Agustín María García López

José Luis Morante: la soledad de los heterónimos

 

Javier Cabañero: José Luis Morante en la Feria del Libro de Madrid




La poesía de José Luis Morante, lejos de todo solipsismo, comienza emprendiendo una aventura a extramuros de la conciencia, que desemboca, expectante, en el rostro del otro, de los otros. Se trata de un camino natural y luminoso, que atraviesa los ámbitos de la exterioridad. Cabría hablar de realismo, si por realismo entendiésemos una renuncia a la búsqueda de absolutos, más allá de la conciencia objetivada en los puros fenómenos. Su primer libro, Rotonda con estatuas, recoge un poema, cabría decir, programático: «Heterónimos». La conversación con los otros comienza por la conversación consigo mismo, incardinada en el mundo: «Cada uno tiene ya su enclave exacto: / el yo que pienso / habita, día y noche, / la intimidad de estas cuatro paredes. / Es semejante a un niño que olvidara crecer, / y por lo mismo / nada en el mar de una sabia ignorancia. // […] // El que parezco / está en la calle de continuo. / Todos le conocéis / pues con todos comparte ese pan y esta sal / que, bajo el brazo, trae la vida; / las cotidianas dosis / de angustia existencial, trabajo y ruido». Sin embargo, el transcurso del tiempo termina por vestir de gravedad autorreflexiva, de raigambre barroca —pensemos en Andrés Fernández de Andrada— los poemas de su último libro, Ninguna parte: «Vivir bajo sospecha, / alejado de prácticas / que implican / la doble relación del yo y del otro, / y consumir la pulpa / de un fruto paradójico / que rezuma firmeza: / la soledad del solo».

José Luis Morante Martín (El Bohodón, Ávila, 1956) ha publicado los siguientes libros de poesía: Rotonda con estatuas, Madrid, 1990; Enemigo leal, Sevilla, 1992; Población activa, Gijón, 1994; Causas y efectos, Sevilla, 1997; Largo recorrido, Madrid, 2001; Un país lejano, Barcelona, 2002; La noche en blanco, Barcelona, 2005. En 2010, publica la antología Mapa de ruta (1990-2010) (Granada, Colección Maillot Amarillo). Su obra más reciente es Ninguna parte, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2013. Tras haber obtenido los premios Luis Cernuda, San Juan de la Cruz y Hermanos Argensola, le fue concedido el Premio Espadaña por el conjunto de su obra poética. Entre sus últimas publicaciones, destaca una antología de la poesía española actual: Re-generación (2000-2015), Granada, Valparaíso, 2015.

Como prosista, ha dado a la estampa
Protagonistas y secundarios. Notas sobre poesía, Ávila, 1999; Palabras adentro. Veintitrés entrevistas literarias, Lucena, 2003, y Reencuentros, Béjar, 2007. Es autor de dos colecciones de aforismos: Mejores días, Mérida, 2009, y Motivos personales, Sevilla, 2015.

Ha preparado —para la Colección Letras Hispánicas— ediciones críticas de la obra poética de Joan Margarit, Luis García Montero y Eloy Sánchez Rosillo.

Fundó y dirigió en Rivas-Vaciamadrid la revista Luna Llena. Coordinador de Prima Littera y director de Señales de Humo. Además de sus colaboraciones en diferentes revistas literarias, ha publicado numerosas entrevistas a escritores,  seleccionadas  en las páginas de Palabras adentro.

El blog Puentes de papel recoge regularmente sus reseñas de novedades.



En 2014, La Isla de Siltolá materializó un proyecto largamente acariciado por los buenos lectores de poesía: la edición —llevada a cabo por Blanca Flores Cueto— de la Poesía completa del arcense Julio Mariscal. ¿Que representó para ti la experiencia profesional, literaria y humana, vivida en plena juventud, de tu etapa en Arcos de la Frontera?

Fue una etapa de formación literaria y humana muy importante, que concluyó frente al muro frágil de un cierto desencanto en lo personal. Conocí a algunos poetas que estaban en plena producción literaria y por primera vez percibí también que, junto a la escritura, se mueven determinados intereses que están más cerca de la prosa que de la poesía. De ese tiempo me queda el recuerdo entrañable de un espacio poético, Arcos de la Frontera, que siempre asocio a un grupo de alumnos que escucharon con entusiasmo mis primeros poemas y que todavía son mis amigos. Además con Pedro Sevilla, entonces amigo entrañable y hoy sombra diluida, fui oyente de lecturas y recitales en Jerez, Cádiz, Arcos y Sevilla que me permitieron dar los primeros pasos de la amistad con poetas como Francisco Bejarano, Jesús Fernández Palacios, Carlos Edmundo de Ory, Antonio Hernández, Carlos Murciano, y poetas jóvenes como Juan Bonilla, Pepín Mateos, José Manuel Benítez Ariza… Un tiempo para recordar…

Para contrarrestar los ribetes antihumanistas que presentan ciertas tendencias del pensamiento contemporáneo, el filósofo Emmanuel Lévinas propone como único sujeto plausible un sujeto antes ético que ontológico, y este sujeto sólo logra su condición por medio de un diálogo permanentemente desplazado —a través de una falta de registro infinita, que se identifica con la libertad— con el rostro a la intemperie de los otros, que exigiría nuestra responsabilidad permanente e indeclinable. En tu obra se aprecia, a la vez que el despliegue polifónico de una serie de heterónimos, un juego recurrente de preguntas y respuestas contigo mismo, como ensayo previo del diálogo con los otros. ¿La poesía ha supuesto para ti ese doble puente?

La duda no es una enfermedad; es una manera de mirar los paisajes exteriores y los rincones interiores; soy un sujeto dubitativo que camino a diario en la incertidumbre de lo colectivo. La ética me parece un elemento esencial del poema, pero no como epitelio dogmático sino como voluntad de transformación, como defensa de unos valores compartidos. Todo yo es otro que suele caminar en compañía.

Decía Dámaso Alonso que el lector es un artista, y nadie estaría dispuesto a negarle tal condición, valga como ejemplo, al pianista que interpreta una pieza ajena de forma magistral. Y si todo lector es un artista, el crítico deberá serlo por partida doble, como lector privilegiado. Tu labor crítica se ha ido desplegando sabiamente a lo largo del tiempo y a través de los géneros. Desde tu doble perspectiva de poeta y profesor, ¿hasta qué punto consideras la crítica como creación, y hasta qué punto la asumes como una labor propedéutica de la lectura?

Llegué a la crítica muy pronto, acaso por mi tempranísima vocación lectora. Desde los años internos en Ávila, cuando cursaba el bachillerato en las gélidas tardes del invierno abulense, leía con un cuaderno abierto en el que iba anotando asuntos argumentales, citas relevantes, párrafos… Era el umbral de las primeras reseñas que tomaron forma en revistas literarias como Luna Llena. Y después en las páginas de El Correo de Andalucía, Diario de Ávila o, más tarde, en Clarín y Prima Littera. La crítica es esencial para conocer la anatomía de un texto y enseña a tener un sentido autocrítico en vela.

El eterno problema de las antologías es la duda razonable de que puedan quedar fuera —a propósito o no— poetas valiosos y representativos. Es, por supuesto, muy difícil proyectar la totalidad, cada vez más amplia, en una selección. No obstante, Re-generación se presenta, en su recorrido y desde el mismo título, como un diálogo hábil y fecundo entre diversos —aunque cercanos— tiempos y poéticas. ¿Cuáles han sido los criterios que presidieron tu trabajo?

La antología nació con la intención de dar voz a la primera generación poética del siglo XXI, a los nativos digitales que consultan más los buscadores de google que la enciclopedia de la Real Academia, o las bibliotecas. Usé el concepto de generación de Ortega y Gasset como organigrama básico, y seleccioné poetas nacidos entre 1980 y 1995, una etapa de quince años donde conviven tendencias y estéticas sin disputas de campo. Es un paisaje parcial y subjetivo en el que faltan nombres de interés porque había que limitar la nómina a veinticuatro voces. En Re-generación apuesto por itinerarios que se afirmarán con nitidez en el siglo XXI. Es algo que debe contrastar el tiempo.

Volviendo a Lévinas, hoy se constata una nueva lectura del tema de la evasión. Tal vez, románticos y modernistas buscaran a través del espacio y del tiempo tesoros de belleza para volcarlos sobre las sucesivas apariciones de un mismo tiempo gris. El autor de Totalidad e infinito postula un nuevo horizonte de claves con respecto a la evasión. En sus palabras, mientras que «la necesidad de una existencia universal o infinita que admita la realización de los composibles supone en el fondo del yo la paz realizada, es decir, la aceptación del ser, […] la evasión cuestiona precisamente esta pretendida paz consigo, puesto que aspira a romper el encadenamiento del yo consigo mismo». ¿Aprecias la vocación de ruptura de este encadenamiento en versos como «“Tú serás de mayor…” / […] Una sola certeza me libraba / de tanta confusión: / si el mundo está bien hecho, habrá venganza; / aguarda una emboscada a la sibila, / un azar discordante, parecido / al acero templado del Jabato, / a la musculatura del tuerto Goliath»?

Los espejos personales muestran en su lisura abundantes espejismos, sitios especulares que propician la evasión hacia los itinerarios del conformismo. Sucede en todas las facetas de la identidad: en nuestro rol social, en los rastreos actitudinales, en las relaciones personales… Creo que la coherencia es una de las premisas esenciales que deben guiar el acontecer. Hay que saber de dónde venimos, para conocer qué nos aguarda; y hay que reconocernos en las raíces del ayer para que llegue savia nueva a la fronda de mañana. Pero en la labor de ser está también el empeño de los otros: los padres, los profesores o los libros son conspiradores necesarios para que el encadenamiento del yo en sus mutaciones se realice sin desajustes, como un todo orgánico.

En cierta ocasión, dijiste: «Nunca he gastado energías en convertir una composición en un acertijo o en un enigma inútil». Sin lugar a dudas, abogas por una línea clara en la poesía. Recordemos. Eran los años ochenta, y Juan Cobos Wilkins escribía, en La Luna de Madrid, órgano no sé si oficial u oficioso de la movida: «ya que no podemos ser profundos, seamos oscuros». ¿No crees que la expresión «arte conceptual» encierra una contradictio in adiecto?

A mí me gusta el respirar tranquilo del poema conversacional, ese que vence a la vez el ruido y el silencio. Pero no percibo mi forma de entender el poema como un monopolio exclusivista sino como una opción. Confieso que se ha erosionado mucho mi intolerancia de otros días; ahora leo con gusto espacios creativos que ayer me parecían pintorescos y entiendo mejor que lo plural es un reflejo de la diversidad que habita la ciudad del libro. Eso sí, me gusta más la luz de mediodía que el rincón oscuro. Lo conceptual no garantiza una creación estética más valiosa sino un ensimismamiento semántico que requiere claves interpretativas… Encriptar es solo jerarquizar la interpretación.

«El arte de vivir los lunes / requiere cierta práctica y algo de teoría, / saber de estratagemas y confabulaciones / y adjetivar la prosa cotidiana / con una terca voluntad de estilo», escribes en un poema de Población activa (1994). Esta articulación que se da entre palabras llanas, verdaderas, y fuegos de artificio, entre la prosa de todos los días y el lujo comedido de las sílabas cuntadas, parece ser una constante de tu estilo, de la andadura estética y vital que se aprecia en el dietario de magia cotidiana que es tu Mapa de ruta. ¿Siempre te has propuesto armonizar los portulanos de cabotaje con las cartas de navegación por la Mar Océana?

El poema «El arte de vivir los lunes» se convirtió durante años en el preferido para cerrar mis lecturas universitarias y del instituto. Era el que mejor conocían mis alumnos, acaso porque no hablaba de mí sino del largo tedio diario, de esa mansa rutina que tiene la duración de la eternidad. Así que fui aprendiendo a vivir en la inrecia y a descubrir en ella un mar de asombro.

El título «Mapa de ruta» que empleé para mi antología personal, que prologó con sabio sentido crítico Josep María Rodríguez, tiene un referente privado. He sido profesor de C. Sociales durante veinte años en el instituto y era habitual caminar por los pasillos hacia el aula con un mapa bajo el brazo y una esfera en la mano… Como si mis pasos requirieran un mapa de ruta; mis poemas también recorren los itinerarios del tiempo y así se van acercando hacia la última costa… Siguen, por tanto, siendo necesarias esas cartas de navegación que acomodan los pasos a cualquier estación de llegada, a cualquier puerto.

Søren Kierkegaard tituló su tesis doctoral El concepto de ironía. Un juego infinito de espejos, ironía dentro de la ironía, puesto que la ironía no es un concepto, sino una perpetua dilación resuelta en la cinta sin fin de un encadenamiento de rupturas. En tu libro de 1998, Un país lejano, se despliega una madeja de ironías, con la que deconstruyes uno por uno los conceptos ensartados. ¿Qué lugar le concedes a la ironía en el horizonte de tu poética?

Es una deuda manifiesta a mis lecturas de la generación del 50; estaba en los libros de José Agustín Goytisolo y en los de Ángel González, a quienes admiré con el fervor insomne del lector diario. Su amistad fue un privilegio. Y la ironía como recurso expresivo cumple funciones muy notorias: quita solemnidad al intimismo ensimismado del yo poético, pone distancia con una realidad desajustada y deja en los labios del lector una sonrisa cómplice; pocos recursos expresivos tienen efectos secundarios tan benévolos…

«Mais où sont les neiges d’antan?», repite una y otra vez el monótono bordoncillo de la «Balada de las damas de antaño» de François Villon. Rubén Darío, en el poema «Heraldos», va presentando a los distintos chambelanes que anuncian, respectivamente, a Helena, Makheda, Ifigenia, Electra y Catalina; Ruth, Lía, Enone y Yolanda; Clorinda, Carolina, Sylvia, Aurora e Isabel, y la ausencia-presencia de Ella, la Ella del poema, innominada. Uno de los poemas de Causas y efectos, de 1997, sirve de «Homenaje» a Malena, Penélope, Amanda y Aldonza-Dulcinea; Marta y María (Kodama), y Adela. ¿Qué lugar ocupa en tu obra el eterno femenino?

El sitio justo del interlocutor afectivo e intelectual; el poema «Homenajes» es un cálido homenaje a esa compañía estable de la mujer en el sendero de la escritura; sin ellas el yo no es yo. Además en cada itinerario biográfico han quedado las huellas de nombres propios que perdieron su condición individual para transformarse en arquetipos: Penélope es la espera, Aldonza lo pragmático, Malena el descubrimiento sexual, cualquier desconocida es el rostro pletórico de belleza de la esperanza… y Adela es alguien a quien conocí cuando tenía diecisiete años y con quien he compartido mi existencia hasta la fecha, el aleph que contiene vivencias que han dado textura sólida y emotiva a mi escritura.

Estamos asistiendo a una verdadera floración del género paremiológico. Son varias las editoriales que prestan una atención intensa y continuada al aforismo, como sucede con La Isla de Siltolá. La tradición del aforismo, en una u otra navegación o deriva, se afirma en nombres tales como Ramón Gómez de la Serna o Antonio Porchia, y en articulaciones que van de la greguería al filosofema, de la tangencialidad con el lirismo al ejercicio decidido de la ironía o incluso del sarcasmo. ¿Dónde situarías tu incursión en el género?

En el aforismo de pensamiento, aunque mis breverías tienen una evidente carga lírica en muchos casos. El florecimiento del género es abrumador; estamos viviendo una etapa áurea que ha multiplicado iniciativas editoriales. Como sucede siempre, queda el desbroce, saber qué nombres propios integrarán el canon y cuáles son meros transeúntes circunstanciales que visitaron ese esquema narrativo con las palomitas de quien se acerca a una sesión de cine.

Últimamente, estás llevando a cabo una tarea filológica muy relevante, a través de diversas ediciones críticas que han visto la luz en la colección Letras Hispánicas de Cátedra. En concreto, se trata de obras como Arquitecturas de la memoria de Joan Margarit; Ropa de calle de Luis García Montero, o Hilo de oro de Eloy Sánchez Rosillo. Además de la vocación didáctica que se manifiesta en la preparación de tales ediciones, ¿representan un diálogo fecundo con otras poéticas que se resuelve en la asunción de nuevos horizontes para tu propia escritura?

Confieso que hacer ediciones críticas sobre autores vivos es un disparate; entraña riesgos evidentes porque son muchas las disfunciones que existen entre el escritor y el sujeto biográfico. Procuré evitar esa decepción anunciada eligiendo para mis proyectos autores que ya habitaban la casa de mis afectos literarios y personales. Jugaba en campo propio, porque la obra de Joan Margarit ha sido una constante en mis clases y en mis empeños literarios; y lo mismo ha sucedido con las miradas críticas a Luis García Montero y Eloy Sánchez Rosillo… Así que la experiencia ha sido tan grata que ya preparo una nueva edición para Letras Hispánicas.

La doble condición de poeta y profesor ha determinado —y es un aspecto que facilitó la confianza de los responsables editoriales de Cátedra— que las ediciones no busquen el lucimiento jerárquico del erudito sino un didactismo diáfano, que sirva a la vez al lector común y al estamento universitario. La pedantería queda bien en un debate de congreso; en una edición crítica hay que ser humilde y no condicionar los acercamientos lectores.

Has dedicado una atención singular al género de la entrevista literaria. De tu autoría es el libro Palabras adentro, que recoge una extensa serie publicada en la prensa diaria a lo largo de varios años. El género de la entrevista permite articular un diálogo constructivo, lejos del discurso único y fijo. Estoy seguro de que este volumen habrá sido pródigo en enseñanzas tanto para ti como para tus lectores.

Soy un escritor enamorado del formato. Inicié mis entrevistas en El Correo de Andalucía, donde el responsable del suplemento cultural me encargó una doble página con foto sobre autores contemporáneos de primera línea; así fui desgranado diálogos con José Saramago, Ángel González, Luis Alberto de Cuenca, Almudena Grandes —por citar algunos nombres al paso, ya que realicé casi cien entrevistas, de las cuales seleccioné veintitrés para el libro Palabras adentro— que llenaron mis sobremesas de sabiduría y afecto… Así que entenderá, querido Agustín María, lo grato que ha resultado compartir con usted este paisaje. Un gran abrazo.


 

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