Carlos Barbarito

Árbol desatado


 

Evelyn de Morgan: Hero aguarda a Leandro

 


A María y Cecilia.
A Harold Alvarado Tenorio y Reinier Pérez-Hernández.

 



And my heart owns a doubt
Whether´tis in us to arise with day
And save ourselves unained.
Robert Frost: STORM FEAR 

      
Nada crece excepto el pasto.
Nada salta a la vista salvo alguna piedra
y lo que la piedra contiene y resguarda.
Aquí, lejos de la playa, 
lejos del sitio donde el agua
devuelve cada tanto
metales oxidados, enmohecidas maderas,
algún cadáver de delfín o tortuga.
No sopla el viento capaz de empujarnos
hacia lo entonces prometido.
Los minutos que pasan se hacen horas
pero jamás días y sí noches
que jamás consienten en ser años
y sí siglos en los que alguien muere
y otro, que lo ignora, bosteza.

 



(María Gracia Subercaseaux, Espejo)

 

Los ojos abiertos, cuando está oscuro,
los ojos cerrados, cuando estalla
el relámpago. ¿Qué
falla en el instante puro,
en la instancia más abierta y destilada?
No somos polvo ni hierba.
Y lo somos, aunque entremos al mar
y, entre olas, sepamos
que allá abajo hay plantas y peces.
¿Quién instaló muerte,
azar? ¿Quién puso llama
en el extremo de la vela,
bestias cabeza abajo,
dolor en el dolor?
¿Es todo cuanto podemos decir?
¿Y esa que, desnuda,
al pie de una cama
con sábanas revueltas,
a sí misma se contempla?
¿Dónde de sí hacia el mundo
la roca viva,
la indócil materia en bruto?

 



No todo lodo viene de la lluvia
ni toda desnudez supone deseo.
Una sombra no significa presencia de luz.
La luz se rompe cuando parece más fuerte.
¿De qué lado sopla el viento
cuando alguien pisa las hojas secas
y no se entristece por ellas?

 



(Cármides)
(A Estela Guedes)

 


I

¿En sueños? Lenta lluvia de hojas
secas, que aún no concluye. Por el aire,
lo que sin dar sombra se difunde,
lo que sin luz aparente deslumbra.
Huye de sí mismo el pájaro. Queda
un vacío que nada ni nadie ocupa.
Es niebla cuanto cabe. Es papel,
reflejo, eco. 
                   Una figura
en lo remoto se desdibuja.
Inútil esbozo, grito de animal
entre las llamas. ¿Hubo
cortina sin rasgadura,
mirada sin velo y, adelante,
agua con su cauce y desembocadura?

 


II

En silencio, con los ojos abiertos,
se sumerge. Sin testigos.
Lejos de los barcos pintados,
de los remos, del Pez
y los peces. Ahora
todo es tiempo, muerde los muros,
los hijos, arroja ceniza
sobre las ciudades.
En el fondo apenas una chispa.
Apenas algunas hojas secas,
un fruto que nadie come
en el aire se pudre.

 

 

III

 

Un árbol desatado, suspendido sobre 
la corriente.
Las preguntas de los tallos, en la savia la respuesta.
¿Quién se desnuda, se pinta el vientre,
se ofrece a la casi luz, casi penumbra?
El Eje del Mundo, el punto exacto, el centro.
Pero el deseo falla, la razón falla.
Y la casa está vacía.

 


IV

 

¿Es la vigilia ahora? Relámpagos.
Lejanos, detrás de los últimos árboles.
Tiene que haber un hombre allá,
con él una mujer. Huesos,
nervios, desdichas, palabras,
líquidos, hambre y sed.
Con ellos ni mi sombra estuvo.
Aquí sólo ras de tierra, breve océano mudo,
papeles esparcidos.
                               ¿Es la vigilia
torpe calotipo que se consume?

 


V

 

En el sitio de las olas, pozo.
Barco de frágiles vértebras, donde existo.
Se hiela la memoria al borde
de un seno oscuro, ciego. Exilio.
Quien come siente culpa.
Quien ayuna ve caer el cielo de a pedazos.
Entonces, ¿ya se dijo todo,
historia: menos que bestia, espantajo?

 


VI

 

Enfrente, figuras puestas en hilera,
desnudas o apenas vestidas
con retazos de lo que pudo ser
y no fue. Ligera niebla
entre ellas y yo,
pero de todos modos
ligera materia de extranjería,
de casi muerte.
Viven en casa hueca, sin gracia.
Vivo en casa llena, igual de descolorida.

 


VII

 

En este suelo, diseminados. Arriba,
cuanto hiela. Abajo, cuanto arde y crepita.
Sopla un juicio confuso,
que no distingue culpables
de inocentes.
                     Un insecto
empuja una bola de barro;
un niño delira por la fiebre
y ve lo que mañana
será su demencia o su arte.
Agua viscosa dentro de un cráneo.
Y en alguna parte, 
lo obviado, escarnecido, 
para tantos, sucio, impío, 
incapaz de dormir, de despertar,
vientre que ningún animal husmea,
espalda que se apoya contra muros
que apenas dan reparo
a hierbas duras, sin flores ni perfumes.
Adonde desde siempre me dirijo

      (22 al 25 de noviembre de 2002)

 



(A Federico Klemm, en memoria)

 

Desde siempre, doble: torbellino,
movimiento espiral, helicoide, 
dinámica del espacio; peregrino,
partida y regreso al origen,
al centro.
               ¿Por qué entonces,
esta tarde o noche,
un palo quemado,
alas negras y una red,
hija de lo oscuro y hermana del sueño,
negro que se vuelve verde,
manos que emergen de la tierra?

