Carlos García

Conversaciones con mi rival

 

AnonMoos sobre una obra de Sarang: Op-art: túnel en espiral de cuatro caras (5.º nivel, 16 iteraciones)

 


Dedicado a Zeulklús,
sacerdotisa del Sol Oculto,
aunque ella misma no lo sabe.



1.
MARTES


V    Hola, Maribel. ¿Puedo pasar?

La que pregunta es Virginia. Hace apenas una semana que se ha apuntado a los cursillos del Centro BENMA del que Maribel es la directora.

Mientras piensa “¿qué querrá ésta ahora?”, Maribel saca su lado amable y responde:

M    Por supuesto, pasa. ¿Qué se te ofrece?

V   Verás, es que llevo ya unos días viniendo a esta academia, y Eduardo, en vez de darme temas de estudio, sigue haciéndome preguntas.

Eduardo es el profesor que se le ha asignado.

M    Siéntate, por favor. ¿Cuál crees que es el problema?

V     Pues que tengo la impresión de que soy yo la que le da clases a él en vez de que él me las dé a mí.

M    Tú eres Virginia, ¿no?

Ella asintió con un carraspeo y un ligero movimiento de cabeza.

M   Verás, Virginia. Éste es un centro de aprendizaje especial. Aquí no se prepara a nadie para ninguna oposición, ni para cursos de capacitación, ni para recuperar asignaturas, ni nada parecido. Tal como indican nuestros folletos de propaganda, nosotros lo que enseñamos es a estudiar, a comprender lo que se estudia, y a sacar el mayor provecho de eso.

Virginia, que ya tiene cumplidos los veintiséis años, evidentemente no es una niña, pero no llega a comprender lo que Maribel le explica y, en consecuencia, se expresa con un gesto de extrañeza, y deja que la directora continúe.

M   Puede que te resulte extraño pero, ponte en mi lugar. Más extraño me resulta a mí saber que te has matriculado en un curso sin saber de qué va.

V    Bueno, en realidad es que no sabía eso. Fue idea de mi novio.

Su novio, Joaquín, es el marido de Maribel. Ellos, Virginia y Joaquín, creen que ella, Maribel, no sabe de su romance, pero Maribel sabe más de lo que aparenta. No en vano ha llegado a montar su propia academia sin necesidad de recurrir a turbios manejos. Ahora, prudente, se calla y deja que Virginia siga explicándose.

V    Yo, en realidad, estoy haciendo un “máster”, y no consigo entender lo que estudio. Entonces, a mi novio se le ocurrió que, lo mejor era que me apuntase aquí, porque dice que unas clases extra son un buen complemento para lo del máster.

Maribel seguía callada con apariencia de prestar atención a lo que la muchacha decía, pero pensando al mismo tiempo “con esos antecedentes, vete a  saber cómo has aprobado la carrera”.

V    El caso es que, desde que llegué, Eduardo no ha dejado de hacerme preguntas. No me ha enseñado nada, ni me ha indicado ningún libro, ni me ha dado notas. La verdad es que estoy algo perdida. No sé si estas clases me merecen la pena.

M    Si lo piensas bien, el hecho de que te hayas atrevido a hablar conmigo es ya un paso positivo en la finalidad de lo que aquí se pretende. ¿Sabes? Son muy pocos los alumnos que se deciden a hablar con la directora cuando sus estudios no van bien.

Virginia sonrió, como si hubiera avanzado en sus pretensiones. Ella era buena alumna y, por lo tanto, el malo es el profesor. En buena lógica, Maribel debería llamar a Eduardo para regañarle. Es decir que, el conflicto entre profesor y directora había comenzado con éxito.

Pero aquella sonrisa le dio la clave a Maribel, que comprendió que los estudios de Virginia habían prosperado gracias a los escotes y las minifaldas que lucía, y que lo que Eduardo pretendía no era más que hacer que los recordara. Evidentemente, tenía que hablar con él, pero no para regañarle, sino para explicarle el tipo de alumno con el que se enfrentaba.

M   Como comprenderás, antes de tomar una decisión debo consultar con tu profesor, pero no te preocupes. Para mañana ya tendré una respuesta. En cuanto llegues, te pasas a verme. ¿De acuerdo?


2.

Eduardo le confirmó sus sospechas: si Virginia quería aprender, tendría que estudiar de nuevo la carrera, si es que alguna vez la había estudiado. La realidad es que era una simple trepadora de las que se buscan la vida a base de comprometer a quienes pueden influir, a favor o en contra, sobre sus vidas.

Que intentara forzar la situación en la academia era comprensible en una mujer como Virginia pero, ¿Por qué Joaquín la había mandado allí? Él sabe que los estudios que imparte Maribel no son los normales. ¿O quizá no?

Eso debe de ser. Joaquín es muy simple. Cuando su esposa le dijo lo de la academia ya no quiso saber más. Una academia es una academia. La única diferencia entre una y otra son las clases que se dan: unas para niños, otras para mayores; unas para bachilleres, otras para licenciados; unas de matemáticas, otras de Historia, otras de idiomas. ¿Es que hay más?

Pues sí. El Centro BENMA es un claro ejemplo de que hay otro tipo de academias. Tal como dijo Maribel, allí se enseña a aprender.

La idea se le ocurrió por su propia experiencia. Desde pequeña intentó aplicar cuantas cosas le enseñaban tanto sus padres como sus profesores y, siendo aún una niña, aprendió que no todo lo que le dijeron es como debiera de ser.

Maribel se volvió crítica con cuanto le intentaban enseñar, y no digamos cuando la intentan convencer de algo que no está muy claro. Con ese ánimo, se aplicó su propio método de aprendizaje. Con el tiempo lo desarrolló, y ahora es eso lo que enseña.


3.

Pero vayamos a lo importante. ¿Debía o no hablar con su esposo sobre Virginia? Podría plantearlo como “el caso curioso de una nueva alumna”, para darle una puerta de escape por donde salir si se llegaba a ver atrapado.

No, definitivamente no. Eso le podía poner sobre aviso, y a Maribel no le interesaba que Joaquín supiera que sabía lo suyo con la muchacha. Lo mejor era dejarlo pasar hasta averiguar cuáles eran las intenciones de los amantes.


4.
MIÉRCOLES

Al día siguiente, como era previsible, Virginia volvió al despacho de Maribel, ésta vez con un aire más decidido, como el de alguien que ya ha conseguido una victoria.

Por su parte, Maribel se comportó como quien no tiene interés en el asunto y, tras indicarle que tomara asiento, le dijo:

M   He hablado con tu profesor. Creo que su método es el adecuado para tu caso. Pero hemos estado de acuerdo en que, si tú no te sientes a gusto, o no ves el rendimiento que esperas, volveremos a hablar y seré yo quién te dé las clases. ¿Te parece bien?

V    Muy bien, estoy de acuerdo. ¿Cuándo empezamos?

M    Creo que no me has escuchado bien. ¿Qué es lo que has entendido?

V    Pues, eso: que eres tú quien me va a dar las clases.

M   No. Lo que yo te he dicho es que volvieras con tu profesor, y que sólo si algo fuera mal, te las daría yo. ¿Me has entendido ahora?

V    Sí, claro.

Hubo un momento de silencio. Maribel, con los codos apoyados en la mesa, y la barbilla sobre las manos entrecruzadas, pensaba: “ésta se cree que la guerra le va a ser fácil”. Enfrente, Virginia descansaba la espalda en el respaldo del sillón, y sonreía desafiante. Fue la directora la que empezó a hablar.

M    Sí, ya veo que lo has entendido.

Virginia se inclinó hacia delante mostrando una extensa sonrisa.

V    Entonces, ¿cuándo empezamos?

M    Ya hemos empezado. Al menos yo, he empezado a ver cuál es tu problema.

V    ¿Ah, sí? ¿Cuál?

M   Que no aceptas las cosas que te dicen cuando no te interesa. Ya seguiremos en otra ocasión, pero eso no quita de que vuelvas a la clase de Eduardo.

Aquello fue un jarro de agua fría para las pretensiones de Virginia. Lógicamente, con indignación, intentó reclamar.

V    Pero yo...

Maribel fue escueta, clara y concisa.

M    ¡Ahora!

Y, como si la muchacha ya no estuviera allí, sacó la agenda del cajón y se puso a repasarla mientras la joven salía con evidente enojo.


5.

Eduardo estaba repasando unos apuntes en la sala de profesores cuando entró Maribel y le preguntó por la nueva alumna.

E    Verás, es difícil sacar partido de quien no quiere aprender.

M    Por eso te la he encargado a ti. Si hay alguien que puede hacerlo, eres tú.

E    No estoy seguro.

M    De cualquier forma, tampoco debes preocuparte demasiado. Yo le doy dos días como mucho. Antes del lunes volverá a quejarse.

E    A veces no entiendo a la gente. Se gastan el dinero sólo para poder quejarse.

M    No, Eduardo. Ésta no es de esas. Va buscando algo.

El profesor hizo un gesto de extrañeza, y dejó que la directora se explicara.

M    Oh, perdona. No te había dicho que estamos hablando del último romance de mi marido.

E    ¿Cómo? – Preguntó Eduardo sorprendido.

M    Lo que has oído.

E    Entonces lo entiendo menos. ¿Qué hace aquí?

M    Todavía no lo sé, pero de seguro que no ha venido a estudiar.

E    Me extraña que aún no lo sepas. Te conozco bien, y sé que no se te escapa una. A veces me das miedo precisamente por eso. Siempre vas un paso por delante de cualquiera.

M    No soy perfecta. Ya te lo contaré cuando lo averigüe.


6.
VIERNES

En efecto, el viernes volvieron Maribel y Eduardo a tratar el asunto, y aquel mismo día por la tarde aparecía de nuevo Virginia en el despacho de la directora.

V    Pensarás que soy tonta pero, de verdad que no puedo con Eduardo. No le sigo el ritmo. No me entero de a dónde quiere llevarme.

“Ya quisieras tú que te llevara a algún sitio”. Pensó Maribel. Pero siempre contenida, mostrando su cara amable, le dijo con naturalidad.

M    Ayer estuvimos hablando de tu caso, y hemos llegado a la conclusión de que llevas razón: sus clases no son suficiente. Deberías tomar otras de apoyo.

V    ¿Y, bien?

M    Tienes dos opciones: yo puedo darte esas clases, pero sin que dejes las suyas.

V    ¿Y la otra?

M    Te devolvemos tu dinero, y te apuntas en otra academia donde te hagan los ejercicios que necesitas para aprobar. Tú eliges.

Muy segura de sí misma, contestó sin necesidad de pensarlo:

V    Creo que tomaré la primera.

M    En ese caso tengo que advertirte de un par de cosas.

V    ¿Sí?

M    Lo primero es que, evidentemente, te saldrá más caro.

V    Oh, eso no importa.

Está claro que es Joaquín el que paga.

M    Lo segundo es que mis clases no tienen horario fijo, ni de comienzo ni de fin, y que puedo darlas en cualquier sitio.

V    Y, eso ¿qué quiere decir?

M    Que lo mismo pueden durar dos horas como diez minutos, y que lo mismo necesitamos un aula como una biblioteca.

Virginia lo pensó un momento, pero antes de que contestara ya le hablaba Maribel.

M    ¿Estamos de acuerdo?

V    Es que, así...

M    Siempre tienes la segunda opción.

V    Oh, no, no. Es que no me esperaba esto.

M    Entonces, ¿de acuerdo?

V    Sí, claro. Como tú quieras. ¿Cuándo empezamos?

M    El lunes, a las siete.

V    Vale.

M    De la mañana.

V    ¿De la mañana?

M  Al parecer, tu problema para entender las cosas va mejorando. Te recogeré en tu casa. ¿Es ésta tu verdadera dirección?

V    No, no. Quiero decir, sí. Sí es mi dirección pero...

M    No tienes que invitarme a tu casa, puedo recogerte en el portal. Lo prefiero.

V    Pero es que, es invierno. A esa hora todavía es de noche.

M    Ya lo sé. Pero eso es lo mismo para ti que para mí. Lo tomas, o lo dejas.


7.
LUNES

Como lógicamente habrá supuesto, Virginia lo tomó, y el lunes, a las siete en punto de la mañana, esperaba en su portal. Parecía bailar, pero en realidad eran saltitos y braceos para quitarse el frío.

Maribel también fue puntual. Desde un todo terreno, le hizo una señal para que subiera, y así le evitara tener que aparcar.

Durante el viaje apenas hablaron. No es que la muchacha no quisiera, sino que no tenía costumbre de madrugar, y la modorra no se le acababa de disipar.

Llegaron a un parque a las afueras de la ciudad, y pararon junto a la linde de un bosquecillo de eucaliptos cerca del lecho de un arroyo que, en esa época, a pesar de ir algo crecido apenas medía un metro de ancho.

La aurora ya permitía ver con cierta claridad. Maribel marcó un punto en una zona despejada, y le dijo a su alumna.

M    Ahora puedes imitarme, o hacer lo que se te ocurra, pero no te alejes de ese punto más de lo que lo hago yo.

Virginia aún estaba amodorrada, y no estaba dispuesta a hacer nada que no supiera de lo que se trataba, así que optó por sentarse y mirar.

Su profesora se quitó el abrigo para lucir una túnica de algodón blanca. También se quitó las botas y los calcetines, y se calzó con unos patucos también blancos.


Ya en esta forma, se alejó unos metros y caminó en círculo guardando la distancia al lugar marcado. Al principio avanzaba colocando un pie donde termina el otro. Cuando completó el primer círculo continuó como quien da un paseo. El tercer círculo lo recorrió dando saltos, como con un trote. En el cuarto empezó a bailar dando tres saltos hacia delante y una vuelta en el aire. En el quinto daba una vuelta tras cada salto. Los siguientes los continuó paseando hasta que por el horizonte asomó lo más alto del disco solar.

Con el primer rayo de la mañana, Maribel se situó en el punto marcado como centro, y con el Sol a su derecha elevó paralelos los brazos al tiempo que inspiraba. Expiró mientras los bajaba. Se giró un cuarto de vuelta a la derecha y, dando cara al astro rey, repitió la elevación y el descenso de brazos. Volvió a repetir el giro y el movimiento de brazos con el Sol a su izquierda, e igual con él a la espalda. En un quinto giro levantó los brazos al cielo, y en el sexto permaneció sin moverse más tiempo del normal antes de levantarlos en cruz.

Acabados esos movimientos, se sentó para calzarse de nuevo las botas, momento que aprovechó Virginia, ahora ya más despejada.

V    ¿Qué es esto?

M    Me pongo las botas. Es difícil conducir con los patucos, además que, ya están sucios.

V    No me refiero a eso. Me refiero a toda esa ceremonia que has estado haciendo.

M    Ah, gimnasia. Un poco de gimnasia por la mañana siempre viene bien. Ya podemos irnos.

V    Pero, pero...

Maribel ya se había puesto el abrigo, y se encaminaba al coche.

M    Te dije que podías imitarme. A ti también te vendría bien.

V    Pero es que, para verte hacer gimnasia, mejor me hubiera quedado en casa.

M    Pero entonces te habrías perdido la lección.

V    ¿Qué lección?

M    La de la gimnasia.

V    ¿Eso era la lección?

Ya dentro del vehículo, la profesora asintió con un carraspeo, y la alumna insistió.

V    ¿Es que me vas a cobrar por pasar frío y verte hacer gimnasia?

M    Oh, no. Claro que no. Eso lo puedo hacer yo sola. Te voy a cobrar para que veas la importancia de despejar la mente antes de enfrentarse a los problemas del día. ¿Lo vas entendiendo?

La muchacha se quedó cortada. Maribel continuó.

M    Ahora vamos a desayunar. Invito yo.


8.

Tanta fue la sorpresa de Virginia que ya no hablaron hasta entrar en la cafetería, sentadas y con el café delante.

V    ¿Todas tus clases son así?

M   Por supuesto. Ya te dije que yo no enseño ninguna asignatura, sino a estudiar. Tu caso es muy serio, y hay que empezar por el principio. Seguramente, tú nunca has estudiado más de lo que dura una clase, y por no aburrirte. Se ve que nunca has cogido un libro si no es para llevarlos de la casa a la clase y viceversa.

V    Oye, que no es eso.

M    No me malinterpretes. No he dicho que no seas inteligente. Seguramente que sí lo eres. Sólo he dicho que no tienes costumbre de estudiar. Ése es el problema. Tienes que crearte ese hábito, y eso no se hace sólo con decirlo. En menos de una semana te cansarías, y abandonarías cualquier proyecto.

Virginia estaba asombrada. Normalmente era ella la que calaba a sus contertulios manteniéndose impenetrable. Era su método de seducción preferido: dejar que los demás hablen y se ilusionen mientras sonríe y se muestra como dulce y angelical. Pero, se había topado con alguien que se lo hace a ella. Bueno, tampoco es que se muestre muy amable. La verdad es que más bien parece autoritaria, como la que está acostumbrada a mandar.

M    Oye, hablando de todo. Esta tarde no voy a ir por la academia. Tengo cosas que hacer. Así que, nos veremos mañana. ¿Vale?

