Daniel García Florindo

Comida para perros

 

Egon Schiele: Abrazo

 


COMIDA PARA PERROS La energía de los esclavos

Leonard Cohen

I

(Mañana)

Ella trabaja duro. En el control de calidad comprueba los envases, sus formas ovaladas, cada lata perfecta, una por una, con su etiqueta: el código de barras, el código de barras, el código de barras... Él exprime la carne triturada en la misma cadena alimentaria, se impregna de un intenso olor a sangre, a músculo nervioso que fatiga las vísceras, absurdo mecanismo de meter y sacar latas y latas —piensa— mientras se sincronizan el metal, la carne y el salario de los días. II

(Tarde)

Así, en las ocho horas laborables él y ella sobreviven dejándose la piel en la cadena, pero, al llegar a casa, dejan fuera la rabia de esa fábrica infame, la producción del jefe de línea que sudaba como un perro rabioso, mientras ellos, él y ella, lo despiden, ven en él a un cachorro de loba abandonado en su tierra baldía, en el erial remoto de un perdido polígono industrial. III

(Noche y epílogo)

Porque la tarde escapa de su jauría triste y en las ascuas del día reverbera un milagro, la noche que cobija las almas devoradas por un dolor salvaje se demora sobre la cenicienta de sus cuerpos. Entonces, él y ella mutuamente ventean sus heridas, se buscan y se lamen y se buscan. Y el calor de sus cuerpos se derrama cuando bajo las sábanas sus códigos genéticos se exhuman impacientes, como el fluir de otro tiempo perturbado, médulas del suburbio que se incendian en la noche sublime. Amanece: el día trae un sol roído entre sus fauces y un olor a estiércol por los campos.


 

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