José Antonio Antón

El pozo y la estrella

 

A. A. Carvalho Monteiro y L. Manini: Pozo Iniciático de la Quinta de Regaleira

 

 


PreÁmbulo


 

En el acetre del pozo beben los etíopes.

Un ave, pájaro de fuego que es treinta pájaros, anida en la estrella.

Mientras los etíopes alzan la mirada hacia el ave, en el agua profunda del pozo se refleja la estrella.

 


I. Prosa de cÁmara


 

Como en una pelÍcula antigua

Aquí se habla de bañistas, de aeroplanos líricos, de trenes. Pues los trenes que marchan avanzando en la noche son nuestro principal objeto poético. De hecho, estas glosas o fragmentos han de ser vistos como esas estaciones que los precipitados ferrocarriles dejan atrás de manera rauda, y sólo nos queda de aquéllas una imagen que se nos desvanece rápidamente, apenas entrevistas (pues los trenes huyen en la noche). Árboles, pueblos, rostros… todos son pasados en el instante a través de las besanas de hierro, y es inútil retenerlos. Así has de leer, amable lector, estos escritos: tal como estaciones de paso, tal como rostros olvidados, mientras el tren marcha y huye y se interna en el bosque de la lluvia.

(Como en una película antigua, la locomotora comienza a expeler su vapor de agua y un humeante vaho inunda a máquina y pasajeros. A través de las ventanillas las manos que saludan parecen pájaros entre las nubes).


Puentes

Desde el puente los patos se bañan en la niebla; o en el agua, porque niebla y agua forman un solo continuo gris. Blanco sobre gris, patos en la niebla. Visto desde el puente el mundo se reduce a los patos blancos flotando en la niebla, y entonces todo es o patos o niebla o agua. O blanco o gris.

A veces sucede que el mismo puente se pierde en la bruma, y los transeúntes no encontrando el lugar de paso, se caen y se ahogan.


Detectives

El funesto recuerdo, asesino de andenes, acecha a los pasajeros (por eso todo viaje en tren es un relato policíaco en ciernes).

El sueño, hermano de la muerte, va enseñando el paisaje.

Las pandorgas que bailan en el aire, el humo medio desvanecido, algún pájaro que revolotea sin rumbo, señalan las huellas de un crimen que sólo ellos han contemplado, desde su altura.


Nostos

Parte en la noche un tren hacia la hondura del bosque. Hay veces en que el tren se pierde entre encinas y acacias, o entre la oscuridad de los pinos; otras penetra las algabas sin alcanzar la estación final (los carriles se desvían de su ruta como gacelas asustadas). A veces llega a su destino.


…et plurima noctis imago

Los pasos perdidos penetran en la noche y allí ya se afirman, ya se disuelven, ya avanzan, ya desaparecen en las sombras. Son pasos que se escuchan pero que nunca se ven, pues un bosque nocturno los ampara en la oscuridad. Como los pasos, hay trenes que se pierden en la noche porque da la impresión de que no vienen de ninguna parte, de que iban caminando sin dirección alguna. Los pasos que se pierden en la noche son como caminos que a ningún lugar conducen, como trenes sin ruta.


Viaje entretenido

Nos acordamos siempre del libro que leímos durante un viaje en tren, y entonces el decurso de la ruta coincide con el paso de las hojas, y cada porción de paisajes la identificamos con un capítulo, con una frase, con un verso, de tal manera que cuando volvemos a tomar un tren reiniciamos la lectura de aquel mismo título, y volvemos a asociar páginas con momentos de trechos recorridos.

Acaso todo viaje sea una narración donde al paso que se suceden altozanos, alquerías, algabas, se desgranan las palabras de un libro, siempre el mismo libro. Pues al igual que el tren, el libro y el paisaje, lo éxtimo de todas las cosas alberga lo íntimo, que se nos van revelando (cual secuencia) como tiempo, ángel o fantasma.


Hondura

Sabemos que toda tierra tiene su cielo, y que en el fondo de la espesura late un centro de claridad, pues en lo éxtimo reposa lo íntimo. De igual forma, bajo el tren que el aire corta se esconde otro, su doble, invisible, y al viajero exterior corresponde el interior.


CrepÚsculo

Es la tarde caliginosa, y la calima cálida invade la playa. Mientras tanto, unos bañistas alborotadores penetran en el mar y el gris del crepúsculo avanza envolviendo todo en calor y oscuridad; y no se sabe muy bien en qué se convierten los bañistas vespertinos, si en agua, si en gris, si en nada.


