

o

un marinero
saca de las botellas cintas proyectadas de infancia

o

la brisa trae
los cinco  pétalos  de  una  canción

Versos inconexos, bellos todos, pero que dan sensación de desorden, digamos bello desorden. El poeta estaba jugando. Dentro de su mundo hay cabida para este juego que parece para niños adultos.

El poema que cierra el libro más que un juego es un sueño, no queda claro si sueño del poeta, si sueño de otra persona (quizá una mujer) o es el desdoblamiento del poeta que se dirige a su otro yo que es quien está soñando. Ya el título nos predispone a esta situación "Poema al lado del sueño". Encontramos versos como "En tu sueño pastan elefantes con ojos de flor" ó "Eres casi de verdad". Y como en varios poemas anteriores hay reunión de alhajas que brillan con distintos tonos e intensidades. A quién se dirigirá cuando dice: "Tú estás aquí como la brisa o como un pájaro". No se duda que se trata de una mujer. ¿Pero, es la misma sobre la que ha que ha desbordado su incensario anteriormente? Desde la Aldeanita, de la primera parte del libro, a esta última se han producido considerables cambios en el tratamiento. ¿Es otra, es la misma tras una considerable evolución? O no es ninguna, y es solamente el sueño maravilloso que se alía con el cine y con la fértil imaginación del poeta.

Tanto al iniciar el libro como al cerrarlo nos da referencias muy claras y estimables de sí mismo. Por ejemplo cuando dice: "abra el libro como quien pela una fruta". Nos hace mirar inmediatamente hacia Apollinaire. Y al cerrar entrega un confesión minúscula por su tamaño pero enorme por su contenido: "BIOGRAFIA/ tengo 19 años/ y una mujer parecida a un canto". Posiblemente es la misma que hace crecer el pasto en los prados y a la que pronostica que de sus cabellos saldrá agua dulce. Si se lo preguntamos el poeta preferirá no contestar. Y ese verso curioso, que a Washington Delgado le llamaba tanto la atención y lo mostraba como lo máximo del espíritu humorístico de Oquendo: "moú Abel tel ven Abel en el té". Igual que si derramara unas gotas de burla que desconcertasen al lector. ¿A qué viene eso? El poeta sigue mudo en su gran lejanía en la que no debe haber perdido el valor de la sonrisa irónica. Tampoco sabremos, por él, nada de su arte para cernir la desgracia y entregar sólo versos impolutos de vida cotidiana. Y quedaremos con la curiosidad de saber cómo habrían sido los versos del Oquendo político si cuando desarrolló ese papel hubiese tenido la calma suficiente para poder escribir.


 

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