V    ¿A la misma hora?

M    No. No hace falta. Tú puedes hacer tus propios ejercicios sola. Tampoco es cuestión de que pases frío todos los días. Ya haré yo sola mi gimnasia.

V    No, si no me importa. De verdad.

M    ¿Te atreves?

V    Sí, como no. ¿A la misma hora?

M    De acuerdo. Pero no debes dejar las clases de Eduardo. Ten paciencia con él.

V    De acuerdo.


9.
MARTES

Al día siguiente, Virginia estaba completamente despierta cuando la recogió Maribel, y durante el camino hablaron del frío y otros temas igual de interesantes.

Tampoco esa mañana se atrevió a seguir a la instructora en sus movimientos. Se limitó a observarla detenidamente, a ella y a su alrededor y, mientras la profesora extendía los brazos en cruz, también reparó en el nacimiento del astro.

Ya de regreso, sonreía y miraba a Maribel como intentando mirar en su interior. La profesora lo notó, pero continuó conduciendo como si no fuera con ella. Por fin preguntó.

M    ¿Has aprendido algo hoy?

V    Esa no era la clase. Yo he venido sólo para despejar la mente, tal como tú dijiste ayer.

M    Puede que esa haya sido tu intención, pero ten en cuenta que siempre se aprende algo nuevo.

V    ¿Como qué puedo aprender viéndote hacer gimnasia?

M    Eso no lo sé. Eres tú quien debe averiguarlo.

La verdad es que la muchacha había prestado atención, pero todo le pareció normal. Bueno, quizás no todo. Por la forma en que se movía su cuerpo por debajo del vestido, le pareció que Maribel no llevaba ropa interior, al menos el sujetador no, pero no le iba a decir eso.

V    Pues no sé.

M    ¿Cómo te sientes hoy?

V    Bien. – Dijo Virginia escuetamente.

M    ¿Por qué?

V    Pues, no sé. Te he visto bailar.

M    ¿Bailar?

V    Bueno, sí. Más que gimnasia, parece que bailas.

M    ¿Y qué más?

V    Te he visto hacer tus ejercicios, he visto el arroyo, los árboles, el Sol, el amanecer. Supongo que todo eso me hace sentir bien.

M    ¿Y no has encontrado la relación entre lo que has visto y cómo te sientes?

V    Visto así, es posible que tengas razón.

M    Entonces, ya has aprendido algo. ¿Dónde quieres que te deje?

V    En la cafetería. Hoy invito yo.


10.

De nuevo ante el café, reanudaron la conversación. Habla Maribel.

M    No vayas a creer que esa era la lección de hoy. Fuiste tú quien se empeñó en venir. Yo te tengo preparada otra cosa.

V    ¿Ah, sí?

M    Por supuesto. Esa lección ya parece que la has aprendido. Ahora puedes continuarla por tu cuenta, o inventarte una a tu medida. Ya no tienes que acompañarme.

V    No, no. No me importa. Vamos, si tú quieres. Creo que llevas razón, que me sienta bien.

M    Como quieras pero, si vas a venir, me gustaría que también tú hicieras los ejercicios.

V    De acuerdo. Una pregunta: ¿Puedo hacerlos con mi ropa, o tengo que comprarme una como la tuya?

M    Puedes hacerlo como quieras. Yo me pongo la túnica por simple comodidad. Aunque, lo mejor para empezar es que te pongas un chándal, que es lo que se acostumbra.

V    Claro, claro.

M    Bueno. No parece que la profesora sea tan autoritaria. Más bien se trata de alguien que está segura de lo que hace, y de ahí saca su fuerza.


11.

Antes de empezar las clases, Maribel y Eduardo coincidieron en la sala de profesores. Preguntó ella.

M    ¿Qué tal ayer con Virginia?

E    Iba a decírtelo. No sé lo que hiciste con ella, pero al menos me dejó hacer mi trabajo.

M    No fue nada. La llevé conmigo a la oración de la mañana.

E    ¿Qué hiciste qué?

M    Por favor, Eduardo. Siempre tenemos la misma discusión. Ya sé que tú no eres partidario de enseñar ciertas cosas a quien no está comprometido con ellas, pero yo no soy de la misma opinión. Ya sabes lo que se dice: “el secreto más oculto está a la vista de todos". Además que no le he dicho nada. Ella cree que hago gimnasia.

E    Pero no es tonta. Terminará por descubrirlo.

M    Para entonces, ya estará comprometida.

E    Nunca nos pondremos de acuerdo.

M    En eso no.

E    Si sólo fuera en eso. ¿Qué haces esta tarde?

M    Llevas razón. En eso tampoco.

E    Vamos, vamos. No sería la primera vez.

M    Mira, Eduardo. Aquello no fue lo que tú crees. Ya no se dan las mismas circunstancias, y tú no debes de fijarte conmigo. Sal, y busca a la mujer que te espera.

El profesor se había levantado, y se le aproximaba peligrosamente.

Ella se retiró convenientemente, y dijo:

M    Además, estoy con la regla.

Ésa sí era una razón convincente.


12.

La clase con Virginia la daría Maribel después de la de Eduardo. Esta vez en el aula.

¿Cuánto son uno más uno?

La muchacha sonrió. ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Tan mal la veía como para repasar la tabla de sumar?

M    Vamos, contesta.

V    ¿Vas en serio?

M    Totalmente en serio.

V    No me lo puedo creer. Dos, por supuesto.

M    ¿Estás segura?

V    Pues claro. ¿Qué tontería es ésta?

M    No es ninguna tontería, verás. Todo depende.

V    Depender, ¿de qué?

M    De lo que estemos sumando. Está claro, porque si en vez de números sumamos otras cosas, la verdad, es que pocas veces se da el resultado al que tu llegas. Por ejemplo: si sumamos personas, uno más uno pueden ser una pareja, un par de amigos, una familia, un combate de boxeo. Si sumamos vacas puede ser el principio de un buen negocio. Y si, además, esos unos no son iguales podemos tener una macedonia de frutas, un bikini para el baño, un holding de empresas...

V    Vale, vale. Lo he entendido.

M    ¿Y cual es la conclusión?

V    Pues eso. Que todo depende. Que todo es relativo.

M    No vas mal encaminada. Ahora, teniendo en cuenta esa relatividad de las matemáticas, te voy a poner un problema, a ver cuanto tardas en resolverlo.

Maribel se volvió, y escribió en la pizarra lo siguiente:

1 2 4
3 5 7
6 8 0
9

M    Tienes que averiguar qué es, y porqué. Cuando lo hayas resuelto, habrás aprendido otra lección. La de hoy ha terminado.

V    Pero...

M    Hasta mañana.

Era suficiente. Virginia ya había aprendido que, cuando Maribel acaba una conversación, no hay nada más que hablar.


13.
MIÉRCOLES

Al día siguiente, según se dirigían al parque, Virginia ya no tenía mucho interés en la conversación. Iba fijándose en todo lo que pasaba por delante de su mirada, intentando analizar cada cosa. Sus comentarios eran sobre eso.

M    Virginia, por favor. No puedo atender a todo lo que me dices. Voy conduciendo.

V    Perdona. Es que, desde que tú me das clase, veo las cosas de forma diferente. Es, como descubrir un mundo nuevo. No sé: la vida es distinta.

M    Pues, si quieres, podemos hablar de eso. Pero no me distraigas.

V    Vale. ¿Sabes qué? Creo que he descubierto el problema que me planteaste ayer.

M    ¿Ah, sí?

V    Sí. Verás. Está claro que son los diez primeros números.

M    De nuestro sistema decimal.

V    Por supuesto. Llevas razón.

M    ¿Y bien?

V    Que, sencillamente, están ordenados en diagonal. Vamos que si escribiéramos un rombo en vez de un cuadrado quedarían así.

Virginia aprovechó un pañuelo de papel y escribió.

1
3 2
6 5 4
9 8 7
0

A esto añadió:

V    Si le damos la vuelta, aparecen ordenados de esta forma.

1
2 3
4 5 6
7 8 9
0

M    Buen intento, pero no. Ésa no es la respuesta. ¿Por qué hay que darle la vuelta a lo que está correcto?

V    Bueno. Supongo que, cuando algo no coincide exactamente con lo que se espera, es justo adaptarlo para su mejor aceptación.

M    Eso es un error. ¿Debería la gallina poner los huevos en forma de cubo para envasarlos mejor?

V    Hombre. Tanto como eso, no.

M    ¿Y cuál es el límite? ¿Quién lo fija?

Hubieran seguido hablando, pero ya llegaban a su destino.


14.

Tal como habían quedado, Virginia “bailaría” con Maribel. Como aquella fuera su primera vez, usarían un cordón para que mantuviese la distancia al centro, marcado con un pañuelo en el cordel.

A Maribel no le sorprendió el atuendo deportivo de la joven, moderno, de gimnasio, con la tanga por fuera de las mallas y los hombros al descubierto. Lo que sí le sorprendió es que calzara zapatillas. Ella se la había imaginado calzando el tacón de aguja a que estaba acostumbrada. No era mal síntoma. Con eso demostraba más inteligencia que coquetería.


15.

Realizaron los ejercicios en silencio, y regresaron al coche. No hizo falta que la profesora preguntara, fue la alumna la que comenzó.

V    ¿Sabes? Hoy he aprendido otra cosa.

M    ¿Ah, sí?

V    Pues sí, verás. Mientras haces los ejercicios, pues que te vas cargando de energía, y eso lleva a lo que tú decías de “despejar la mente antes de enfrentarse a los problemas del día”.

Vaya, vaya. No le falla la memoria a la joven.

M    ¿Sabes, Virginia? Yo también he aprendido algo.

La muchacha sonrió halagada. Para ella, eso era un piropo. Maribel continuó.

M    Sí. Cuando decidí darte estas clases, sinceramente, pensé que eras un caso perdido. Algo imposible. Pero hoy creo todo lo contrario. Creo que tienes muchas posibilidades. Sólo tienes que hacerte un hábito de estudio, que es de lo que careces.

Virginia dejó de sonreír. Intuyó en aquellas frases algo que no tenía previsto.

V    ¿Quiere eso decir que vas a dejar de darme clases?

M    Oh, no. Vamos, si tú quieres. No había pensado en eso. La verdad es que no me gusta dejar el trabajo a medias. Aún te vendrán bien unas cuantas lecciones de éstas. Seguiremos, hasta que descubras el misterio de los números. ¿Te dejo en casa, o te apetece un café?

V    No, no. Hoy no. Estoy deseando llegar para ducharme. ¿Tú no?

M    Normalmente me ducho antes de los ejercicios.


16.

Eduardo estaba de pie cuando entró Maribel. Tras los saludos de rigor, inició la conversación.

E    ¿Qué tal con Virginia? ¿Has averiguado ya qué pretende?

M    La verdad es que, de ella no. Es sobre mi marido. Creo que realmente se está enamorando de ella.

E    Eso ya le ha pasado con otras.

M    Sí, pero con ésta es diferente. Ayer estuve hablando con él. Nada importante, pero le noté distinto. Tengo la impresión de que de verdad quiere ayudarla, y que por eso la ha traído aquí.

E    Pues yo no lo entiendo.

M    Pues está claro. Por una parte, él empieza a sentir el paso de los años. Salir con muchachitas le hace sentirse mejor. Es como si el tiempo no pasara por él. Su lógica es que si es amado por las jóvenes, es porque también él es joven.

E    Eso sí lo entiendo. Lo que no entiendo es que se esté enamorando.

M    Es fácil. Nosotros sólo hemos tenido un hijo que ya es mayor. Ahora está estudiando en Inglaterra, y cuando acabe, seguramente se quedará allí. El otro día nos dijo que ya tiene novia. Es decir: estamos solos, y con vistas a seguir así por mucho tiempo. Virginia representa para él una mezcla entre la hija que no tenemos, la continuación de una familia que se nos va, y la compañía de alguien a quien puede ayudar. Es decir: a sentirse útil. No sólo joven, sino además útil. Para él, yo represento el paso a la vejez, y eso le asusta.

E    Ya. Visto así. Pero tengo una duda. Si él te engaña, y tú tampoco le eres muy fiel. ¿Porqué no os separáis?

M    ¿De verdad quieres saberlo?

E    Sí. Ya sé lo que se dice: “el que busca la verdad merece el castigo de encontrarla”. No obstante, me arriesgaré.

M    Está bien. Yo lo hago por pereza. Es un trámite que no me hace ilusión, pero no porque sea desagradable, que lo será, sino porque no lo veo necesario. Cuando él quiera, que se vaya. Si yo llego a cansarme, lo haré así. En cuanto a él, supongo que está esperando a ese “amor definitivo” para dejarme. Ese amor que lo trastorne y por el que sea capaz de dejarlo todo. Y ese amor puede ser Virginia, si ella no le deja antes.

E    Y ¿por qué no lo dejaste la primera vez que te engañó?

M    ¿Estás loco? Ésa fue la vez en que me di cuenta de que le quería.

Eduardo se echó las manos a la cabeza.

E    Vamos, vamos. Que él te pone los cuernos, que tú te enteras, y ¿dices que es cuando te das cuenta de que le quieres?

M    ¿Lo ves? Sabía que no lo ibas a comprender.

E     Pero es que, Maribel, eso no tiene lógica.

M    Sí que la tiene. Es tan fácil como comprender que, si él es feliz así, eso es lo que yo quiero para él.

E    Venga, mujer. No digas tonterías.

M    No. No es ninguna tontería. Yo también tengo mi compensación.

E    Sí, claro. Hacerlo tú también sin sentir remordimientos.

M    Ves como no lo entiendes. Anda, que ya es la hora de tu clase.


17.

Maribel se sirvió una taza de café, y con él en la mano se fue al despacho.

Qué difícil es que la gente entienda lo que hace, y sin embargo es tan sencillo para ella.

No había concretado nada para la clase de hoy con Virginia. No se trataba de un despiste por su parte. Simplemente quería comprobar el interés de la joven.

La muchacha llevaba media hora con Eduardo. Ya tardaba mucho.


Con aspecto enojado, irrumpió en el despacho, y con el tono algo elevado dijo.

V    Maribel, tengo que decirte algo.

La directora levantó la cara, y sin hacer muestra alguna de ánimo, la miró fijamente a los ojos.

La alumna se detuvo a medio camino entra la puerta y la mesa de despacho. Moderó su actitud y, con tono algo más suave dijo.

V    Bueno, perdona, ¿puedo entrar?

Sin decir nada, manteniendo la misma expresión hierática, sacó del cajón del escritorio una especie de pala de madera y la levantó hasta la altura de su cabeza. Y allí la sostuvo sin decir nada, hasta que Virginia preguntó.

V    ¿Qué es eso?

M    Una tabla de cocina, de las pequeñas. Las hay más grandes, pero ésta cabe en cualquier bolso mediano. Es el tamaño que te conviene.

V    ¿Y para qué quiero yo una tabla de cocina?

M    Toma también esto.

V    ¿Qué es?

M    Una caja de chinchetas.

V    No entiendo nada.

M    Es muy fácil. Lleva siempre contigo las dos cosas, y cada vez que te enfades con alguien clavas una chincheta en la tabla. Si le insultas, clava dos, y una más por cada insulto. Si le agredes, tres, y añade dos por cada golpe.

V    Yo no le pego a nadie.

M    Me parece bien, pero debía decírtelo, por si acaso.

V    Bueno, lo que yo quería decirte es...

M    Que te has enfadado con Eduardo. Pues clava una chincheta. ¿Le has insultado?

V    No, no.

M    ¿Ni siquiera con un “sabelotodo”?

V    Bueno, algo así.

M    Pues clava dos, y otra por cada insulto. Ah, y otra por tu forma de entrar en el despacho.

Virginia la miró con un semblante mezclado de sorpresa e indignación. Maribel retomó la palabra.


M    Los malos pensamientos no cuentan. Ahora, regresa y termina tu hora con Eduardo. Después tendrás la clase conmigo.
Y con esto acabó la conversación. Maribel se puso a repasar papeles, y Virginia comprendió que ya no había nada qué hacer.


18.

M    La clase de hoy la daremos en la calle. Nos vamos de compras.

La muchacha ya se iba acostumbrando a las originalidades de su profesora, y no protestó. Pero llevaba mucho rato reprimiendo su malestar por su enfrentamiento con Eduardo, y sólo pudo aguantar hasta pisar la calle.

V    ¿Sabes lo que pasa?

M    Veamos. Corrígeme si me equivoco. Esta mañana te has peleado con tu novio, lo que te ha sacado el mal carácter. Después intentaste resolver el problema de los números, sin éxito. Tu orgullo no te permite presentarte en clase sin respuesta, aunque sea equivocada, porque darías la impresión de no haber hecho nada. En cuanto vistes a Eduardo te recordaste de que no te cae bien, y se la montaste para descargar tu enfado. Y por último quisiste abusar de la confianza que tienes conmigo para que yo culminara tu venganza regañando a tu profesor, y me olvidara del problema de ayer. En resumen: no tienes un buen día.