I R 4, 29

También tan ancha como el alma es la playa inacabable y lejana. Playa metafísica, pues. Playa que se dilata como el espíritu, y especula y contempla. Arenas que se prolongan como pensares, y fluyen.

Transcurren y avanzan el mar sobre la orilla y la imaginación sobre su imagen, en metáforas recíprocas.


Aviso para baÑistas

¿Os acordáis de cuando, hacia el final del verano, íbamos a la playa bajo un cielo de azul diferente, y el mar parecía distinto también, y los sombreros de los últimos veraneantes eran llevados a menudo por un viento casi otoñal, y el sol ya no quemaba sino que mantenía a toda la playa en púrpura claridad? Para estas situaciones de final de verano, avisamos: cuidado con no tropezar, en el camino hacia lo orilla, con ningún poste, para que el golpe no os hiera, y no vaya a salir de la frente un chorro pequeño de sangre, y no vaya a inundar el mar.


Naufragio

La playa, a finales de verano, se asemeja a un naufragio. Los últimos bañistas que deambulan por entre la arena parecen supervivientes de un buque en trance de hundirse. Esos veraneantes que se pasean por la orilla cuando ya el sol es mortecino o leve o feble, son como aquellos que se resisten hasta el último instante en el barco que naufraga. Y de la misma manera que finalmente el buque accidentado sucumbe al naufragio y termina siendo un pecio en el proceloso mar, así también los paseantes playeros en las últimas tardes de verano finalmente son sumidos por el naufragio. Y naufragan las sombrillas ante el presagio de otoño, y naufragan los sombreros al viento, pecios también en la casi solitaria arena. Y hasta el mismo mar naufraga, hundiéndose en el mar.


ContemplaciÓn

El pez soluble se ha disuelto en agua como los pinos de la costa se disuelven en la tarde.


Haecceitas

Almáciga del verbo, de donde surgen los sonidos que nombran, que disuelven y coagulan. Las cosas forman un paréntesis inacabable: esto y esto y esto. Haecceitas. Lo que consiste: diafanidad, figura. Lo que persiste: marco, contorno. Abrimos un balcón o los ojos o las palomas y acotamos el horizonte más próximo y cierto, y aquí, así, esto y esto y esto.


Nocturno

Cierta noche de agosto el mar resplandeció y cada uno acudía a la playa para, alumbrado por la marítima luz, realizar sus tareas favoritas: montar a caballo, leer la Guía de perplejos, divisar el paso de los buques, etc., etc.


Aventuras bizantinas

Mantente, Digenís Acritas, firme en el límite y otea a los persas. No te preocupes de tu pañuelo de cuello ni de si hay viento que lo levante, pues montas corcel de duro arnés y no blanco y largo bugatti. Y recordemos también nosotros que somos todos acritas y hemos de vivir en la frontera, entre griegos y turcos, entre esta parte y la otra, siempre en el límite que separa y une, que acerca y aleja, prestos, como acritas.


Cuento

En algún lugar (es decir: en ningún lugar) existe una casa de tersos muros blancos a la que todos los senderos nos conducen.

En algún lugar (es decir: en ningún lugar) un tebeo abierto espera nuestra lectura, y las viñetas se ofrecen para que nuestra vista las recorra y podamos vivir sus aventuras.

En algún lugar (es decir: en ningún lugar) la radio emite voces entrecortadas y melodías que se pierden y vuelven a escucharse y vuelven a perderse.

En algún lugar la asediada torre del castillo resiste el asalto y la cancela entreabierta deja ver la fuente del patio y el ciervo llega hasta el centro del bosque y

En algún lugar (es decir: en ningún lugar), es decir: en todo lugar.


Sumerios

Cuando Súmer fue destruida (si por agua, fuego o dura guerra, eso lo ignoro) consiguió sobrevivir al funesto hecho un grupo, escaso en número, de sumerios, quienes huyendo fueron a buscar morada lejos de su ya fenecida patria. Estos pocos sumerios encontraron tierras que les acogiesen, pero allí donde iban ellos, derramaban lágrimas y la tristeza ensombrecía sus miradas, pues recordaban Súmer, la para siempre perdida. Y por eso nosotros a veces derramamos lágrimas y se nos ensombrece la mirada, porque tenemos algo de sumerios. A Súmer todavía la recordamos, oscuramente. Todos somos sumerios.

