David González Lobo

Poemas

 

Magdolna Szonyi: Flores (litografía; foto: Imre Torok)

 



COSTURA

Tu mano hilvana la colina.
Brota un arroyo en la línea quebrada,
y el viento atraviesa el trigal y la hierba.

Tu mano traza el cielo rojo y el violeta.
En medio de la claridad del crepúsculo, 
una ráfaga de sombras. 

Llueve a raudales 
y los peces se salen del poder de tu mano.
En la cuenca vibran  los juncos 

y la estela plata del lago, bajo la niebla.


PODA Corté las ramas del aligustre. Cayó a la tierra el tiempo, un fragmento del cielo, un viejo y lejano rastro de bosque. Me quedé mirando en el nuevo arbusto las siluetas de las ramas viejas que viajaban con las nubes, con los pájaros que van hacia los árboles del Pumarejo y en los charcos donde la lluvia ya parecía reflejar yemas nuevas. El viento removió la hojarasca y en la raíz brotaron tres estrellas.
LA CUARTA ESTRELLA El tiempo son tres estrellas y tú lo sabes. Hay más y tú lo imaginas y nos miramos. Tus palabras firmes y elásticas me resguardan del viento y de la lluvia. Y esa otra estrella, toma vida propia en el deseo. Para algunos queda dicha su luz inmensa y múltiple. Tu también la contemplas y la completas con tus ojos claros. La vida avanza aunque somos huérfanos de padre y otros son huérfanos de madre y de casi toda vida, en el espejo incluso. Pero cuando reaparece esa estela de luz y cesa la lluvia nos acunamos y volvemos a estremecernos.
UN ARROYO DE MI PUEBLO Y LA LLUVIA Te bastaba mirar cómo se hundía la cascada y la fuerza con que se elevaba. Una palmera rozando el vuelo de los colibríes, las hojas, las telarañas y el viento. Pero una tarde antes de llegar a la poza, cae una esas grandes tormentas de mi pueblo. Las gotas de lluvia se convierten en diamantes. y van derramándose por la hierba. ¿Todo se detuvo? No sé; dímelo o abrázame. Y en la cascada, la estela de una serpiente coral, una flecha de luz turquesa, trepando resplandeciente la palmera. El temblor atravesó todo tu cuerpo.
EL MURO Estas ganas de darle su sonido a la piedra, sacarle su semilla, su árbol, su paisaje. El burro también pedía su caricia en la talanquera del vallado, su compañía, su mimo. Una mano maestra imploramos, el animal, la muchacha y yo, que nos haga nube la roca, en la orilla del arroyo que nos lleva hacia el bosque en nuestra nube de tristeza ladera abajo. Los hilos del agua aún nos atan a otra estrella y a su sombra.

 

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