¿Pero cómo puede haber sabido todo eso? ¿Qué vas a hacer, Virginia? Si le mientes te va a pillar, y te verás en un compromiso.

V    No me peleé esta mañana. Fue al medio día, durante el almuerzo.

M    ¿Puedo saber el motivo? Vamos, por simple curiosidad. No contestes si no quieres.

V    No. No es que no quiera contarlo, es que es algo complicado.

M    Vale, de acuerdo. La verdad es que yo tampoco tenía nada preparado para hoy. No, no. No es casualidad, ni descuido. Verás, tengo la costumbre de, en la tercera clase, repasar lo anterior.

V    Repasar. ¿Repasar qué?

M    Pues eso, repasar. Veamos, cuéntame lo que pasó el primer día. Todo lo que recuerdes, sin omitir ningún detalle.

Virginia apenas recordaba de que iba medio dormida, y que tardó en despejarse, pero hizo un esfuerzo y consiguió un relato bastante extenso.

M    Eso está muy bien. ¿Te das cuenta de que eres capaz de recordar hasta cosas que no creías haber memorizado?

V    Oye, es cierto.

M    Pues te sorprenderá que incluso puedes recordar más de lo que has dicho, que no ha sido poco. Por ejemplo: ¿de qué color eran los bordados de mi túnica?

V    No sé.

M    Inténtalo.

V    ¿Color tabaco?

M    No. Ese era el de hoy. Es un error muy corriente pensar que algo repetitivo es siempre idéntico, y sin embargo esperamos con ansia al siguiente capítulo de la serie televisiva, siempre a la misma hora.

V    El de ayer fue coral.

M    Vas mejorando.

V    Pues no sé. Yo aún no me había desperezado.

M    Piensa un poco. Estoy segura de que puedes hacerlo.

V    Ah, ya sé. El lunes llevabas una túnica lisa, sin bordados.

M    Exacto, muy bien. Ves como sí puedes. Ahora repasemos el día de ayer. ¿Qué te dije que debías de usar de base para hallar el misterio?

V    ¿Lo de la tabla de sumar?

M    Bueno, llamémoslo así. ¿Lo has hecho?

V    La verdad es que...

M    La verdad es que cuando ves los números, vuelves a ver sólo números. Por eso, tus posibles soluciones son siempre matemáticas. Tremendamente lógicas, de lógica matemática, y por tanto inexactas en la vida real. Por cierto ¿has visto ese vestido?

V    ¿Cuál?

M    Ése de ahí.

V    Ah, sí, es precioso. ¿Entramos a verlo?


19.
JUEVES

Según se dirigían al parque para hacer los ejercicios, Virginia preguntó:

V    Dijiste que vestías la túnica por simple comodidad pero, ¿no estarías más cómoda con un chándal?

M    No. La comodidad, como otras cosas, es algo personal. Lo que es bueno para uno no tiene que serlo para otro. Yo, por ejemplo, no me sentiría nada cómoda con el tanga que llevas.

V    Oh, no es por nada. Venía con el conjunto. ¿No te gusta?

M    No. No es que me parezca mal un toque de elegancia. Sólo he dicho que yo no me lo pondría.

V    Turquesa. Hoy llevas los bordados de color turquesa.

M    Vaya. Ya veo que te vas fijando en las cosas. Eso me gusta.

V    Oye, lo de los bordados, lo de la túnica, ¿no tendrán que ver con algo?

M    Por supuesto. Tengo una túnica por cada día de la semana. A cada día le corresponde un color.

V    ¿Por algo en especial?

M    Pues sí. Así sé cual es la que tengo usada sin lavar, y no la confundo con las otras.

V    ¿Sólo por eso? Porque yo, la ropa para lavar la pongo aparte. Nunca la guardo con la ropa limpia. Así, aunque tenga dos prendas iguales, sé si una de ellas está limpia o sucia.

Maribel la miró un momento. La muchacha aprende rápido. Lo de hacerle potenciar sus facultades de observación puede traerle problemas. Ya había pensado en eso, pero no esperaba que llegaran tan pronto. En cualquier caso no le iba a mentir... ni decirle la verdad.

M    ¿Quieres saber un secreto?

V    Me encantan los secretos.

M    Normalmente vengo sola a hacer los ejercicios. Y a estas horas no suele haber nadie.

V    ¿Sí?

M    Suelo hacerlos desnuda.

V    ¿Desnuda?

M    Sí. Desnuda. Sin siquiera los patucos. Lo de la túnica es sólo para cuando vengo acompañada, o veo a alguien por los alrededores. Es lo más parecido al desnudo.


20.

M    Hola, Eduardo. ¿Qué, cómo terminasteis ayer la clase?

E    ¿Sabes, Maribel? No sé cómo lo consigues. Salió hecha una furia, y regresó como un corderito.

M    Pues te aseguro que no lo es. En cuanto controla una situación se vuelve despótica. Lo extraño es que busque pelea contigo antes de tener el control. ¿Creerá que lo tiene?

E    Eso me lleva a la vieja pregunta. ¿Qué pretende?

M    Hasta que ella se haga dueña de la situación, no sabremos nada seguro, pero creo que ya sabe que en mi matrimonio con Joaquín soy yo la que posee las propiedades y la mayor parte del capital. Yo diría que lo que pretende es analizar en qué situación quedaría Joaquín si nos divorciamos.

E    Pues lo tenéis difícil, las dos. Ella para sacarte esa información, y tú para apartarla de tu marido.

M    No, Eduardo, no. Yo no quiero apartarla de mi marido. Pero me encanta jugar con los dos.

E    ¿A qué te refieres?

M    Oh, sí. Verás, porque te afecta. El enfado de ayer no fue contigo, sino con Joaquín.

E    ¿Y tú cómo lo sabes?

M    Muy fácil. Virginia lleva toda la semana levantándose de madrugada, cosa a la que no estaba acostumbrada. El lunes intentaría hacer vida normal, o sea: las clases del máster por la mañana, el almuerzo con Joaquín y el polvo de la siesta. Después las clases aquí, un ratito para compras, y salida con los amigos porque mi marido regresa a casa para que yo no note nada. Pero el martes, el cansancio le pudo, y a la hora de la siesta realmente se durmió dejando a mi marido sin su polvo cotidiano.

E    Sigue, sigue. Ya me contarás cómo sabes todo eso.

M    Cuando Joaquín llegó a casa, tenía ganas de hablar, ya te lo dije. Sólo hizo falta un poco de provocación para irnos juntos a la cama.

E    Oye, oye. ¿Pero tú no tenías la regla?

M    Sí, pero eso no dura siempre.

E    Por la tarde estabas.

M    Pero por la noche no, y se acabó el tema si quieres que siga.

E    Vale, vale.

M    Pues bien, con las clases que yo le doy, su percepción está disparada, y ayer le notó la infidelidad que Joaquín había tenido para con ella. Ése fue el motivo del enfado.

E    Pero, ¿esas cosas se notan?

M    Por supuesto. Otra cosa es que normalmente no queramos enterarnos, pero se notan. ¿Cómo crees que yo me entero de lo que hace mi marido en mi ausencia? ¿Preguntándole? No, por favor. Mentiría como cuando le mintió a Virginia.

E    Bueno, cambiando de tema. Entonces, ya no estás con la regla ¿No?

M    Lo siento, Eduardo. Buen intento, pero yo ya estoy satisfecha para una buena temporada.


21.

Virginia se presentó a la hora de clase luciendo su mejor sonrisa.

V    Mira. Ves. Me he comprado el vestido que vimos ayer.

M    ¿Te lo has comprado?

V    Bueno, me lo han regalado.

M    ¿Tu novio?

La muchacha lo confirmó con un gesto y una sonrisa más amplia.

M    O sea, que habéis hecho las paces.

V    Sí.

M    Eso está bien. A ver tu tabla.

V    ¿La tabla?

M    Sí, la tabla. La de cocina, la de las chinchetas.

V    Oh, bueno, verás. No he clavado ninguna.

M    ¿De verdad? Eso quiere decir que no te has enfadado con nadie. ¿Ni siquiera con Eduardo?

V    Lo siento, pero dijiste que los pensamientos no cuentan.

M    De acuerdo. Pensaré que llevas razón. Pero he de advertirte que, si lo que intentas es engañarme, en realidad te engañas a ti misma.

V    No, de verdad. Te lo prometo. No me he enfadado con nadie. Palabra.

M    Vale, vale. Empezaremos la clase de hoy.

V    Bueno, también quería decirte que he resuelto el problema de los números.

M    ¿Ah, sí?

V    Sí. Basándome en lo que dijiste de que son algo más que números, y en que sueles repasar después de dos clases, he llegado a la conclusión de que es tu sistema de enseñanza. El uno es la primera clase; el dos la segunda; el tres, como es de repaso, lo colocas en una fila más abajo; y así sucesivamente.

M    Has mejorado mucho. Eres muy buena, pero no. De ser lo que tú dices, lo lógico sería escribirlos así:

1 2
3
4 5
6
7 8
9

M    O también en dos líneas, con el orden de las clases arriba, y el de los repasos abajo. Algo así:

1 2 4 5 7 8
3    6    9

V    Oh, vaya.

M    No te preocupes. No vas mal encaminada. Pero deja eso por ahora y vamos a la lección de hoy. Yo la llamo “el buen y el mal negocio”, pero puede ser aplicado a cualquier cosa. Mira:

Maribel dibujó en la pizarra un círculo, y otro mayor alrededor del primero.

M    El círculo interior representa a un objeto cualquiera. Pero cuando hablamos de algo vivo, además de la materia tenemos que contar con su entorno. El entorno es el espacio donde se mueve, y sobre el que actúa. Es el círculo exterior.
Perdona. ¿Has dicho “algo vivo”?

M    Sí. Hay cosas que normalmente consideramos simples objetos, pero que también tienen un entorno. En esta clase consideraremos que también ellas están vivas aunque, para no liarnos mucho, no hablaremos de eso, hoy. Nos centraremos en el ser humano. Pues bien, el ser humano vive en sociedad. Hay otros puntos, que también tienen su entorno. Con uno más será suficiente.

Y la profesora dibujó otros dos círculos concéntricos semejantes a los que ya estaban dibujados.

M    La sociedad, representa compartir todo o parte de los respectivos entornos de forma que se forma un entorno mayor común a ambos.

En la pizarra, un nuevo círculo rodeó a los existentes.

M    Pues bien, si la sociedad creada prospera, sus integrantes suman el entorno social a su propio entorno, hasta el punto en que éste (el propio) tiende a desaparecer, o al menos a disminuir en gran medida.

Maribel borró los círculos que representaban a los respectivos entornos individuales.

M    De esta forma, cada individuo goza de su entorno, del común, y el del otro. Ése es el éxito, el buen negocio que beneficia a todos.

V    Vale, pero eso no es real. Y me extraña, porque a ti te gusta hablar de “cosas reales”.

M    Llevas razón, pero es que aún no hemos hablado del mal negocio. Verás. El mal negocio se produce cuando, en una sociedad, uno de los individuos sólo ve el beneficio del otro. En ese caso, el “envidioso” conserva su entorno propio, y expulsa al otro individuo del entorno común, quedándose con todo.

Y Maribel borró uno de los círculos interiores, y lo dibujó afuera, y volvió a dibujar el entorno del que quedaba dentro.

Virginia se apresuró a decir.


V    En ese caso, el que se queda con todo es el que ha hecho un buen negocio.

M    ¿De verdad crees eso?

V    Está claro. ¿No?

M    Pues no. ¿Has oído aquello de que “lo que fácil llega, fácil se va”?

V    Sí, claro. Pero, es indiscutible que uno lo tiene todo, y el otro no tiene nada.

M    Eso no es cierto. Es verdad que, algunas personas no pueden superar el fracaso, y que pueden acabar trágicamente. Pero no es cierto que se queden sin nada. Para seguir vivos, necesitan crear un nuevo entorno con el que hacer nuevos negocios. En cambio, el “ganador” está rodeado de un entorno que no es el suyo, que no puede controlar y que, poco a poco, irá perdiendo hasta quedarse sólo con el que ya tenía, y aun con menos, y será difícil que haga otros negocios, al menos con el mismo individuo. Ese tipo de éxitos son efímeros. Piénsalo.

Claro que lo pensaría. Empezaba a creer que Maribel hablaba de ella. ¿Sabía que compartían al mismo hombre? Y si lo sabía ¿por qué le daba clases? ¿Era ésta su venganza? No, no es posible. Pase que te afee tu conducta en clase, pero nunca hizo la menor alusión cuando vais a hacer gimnasia. Hay algo que no cuadra.


22.

Al llegar a casa encontró a Joaquín algo nervioso. Ya era raro que llegase antes que ella. Esperemos a ver qué dice.

J    Oye, Maribel, verás. Quería decirte que me ha salido una representación para este fin de semana.

Joaquín es promotor. Tiene un concesionario de automóviles. La representación a que se refiere es para promocionar la ventas de algún modelo nuevo.

M    Ah, muy bien. Me alegro.

J    Bueno. Nada serio. Ya sabes, un par de horas de grabación... y después, la presentación oficial. Lo peor son los previos: el guión, el maquillaje...

M    Bueno, pero no es la primera vez. Eso es fácil para ti.

J    Si, bueno. El caso es que, no es aquí.

“Aquí” es en Madrid.

M    ¿Ah, no?

J    No. Habíamos pensado hacer el spot en Valencia. Ya sabes: la playa, la ciudad...

Vamos a ver, Maribel. Está claro. Virginia no le ha perdonado hasta que no le ha comprado el vestido. Eso debió de ser después de las cinco, cuando abre la tienda. Ella va a clase a las seis. No les dio tiempo de enredar las sábanas. Así que, desde el martes que lo hizo contigo, no ha vuelto a tener relaciones con nadie, y por eso quiere darle un homenaje a su novia durante el fin de semana como prueba de su arrepentimiento. ¿Qué vas a hacer?

Faltaría más. Eso es. Primero te abrazas, y le rodeas el cuello con tus brazos, apretando tu cuerpo contra el suyo. Y le dices susurrante.

M    ¡Qué bien, cariño! Dentro de poco serás el rey del automóvil. No sabes cuánto te quiero.


23.
VIERNES

En la madrugada del viernes, Virginia, callada, intentaba notar en Maribel algún indicio que sumar a sus sospechas, pero sin éxito. Por fin se decidió a hablar.

V    Perdona, Maribel. ¿Los fines de semana también vienes?

M    Vengo siempre que puedo. ¿Por qué?

V    No, por nada. Es que yo me suelo ir al pueblo, con mis padres.

M    Pero eso no importa. Ya sabes hacer los ejercicios tú sola. Seguro que allí encuentras algún sitio a propósito. Yo, cuando no puedo venir, los hago en casa. No es lo mismo. Tengo que apartar los muebles y soportar que mi marido se meta conmigo.

V    ¿Ah, sí?

M    Sí. Dice que estoy loca. Incluso lo dice por el solo hecho de que venga aquí. “Que a dónde voy con tan mal tiempo”. En fin. Cosas que pasan.

V    ¿Es que vienes cuando llueve?

M    Y cuando nieva. Ya es una costumbre.

V    ¿Y te desnudas también cuando nieva?

M    Claro. Es más: lo hago con la tranquilidad de saber que, de seguro, no hay nadie mirando.

V    Perdona pero, es que no te imagino desnuda bajo la nevada.

M    Pues créetelo.

V    Entonces, ¿no te importa que no te acompañe?

M    En absoluto. Te recuerdo que si vienes es porque quieres.

Bueno, algo le has sacado. Es la primera vez que te habla de su marido. Claro que, lo que te ha dicho no es mucho. Habría que interpretarlo pero, que diga de su esposa que “está loca” no es un síntoma de que se lleven bien.


24.

En el Centro BENMA, la actividad de los viernes se concentra por la mañana. Muchos alumnos se van a medio día para disfrutar del fin de semana. Los que quedan por la tarde están deseando salir, y sólo se imparten las clases imprescindibles. Por supuesto que tampoco se espera a Virginia.

Eduardo aprovecha unos minutos que tiene libres para hablar con la directora.

E    Oye, Maribel. He pensado que, quizás te gustaría venir el domingo a la Escuela.

La “Escuela” no es el colegio, ni el instituto, ni siquiera una reunión de antiguos alumnos. Se trata de un grupo de personas que se reúnen periódicamente para leer libros de filosofía y cosas por el estilo. Algunos dicen que es una secta, y sería cierto de no ser porque no tienen un “maestro”, o como se llame. Eduardo es socio de ella, pero Maribel lo dejó hace ya algunos años.

M    La verdad es que me vendría muy bien. El caso de Virginia me cansa, me agota. Me conviene un poco de relajación. Pero no va a ser posible.

E    Venga, vamos. Anímate. Aunque ya no pertenezcas a ella, sabes que allí todos te quieren y te aprecian.

M    Ya lo sé, pero no es eso. Ya te he dicho que me gustaría.

E    ¿Entonces?

M    Estoy esperando una llamada.

E    ¿Ah, sí?

M    Sí. Si todo sale bien, dentro de un rato me llamarán para recoger a mi hijo en el aeropuerto.

E    No me habías dicho nada.

M    Es que no es seguro, pero cuando hablé con él el otro día, me pareció entender que quería presentarnos a su novia, y cuanto antes. Si no vino el fin de semana pasado, será éste. Como mucho, el que viene. Espero que sea éste. Ojalá.

E    Y ¿por qué éste es especial?

M    Ah, no te he contado. Joaquín y Virginia planean pasar el fin de semana fuera. Si viniese nuestro hijo, con su novia, tendrían que cambiar de planes.

E    ¿Y si no viene?

M    Tampoco hay problema. Él lleva de nuevo mi marca. Pero mejor que sea así. ¿No crees?

E    Te lo he dicho muchas veces: me das miedo.


25.
LUNES

El nerviosismo de Virginia la mañana de aquel lunes era evidente. No hablaba, y tampoco miraba a nada. Parecía darle vueltas a algo dentro de su cabeza. Maribel tampoco decía nada.

Llegados al bosquecillo de costumbre, con los abrigos quitados, a punto de comenzar, Virginia dijo su primera frase.

V    Oye, Maribel. Que si quieres hacerlo desnuda, que a mí no me importa.

M    Pero a mí sí. ¿Empezamos?


26.

Al acabar, antes de ponerse los abrigos, Maribel preguntó:

M    ¿Se te ha pasado ya?

V    ¿El qué?

M    El enfado.

V    ¿Tanto se me nota?

M    Pues, sí. ¿Otra vez tu novio?

V    No es nada. Ya se arreglará.

M    Ven. Ponte de cara al Sol. Con los ojos cerrados, por supuesto. Levanta los brazos en cruz, tomando el aire lentamente. Así, lentamente. Tanto como puedas. Eso es. Retenlo un momento, toooodo lo que puedas, y sueeeéltalo tan despacio como lo tomaste. Así, eso es, hasta vaciar por completo los pulmones.

Acabado el movimiento, Virginia se echó una mano a la cabeza.


M    ¿Te pasa algo?

V    Nada, nada. Un ligero mareo.

M    Suele ocurrir. No es grave. Por eso no debe hacerse a menudo.

V    Pero, ése era el último ejercicio.

M    Así es.

V    ¿Por qué no funcionó antes?

M    ¿Quiere eso decir que ya no estás enfadada?

V    Bueno, no tanto como antes.

M    No funcionó porque esa parte de acompañarlo con la respiración no lo haces bien. A pesar de que ha aumentado tu capacidad de observación, en eso no te has fijado nunca, y respiras como de costumbre, sin acompasar el movimiento con el flujo de aire.

Ya en el coche, de regreso.

M    ¿Sabes, Virginia? Estoy pensando que, deberás poner otra chincheta en la tabla.

La muchacha sonrió. Tenía gracia. ¡Si supiera lo del enfado! Y ella pensando en la tabla. Pero bueno, ya estaba más calmada, y hasta sonreía.

V    Tengo que poner dos.

M    ¿Dos?

V    Sí, dos.

M    Y, ¿qué tal con los insultos?

V    Eso no. No fue por falta de ganas, pero no pude hacerlo.

M    ¿No?

V    No. Con uno fue por teléfono. Me limité a cortar la comunicación.

M    ¿Y con el otro?

V    ¿Con el otro? Bah. Al otro... mejor cambiamos de tema.

M    Vale.

Normal. El “otro” es “otra”, y está hablando con ella. Evidentemente, no se lo va a decir.


27.

Eduardo la estaba esperando impaciente.

E    ¿Qué tal el fin de semana?

M    Ah, fue maravilloso. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un fin de semana. Verás, a poco de hablar contigo me llamó mi marido para recogerme, y que fuéramos juntos al  aeropuerto.

E    ¿De veras? Eso es que tu hijo ha venido. ¿No?

Sin ocultar su alegría, Maribel afirmó con un gesto.

E    Enhorabuena. Tus planes se van cumpliendo.

M    Sí, ¿no es emocionante? Mi hijo y su novia. Luego te cuento.

E    ¿Y lo de Virginia?

M    Pues eso. Luego te cuento.


28.

Aquella tarde, Virginia no fue a dar su clase con Eduardo, y entró directamente en el despacho de Maribel con claros síntomas de enojo, y gritando.

V    ¿Se puede saber qué has hecho? Eres... eres... eres una tramposa. Una lianta, mentirosa, lagarta.

Sin inmutarse, la directora apoyó los codos sobre la mesa, y la barbilla sobre las manos entrelazadas.

M    Te vas superando, Virginia. Ya no usas a Eduardo como excusa.

V    No te hagas la disimulada. Sabes bien de lo que hablo. Toma. Tu tabla, y tus chinchetas. Ya no quiero más contigo.

M    ¿Hablamos de qué, o de quién?

V    ¿Pero, es que no sabes lo que has hecho?

M    ¿Otra pelea con tu novio?

V    Sí, otra pelea. Y todo por tu culpa.

M    ¿Por mi culpa? ¿Qué tengo yo que ver con tu novio?

Virginia se sintió desconcertada. ¿Sería verdad que no sabía nada? ¿Estaba metiendo la pata?

Maribel se levantó lentamente, y se colocó de pie, apoyada contra la mesa, dándole cara a la muchacha.

M    Mira. Es normal que, cuando adquieres ciertos conocimientos, la vida cambie para adaptarse a ellos. Eso puede traer problemas en nuestro entorno, pero nunca afecta a los sentimientos. Si tus sentimientos son sinceros, tú no dejas de querer a nadie. Es como si me dijeras que por estudiar una carrera se rompe una relación. Es absurdo. Puede que eso te ayude a optar a un mejor puesto de trabajo, a ganar más dinero, pero nunca, nunca, a romper con tus seres queridos.

V    Pero tú... Tú...

M    ¿Yo, qué?

Virginia, no sabes dónde te estás metiendo. ¿Es que le vas a confesar que tu novio es su marido? Te has precipitado. Cambia de tema.

V    Tú no tienes un título. Nunca terminaste la carrera.

M    Es cierto pero, sinceridad por sinceridad, yo tengo un negocio que dirijo, sin necesidad de título. Tú tienes un título, una carrera, pero no puedes ejercer porque no sabes qué has estudiado. ¿Por qué estás aquí, Virginia? ¿Has venido a aprender, o a asegurar tu noviazgo? ¿Has venido sólo porque él te lo dijo?

No. A eso no puede contestar. Le está viniendo la crisis. Está inmóvil, aprieta los puños y las lágrimas le afloran a los ojos, pero no quiere llorar.

Maribel se le acerca, y la toma por los hombros. Virginia apoya la cabeza en su hombro, y por fin rompe en llanto. Las dos mujeres se abrazan como viejas amigas.

M    Venga, venga, muchacha. Calma, calma. ¿Estás mejor? Ven. Siéntate aquí. ¿Quieres un vaso de agua? ¿Tienes pañuelo?

V    Sí, vale. Ya se me pasa.

Lentamente, Maribel se agachó para recoger del suelo la tabla y la caja de chinchetas, y regresó a su asiento.

M    ¿Sabes qué voy a hacer? Voy a colocar una chincheta por tu enfado, dos por los insultos, una por lo de mentirosa, otra por lianta, y otra por tramposa.

V    ¿Otra por lagarta?

M    Gracias. Se me había olvidado. Y he de suponer que no empezaste enfadada aquí. ¿Cuántas más pongo?

Virginia no daba crédito a lo que estaba viendo. Le estaba haciendo lo mismo que por la mañana. Y, como entonces, le hacía sonreír. De nuevo su enemiga la hacía sonreír. ¿Cuál era su secreto?

V    Catorce. Pon catorce más.

M    Vaya, vaya. Ha sido fuerte. ¿No habrá habido golpes?

V    No, no. Ya te dije que yo no le pego a nadie.

M    Eso está bien. Mira, si quieres, me lo cuentas e intentaré ayudarte.

V    No, no. Es todo... muy complicado.

M    Pues tendrás que buscar una solución pronto, porque cada vez las agarras más fuertes.

V    Está bien. Verás, es que, todo esto me está cambiando la vida.

M    Eso ya te lo dije, pero sigo sin ver en qué afecta a la relación con tu novio.

V    Pues eso. Que ya no me apetece lo que antes hacía.

M    Ya he notado que te vistes más... normal.

V    ¿Lo ves? Pues eso, que mis amigos también lo han notado, y creo que me miran de forma distinta a como antes. Incluso ayer, con mi novio. Estábamos en la cama, y no me apeteció.

Espera un momento. ¿Ayer? Ayer no estabas con Joaquín. Ah, claro. Es que tú llevas ya una semana sin hacerlo. ¿No será que te has buscado un amante ocasional, y ya en el tema te diste cuenta de que ibas a hacer con él lo mismo que hace tu novio contigo? Eso está bien. Es el primer indicio de un cambio de conciencia.

M    Pero, eso puede obedecer a otras causas. Si quieres, dejas de hacer los ejercicios de la mañana. Eso te dará más tiempo de descanso.

V    No, no. Quiero seguir.

M    ¿Estás segura?

V    Sí, sí. Ya sacaré tiempo de otro lado.

Eso no te costará mucho. Con que dejes de salir a tomar la cerveza de las noches con los amigos será suficiente.

M    Como quieras. Pero tómatelo con calma. Hoy no daremos clase. Vete a descansar.

V    Pero, si yo quiero.

M    Pero un descanso te vendrá bien. Hazme caso. Además que, después de esto, yo también lo necesito. ¿Nos vemos mañana?

V    Nos vemos.


29.
MARTES

Al día siguiente, Virginia estaba muy calmada, como si no hubiera pasado nada. Y se fijaba en todo lo que pasaba al alcance de sus ojos. La misma Maribel estaba sorprendida de aquel cambio aunque, la verdadera sorpresa vino después.

Cuando se preparaban para realizar los ejercicios, la joven no se limitó a quitarse el abrigo. Continuó con el resto de la ropa hasta quedar completamente desnuda, y esperó a que su compañera hiciera algún comentario. Pero Maribel se limitó a decir:

M    ¿Comenzamos?

V    ¿Tú no te vas a desnudar?

M    No.

Pero, inmediatamente, sonrió y dijo.


M    Quizá otro día.

Y le lanzó el extremo del cordel para iniciar el baile.


Al terminar, Virginia volvió a esperar el comentario de la que ya consideraba, con restricciones, su amiga. Pero sólo escuchó:

M    Vístete. Vas a coger frío.


30.

La joven subió al coche algo decepcionada. ¿Qué ha salido mal? Maribel la miró desde su asiento, sonrió y le dijo:

M    No te preocupes mujer que sí.

V    Que sí ¿qué?

M    Que te lo voy a preguntar. ¿Porqué lo has hecho?

V    ¿No lo sabes?

M    No.

V    Por fin. Ya era hora. ¡Hay algo que no sabes!

M    Venga, no seas tonta. Suéltalo ya.

V    No quiero que te pienses otra cosa pero, es que ayer, me fui a casa, a descansar, como tú dijiste, y me puse a pensar. Entonces me pregunté: “¿Cómo puedes hacer lo que haces? ¿Cómo puedes convertir a una fiera como yo en un ser sensato? ¿Cómo puedes devolver la tranquilidad, así como así?”. Y entonces me dije que quería ser como tú, hacer esas mismas cosas, y decidí imitarte. Una buena forma de aprender a ser como tú, es sentir las mismas cosas que tú. Y como tú dijiste que lo haces desnuda, pues por eso lo he hecho.

M    Si de verdad me querías imitar, no debiste quitarte la ropa. Yo no lo hice.

Vaya chasco.


V    Llevas razón.

M    Además que no debes de imitarme. Tú tienes que ser como tú, y no como yo. No me hace gracia la idea.

V    ¿Por qué? Yo conozco mucha gente que estaría feliz de saberse imitado.

M    La gente que imita nunca llegará a ser el personaje imitado. Y mientras lo hagan, no tendrán personalidad propia.

V    Pero, yo pensaba...

M    Mira. Una cosa es que aprendas de mí, y otra que me imites. Debes de aplicar lo aprendido a lo que eres. Si ya has tenido problemas con tu novio, no te falta más que te presentes como alguien que él no conoce. Le desconcertarías. Entonces sí que se apartaría de ti.

V    Visto así. Entonces ¿ya no me desnudo más?

M    Si es por imitarme, no.

V    Vaya.

M    Pero, estaba pensando que, en una de mis clases debo de enseñarte a sentir, y ya que has empezado, podríamos hacerlo cualquier día después de los ejercicios. Si los hacemos desnudas, ya adelantamos la clase.

V    Bien.


31.

Aprovecharon un momento largo sin trabajo para que Eduardo se pusiera al corriente de todo, incluidas las novedades, salvo en lo del desnudo de Virginia. Aunque el profesor sabía controlarse, Maribel no quería disparar su imaginación. De hecho, ni siquiera sabía que ella se desnudaba para la ocasión.

E    Vamos, que la tienes comiendo en tu mano.

M    Ojalá. Aún es peligrosa. Todavía tiene que soltarlo todo. Oye, ¿por qué no sales tú con ella? Últimamente está falta de cariño, y a ti tampoco te vendría mal.

E    ¿Dejar de cortejarte? Eso nunca. Tú eres única.

M    No tienes por qué. Pero tampoco tienes que privarte de una alegría de vez en cuando.

E    No, mujer, no. No está bien que un profesor salga con su alumna.

M    Vamos, Eduardo. Que esto no es el instituto.


32.

M    Bien, Virginia. Creo que vamos a hacer una variación con lo de la tabla. Creo que ya la tienes suficientemente llena, y que has aprendido una buena lección. Verás, sin dejar de clavar otras por los motivos que ya sabes, ahora deberás desclavar una chincheta por cada vez que pidas disculpas, o te excuses por algo mal hecho. Ah, y no vale el “perdona bonita”.

V    De acuerdo. Entendido.

M    Bien, continuaremos con “el buen y el mal negocio”. Casos de aplicación. Pon algún ejemplo.

V    Oye, Maribel. Yo, antes de empezar la clase, quería decirte que...

M    No, pequeña, no. No te vas a librar de mis clases con la facilidad con que lo hiciste de las de la Universidad. Ahora, piensa y pon un ejemplo en la vida real, y lo analizaremos.


33.
MIÉRCOLES

Al día siguiente todo sucedió de forma normal hasta que, desnudas las dos, la una frente a la otra sosteniendo los respectivos extremos del cordel, Virginia hiciera el comentario.

V    Tienes un cuerpo muy bonito. No te imaginaba así.

Maribel no contestó. Se giró para iniciar a andar y, conforme avanzaba, dijo.

M    Ve contando los pasos, hasta completar el círculo.

Tras eso, también contaron los que daban según aceleraban el ritmo, y los saltos. Cuando acabaron las series y mientras recorrían el círculo andando normalmente, Maribel marchaba comentando.

M    Ahora, despierta los sentidos. Mira a tu alrededor. Nota cómo se hunde la hierba bajo tus pies, cómo el aire trae el olor de los eucaliptos, el sonido del viento entre las ramas.

Cuando el Sol ya se anunciaba, se colocaron en el centro, y la instructora relataba los movimientos, y la respiración acompasada, para que la alumna los realizara sin tener que mirarla.

Al acabar, Maribel se dirigió al arroyo y metió los pies en él.

V    ¿Qué haces? – Preguntó Virginia.

M    Me lavo. Es incómodo ponerse el calzado con los pies sucios.

Pues claro. ¿Que otra cosa podía ser?

M    Oye, por cierto. Ya que estás ahí, tráete la toalla que está en el asiento de atrás del coche. Por favor. Se me ha olvidado.

Virginia pensaba ducharse al llegar a casa, y ya estaba medio vestida. Hizo lo que se le pedía, y acabó de vestirse mientras esperaba al lado de su amiga, hasta que ella hizo lo mismo. Entretanto le comentó.

V    ¿Sabes qué? Has hablado de todos los sentidos, la vista, el tacto, el olfato, el oído. Pero el gusto, ¿cómo se ejercita el gusto?

Maribel sonrió.

M    Eso, ahora después, cuando tomemos el café.


34.

Ya de regreso, la muchacha volvió a comentar.

V    He notado que tú no hablas mucho antes de los ejercicios.

M    Vaya. Mucho has tardado en darte cuenta. Yo también he notado que llevas dos días muy tranquila. ¿Arreglaste lo de tu novio?

V    Sí, y no. Estoy pensando en cortar con él, pero no me decido.

M    ¿Es que ya no le quieres?

V    No, no es eso. Es que quizás tú lleves razón. A lo mejor es que no es “un buen negocio”.

Claro que se lo piensa. No puede cortar con Joaquín hasta que no encuentre otro que le pague las facturas.

M    Haz lo que quieras, pero ya te lo dije. Si le quieres, nada podrá entorpeceros, por difícil que parezca.

V    No sé. Las relaciones de pareja son tan difíciles. ¿Tú nunca has tenido problemas con tu marido?

M    Por supuesto que sí. Pero, hasta ahora, creo que he sabido resolverlos.

V    ¿Cuál ha sido la situación más difícil entre vosotros?

Vaya, vaya. Por fin la niña ha encontrado la ocasión para llevarte a su terreno. Sabes que lo que quiere es medir sus posibilidades. ¿Vas a dejar que lo haga?

M    ¿La más difícil? Todas. ¿Te crees que es fácil bregar con un marido y un niño? ¿Por qué te crees que dejé los estudios? ¿Crees que fue fácil para mí aceptar eso?

V    ¿Por qué no continuaste después?

M    Para cuando mi hijo creció, y dejó de darme problemas, ya me había tenido que enfrentar a otros, de otra clase. No me quejo. Con ellos aprendí que el mundo no es como nos lo cuentan. Que la realidad es otra. Así fue como se me ocurrió la idea de montar el Centro. Me dije que era importante que otras personas supieran esto mismo. Y ya ves: no me va mal.

V    ¿Qué cosas no son como nos las cuentan?

M    Prácticamente todo. Se nos educa en el sueño de lo que debería ser, un mundo ideal hecho a nuestra conveniencia; y para defender ese sueño condenamos todo lo que se le oponga, sin valorar si es bueno o malo. Y creemos que llevamos razón porque solemos superar el trauma de “los reyes magos”, y el del “ratoncito Pérez”. Con el de “la cigüeña que viene de París” empezamos a tener dudas, pero continuamos aferrándonos a lo prescrito, por comodidad. Y por fin te casas.

V    ¿El matrimonio también?

M    También. Te casas con la ilusión de la boda, el traje blanco, la alegría de los invitados, la luna de miel, y llegas a creer que el tuyo será un hogar donde reinen la paz, el amor y la armonía, y cuando todo eso pasa te encuentras repasando facturas, trabajando para un marido que sólo ves por la noche, y dándole el pecho a un niño que nunca te lo agradecerá.

V    ¿Tan mal te va?

M    Oh, no. Me va muy bien. Sólo te estoy diciendo que estas cosas no son como te las cuentan. Yo tuve que aceptar eso, y aprendí a vivir con ello.

V    Entonces, ¿qué es para ti el matrimonio?

M    Buena pregunta. Está claro que para mí no es ese vínculo sagrado que me enseñaron de pequeña. Tal como hoy está concebido, es un simple contrato en el que pesan más los intereses que el afecto.

V    Entonces, ¿no existe el matrimonio?

M    Sí que existe, pero no de esa forma. Ya te lo he dicho. Cuando quieres a alguien, lo quieres sin papeles. Ellos vendrán después, y si no vienen no pasa nada. Lo de la virginidad, otro cuento para que la mujer no se vaya tan fácilmente. Si no conoce a otro, su marido siempre será el mejor. La mayoría de los hombres ha tenido varias experiencias antes del matrimonio, por eso son infieles, no por naturaleza como se dice.

V    Y tu marido, ¿es también de esos?

M    Por supuesto.

V    ¿Qué tu marido te ha engañado?

M    Pues sí. Él es un hombre sencillo. No iba a ser la excepción.

V    ¿Y dices que no pasa nada en tu matrimonio?

M    No pasa nada “anormal”. Ya te lo dije: cuando quieres a alguien, le aceptas, y basta. Yo ya sabía algo de sus aventuras de soltero. Me guardó fidelidad durante mucho tiempo, lo cual es de agradecer. Cuando volvió a faldear, yo ya pensaba como ahora.


35.

Llegaron al café, pidieron la consumición y se sentaron como lo hacen las amigas de toda la vida. Virginia ya había decidido ducharse más tarde. El tema le interesaba, y era ella quien lo conducía. O al menos, eso creía.

V    Sigue contando. ¿Cómo te enteraste?

M    Fue gracioso. No te lo vas a creer. Resulta que, casi desde el principio, pusimos en el Centro un teléfono con localizador de llamadas, para evitar tonterías, ya sabes.

V    ¿Sí?

M    Sí. Y al pobre no se le ocurre otra idea que llamar desde casa para matricular a su novia en el Centro. Naturalmente, la recepcionista reconoció el número, y me lo contó.

La cara de Virginia se mudó por completo. Vamos que, de haber sucedido de otra forma, esto habría sido suficiente para delatarse. Sin embargo, Maribel continuó como si nada hubiera pasado.

M    Sí, hija. Perdona que te llame así, pero eres muy joven. Yo, ya te conocía desde antes de que pisaras el Centro.

V    ¿Lo sabías?

M    Pues claro. Ya sabes que no soy tonta.

V    ¿Y no te importa?

M    Vamos, vamos. Claro que me importa. El que acepte que mi marido sea un “cabeza perdida” no quiere decir que me haga gracia.

Virginia se levantó sin saber reaccionar. ¿Qué podía decir? Vamos, dilo.

V    Entonces, yo tenía razón. Eres una lianta.

M    Tanto como eso no. Cálmate, y siéntate por favor. Las cosas han venido así. Yo no planeé la llegada de nuestro hijo para fastidiaros el fin de semana. Tampoco me puedes echar la culpa de que a mí también me apetezca acostarme con mi marido de vez en cuando. La diferencia está en que yo no me enfado porque lo haga contigo.

V    Pero, pero...

M    Cálmate, o tendrás que clavar más chinchetas. Así no vas a limpiar nunca la tabla.

¿Lo ves? Siempre te hace igual. Ya te ha hecho reír. Siéntate, anda. Ya no tiene remedio.

V    ¿Sabes? Me había propuesto matrimonio. Íbamos a vivir juntos.

M    ¿Sabes? De las amantes de mi marido, tú eres la que más le ha calado. Te creo. ¿Qué vas a hacer ahora?

V    No sé. Estoy hecha un lío. ¿Por qué tuve que conocerte? Yo no quería. Fue él quién me llevó a ti. ¿Por qué?

M    Porque te quiere, y quiere que apruebes ese máster.

V    Pero, si ni siquiera sabe a qué te dedicas.

M    ¿Me lo vas a decir a mí?

V    El caso es que te conocí, y tú no eres la mujer fría y dominante a la que no le importa su marido.

M    ¿Eso dice de mí?

V    No, no. Él tampoco habla mal de ti. Sólo dice que no os lleváis bien. Que no os entendéis. Era yo quien te imaginaba así.

M    Dale las gracias de mi parte.

V    No te lo tomes a broma, por favor. Que lo estoy pasando muy mal.

M    Eso me recuerda una cosa.

V    ¿Sí, qué?

M    La tabla. Acabas de decir “por favor”. Ya puedes quitar una chincheta. No me negarás que tienes una oportunidad de oro para quitar alguna más.

Y las dos mujeres salieron abrazadas de la cafetería. Incluso Maribel se atrevió a besar la frente de Virginia quién, en compensación, le devolvió otro beso en la mejilla.


36.

Al llegar al Centro, se encontró con Eduardo, que miró el reloj antes de hablar.

E    Llegas tarde. Eso es raro en ti.

Maribel también miró el suyo.

M    ¡Qué tarde es! Y yo sin cambiarme. Perdona, Eduardo. Nos vemos luego. Tengo que contarte algo.

E    ¿El qué?

M    Ya explotó.

E    ¡Bien!


37.

Algo más tarde, con calma, Maribel contó a su amigo la conversación con Virginia.

E    Entonces, ya todo ha terminado.

M    Ojalá, Eduardo.

E    ¿Por qué no? Ella sabe que tú lo sabes. También sabe que tú sabes que no le quiere. Es el momento de desaparecer.

M    No estoy tan segura. No creo que Virginia sea de esas que abandonan a la primera.

E    Ya. Pues, en ese caso, mucho me temo que use de sus nuevas habilidades para perfeccionar las antiguas costumbres.

M    Sí, es posible. No te molestes en decírmelo. Ya sé que me advertiste. Pero, mira. Aún no ha pasado eso, y yo prefiero confiar.


38.
JUEVES

Todo parecía darle la razón a Eduardo. La tarde del miércoles, Virginia no fue a sus clases en el Centro. El jueves tampoco esperaba en la puerta de su casa cuando Maribel pasó a recogerla por la mañana. Pero por la tarde, cuando se despedía de los empleados y comprobaba que los vigilantes ocupaban sus puestos, la vio de pie, al otro lado de la calle, mirándola.

Normalmente, subía al coche y regresaba a casa pero, esta vez, supo que tenía algo importante que hacer. Algo que podría salir mal, pero que tenía que hacer.

M    Hola, Virginia. ¿Qué haces?

V    Tenía que verte.

M    ¿Y por qué me esperas aquí? Podías haber venido antes.

V    Es que, no quería volver al Centro.

M    ¿Por qué?

V    La verdad es que, ya no voy a volver al Centro. No voy a dar más clases.

M    Pues, es una pena. Las clases ya están pagadas. Vas a perder dinero.

V    De eso precisamente es de lo que quería hablarte.

M    Dime.

V    Estaba pensando que, como ya no voy a dar más clases...

M    ¿Sí?

V    Pues que, me podrías hacer una liquidación, y devolverme el dinero de lo que ya no voy a usar.

O sea que, te hace falta dinero. Claro. Al cortar con Joaquín, también cortaste tu fuente de ingresos.

M    Lo siento, Virginia. Eso no va a ser posible, lo pone tu contrato: “sólo por una falta del Centro se devolverá el importe o fracción que corresponda de la matrícula”. ¿No lo has leído?

V    No, no lo sabía.

M    ¿No lo has leído, o no lo sabías?

V    ¿Y qué más da?

M    Pues hay diferencia. Que la gente no lea los contratos es más corriente de lo que parece, pero que no sepa de lo que va es por mala información. Y la falta de información puede ser porque te han engañado (éste no es el caso) o porque no existe el contrato.

V    Sí que existe, Joaquín me lo dijo.

M    Pero tú no lo has visto.

V    Pero, eso da igual.

M    No, Virginia, no. Porque si tú no has visto el contrato, es que tampoco lo has pagado. ¿Crees correcto que te devuelva un dinero que no has puesto?

Te han vuelto a pillar. Pero, hay algo más.

M    La verdad es que el contrato sí existe. Está en el cajón de mi mesa. Lo que pasa es que, ni siquiera Joaquín lo ha pagado. O sea que, has estado recibiendo las clases gratis. Vamos, di la verdad. ¿Te hace falta dinero?

No, claro. Eso no se lo vas a decir. Tú no puedes pedir limosna. Pero Maribel insiste.


M    ¿Has comido?

V    Si, por supuesto.

La profesora acarició la cara de la joven.

M    Con esa cara, a saber qué has comido. ¿Una hamburguesa, o un perrito caliente? Venga, vamos a comer.

V    ¿A dónde me llevas?

M    A casa, por supuesto. ¿No pretenderás que te invite en un restaurante teniendo comida en casa?

V    Pero, ¿a tu casa? ¿Estás loca?

M    Loca estaría si fuéramos a un restaurante.

V    Pero...

M    ¿No te hace ilusión ver cómo se desmorona un hombre? Además que, así tendrás la ocasión de aclarar las cosas con él.

V    ¿No tienes miedo?

M    ¿Por qué?

V    ¿Y si decidimos continuar?

M    Si eso fuera a suceder, sucederá quiera o no quiera yo. Pero sería un “mal negocio” por tu parte. ¿Recuerdas lo del “mal negocio”? A la larga, el que gana, también pierde. Pierde, y hace daño sin necesidad. Y tú, ¿no tienes miedo? ¿Y si decide quedarse conmigo?

V    La verdad es que sí. Si yo fuera él, no te dejaría nunca. No sabe lo que se pierde.

M    Gracias. Ya puedes desclavar otra chincheta. Me ha gustado. Que sean dos.


39.

A los ojos de Virginia, Maribel se convertía en un gigante. Estaba preparando una bomba que le podía estallar en las manos, y aún así seguía pensando en la educación de quien le hacía la competencia.

Por el camino, hablaron de otros muchos temas entre los que Maribel insistió en que no dejara los estudios.

M    Tu principal meta, ahora, es aprobar ese máster. Si lo consigues, tendrás más facilidad para encontrar un trabajo que te permita vivir sin depender de nadie.

V    Dicen que el noventa y cinco por ciento de los que lo aprueban se colocan.

M    Pues, adelante. Tienes que aprobar. Tenemos que aprobar.

Sí, sí. “Tenemos”. El éxito de Virginia ya era de las dos.


40.

M    Hola cariño. ¿Estás en casa? Siento haberme retrasado. He traído conmigo una alumna para cenar.

Desde el interior se oyó.

J    Vale, cariño. Enseguida estoy.

Intentaré describir la siguiente escena, pero va a tener que echarle imaginación porque es difícil.

Maribel y Virginia colgaban los abrigos en el recibidor cuando Joaquín entraba allí desde el salón.

La sonrisa con que quería recibir a la alumna de su esposa se cambió por una mueca. Dio media vuelta, y carraspeó, y tosió detrás de la puerta, fuera de la vista de las mujeres. Su cara se puso roja, y hasta alguna perla de sudor le apareció en la frente.

M    ¿Te pasa algo, cariño?

Pero Joaquín no podía hablar.

Virginia se quedó fuera mientras Maribel se acercaba a su marido para darle palmaditas en la espalda.

M    Vale, vale. ¿Qué te ha pasado? ¿Te has atragantado? ¿Qué estabas tomando? Virginia ven, por favor. Ayúdale a sentarse mientras le preparo un güisqui. Ah, por cierto, cariño, te la presentaría de buena gana, pero creo que ya os conocéis.

Joaquín rechazó la ayuda de la muchacha y corrió, medio afónico, tras su mujer.

J    Maribel, Maribel, por favor.

M    ¿Qué quieres, cariño? ¿No quieres un güisqui? ¿Quieres otra cosa? Virginia ¿Tú quieres algo?

La joven callaba estupefacta. La figura de su profesora crecía mientras menguaba la de su ex novio. ¿Era ése el hombre que iba a dejar a su mujer para casarse con ella? Patético. ¿Verdad? Pues no te pierdas a Joaquín intentándolo de nuevo.

J    Maribel, escucha. Esto tiene una explicación.

M    Por supuesto, cariño, como todo. ¿Prefieres brandy? Sabes que te sienta mal. No, mejor te tomas el güisqui, que además te gusta. ¿Cuántos cubitos de hielo?

Nuevos carraspeos por parte de lo que quedaba del hombre, y nueva frase de Maribel.

M    Toma tu güisqui, anda. Siéntate en tu butaca, y te lo tomas tranquilo mientras Virginia y yo preparamos la cena. Virginia, por favor, ¿puedes venir conmigo a la cocina?, ¿o preferís cenar en el salón?

La muchacha miraba atónita al que fuera su amante. Dudó un momento, y al fin contestó.

V    Te acompaño a la cocina.


41.

Al final cenaron en el salón. Maribel convenció a la joven para que saliera allí, y que hablara con Joaquín mientras preparaba la mesa. Pero ninguno supo qué decirle al otro. Incluso, durante la cena permanecieron callados.

M    Cariño, ¿sabes? Virginia estaba pensando en dejar los estudios. ¿A que tú tampoco lo crees conveniente?

Silencio.

M    Al fin y al cabo, ya lo tiene todo pagado. ¿Verdad, cariño?

De nuevo el silencio.

M    Sería una pena porque, sinceramente creo que tiene posibilidades.

Por fin, la indignación de la joven.

V    Bueno, vale, basta ya. Soy yo la que tiene que decidir. ¿Sabes qué pasa? Que te pones a hablar, y a hablar, y me arrastras con tu palabrería. Y yo pico, y te hago caso sin darme cuenta. Pero después lo pienso y ¿sabes? No va a poder ser. Sí, es muy bonito, pero no es posible.

M    Pero, ¿por qué?

Virginia tuvo que tragarse el orgullo para contestar, lo que se hizo patente en su voz, temblona y entrecortada.

V    Pues, porque... no tengo dónde vivir. Tengo que dejar el piso. Tengo que irme.

M    ¿Y, cómo es eso?

V    Pues... porque no tengo para pagarlo. ¿Vale? ¿Estás ya contenta? No te ha bastado con destrozarme la vida. ¿También tienes que humillarme? ¿Qué estás haciendo conmigo?

Y por fin habló Joaquín.

J    ¿Lo ves? Ya le has hecho llorar. Lleva razón.

V    Cállate, por favor. – Le dijo la joven a su ex novio. – Lo que menos me hace falta es tu compasión. – Y dirigiéndose a Maribel, sin atreverse a mirarla. – Es que, me haces sentir tan pequeña, tan poca cosa, como un trapo sucio.

Maribel abandonó su asiento para acercarse a la muchacha y acariciar sus hombros. Virginia apoyó la cabeza en su regazo, y lloró mientras ella completaba el abrazo.

M    Somos pequeños, niña. Todos somos pequeños. Ah, y perdona. No era a ti a quién quería humillar, sino a éste de aquí. Oye, ¿sabes que no has dicho ningún insulto, y has vuelto a decir “por favor”?

Sin dejar de llorar, Virginia recuperó su sonrisa.

V    ¿Quieres que quite otra chincheta? Pero me he enfadado.

M    No, hija, no. Cualquiera se hubiera enfadado. Tú lo has aguantado lo más dignamente posible, y lo has hecho muy bien.

Y volvieron a abrazarse por un instante, hasta que Maribel rompió el silencio. Joaquín permanecía callado y se sentía ignorado.

M    Lo que hay que hacer ahora es buscar soluciones. Veamos. ¿Cuándo tienes que dejar el piso?

V    Dentro de una semana.

M    Bueno, pues, podemos hacer varias cosas. Pero todas tienen sus inconvenientes.

V    ¿Cómo qué?

M    Pues verás. Si te pones a trabajar para pagarlo, tendrás que dejar alguna de las clases.

V    Además que, un trabajo bien pagado no se consigue así como así.

M    Bueno, ése no es tu caso. Joaquín te puede buscar uno para que empieces mañana mismo si quieres. Incluso te puede anticipar la paga. ¿Verdad, cariño?

“Cariño” sólo movía la cabeza.

M    No. No podemos consentir que dejes tus clases. Ahora mismo necesitas de todas ellas. No puedes prescindir de ninguna. Otra cosa es que te vinieras a vivir con nosotros.

La ex pareja, los dos, la miraron atónitos. ¿Qué está diciendo? Ahora sí que se ha vuelto loca.


M    Claro que, en ese caso, no verías ni un céntimo para tus gastos, que tendrás.

V    Pero yo no quiero vivir de caridad.

Vaya. Eso sí que es un buen síntoma. Precisamente ella, que siempre ha vivido a expensas de otros.

M    Claro que, si te atreves a apostar duro, se podría...

V    ¿Sí?

M    Si te comprometes a no tener ni un momento para ti...

V    ¿Qué?

M    Podríamos llegar a una solución mixta. Te vienes a vivir a casa. Por las mañanas vas a tus clases del máster, por la tarde trabajas hasta la hora de tu clase con Eduardo (ya hablaré con él para que las des lo más tarde posible), yo puedo dirigir mi negocio desde aquí, con el teléfono, y con la Red. Así, también yo tendré más libertad para darte las clases hasta la hora de la cena. Y aun te quedará tiempo de dar una vuelta antes de dormir.

V    Sí, pero, ¿en qué voy a trabajar?

M    Cariño, ¿en qué puede trabajar Virginia de cuatro a ocho?

“Cariño” se encogió de hombros. Fue Virginia la que habló.

V    Pero yo no quiero trabajar con Joaquín, allí, con sus empleados. Muchos de ellos saben de lo nuestro. Sería una continua comidilla.

M    No te preocupes, hija. Tú puedes llevarle la contabilidad, aquí mismo, en casa. Así no tienes que verle hasta la cena. ¿Verdad, cariño?

“Cariño” volvió a encogerse de hombros. Maribel concluyó.

M    Pues no se hable más. Mañana te traes tus cosas, y empezamos.

La joven se levantó, y abrazó a su amiga.

V    Gracias, gracias. No sé...

M    Anda, tonta. Ya hablaremos mañana.

V    ¿Me recogerás por la mañana?

M    Si te soy sincera, no creo que en tu estado sea conveniente. No te serviría de nada.

V    Por favor. No sabes lo bien que me vinieron esos ejercicios.

M    Vale. Podríamos aprovechar para traer tus cosas. ¿Te parece?

La muchacha asintió con un gesto. Maribel comprendió que se había equivocado con ella. Era más fuerte de lo que pensaba. Probablemente llevaba razón. Pero aún quedaba una cosa por hacer.

M    ¿Cariño, no ves? Virginia se va.

“Cariño” hizo lo de siempre, y se encogió de hombros.

M    ¡Que la acompañes! ¿O vas a dejar que se vaya andando?


42.
VIERNES

Eduardo no salía de su asombro según escuchaba el relato de la directora. En algún momento dejó de pensar que estaba realmente loca, para creer que le estaba mintiendo.

E    Eso es imposible. ¿Que tú has hecho qué?

M    Pues créetelo. Es cierto.

E    Bueno, bueno. ¿Y qué explicaciones te dio tu marido?

M    Ninguna. Cuando volvió, él solito recogió las sábanas y la almohada, y se instaló en el sofá. Te aseguro que yo no le dije nada.

E    ¿El sofá? ¿Por qué el sofá? Tenéis otras habitaciones.

M    Pues no sé. Se habrá identificado con los clásicos de las telenovelas. Se quedó dormido viendo televisión.

E    ¿Y no tuviste miedo de que se enrollara otra vez con ella cuando la llevaba?

M    ¡Uy! Tenías que haber visto su cara. A Joaquín ya no se le empina en una semana. Bueno, dos días. Si apenas tardó veinte minutos en regresar.

E    Ten cuidado.

M    Lo sé. No pienso bajar la guardia.


43.

Lo primero que hicieron aquella tarde fue arreglar el dormitorio que iba a ocupar Virginia. Más tarde, se instalaron en el salón. En la mesa del comedor desplegaron los papeles. Virginia los de la contabilidad del concesionario y las notas que Joaquín le dio para tener en cuenta. Maribel los de la academia. Y se pusieron a trabajar.

Así estuvieron como hora y media. Maribel se levantó para ir a tomar un vaso de agua. Al volver notó que Virginia estaba comprobando la misma factura que ya comprobaba cuando ella se levantó.

M    ¿Algún problema?

V    No, no. Es que, no me concentro.

M    ¿Estás bien?

V    Sí, claro.

M    ¿Estás arrepentida de estar con nosotros?

V    No, no. Yo me hubiera perdido sin saber qué hacer.

No era difícil comprender que estaba nerviosa pero, ¿por qué? Venga, Maribel. Piensa. ¿Querrá ir al servicio? No. Aunque no tuviese confianza, eso es algo que no se le niega a nadie, y ella ya es mayorcita. ¿Tendrá la regla? Tampoco. No tiene ningún síntoma. Puede ser que... está claro. La muchacha lleva casi dos semanas sin tener relaciones sexuales con nadie. Lo ha intentado, pero no ha podido. Los enfados, las emociones, no se lo han permitido. Y esta mañana, después de hacer los ejercicios, mientras os lavabais los pies, no dejó de mirarte insistente hasta que os vestisteis. ¿Qué vas a hacer?

Como cuando explotó ayer después de la cena, Maribel se le acercó, y acarició sus hombros. Luego le hizo llevar la cabeza a su regazo mientras le acariciaba el cabello. Después se inclinó para besarle la frente, y por último, recogió su barbilla, le alzó la cara, y la besó en la boca. Un simple roce fue suficiente.

Virginia no supo qué pensar. Estaba tan confusa. Se limitó a cerrar los ojos, y dejó que continuara.


Pero, oye, Maribel. Que eso no estaba en el guión. Claro. Es lo que tú dices: “las cosas son como son, y no como quisiéramos que fueran”.


44.

No volvieron a hablar hasta que Virginia acabó su clase con Eduardo.

V    ¿Me vas a dar clase ahora?

M    Ya la has tenido. ¿No crees?

V    No, no lo sé. Estoy hecha un lío. Ya no sé qué pensar. No sé qué hacer.

M    Es normal. Toda tu vida ha cambiado en unos días.

V    Y para colmo, esto. Con la cantidad de hombres con los que he salido, y ahora descubro que soy lesbiana.

M    Eso no es cierto. No lo eres.

V    ¿No?

M    Claro que no. Como tú misma has dicho, estás confundida. Pero mientras tu mente intenta asimilar todo lo que te es nuevo, tu cuerpo sigue requiriendo aquello a lo que está acostumbrado. No te dabas cuenta, pero estabas a punto de explotar. Necesitabas un desahogo.

V    ¿Sólo eso?

M    Sólo eso.

V    Y tú, ¿lo eres?

M    Tampoco. Yo, simplemente tengo la habilidad de darme cuenta de las cosas. Si veo algo a lo que puedo poner remedio, actúo en consecuencia. De no haberlo hecho, lo más probable es que se perdiera todo lo que llevamos avanzado, y todo por un simple polvo.

V    No sé. A veces, me gustaría no haber cambiado, Yo era feliz tal como era.

M    Otra solución era dejarte que lo hicieras con Joaquín.

V    ¿No te hubiera importado?

M    Pues claro que sí, pero no es eso. Es que, el pobre, ahora no está para nadie. Ni para ti, ni para mí.

Las dos mujeres rieron. Virginia se aferró al brazo de su amiga.


45.

V    Oye. Has dicho que siempre que puedes poner remedio actúas. ¿Es que ya lo has hecho otras veces?

M    Siempre que merece la pena, pero con mujeres es la primera vez. Vale, no me mires así. Yo tampoco soy una santa, al menos desde el punto de vista normal. La verdad es que después me arrepiento, pero no por haberlo hecho sino porque, los hombres, en cuanto les dejas una vez se creen con derecho a todas. Espero que a ti no te pase igual.

V    Y si tú también le has engañado, ¿no crees que has sido un poco dura con Joaquín?

M    Oye, que yo no le he engañado. Y tampoco he sido dura. Él solito se ha juzgado y condenado sin escuchar de mí ni un reproche.

V    ¿Cómo que no le has engañado?

M    No, que no. ¿Recuerdas qué te dije del matrimonio?

V    Que es un simple contrato.

M    En el que los esposos tienen los mismos derechos y obligaciones. Si él lo hace, ¿por qué yo no? Además que, cuando lo he hecho, ha sido por arreglar algo. No como él, por simple orgullo machista.

V    ¿Y arreglaste algo con eso?

M    De no ser por lo que te he dicho, sí. Mira: la última vez fue con un hombre que había roto con su novia, y se sentía incapaz de hacer nada. Se encontraba sumido en una depresión tan profunda que parecía un zombi. Le pasó como a ti: no se daba cuenta de lo que su organismo le reclamaba, y eso le hacía deprimirse más aún. Un día lo llevé a su casa (tenía que ir siempre acompañado, los compañeros nos turnábamos para eso), y me dejó el coche apestado porque, entre las cosas que dejó de hacer, estaba lavarse. No me lo pensé dos veces. Lo desnudé y lo metí en la ducha. Allí empezó a reaccionar con el agua fría, pero para repetir el nombre de su novia constantemente, con un gemido que asustaba: “Begoña, Begoña”. Me puso empapada, así que lo dejé en el baño, en remojo, y me quité la ropa mientras le arreglaba el dormitorio. Desde allí se escuchaba lejana y lúgubre la canción de “Begoña”. Aquello era insufrible, tenía que hacer algo. Tal y como estaba fui por él, que ni se dio cuenta de cómo iba yo hasta que lo metí en la cama y me monté encima. Pero cuando se dio cuenta, chica, fue cuestión de décimas de segundo lo que tardó en demostrarlo. Ahora míralo, ahí lo tienes dando clases, siempre contento (menos cuando le sale una alumna como tú). Me sigue tirando los tejos, pero se le pasará cuando encuentre novia.

V    Ahora entiendo la confianza que Eduardo tiene contigo.

M    Vaya, vaya. Eres lista. ¿Ves? Por eso creo que contigo también ha merecido la pena. Pero no te equivoques: yo ya tenía confianza con Eduardo desde mucho antes. A ver si no, ¿de qué iba a ir a su casa?

V    Oye, ¿qué harías si a mí me pasara lo mismo?

M    ¿Sabes? Creo que mañana vamos a hacer los ejercicios sin desnudarnos.

V    Oh, no. Por favor, sólo es una broma.

M    Vale. Volvamos al coche. Ya hemos paseado bastante, y hay que preparar la cena.


46.

Aquella noche cenaron en la cocina. Joaquín no aguantó ver a las dos mujeres juntas departiendo como amigas, y a la menor ocasión se fue a dar una vuelta antes de dormir.

V    ¿A dónde va? – Preguntó Virginia.

M    Oh, no te preocupes. Nada serio. Sólo tomará unas copas con los amigos. Lo de ligar ya lo hace en el concesionario. ¿O no es verdad?

Eso te lo podías haber ahorrado, Maribel. Tu nueva amiga se ha vuelto a sentir herida.

M    Vamos, vamos, pequeña. No te lo tomes así. La vida es lo suficientemente cruel como para, encima, tomarla en serio. Venga, dime ahora: ¿qué has aprendido hoy?

V    ¿Que la moral es relativa?

M    Bueno, eso también pero, eso lo hemos hablado después de que me preguntaras por la lección de hoy, y yo te respondiera que ya la habíamos dado. Vayamos a lo de antes.

V    ¿Lo de antes?

M    Sí, lo de antes.

V    Pues, ¿qué quieres que te diga? Es la primera vez. No sé. Si me lo hubieran preguntado hace unos días hubiera dicho que eso no lo haría nunca, pero ahora... Pues eso. Que no sé qué decir.

M    No te pierdas por las ramas. No te estoy preguntando si te gustó o no. Vamos a ver: deja a un lado el sexo y dime ¿cómo te sientes?

V    Bien. La verdad es que me encuentro bien.

M    Pues de eso se trata. ¿No te has dado cuenta de que, tras el momento de confusión sobre tu identidad sexual, ahora tienes la mente más lúcida? ¿Que piensas mejor? ¿A que no te ha costado trabajo seguir la clase de Eduardo?

V    Ahora que lo dices...

M    Es que, para que nuestra cabeza funcione correctamente, el cuerpo tiene que estar compensado. En cuanto nos falta algo, el cerebro crea fantasmas que nos ofuscan, y nos hacen ver cosas que no existen. La mayoría de los hombres lo hacen. Cuando están mucho tiempo sin relaciones, se les atasca la poca inteligencia que tienen y, entonces, o encuentran con quién tenerlas, o se lo hacen ellos solos.

V    ¿Se masturban?

M    O eso, o el fútbol. Aunque ése es un tema aparte. Ésa es la forma en que se despejan para otra temporada, hasta que les vuelve a pasar. Y eso es lo que hemos hecho nosotras. No tiene nada que ver con la homosexualidad, aunque mucha gente lo confunde. En realidad, auténticos homosexuales hay pocos. El problema está en que, los que dicen serlo, lo son porque no han tenido unas relaciones satisfactorias, y cuando alguien del mismo sexo se las proporciona se creen que es porque tienen el sexo equivocado. Pero no es cuestión de sexo, sino de trato social.

V    Entonces, ¿todos esos que vemos en la tele luciéndose?

M    Puede que lo sean, pero yo diría que tampoco. Ellos saben que a los de su mismo sexo, lo sean o no, no les gusta eso. Son simples exhibicionistas. A un homosexual le gusta el de su mismo sexo, pero no que su pareja valla luciendo el trasero o las tetas por la calle.

V    Bueno, y cuando me vuelva a pasar ¿qué tengo que hacer?

M    Por favor, Virginia. Creo que, en eso, tú me puedes dar lecciones a mí. ¿Ya no te crees capaz de conquistar a un hombre?

V    Sí, claro. Lo que pasa es que, últimamente, ya no pienso en ellos. Me los imagino a todos casados, o con novia, y me da no sé qué.

M    Te diré lo mismo que le digo a Eduardo: “seguro que, ahí fuera, hay alguien que te está esperando. Búscalo.”

V    Sí, vale, pero ¿mientras tanto?

M    Pues ya sabes. Haz como los hombres. Te vendrá bien conocer tu propio cuerpo.

V    ¿Tú lo has hecho?

M    Alguna vez, sí.

V    ¿No puedo contar contigo?

M    Ya veremos. De momento, mañana, seguro que haremos los ejercicios con la túnica. ¿Quieres que te deje una?


47.
SÁBADO

Tal como dijo Maribel, aquella mañana realizaron los ejercicios vestidas con sendas túnicas a pesar de las protestas de Virginia. Por más que la muchacha le aseguró que no tenía de qué preocuparse, e incluso le confesó que ya se había masturbado para no pensar en hacerlo, su amiga no consintió.

De regreso a la ciudad, el tema fue otro.

M    Oye, Virginia. ¿Qué vas a hacer hoy?

V    No sé. ¿Y vosotros?

M    Bueno. Joaquín trabaja toda la mañana. Yo aprovecho los sábados para hacer la compra de la semana. Después doy una vuelta por el Centro. A la tarde damos un paseo, y al anochecer solemos ir al cine, o a un espectáculo.

V    ¿Puedo ir contigo?, ¿con vosotros?

M    Ahora sí. Pero por la tarde, no creo que a Joaquín le haga gracia acompañarnos a las dos. Oye, la verdad es que nunca hemos hablado de esto. ¿No tienes padres, o familia de alguna clase?

V    Sí, claro, pero no.

M    ¿Cómo es eso?

V    Tengo padres, y hermanos, pero desde que empecé en la Universidad... como que ya no tengo contacto con ellos.

M    ¿Por qué?

V    Yo siempre he sido muy... ¿cómo te diría? Muy liberal, muy independiente.

M    Pero eso no quita que vayas a verlos de vez en cuando.

V    La verdad es que, siempre tuve con ellos una relación distante.

M    Pero les quieres ¿no?

V    No estoy segura. Ellos nunca hicieron nada por mí. Yo misma tuve que preocuparme de hacer la carrera y pagarme los estudios.

Así se comprende cual ha sido su trayectoria. Pegarse a cualquiera que le pagase sus necesidades. Bastante suerte ha tenido con no acabar en un prostíbulo.

M    ¿Sabes qué? Creo que es una buena ocasión para que vayas a verlos.

V    No, no es buena idea. Ellos tampoco han hecho mucho por verme desde entonces. Es más, creo que incluso se alegraron cuando me fui. Se quitaron de un problema, y de una boca que alimentar.

M    No digas eso, por favor.

V    Que sí, que es cierto.

M    Pero bueno. Eso no puede ser. Estoy pensando...

V    ¿Otra idea de las tuyas?

M    Pues sí, mira. Tenemos varios problemas. Por una parte, Joaquín y yo necesitamos un rato a solas para arreglar lo nuestro. Contigo cerca no se atreve a hablar, y además está a punto de explotar, como tú ayer, y no tengo ganas de que se líe con otra, al menos de momento. Por otra parte está lo tuyo con tus padres. Eso hay que arreglarlo.

V    Pero...

M    Mira, unos padres siempre son unos padres por muy malos que sean. Salvo casos extremos de malos tratos, hay que estar a bien con ellos. Eso que no quiere decir que estemos de acuerdo, pero sí estar a bien. Ya sabes: “una cosa son los sentimientos, y otra la familia”.

V    Pero...

M    Nada de “peros”. Te llevas la tabla, que por cierto ya debes tener casi limpia, y... a ver cómo la traes.

V    La verdad es que casi me he olvidado de ella.

M    ¿Lo ves? Otra cosa que tenemos que arreglar. Tienes que repasar todos estos días, y clavar y desclavar lo que haga falta. Las clases conmigo no han terminado, faltaría más.

La muchacha sonrió. Cuando Maribel le nombraba la tabla, no podía resistirse.

M    Ésa será tu lección de fin de semana: repasar, y esperar a lo que suceda.

V    Hay un problema.

M    ¿Cuál?

V    Mis padres no son de aquí.

M    Pero hay autobuses, y trenes.

Virginia se frotó la punta de los dedos.

M    Ah. Que no tienes dinero. Pero hija. ¿Ya no te acuerdas? Estás trabajando. A medio día le pedimos un anticipo a tu jefe, y el lunes te hace el contrato.

Como la joven hiciera ademán de no estar convencida, Maribel insistió.

M    Es un favor que me haces. Yo también lo necesito.


48.
DOMINGO

Cuando Virginia llegó, el matrimonio estaba cenando.

M    ¿Quieres tomar algo?

V    No, no, de verdad. Vengo muy cansada. Creo que me voy a la cama. Hasta mañana.

Hasta mañana. – Dijeron los dos.

Pero, cuando Virginia se fue a su dormitorio, Joaquín saltó.


J    Ya sé que lo hemos hablado, pero no llego a entenderlo. ¿Qué hace ella aquí?

M    Mira, Joaquín. Ella es lo mejor que nos ha pasado en mucho tiempo.

J    Pero, ella...

M    Ella es como la hija que no tenemos. Acéptalo. Tú creías que sería una buena amante. Hasta te permitiste el lujo de ayudarla, y ¿por qué? Has tenido otras aventuras, lo sé. ¿Por qué a ésta le querías pagar la carrera?

J    No lo sé. Es todo tan confuso.

M    No es cierto. Está muy claro. Virginia es especial. Es un diamante en bruto. Te has encontrado con un ser excepcional, y te has ofrecido a él. ¿Sabes? De no ser por ti, ese diamante hubiera circulado como un simple cristal. Y ahora ¿lo quieres tirar a la calle?

J    ¿Pues sabes tú? Tu seguridad me... tu seguridad me abruma. Tú seguridad me asusta. ¿Es que tú no tienes nunca un fallo?

M    Sí. Sí tengo fallos. Lo que pasa es que, en lugar de perder el tiempo pidiendo perdón, llorando y lamentando, procuro corregirlos antes de que se hagan grandes, y ya no haya remedio.


49.
LUNES

Aquella mañana, Virginia estaba callada, pero no distraída. Como siempre, después de los ejercicios, Maribel empezó la conversación.

M    ¿Qué tal el fin de semana?

V    Bien.

M    ¡Uy! Ese “bien” no ha sonado a “BIEN”.

V    Es que, no sé. Ya te dije que no era buena idea.

M    Vamos a ver, ¿qué ha pasado?

V    Pues, lo que tenía que pasar. Para empezar, mi madre casi se muere del susto cuando me vio.

M    Hombre. Podías haberla avisado por teléfono.

V    ¿A mi madre? Pero si mi madre no habla por teléfono. Mi madre le habla al teléfono.

M    ¿Cómo?

V    Que sí, que no es broma. Mi madre se pone el auricular delante de la cara, para poder ver con quién habla.

M    ¿No me digas?

V    Créetelo. Mira, aquello es un pueblo pequeño, todos se conocen, para divertirse los jóvenes se vienen a Madrid, o van a otros pueblos más grandes. Allí no hay nada.

M    Bueno, tú tampoco ibas a divertirte, sino a establecer nuevos lazos con tu familia.

V    Sí, y me lo pensé bien antes de llegar. Me dije: ¿qué haría Maribel en mi situación?

M    Ya te dije que no debes de imitar a nadie. Que tienes que ser tú misma.

V    Sí, pero no es eso. No quería imitarte, sólo quería guardar la serenidad. No dejarme llevar de las emociones.

M    Si es por eso, vale.

V    Y lo intenté, de verdad. Cuando se recuperó del susto me dejó pasar, pero para que no me vieran en la puerta. Todo fue muy tenso. Quise ayudarla a, no sé, preparar la cena, limpiar algo. “Quita niña, que tú no sabes dónde están las cosas.”

M    ¿Y tu padre?

V    Mi padre ya se había ido, de caza con los amigos. Cuando ayer regresó, después de comer con ellos, medio borracho, dijo: “Marta, ¿qué hace aquí la niña?”, y se echó a dormir la siesta.

M    ¿Y tus hermanos?

V    Mis hermanos ya están casados. En los pueblos es así, en cuanto pueden se casan, y se van a vivir a otro sitio, a otra casa. Allí no hay problema de vivienda. El pequeño todavía está soltero, pero vive aquí, en alguna parte.

M    ¿No tienes amigos o amigas allí?

V    Las que quedan de mi edad, también están casadas.

M    Pero podías haberlas visto.

V    ¿Para qué? Les habría traído problemas con sus maridos. No tengo buena fama en el pueblo. Yo siempre fui una mala influencia.

M    Bueno, ¿y qué hiciste? Porque no te quedarías todo el tiempo sentada.

V    No, claro que no. Para romper la tensión con mi madre, se me ocurrió darle el dinero que llevaba.

M    ¿Todo?

V    Casi todo. El billete de vuelta ya lo había comprado aquí. Me quedé algo para el taxi.

M    O sea que, estás otra vez sin dinero. ¿Sabes? Yo no soy de las que creen que el dinero soluciona las cosas. Y también creo que la mejor forma de aprender de nuestros errores, es sufriéndolos. Tendrás que esperar hasta el próximo fin de semana, y trabajar para ganártelo.

V    No, si no te iba a pedir dinero. Lo pensé bien. Verás, si me quedo en casa estudiando y no salgo durante la semana, no tengo gastos. No me va a hacer falta.

Vaya, Maribel. Ésta es una de esas veces en que te alegras de haberte equivocado. Parece que la joven va cambiando de verdad. Deja que continúe.

V    Pero no creo que fuera un error.

M    Tampoco he dicho que lo fuera. Sin otros datos, no puedo opinar si fue o no un error darle dinero. El error fue quedarte sin él.

V    Creo que mereció la pena. ¿Sabes? A partir de ahí, empezó a hablarme. No mucho, pero algo.

M    En ese sentido, es cierto que algo ganaste. Pero no soy partidaria de comprar los afectos. A la larga, se acaba mal.

V    En los pueblos se mira mucho estas cosas. Tanto tienes, tanto vales.

M    Supongo que es así. Pero sigo sin estar de acuerdo. Bueno, ya veremos qué pasa. Bien, ¿de qué hablasteis?

V    Pues me preguntó si trabajaba, en qué, si me había casado. Esas cosas que siempre preguntan las madres.

M    Y tú ¿qué le dijiste?

V    Pues que estaba trabajando de contable,... y que tenía novio.

M     Y eso, ¿por qué?

V    Por lo mismo, Maribel.

M    Ya. Lo del trabajo lo entiendo, y es verdad, pero lo del novio...

V    Es lo mismo. En el pueblo, un marido es una propiedad, y a falta de él, un novio es una inversión, una garantía. Las chicas que no se casan, o no tienen novio, es porque no valen.

M    ¿Para qué tienen que valer?

V    No lo sé. Es lo que se dice en los pueblos. Ni tú creo que seas capaz de cambiar eso.

M    Seguramente llevas razón. Bueno, este tema lo tenemos que hablar, pero eso será en clase. Ahora, desayunemos... y al tajo.


50.

Eduardo hizo un esfuerzo por ver a Maribel. Desde que Virginia cambiara la hora de su clase, también la directora del Centro había modificado sus horarios y sistemas de trabajo, y los encuentros eran difíciles.

E    Hola, Maribel. Te veo contenta esta mañana.

M    Sí. Tengo motivos. He hecho las paces con Joaquín (bueno, él las ha hecho conmigo), y estoy contenta de cómo va lo de Virginia. Cada vez estoy más convencida de haber hecho lo correcto.

E    Vaya, me alegro. La verdad es que ya noté el cambio el viernes. No me dio ningún problema, y pudimos repasar sus asignaturas pendientes con tranquilidad.

M    Tienes que esforzarte con ella. Esa niña tiene que aprobar.

E    Sabes que no puedo prometerte nada.

M    Por favor. Si alguien puede hacerlo, eres tú.

E    La verdad es que, si consigues que se mantenga así, hay posibilidades.

M    Gracias, Eduardo. Por cierto que, si no hay sorpresas, me gustaría acompañarte en vuestra reunión de fin de semana.

E    Cuando quieras, Maribel.

M    ¿Puedo llevar a una amiga?

E    ¿No estarás pensando en...?

M    Todavía no lo he decidido, pero lo estoy pensando.

E    No, no y no. Por favor, Maribel, no me metas en problemas.

M    Me decidiré a hacerlo cuando yo misma esté segura de que no es un problema. Ten confianza.

E    Por supuesto que confío en ti. De quien no me fío es de ella.

M    Ya te lo he dicho: “sólo irá cuando yo esté segura”.


51.

E    ¿Sabes? Hay una cosa que me intriga, y alguna vez lo hemos comentado los compañeros. ¿Cómo, siendo como eres, con la cantidad de conocimientos que posees, no te has montado tu propio grupo? Sabes que muchos se te hubieran unido incondicionalmente.

M    ¿Y quién te ha dicho que no lo he hecho?

E    ¿Que lo has hecho?

M    Sí, y tú estás en él.

E    Vamos a ver. Que has montado un grupo, y que yo pertenezco ¿y que no me he enterado?

M    Sí que te has enterado, Eduardo. Lo que pasa es que no lo ves. Éste es mi grupo: el Centro BENMA es el grupo.

Aunque asombrado, Eduardo comenzaba a entender. Claro, no podía ser de otro modo. Maribel no había montado un centro de estudios normal. De por sí, los estudios que se imparten no son los normales. Pero es que, la finalidad del Centro va más allá de lo que sus mismos trabajadores piensan. El Centro es un laboratorio donde, sin decirlo, se va formando a los alumnos, y ni ellos mismos lo notan. Es un Centro para la apertura de las conciencias.

Ahora entiende el profesor el significado del lema. Ese cartel que está bajo el logotipo del Centro, en el salón de recepción: “un poco nos basta”. Con apenas una lección aprendida, el alumno cambia. El resto, ya lo buscará él, aunque las circunstancias se lo nieguen.

Vaya con Maribel. Sólo alguien como Eduardo, que ha compartido tu filosofía, podría descubrirlo, y le ha costado trabajo, tiempo... y que se lo digas.

Vale pero, en todo esto, ¿dónde entra Virginia? ¿Por qué con cualquiera basta un poco, y con ella no es suficiente? No será porque no tienes motivos incluso para odiarla. ¿Qué quieres hacer con ella? Si era una simple buscona que se procuraba la vida a expensas de otros. Alguien que, tarde o temprano, habría terminado en las calles de mala manera.


52.

La lección del día comenzó saliendo del Centro, al terminar la clase con Eduardo, y acabó cuando llegó Joaquín a casa, mientras ellas preparaban la cena. Pero, veamos de qué se trata.

M    Habíamos quedado en que le dijiste a tu madre que tienes novio. ¿No?

V    ¡Uy! Más fuerte todavía. No se lo quiso creer, así que tuve que enseñarle una foto. Una que nos hicimos Joaquín y yo. Espero que no te moleste. Si quieres la rompo.

M    Oh, no, no. Guárdala como recuerdo. Al fin y al cabo, Joaquín también forma parte de tu pasado. Pero, dime: ¿te parece bien mentir?

V    Compréndelo. Las palabras no bastan con mi madre. Lo único que dijo es que le parecía algo mayor para mí.

M    Eso es cierto. Pero vayamos al tema. Normalmente, el tema de “la verdad y la mentira” lo dejo como fin de curso, porque es bastante escabroso y se presta fácilmente a confusión. Pero viene a cuento con lo que me estás contando.

V    Entonces, ¿te parece que hice mal?

M    Yo no he dicho eso. ¿Te lo parece a ti?

V    Ya te lo he dicho. ¿Qué podía hacer?

M    Dime: si estuvieras en un examen en que debieras contestar una pregunta que ya ha sido explicada en clase de cierta forma, que la has repasado en el texto de la misma forma, pero que tú sabes que esa respuesta no es cierta, ¿contestarías lo que crees que es correcto, o escribirías lo que te han dicho que lo es?

V    Eso es difícil de saber.

M    No, no lo es. Tienes que poner lo que te han dicho que pongas porque, si no, puedes suspender el examen. Otro ejemplo: si alguien te pide que le digas que le quieres, ¿qué responderías?

Virginia sonrió. Le había pasado tantas veces.

V    ¿De verdad quieres saberlo?

M    Por supuesto.

V    Supongo que siempre dices “que sí”, que le quieres.

M    ¿Nunca se te ha ocurrido decirle: “pues no, sólo estoy contigo por tu dinero”?

V    ¿La verdad?

M    Perdona, no es nada personal. Recuerda que estamos en clase.

V    La verdad es que sí. En más de una ocasión.

M    Y ¿por qué no lo hiciste?

V    Por favor, Maribel.

M    Vale. Ya veo que sabes la respuesta. ¿Ves? En todos esos casos, y en otros muchos, quién pregunta te está pidiendo que le mientas. ¿Es justo hacerlo?

V    No. Sí. Bueno, no. Vale, no sé. Me estás haciendo un lío, ¿sabes? ¿Cuál es la respuesta?

M    Ya te dije que el tema es escabroso. No hay una respuesta fácil. La verdad es que no se debe mentir nunca, porque la mentira acaba siempre por ser descubierta, y cuando eso sucede es un dolor añadido inútilmente al que ya se siente cuando se descubre la verdad.

V    Y ¿qué se puede hacer en esos casos?

M    Cada uno hace como mejor puede y sabe. Yo, por ejemplo, procuro cambiar los términos de la pregunta para responder algo que, sonando igual, no sea lo mismo.

V    ¿Como cuando le llamabas “cariño” a Joaquín?

M    Ah, pero ahí no estaba mintiendo. Yo quiero a Joaquín. ¿O es que lo dudas?

Realmente, la muchacha lo dudaba, y aquella respuesta la confundió más. ¿Cómo podía Maribel querer a su marido, después de lo que le hizo con ella misma, después de cómo lo trató? Espera que te lo diga.

M    Otra cosa es que yo también me enfade, y use los piropos con ironía. Precisamente para no mentir. ¿Ves? Ése es un ejemplo de lo que te decía. Así le pude afear su conducta sin ofenderle.

V    Bueno, “ofenderle”, no lo hiciste, pero él se sintió como si lo hubieras hecho.

M    Pues de eso se trataba. ¿Tú qué hubieras hecho?

Virginia lo pensó un momento. No hacía mucho que también ella descubrió las infidelidades de su ex novio. Pero no le iba a contar eso, así que dejó que Maribel continuara.

M    Lo que hiciste fue enfadarte, y enfadar a Joaquín, e intentar enfadarme a mí. Pero, ¿qué conseguiste con eso?: perder el tiempo, y complicar más aún la situación.

V    Bueno. También conseguí un vestido nuevo.

La que sonrió ahora fue Maribel. La capacidad de superación de Virginia era increíble.


53.

M    Vale, vale. Ya seguiremos en otra ocasión. Por cierto ¿cómo llevas la tabla?

V    Oh, no te lo he dicho. Gracias a tu idea de pasar el fin de semana con mi madre, he tenido la oportunidad de desclavar todas las chinchetas.

M    Eso está bien, y viene a cuento. Vamos a verla.

V    Mírala.

M    Ahá, muy bien. Ahora, mírala tú. ¿Notas que han quedado los agujeros?

V    Claro. Es normal. Eso no se puede evitar.

M    Pues igual pasa con las personas. Por más que te disculpes, siempre les queda el recuerdo de las riñas y las ofensas que les hicimos. Desgraciadamente, no podemos retroceder en el tiempo ni un solo segundo para corregir nuestros errores. El pasado está ahí, detrás nuestro, esperando a salir en el momento más inoportuno. Forma parte de nuestro entorno. De ese entorno que nunca nadie podrá quitarnos. Dame que la guarde, ya no te hace falta.

V    No. Deja que la guarde yo. Así recordaré siempre la lección.

Maribel sonrió satisfecha. Tenía delante a la mejor alumna que tuvo nunca. Ahora se miraron, y rieron las dos.


54.

Ya en casa, preparando la cena, retomaron el tema. Maribel le decía a Virginia.

M    Hay que distinguir entre “mentira” y “engaño”. Normalmente, mentimos para engañar, pero no siempre es así.

V    ¿Ah, no?

M    No. A la mayor parte de la gente le pasa lo que te pasaba a ti, ¿te acuerdas de nuestra primera charla? Sólo se enteran de lo que quieren. Sólo escuchan lo que les gusta oír. No hace falta mentirles.

En esas, Joaquín, desde el recibidor, anunció a voces que ya estaba en casa.


La profesora le dijo a la alumna.

M    ¿Quieres una prueba de cómo se engañan ellos solos? Espera un poco.

J    Hola, ¿qué habéis hecho? – Preguntó Joaquín.

Maribel le contestó.

M    Nos hemos acostado juntas. Hemos hecho el amor. Las dos, Virginia y yo.

Joaquín se lo pensó un momento, se dio media vuelta y se marchó al salón, a prepararse una copa, mientras levantaba el brazo y decía:

J    ¡Mujeres! Desde que estáis las dos juntas, en casa no se escuchan más que tonterías. Avisadme cuando esté todo.

Y dejó a las amigas riendo.


55.
JUEVES

La situación parecía haberse normalizado. Virginia cumplió su palabra, y se dedicó de lleno al estudio sin darse ni un momento de descanso. Maribel alternaba su método con ella, a veces le daba datos concretos, y a veces la hacía pensar, para estimular su capacidad de comprensión.

Precisamente, esa tranquilidad, fue el comentario de aquella mañana por parte de Eduardo.


E    Así que, ya la tienes completamente dominada.

M    Eso parece.

E    ¿Estás contenta?

M    Pues, no, mira. Esa no es ella. Tarde o temprano saltará. Ya sabes lo que se dice: “si pones tu voluntad en algo durante un día, la Naturaleza te concede dos. Si superas la crisis del tercer día, te concede cuatro. Pero la crisis del séptimo día es muy fuerte. Pocos la superan. El que lo consigue, puede considerarse un vencedor”.

E    Sí, eso se dice. Y a Virginia le pilló el tercer día de vacaciones en su casa, con su madre. Ni se dio cuenta. Así que, ahora le toca la de la semana.

M    Exactamente.

Y, ¿qué vas a hacer? ¿Tienes algo pensado?

M    No lo sé. Supongo que habrá que esperar a ver cómo le llega.


56.
VIERNES

Efectivamente, aquel viernes, la muchacha dio el primer síntoma de rebeldía. Fue de madrugada, en el descampado, en medio de una lluvia más o menos intensa.

Dentro del coche, las dos mujeres se quitaban los abrigos para hacer los ejercicios matutinos, e iban a hacer lo propio con las botas cuando Maribel apreció que, Virginia, aparte del abrigo, no llevaba otra ropa. Había venido desnuda.

La miró con extrañeza, pero no hizo ningún comentario. Siguiendo el ejemplo de su profesora, Virginia tampoco lo hizo, pero esperó a ver la reacción de su amiga mirándola desafiante.

Esta vez te ha pillado ella a ti. ¿Y ahora, qué? Pues, eso. Que si tú también te quitas la túnica, no tendrás que regresar empapada, ni con los patucos llenos de barro. “Pero que no se crea la niña que se va a librar de los ejercicios, faltaría más. Con un poco de suerte, hasta se le pasa el calentón.”

Pero no se le pasó. Después de los ejercicios, como no tenían motivo para lavarse los pies en el arroyo, se acomodaron en la trasera del vehículo, y allí, Virginia empezó por secarle el pelo, luego se secaron mutuamente, la una a la otra, y no pararon en eso.


57.

Ya de regreso, fue Virginia la que comenzó la conversación.


V    ¿Quieres que lo comentemos?

M    Como tú quieras. ¿Por qué lo has hecho?

V    No lo sé. Me salió así.

M    ¿Y si te hubiera salido mal?

V     La verdad es que lo pensé. Pero, me dije: ¿qué necesidad hay de hacerlo vestida cuando ella recomienda hacerlo desnuda? Así que me decidí por eso.

M    ¿Y si hubiésemos tenido que vestirnos por algo, por alguien que estuviese mirando?

V    En días así no viene nadie. Tú lo dijiste. ¿Recuerdas?

Vaya. La alumna te ha salido aventajada. ¿Qué más te va a decir?

V    En cuanto a lo otro, pues, si no hubiera pasado, pues, que tampoco era tan importante. Pero, en ese caso, me habría quedado con la duda.

M    ¿Con qué duda?

V    O eras tú, o era tu marido.

En otras circunstancias te habrías molestado. Sin embargo, ahora, te ha hecho reír ella a ti.

M    No creo que con mi marido hubieras podido.

V    ¿Ah, no?

M    No. Ya está faldeando otra vez. Y si la nueva le fallara, aún estoy yo por medio.

V    ¿Ya está ligando otra vez, sin contar con nosotras?

M    Pues sí, hija, otra vez. Este hombre no escarmienta.

V    Oye. ¿Te hubiera importado que lo hiciera con Joaquín?

M    Pues claro que sí. ¿Qué crees?

V    Pero, enseguida miró a la muchacha, y añadió.

M    Aunque, si te he de ser sincera, si tuviese que elegir entre una desconocida y tú te prefiero a ti, que ya te conozco.

V    Entonces, ¿no te importa que lo compartamos?

M    Oye, no te pases, ¿eh?

V    Bueno, otra cosa. Y tú ¿por qué lo has hecho?

M    Era evidente que ya estabas como la semana pasada.

V    ¿Nada más?

M    Vale, vale. Yo también llevo algunos días sin hacerlo. ¿Por qué crees que sé lo de Joaquín?

La joven se agarró al brazo de su amiga, y se recostó sobre ella mientras decía:

V    Mira que si acaba gustándonos.

La verdad, Maribel, es que Virginia acaba de plantearte un problema en el que nunca habías pensado. Porque, ¿qué pasaría si Joaquín encuentra de una vez ese “amor loco” que anda buscando, y os deja a las dos solas?


58.
DOMINGO

Virginia había decidido que repetiría las visitas a su madre, en el pueblo, pero cada mes, o mes y medio, o con algún motivo de importancia. Entonces, ¿qué podía hacer, sin amigos, con la sola compañía de un ex novio al que le da vergüenza ponerse a su lado y su esposa? Y además seguía lloviendo. Pues nada, ya sabes. Quédate en casa, y aprovecha para estudiar. ¿No es eso lo que tanto te han recomendado?

Pero el domingo, Maribel le había preparado una sorpresa.


Tras los ejercicios de cada día, y después del desayuno, regresaron a casa. Allí, su amiga le dijo:

M    Arréglate un poco. Hoy salimos juntas.

Virginia se sorprendió, e hizo un gesto en ese sentido al que Maribel respondió.

M    Quiero presentarte a unos amigos.

V    ¿Unos amigos?

M    Sí, claro. Con los tuyos no te relacionas mucho ahora, y tú necesitas salir. No te vas a quedar encerrada en casa para siempre.

V    ¿No me estarás buscando novio?

M    Oh, no. Yo nunca me atrevería. Pero sí quiero presentarte a ciertas personas.

V    ¿De verdad que no me estás buscando novio?

M    ¿Me ves cara de celestina? No, no. Son hombres y mujeres normales, algunos casados, otros solteros, con los que puedes hacer amistad. Lo de enrollarte con alguno es cosa tuya. Tan solo creo que éstos están más acordes con tu nueva personalidad.

V    ¿Y Joaquín?

M    No te preocupes por él. Seguramente aprovechará para ir a ver a su nueva amiga, o para llamarla por teléfono sin testigos de la conversación.


59.

Como habrá supuesto, Maribel llevó a su amiga a las reuniones de la Escuela de Eduardo. Allí estaban reunidas unas cien personas. Tal como le había dicho, muchas de ellas eran matrimonio, algunas con sus hijos.

Cuando las vieron entrar, casi todos se volvieron a ellas, y se acercaron para saludar a Maribel, y para que les presentara a su amiga. Todos sonreían con gran amabilidad. Bueno, todos no.

Eduardo se quedaba rezagado temiendo que algo saliera mal. Desde que su directora le hablara de esta genial idea, siempre le había expresado su disconformidad. Pero tampoco podía prohibírselo. Al fin y al cabo, la Escuela no era un club privado. Estaba abierto a cualquier interesado, incluso a Virginia, aunque no la presentara nadie.

Lo cierto es que entre todos las rodearon y, aunque Virginia intentó permanecer al lado de su amiga, no pudo evitar que el grupo de solteros la separara de ella, que acabó por desaparecer perdida entre la multitud.


60.

Cuando volvieron a reunirse, Maribel dijo escuetamente.

M    Debemos irnos ahora.

V    ¿Pasa algo?

M    Se preparan para los rituales. Es mejor dejarlos con sus cosas.

V    ¿Los rituales? ¿Es que son...?

M    No, no. No confundamos las cosas. Vayámonos, y seguiremos hablando.


61.

Y ya en la calle.

M    No son una secta, aunque lo parece. No siguen a un líder. Son independientes, y pueden dejarlo cuando quieran. Dejan de pagar la cuota, y ya está. Nadie les va a perseguir por eso. Cada cual puede hacer como quiera. Sólo se exige un comportamiento correcto en el uso de las instalaciones, y en el cumplimiento de las normas, que son de carácter funcional más que de doctrina. Su finalidad es el estudio de materias... digamos “poco comunes”, por eso se llama la “Escuela”. Y hay diversidad de opiniones entre los miembros.

V    Entonces, lo de los rituales.

M    Bueno, verás. Hay mucha gente que no sabe vivir si no es detrás de una bandera, en este caso la de la filosofía y las ciencias ocultas. Para esta gente es para quienes se practican los rituales. Es más propaganda que efectividad. No es nada del otro mundo: unas lecturas, unos cánticos, y todos salen felices como hermanos. Después, en la calle, cada uno a lo suyo y... hasta la semana que viene. Y a ti, ¿qué tal te ha ido?

V    La verdad es que me sentí abrumada entre esta gente que parece saberlo todo.

M    ¿No te lo has pasado bien?

V    Pues no mucho. Me sentía tan ignorante, tan poca cosa.

M    Ya es la segunda vez que sacas tu afuera complejo de inferioridad.

V    ¿Yo? Yo no tengo complejos.

M    Sí, los tienes. Y no es nada bueno para tu educación. Así que vamos a dejar clara una cosa: no existe nada ni nadie pequeño. Todos los seres tienen una finalidad, y un tamaño apropiado a ella. En cuanto a las personas, tampoco las hay ni grandes ni pequeñas. Sí que las hay que pretenden ser grandes, y que incluso consiguen un puesto en la Historia, pero ninguna de ellas fue más grande que el mendigo que pasa las noches al raso. Sólo son pretensiones.

V    Pero ¿y Napoleón, Alejandro Magno...?

M    Algún día, la humanidad dejará de rendir culto a las figuras de los “salvadores”, y se preocupará por ayudar a su vecino.

V    ¿De verdad lo crees?

M    No, pero me gusta pensar así. Atiende. ¿No hizo más por la humanidad el inventor de la rueda que Cristóbal Colón? Y sin embargo ¿cómo se llamaba?

No te preocupes, es evidente que ni Virginia ni tú podéis contestar a eso. Sigue.

M    Todos esos hombres que has nombrado nacieron para eso que hicieron, fueron educados en eso, y cuando llegó el momento hicieron aquello que creyeron su deber. ¿Acaso por eso son más grandes que un inculto limpiabotas? Pues no. Fueron marionetas de la Historia. No podían hacer otra cosa.

V    En ese caso, todos somos marionetas. ¿No?

M    Eso tampoco es cierto. Lo que pasa es que, quién verdaderamente es grande, normalmente pasa desapercibido.

V    ¿Y quiénes son esos “grandes” según tú?

M    Ya te lo he dicho: “grande es quién trabaja para su vecino”. Fíjate bien. ¿Cuándo se dice que un pueblo es “grande”?

V    Pues no sé. Los egipcios, por sus pirámides. Los griegos, por su filosofía. Los romanos, por sus acueductos. En fin, eso.

M    Pero no se habla de la grandeza de un pueblo por sus conquistas, ni sus victorias.

V    Eso es verdad.

M    Y dime, ¿cómo se llamaron los constructores de las pirámides?

V    Hombre. Están las de Keops, Kefrén y Micerinos.

M    Te aseguro que ninguno de ellos movió una sola piedra.

V    Pero las mandaron hacer.

M    Eso es discutible, pero, aun así, ni las diseñaron. Si les quitas al arquitecto y al obrero ¿dónde queda la grandeza del faraón?

V    Pero los filósofos griegos sí se sabe quiénes fueron.

M    Algunos, y de alguno de los famosos se sabe que no sabía escribir, y que pasó a la Historia por sus alumnos, por lo que les dejó a ellos. De todas formas, cuando hablamos de ellos, no hablamos del pueblo griego. Decimos “los griegos” para formar un criterio, no para ensalzar un pueblo.

V    ¿Y personajes como Buda, Confucio...?

M    Ya vamos llegando a eso. Como tú misma acabas de decir, sí hay personajes que han saltado a la Historia porque hicieron algo diferente, diferente y bueno. Pero eso ha sucedido en épocas recientes, cuando las sociedades han ido comprendiendo algunos valores, y los medios de propaganda han podido repetir sus nombres. Éstos, y otros muchos olvidados, son famosos por lo que dieron, no por lo que ganaron. Por ejemplo, Alfredo Nobel no es recordado tanto por haber inventado la dinamita (que le supuso un buen negocio) como por haber establecido los premios que llevan su nombre. Éstos son los “grandes de verdad”. Éstos son los que han movido al mundo. Los filósofos de los que hablabas, los renovadores religiosos, los científicos... los trabajadores que luchan por sus familias. No hay mayor grandeza que la generosidad y la amabilidad.

La muchacha se quedó pensando, para acabar diciendo:

V    Pero, si doy lo que tengo, ¿qué quedará para mí?

M    No pienses en dinero. El que regala dinero, poca cosa regala. ¿Ya no te acuerdas?


62.

M    Por cierto, no te dejes convencer de los jóvenes que te rodearon. La mayoría son alumnos de primer curso, y quieren presumir de lo poco que saben ante alguien que, de eso, sabe menos. Pero no saben que tú sabes otras cosas que ellos ignoran.

V    ¿Y por qué lo hacen?

M    Te aseguro que no es ninguna enseñanza de la Escuela. Precisamente eso es lo que allí se pretende eliminar. Se le llama “la borrachera del iniciado”. Un defecto típico en quien, por conocer algo nuevo, se cree que ya lo sabe todo.

V    Pero a mí no me ha pasado.

M    Tu educación es diferente. Ellos aprenden mucha teoría en la Escuela, pero lo dejan todo al regresar a su vida cotidiana. Tú has aprendido con la experiencia, practicando las enseñanzas recibidas. Pero tenlo en cuenta, porque también a ti podría pasarte.

V    Vale. Lo tendré en cuenta.

M    ¿Te atreves a volver en otra ocasión?

V    No sé.

M    Venga, mujer. No tengas miedo. Mira, si te vuelven a poner en un compromiso, les enseñas el problema de los números, y te quedas con ellos.

V    Pues eso es lo que hice.

Maribel sonrió. En verdad que su alumna era aplicada. Lo mejor es que también empezaba a sacar su propia personalidad después de depurar algunos defectos.

M    Vaya, vaya. Y yo dándote explicaciones. Y bien, ¿lo resolvieron?

V    Sólo uno de ellos.

M    Veamos. Ése debe ser de tercer curso. ¿Julio, quizás?

V    ¿Cómo lo sabes?

M    Ya sabes que los conozco a casi todos. No es nada extraño. Los de cursos superiores suelen estar casados. Julio es el único soltero del suyo. Es muy buen muchacho. Por cierto ¿cuál es la respuesta?

V    Dijo que es la fórmula para la cuadratura del círculo.

M    Muy bien, muy bien. Y ¿te dijo por qué?

V    No, eso no.

M    Bueno. