Gabriel Barrios Fedriani

Acta

 

Alfonso Fraile: Pintura

 


ACTA


 

- Buenas tardes, ¿es usted la pilinguis que he mandado llamar?

- Sí señor. Soy Angustias Periñán Torneros, pero mi nombre de guerra es Golosona.

- Ya, ya. ¿Podría usted relatarme así, brevemente, el conjunto de sus habilidades, al menos las más llamativas?

- Pero bueno, ni que fuera usted notario, oiga.

- Pues sí, soy notario.

- ¡Repámpanos!. Pues a ver si me acuerdo después, cuando ya nos vistamos, y le pregunto por una plusvalía de la casa del pueblo de mi tía Ursula, que tiene un disgusto grandísimo, la pobrecita.

- ¿De qué pueblo es usted, señorita Glotona?

- De Zancajillos, provincia de Ciudad Real, y no me cambie el nombre, picarón.

- Pero bueno, no será Ursula Torneros y Cejada su tía ¿no?

- ¡Ay la Vihen del Pelo Largo, pero claro que sí!. ¿Y de qué la conoce usted?

- Pues de qué va a ser: No ha nacido quien baile más horas en una verbena que la Ursulita. Menudos juergueríos nos hemos metido para el cuerpo esa moza y yo.

- Ya, ya, vaya con el notario.

- Pues ya ve; el mundo, que es muy pequeño.

- Y usted ¿qué pintaba por el pueblo aquel?

- Me mandaban para engordar en el verano, después de los estudios, porque me quedaba muy esmirriadito, de tantas horas de libros y más libros. Allí mi tía me ponía unas chacinas y unos cocidos que levantaban el ánimo.

- Pero sigue usted esmirriadito; espero que el ánimo lo pueda usted seguir levantando.

- Sí, no se preocupe. El ánimo lo que tiene más que nada es aburrimiento. De ahí lo de la llamada.

- Muy bien. Le expongo, dando curso a su petición, una breve lista de lo que suelen ser las más conocidas y aplaudidas de mis habilidades.

- Tomo nota, adelante.

- En principio, prohíbo todo tipo de ropa puesta. No tengo nada contra la que está colgada o planchada y guardada en su sitio.

- Siga.

- Es condición urbi et morbe, amigo mío. Aplíquese. Que este listado que le expongo cumple la propiedad de ser a la vez un manual de instrucciones.

- Comprendo. Tenga.

- Disculpe. Ese calcetín.

- Oh, tenga, tenga.

- Bien, en justa correspondencia, yo me quedo con el chicle. El resto, se lo pongo en este sillón tan bonito del salón, que supongo será su sitio habitual de lectura. ¿Es así?

- Así es.

- En cuanto al primer envite, suele tener relación con inmersiones y enjabonados, pero me da que en el caso que nos ocupa, oliendo usted como huele a gloria, ese paso me lo paso.

- Es usted muy amable. Y la verdad es que a usted ya dan ganas de tirarle una docena de mordiscos.

- Tercer punto y coma. Prisas para los de los cien metros y los que pierden el autobús.

Aquí se mira, se huele, se rodea y se saborea a la velocidad de la oscuridad, mucho más lenta que la otra.

- Oiga, requiebra usted un estilo a Lope.

- Seguimos, ladrón. Esa mano que usted va haciendo rodear por mi cintura va en el sentido de las agujas del reloj, lo cual me parece correcto. Suelo corresponder a esa maniobra con un par de acercamientos que no llegan a ser frontales. ¿Me sigue usted?

- Al fin de la Galaxia , créame.

- No, si le veo maneras de saber estar. Mucho notario veo yo.

- No me ha gustado nunca hacerme notar.

- Pues veo que va usted levantando acta, señor mío.

- No se merece usted menos.

- En llegando a extremos como éste en el que estamos, suelo tener un poquito de reacción explosiva, y, mirando de frente, hago un envite de cintura que suele ser muy aplaudido.

- Si yo tuviera las manos para aplaudir en vez de seguir donde están, le juro que sería de ovación cerrada.

- Esto de hoy tiene de guerra y tiene de poesía. A ver si voy a desconectar el móvil y me voy a despistar de doña Josefina, porque me da que con usted cierro yo hoy el día.

- Yo ya he cerrado la puerta con llave, leona, y a usted se la entrego, después de mi alma.

- Sigo todavía en lo que es la explicación detallada de mis labores, señor notario.

- Pues ahora le digo al latigazo de mi sangre que se calme, y que le escuche.

- Con eso que me ha dicho, el resto va a tener que ser práctico.

- O eso, o arrancarme de vivir, Angustias, que nunca me he angustiado menos que hoy.

- Me gusta el ardor. Pero sin que suene a desacato, ¿firma usted con tanta firmeza todo lo que se le pone delante?

- Pocas cosas he visto tan firmes como las que tengo delante.

- Huy, pero que no se le va una. Señor notario, si a usted le parece bien, podríamos comprobar ese sofá suyo de ahí, para determinadas posiciones sociales.

- Está tan ávido como yo de ser probado.

- Perdone, pero él no gasta canas y ya, en su proximidad, he podido vislumbrar algunas.

- Pues los dos estamos igual de estrenables.

- Esto tiene algo de inauguración, me siento madrina.

- Me siento yo también. Ojalá estemos ambos a la altura, el sofá y yo.

- El ángulo es el correcto en ambos casos.

- Espero que le guste a usted el champán.

- Siempre viene bien para después de una confrontación simultánea. Es otro detalle, señor notario, que está usted en todo. Me da que se me han ido las horas.

- A mí se me va la vida si oigo que se tiene usted que marchar.

- Es un trabajo que pocas veces tiene estas satisfacciones. Pero es un trabajo.

- Disculpe, aquí tiene.

- Es mucho más de lo que se cobra.

- Es todo lo que tengo. Pero no se vaya usted.

- Le dejo el sueño, lo bonito que hemos tenido y me voy. Hemos hecho un buen trabajo.

- ¿Volveré a verle?

- Espero que sí. Pero no se obsesione. No quiero ser su pesadilla. Además, queda pendiente venir a verle por lo de la plusvalía.

- Ah, sí, la casa de su tía.

- No, la de mi corazón.

- ¿Volverás?

- Volveré.

 

 


COLORES


 

Yo defendí siempre el rojo. Mi mujer, Esperancita, el verde algo limón. Pues hoy tengo yo claramente razón en que era mejor el rojo. Otras veces, no lo niego, tiene ella razón y yo no, como aquel domingo de abril, en el que yo quería una mermelada poco espesa para el pastel de manzana. Al final le dije “Esperancita, tú tienes más razón que un santo, y es mejor poner la mermelada más espesa para el pastel de manzana”. Y ella se la puso y los dos nos comimos el pastel. Hoy, en cambio, habría sido mejor poner el llavero rojo en las llaves del coche, porque al ponerlo verde limón y haberse caído el llavero con las llaves del coche en el césped y de noche, seguramente nos van a coger los guardias del banco que acabamos de atracar; y los dos hemos venido sin gafas, porque la otra vez se nos atascaban las patillas de las gafas con los pasamontañas y hoy nos las hemos quitado, pero no vemos casi nada bien sin ellas. Esperancita y yo creemos que habría sido mejor ponernos medias en la cabeza en lugar de pasamontañas, lo que pasa es que no había de mi talla ni de invierno siquiera y ella no se las puso porque nos gusta ir a juego.

Hay que ver lo cerca que se oye a los guardias.

 

 


DETALLES


 

Esta vez los golpes habían dejado una huella difícil de disimular. La cara, incluso bajo unas enormes gafas negras, delataban la brutal paliza.

No lo pensó, fue a la mejor joyería de Sevilla y allí compró unos pendientes de cristal que imaginó suficientes para contentarla.

Y, efectivamente, lo fueron: Ella no volvió a pegarle jamás.


En el autobús, la mujer no acepta el asiento que le ofrece un muchacho de quince años, y él le recrimina su acción por no valorar su galantería. Ella gira su cara hacia la ventanilla y se agarra a un asiento para no caer en una curva. El muchacho le amenaza con el divorcio si persiste en su actitud. Ella se sienta finalmente haciendo un mohín, y algunos pasajeros comentan que este matrimonio no va por buen camino.


Cuando entró, tras haber ido sola a la gasolinera, no respondió al saludo de su marido ni aceptó las excusas que él ofreció por no haberla acompañado. Treinta años más tarde, antes de morir, la mujer le explicó que el hijo de ambos fue concebido mientras se llenaba el depósito aquella tarde, con un desconocido empleado que aceptó sin hablar su abrazo furioso.


Dos más de unas botas enormes de goma, recién entradas de la calle y novecientos noventa y siete. Cruzó a gran velocidad el pasillo que separaba la cocina de la puerta de la calle y entró en el cuarto de baño. Finalmente, tres más de unas viejas zapatillas que, incluso manejadas con manos expertas, nunca le alcanzaron: Aquella cucaracha ya había huido de mil intentos de ser aplastada.


- No es posible, Juan, dijo Alberto Pazos al observar los folios según iban saliendo de la impresora. No puedo creer que el número cero no aparezca escrito. He revisado los programas que envían el texto y lo revisan al final, y no hay errores.

Al lado del rodillo principal, el pequeño duende Igorian miraba orgulloso su inmensa colección de aros negros.


El reloj que nunca dio la hora exacta fue finalmente cambiado tras la reunión del jueves en el Ayuntamiento. Sus piezas vinieron a ser parte de un barco sin rumbo, un avión para dar vueltas y una bicicleta con una sola rueda. Los tres vehículos más simpáticos que he visto jamás.


El padre pensó que quemando levemente la manita de su niña, ésta cogería miedo al fuego y no se acercaría nunca a la chimenea. Cada noche, La Diosa Ígnea, mientras realizaba su número más arriesgado en el circo de Berlín jugando con cientos de antorchas, recordaba cómo caía el tejado de su casa, hecha cenizas mientras ella se lamía su pequeña herida provocada por el cigarro de su padre.


 

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