Jacobo Cortines

Europa

 

Jean-Louis Théodore Géricault: La Balsa de la Medusa (1818-19)

 


EUROPA ...quid mori cesas? Potes hac ab orno pendulum zona bene te secuta laedere collum. Horacio No a níveos lomos del fingido toro, ni tú agarrada a sus brillantes cuernos, mientras surcas las aguas con delfines, ni con ropas al viento que permitan vislumbrar la hermosura de tus formas, sino rígida y trágica, colgada de la rama de un árbol es hoy, Europa, tu nueva imagen para gran vergüenza. No jugabas con ninfas en la playa, ni flores le ofrecías al mentido, divino robador que se mostraba con semblante de paz y enamorado. Luciente no, sino demonio oscuro, oculto en los abismos del cobarde, hipócrita, poder que se disfraza, ese fue aquel que perpetró tu rapto, no para hacerte reina, sino esclava del miedo, de la muerte y del olvido. Despavorida huías en la noche ante el horror, el odio y abandono, y en el bosque de Tuzla te adentraste para dar fin a tan temible espanto. Un lazo corredizo con tus prendas: el cinturón, el chal en torno al cuello, y tu cuerpo que pende en la espesura con muda pesantez y al mismo tiempo con tierna ligereza casi niña. Apenas de perfil tu joven rostro, corto el cabello, tosca la rebeca, la falda hasta llegar a las rodillas, unas piernas desnudas, y descalzos los dos pies inclinados levemente. Y abajo el aire, el aire, sólo el aire, como si tú ascendieras desde el suelo y tu cuerpo flotase y no pesara a la rama del árbol más robusto. Tal es la imagen cuya foto muestran este quince de julio numerosos periódicos del mundo en el sangriento mil novecientos y noventa y cinco. Una página más de los desastres de una guerra que en años se prolonga. No eras tú una princesa de Fenicia, que desposara un dios junto a una fuente, sino una humilde bosnia musulmana que atrás dejaba, como tantas otras, ciudades sitiadas, fantasmales, casas acribilladas, bombardeos, lluvias de hierro y fuego, y nieve, y fango. Y en tu brutal acoso me pregunto: ¿Adónde vas, Europa, abandonada? ¿En las hueras proclamas aún confías? Te engañaron a ti como a los tuyos. Bien ajeno él estaba en sus guaridas: bancos, despachos, bolsas, parlamentos, medios, mezquitas, templos, sinagogas. Oye su risa. Adéntrate en el bosque. Cuelga tu cuerpo de la firme rama, en señal de protesta y de denuncia, y que tu imagen penda en la conciencia de todo aquel que no impidió tu suerte. Han pasado veinte años desde entonces, pero tú sigues viva en el recuerdo de algunos que tu imagen no han borrado y la han visto subir como una mártir a la región más pura del ejemplo. Has dejado de ser la que enterraron en una tumba anónima y pusieron "Desconocida. Tuzla" en una tabla. Hoy conocemos algo de tu historia. Ferida Osmanovic era tu nombre, y en una aldea minúscula vivías, feliz con tus dos hijos, tu marido, que fabricaba con maderas viejas guitarrillas y cajas de cigarros. Una vida tranquila que el mal sueño de crear "la gran patria" de unos locos destrozó sin piedad impunemente. Primero cayó aquel que recogía de su cosecha el grano. Después otros, y otros, y tantos, que a otro pueblo huiste para de allí llegar a Srebrenica, una zona segura, encomendada a soldados de paz de azules cascos. Faltaban alimentos, medicinas. La pequeña ciudad era una enorme prisión amenazada en todas partes. Quiso huir en la noche, tu marido, atravesar los valles y los montes, pero tú entre sollozos le pediste que ese largo camino no emprendiera, pues de minas sembrado estaba el campo. "Quédate con nosotros —le rogaste—. Vendrán a rescatarnos. Prometido lo tienen las naciones ante el mundo". Mas no fue así. Quienes entraron fueron triunfalmente los mismos que querían la limpieza esgrimiendo su ortodoxia. Separaron a todos los varones con la cómplice ayuda de los cascos. Detenciones, torturas, violaciones, fusilamientos, exterminio en masa. Y en unos autobuses te expulsaron con niños y mujeres, y con viejos, cuyos ojos de llanto se secaban por tanta destrucción y tanta muerte. Y allí muerto, entre miles, quien amaste. En el bosque de Tuzla no existían prados floridos ni doradas playas, ni compañeras que con vanos gestos lamentaran tu rapto. Sólo había desesperada soledad y culpa. Ferida Osmanovic, triste es tu historia, pero más verdadera que las otras cantadas por las voces más brillantes y plasmada en los lienzos más perfectos. No la esposa de un dios, sino la víctima de una nueva barbarie que no cesa. Eres sí en tu heroico sacrificio la fiel imagen de la vieja Europa. En esta rica tierra a quien das nombre sigue el horror mentido en el progreso: muchedumbres que cruzan sus fronteras desplazadas por guerras y miserias; náufragos que perecen en sus mares o rescatados son ante el escándalo de pasivos estados y gobiernos; cadáveres que llegan a sus costas, como a esta playa en la que tantas veces bañé mi cuerpo y recorrí su arena. Muros, barreras, vallas con cuchillas. Tú ya no ves, Europa de amplios ojos, la codicia y ceguera de esta tierra, que fue la luz del mundo, y no ha sabido ofrecerte la paz que merecías. Más no puedo decirte. Te he llevado conmigo en estos años mudamente. Hoy te escribo estas líneas, y al fin rompo el silencio que tanto me pesaba. De Pasión y paisaje. Poesía reunida (1974-2016),
Sevilla, Vandalia, pp. 288-292.


 

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