 


II. Casas


 

Siempre es la misma casa. La que configura su contorno a la luz fuerte del sol y esplendorea su luminosidad de almagra es la misma casa que aquella otra a la que golpea el viento otoñal en una mañana grisácea. Un sendero de losas, entre arenas y retama, conduce a ambas, a la misma. La casa forma un paisaje, pues encuadra el cercano mar y es ella quien mide la distancia hasta la playa, hasta los árboles oscuros, hasta el camino bordeado por palmeras y mimosas. Es la casa la que se yergue como un mástil y nos señala el surco del ave en la playa, el camino errático de las nubes de paso. La casa marca lindes, da señales, ordena el mundo.

Pero siempre es la misma casa, la que luego será palabra o libro, ciudad o templo o castillo.

Las metáforas de la casa se proyectan, se transforman, se desdoblan, se despliegan; en cada interpretación vuelve a lucir la almagra resplandeciente de sol y de nuevo tiemblan los cristales de las ventanas con la llamada del viento otoñal.

Y constantemente existe la casa emblemática, la que reúne en torno a sí a todas las otras casas, la que en todo momento está presente allí donde hay morada, témenos, ónfalos. De esta manera, la casa se repite, es esencialmente repetición, reconocimiento, redescubrimiento: siempre está la misma casa.

Puesto que la casa reúne signos y cobija referencias, también ella agrupa en torno a sí las sensaciones evocadoras: el sabor de las primeras manzanas, el ruido de las hojas pisadas, el viento cálido en la cara, el olor a tierra mojada… cuando algo de esto sucede, allí está siempre la casa.

Con esto quiero decir que la imagen arquetípica de la casa es la más cercana y concreta de las vividuras. No se trata de abstracción o concepto sino de una figura que siendo emblemática y simbólica, se basa en la experiencia personal de una casa determinada (la misma, la que siempre aparece donde se da el sentido de la morada). Y así, las metamorfosis de la casa son variadas, múltiples, dinámicas, pero en cualquiera de sus variaciones encontramos la presencia de la almagra resistiendo el cálido viento de verano y la lluvia suave de otoño. La casa se dilata como el tiempo, la casa es tiempo, alma.

Y venga, decidme: ¿existe acaso mayor misterio que el que late tras los visillos de una ventana?, ¿qué estará sucediendo en una casa cuando por la noche vemos encendida una luz y no alcanzamos a vislumbrar nada más?, ¿quién estará sentado al piano cuando escuchamos salir de un balcón semiabierto las notas de una danza de Granados?, ¿qué murmurarán las aguas de los patios con alhelíes?, ¿de quién serán las miradas que por entre los cristales amarillos de marquesinas emplomadas columbran el mundo exterior? Misterios de las casas, misterios profundos.

 


III. TrÍptico sobre el paisaje


 

1

El paisaje es una categoría del Espíritu. El rastro de la serpiente sobre la arena no escribe ningún lenguaje sino para el lo sabe interpretar. De igual modo la casa entre sombras y claridades o el fulgor entre los esteros. Las categorías del Espíritu se superponen a las categorías de la materia, por eso el paisaje tiene que ver más con la interioridad que con la naturaleza.

Dos realidades definen en esencia el paisaje: las casas y los caminos. Los caminos surcan la tierra y la marcan con signos para que los descifren el aurúspice y el emigrante. Las casas lanzan sus dardos hacia lo alto y de esta forma construyen almenaras del aire.

Cuando el sendero desemboca en la casa estamos ante el paisaje ideal, el prototipo de todo paisaje. Así es, en efecto, pues la vereda atraviesa oscuridades y aclara la maleza, y la casa cuadricula el espacio y condensa el tiempo.

Casa y camino efectúan la intersección de la verticalidad y la horizontalidad, del cielo y la tierra, al igual que un eje espiritual de ordenadas y abscisas.

El paisaje transfigura la naturaleza. Nos encontramos en consecuencia con una metamorfosis generalizada: donde hay tiempo, hay instantes; donde silba el viento, hallamos son; donde finca el árbol, se alza la torre; allí donde el mar, allí el foque.

El paisaje es una huella indicadora (a veces, una herida).

El paisaje es el más certero cumplimiento de la contemplación. La conversación es teoría. Anábasis al lugar y encuentro de mil.

Al llegar la tarde el mar impulsaba un viento ligero. Era una mano que mecía con suavidad enebros, lirios, dunas. El blanco de las casas se hacía oro. Transfiguración. A veces, cuando las nubes se alzaban el enjalbegado se iba encaminando hacia la plenitud del gris, hasta llegar el momento en que arreciaba la lluvia para ocultar el mar. Y como unas bandadas de pájaros rezagados venía por fin el invierno.


2

En las islas.
En los médanos sin nombre.
En las islas del sueño
y del horizonte.
En las islas cercanas como archipiélagos de
arena.
En las islas sin mapas,
solas entre los lirios y las huellas.
En las islas que se tocan con la punta de los 
dedos
a través de los estuarios de la luna.
En las ínsulas leves.
En las islas de los escondidos pumas.
En las orillas. En las islas.

3

Durante lo hondo de la tarde, lo gris grita.

 


IV. Viajes


 

Se iban reuniendo los pasajeros en el andén, en la sala de espera, en la cafetería, y se amontonaba el equipaje. Subían entonces al tren y al momento éste se ponía en marcha por entre la senda de hierro hacia su destino, hacia la lluvia pausada del otoño.

 

Se iban reuniendo los pasajeros en el andén, en la sala de espera, en la cafetería, y se amontonaba el equipaje. Subían entonces todos en el tren y éste se ponía en marcha por la senda de hierro hacia su destino, hacia la tarde alumbrada del otoño.

 

Se iban reuniendo los pasajeros en el andén, en la sala de espera, en la cafetería, y se amontonaba el equipaje. Subían después al tren y enseguida éste comenzaba a moverse por entre las vías hacia su destino, hacia la ciudad renacida en el otoño.

 

Los pasajeros con sus equipajes se amontonaban entre el andén, la sala de espera y la cafetería, hasta que montaban todos en el tren y éste comenzaba a marchar por la senda de hierro hacia su destino, hacia la lábil claridad de septiembre.

 

Los pasajeros tomaban café mientras esperaban la salida del tren. Cuando los altavoces anuncian la próxima partida, todos marchan a los asientos. Y enseguida el tren comenzaba a andar hacia su destino, hacia el signo del aire de septiembre.

 

Se alborotan los pasajeros apresurándose para subir al tren. Suena la última llamada y al instante los vagones se ponen en marcha entre la algarabía de la gente por la senda de hierro. Veloz, el tren se lanza hacia su destino, hacia la sombra del aire de septiembre.

 

El tren se dirigía hacia los pájaros del otoño. Los pasajeros montan en el tren y todos se apresuran hacia los pájaros del otoño, hacia los finales de septiembre, en las islas y en el alma.

 


V. Glosas y discursos


 

El sueño de Leandro el pescador: el sueño de Leandro el pescador es pescar un pez de niebla en la niebla, el pez profundo de niebla que a veces se confunde con el arrendajo de la niebla, pájaro profundo como el pez de niebla.

 

El sueño de Arturo el aviador: el sueño de Arturo el aviador consiste en volar con aviones en vuelos aviadores y contemplar desde la altura aviadora cómo pasa el tren de sombras, cómo planea el avión de sombras, cómo vuela Arturo en las sombras.

 

Una visión muy antigua: en una visión muy antigua se veía una campana en la madrugada tocada por una flor enguantada.

 

El sueño del que sueña ser huésped de la lluvia: sueña el huésped ser el huésped de la lluvia y acercarse hasta la ciudad unánime en un corcel entre la lluvia y convertirse en adalid unánime o huésped de la lluvia.

 

Una visión muy leve: una visión leve la proporciona la senda de los mirlos en la que se adelgaza la huella sobre la hierba y se aminora hasta convertirse en arpadura de negro sobre verde.

 

El sueño de Constanza la marinera: Constanza la marinera soñó que era la marinera que subía hasta lo alto de la gavia y enarbolaba la grímpola de las tormentas, la que anuncia a los navegantes la isla que alberga el jardín de los granados.

 

El sueño de Damián: Damián tiene un sueño que se repite una y otra vez: Damián acude a la playa y allí abre el estuche de los prismáticos y saca los prismáticos y otea el horizonte. Y divisa en este orden: el humo de las chimeneas de un trasatlántico, el periscopio de un submarino alemán, el pecio que viene de tierras lejanas. Al día siguiente acude a la playa, otea el horizonte con los prismáticos y divisa en este orden: el humo de las chimeneas de un trasatlántico, el periscopio de un submarino alemán, el pecio que viene de tierras lejanas…

 

Visión del hotel radiofónico: ¿Qué es el hotel Pentecostés, dónde está el hotel Pentecostés? No lo podríamos afirmar con seguridad. El hotel Pentecostés aparece tras una melodía que nos la trae el viento a ráfagas, dispersa. O se hace presente de pronto a la vuelta de una esquina y después lo perdemos y ya no nos acordamos dónde está. En el hotel Pentecostés nos refugiamos cuando súbitamente comienza a llover y nos coge en medio de la calzada. Entramos en él, echamos un vistazo en su interior desde el zaguán, saludamos a algunos huéspedes que salen en ese momento del edificio y no volvemos a saber más de ellos.

 

Visión desde el hotel Galatea: se acercan caravanas transitando a través de la calle hasta el caravasar secreto que hay en todas las calles; pues sí, en todas las calles (aunque no lo creamos) existe un caravasar que sirve de encrucijada para todas las caravanas que cruzan desiertos y calles; y hay caravanas de mujeres de leche que pasean la blancura de la leche en caravanas hasta el caravasar.

Hay caravanas que vienen de las brumas y en la brumas se disuelven.

Y hay caravanas que vienen del resplandor y en el resplandor se abisman.

Luego pasa la caravana de la ceniza con cargamento de ceniza.

Todo eso se puede contemplar desde el hotel Galatea. Y entonces llega la noche y entonces desde la ventana del hotel Galatea observamos cómo pasan los seres de la noche, el ópalo y el ámbar nocturnos con cargamentos provenientes de noches lejanas.

Pero lo más importante, la visión que hace del hotel Galatea faro y ángaro de atalayas es aquella visión en la que se ve el tren de sombras entrando en la estación, los pasos que se pierden en la penumbra, las ringleras de ciegos en la niebla.

Pero lo que verdaderamente hace del hotel Galatea faro y ángaro de atalayas es poder ver desde sus balcones a esa mujer de ojos vendados que sólo sabe cantar canciones de Musorsgky.

 

Una visión muy extraña: una visión muy extraña es esa visión en la que se ve una canasta de mendrugos de pan rodeada por una cohorte de acordeones antiguos.

Esto ocurre en contadas ocasiones y en momentos muy concretos y especiales. Así, por ejemplo, esto sucede en la calle del Pez: allí es posible contemplar el lento movimiento de los acordeones gastados hacia los trozos informes de pan duro.

¿Qué extraña sinfonía quieren interpretar los acordeones antiguos ante la presencia de la cesta llena de pan endurecido?

Parece como se hubiera una oculta simpatía entre los instrumentos musicales y el pan. Por eso se ponen en funcionamiento los detectives, los exploradores y los arqueólogos: todos se interrogan sobre el enigma de las hogazas entre acordeones vetustos.

Tal vez por eso una imagen tan insólita como la de los panes entre acordeones sólo puede suceder en la calle del Pez o en las habitaciones del hotel Galatea, en esas habitaciones oscuras y secretas donde sólo se hospedan los hombres con antifaz, porque ellos sí que pueden comprender (o intentar comprender) el misterio de los viejos acordeones en torno a una multitud de barras de pan ajado.

 

Recuerdos bálticos: en aquellos tiempos ya había antenas de radio.

 


VI. La miel del suicida


 

La miel es el último testimonio que deja el suicida en su vida mortal. Es el endulzamiento último del amargor terrenal.

 

Va entrando lentamente el tren en el que viene la miel del suicida.

 

¿Por qué se baja usted del tren? “Porque llevo la miel del suicida y nadie puede hacer un viaje llevando la miel del suicida”.

 

¿Acaso no es posible viajar en tren cuando se posee la miel del suicida? “No, no es posible. Tengamos en cuenta que la miel del suicida es dulce, pues se trata, claro, de miel; pero también es agraz, pues procede del dolor del suicida”.

 

Toda indagación es ímproba cuando se trae entre las manos la miel del suicida, porque la miel del suicida proviene de la libación secreta de las abejas que liban en lo más oculto la flor sombría del suicida.

 


VII. Epigrafía


 

En un lugar sagrado
se cruzan los caminos, se unen los ríos
y se separan los espacios.


En un lugar sagrado
los cipos señalan las travesías
y en las dehesas pacen los rebaños


y las ruedas marcan las sendas de los carros
y las besanas los surcos de los arados.


Entre un rumor de luces
Abundan pisadas y huellas en los claros.


Acude a las encrucijadas.
Verás una piedra que signa con palabras un alto:
“detente, lee, recuerda.


Éste es un lugar sagrado”.


 

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