 

(26 de noviembre, 2003)

 


 

(Hummingird)

 

Forma que adopta un pensamiento,
madera de sueño, vida ingrávida;
al alcance de la mano, siempre lejos,
entre las ramas del árbol plantado
y, en el aire blanco y denso, una mancha.
Señal de que el mundo aún es próspero,
húmedo, mágico, que en la grave música
se cuela un tono menor, infancia
en cuanto se repliega y mengua:
nunca inmóvil, ágil, tras el perfume,
metáfora que cambia y permanece.
¿Quién muere ahora y quién llora?
¿Quién sabe de lo que se hunde en la tierra
o asciende al cielo sino ése?
Ése que, sin artificio, todo vértebras y plumas,
hace del eterno adiós su viento y una casa.

 



(Grosmont Castle: The Great Chimney)

 

Otros son los muertos. Flotan
en el aire del mediodía, nostálgicos
de la saciedad y la sed. Se alejan,
no se alejan. Tienen ojos que no usan,
manos que no acarician, por gusto
o temor, la pétrea materia verdinegra.
Otros llevan lámparas apagadas,
visten raídos capotes, esgrimen escudos rotos.
Nos abrazamos y es luz, retamas hasta el horizonte,
poderoso presente. Entonces,
es la respiración de cada hierba, 
apretada contra otra hierba
o solitaria, lo que se manifiesta,
nos alcanza y atraviesa, es aserrín
que un súbito soplo devuelve 
a las aserradas resignadas maderas.



I

 

Pensar el mar, ante paredes de piedra,
el mar inundando las esquinas,
las casas, los cuartos donde se ama o mata.
Bajo el agua, una luz.
Iluminado, alguien flota entre papeles y tintas negras, rojas.
El mar es cuanto se sabe y no,
inteligencia y catástrofe, aislamiento y cortejo;
una respiración antigua, una cópula sin medida,
lo ancho, lo balsámico y lo cruel,
lo que muere y se convierte en sólo fondo.
Allí van a dar los restos de algún dios, de la lluvia.
No hay otro modo de llegar a Jerusalén
                                                        -dijeron-
pero, ¿quién es capaz de tal cansancio?

 


II

 

¿Y por qué llorar a los muertos?
¿Por qué soñar y despertar y volver a soñar?
¿Cómo obtener abrigo
mientras el día queda siempre del otro lado,
las ramas se amontonan en un rincón del patio?
Enciende un fuego bajo un cielo que huye.
Arma una pasión con hojas, cáscaras, palos.
Solo, entre pequeñas bestias que amamantan
y maduran para la gravedad y no para el vuelo.
¿Una piedra puede florecer? ¿Qué espera,
entonces, qué hace allí, sucio, desnudo?
De lado a lado, ventanas apenas iluminadas,
detrás, una marca, la vejez, la costumbre.

 


 

(A Marianne Moore)

 

Excluida la idea de la inmortalidad,
quedan el polvo,
la hierba,
el agua que forma charcos,
la rama desde la que canta el pájaro,
cierto misterio que la razón
supone sombra pasajera.
Queda, en fin, la vida,
el cuarto donde una mujer se sube las medias,
el otro cuarto, acaso contiguo,
donde dos se desnudan
y se abrazan, y al terminar
se dicen, uno al otro:
no moriremos.

 


 


(Lezama Lima, último de 1976)

 

Respira. Apenas eso. En la veloz
evaporación del milagro, de ceniza a ceniza.
Del bromo, algo que roba poco a poco el aire.
No hay testigos; en lo que queda de mundo,
los perros se disputan pedazos de cartón,
algún hueso torcido, los restos de un disfraz de marino. 
Respira. Nada más. En un aire que se agota
y la vida que se hunde
como se hunden la piedra en el agua, los imperios.

 


 

¿Cómo es ahora el mar? ¿Y
el salto del delfín? ¿Y el niño afiebrado,
el miedo a las arañas, la carcoma,
la piel de la culebra, la mujer desnuda
frente a la mujer vestida que la contempla?
Hay un terreno vacío
donde hubo mediodía y una casa.

 


 

Ella se desviste frente a un espejo.
Desnuda, en otro instante
de su existencia de baya
que madura para la muerte y el deseo,
parece resignarse al eterno juego
que alterna los días y las noches,
trae mayo después de abril,
lleva y quita las aguas de las playas,
da vida y mata a cada cual, 
no importa si sintió miedo con cada relámpago,
anduvo por húmedos caminos
o durmió bajo cielos siempre en fuga.
Y sin embargo, afuera,
en lo profundo de la tierra, en plena mañana,
una oscura ciega criatura del crepúsculo
cava con sus uñas hacia arriba,
un súbito viento tira abajo
la cortina que separa al público de la escena,
un árbol en llamas atrae a las bandadas
que al fuego una tras otra se precipitan
y encuentran en las llamas pura, límpida belleza.

 


 

Humedad en la hierba,
en las manos que tocan la hierba,
sucia humedad y por eso, santa.
Se hará espeso el aire-
y por el aire, voces, semillas.
Nadar agua adentro, 
hacia donde nada sostiene,
nada calma salvo un grito, un relámpago.

 


 

 

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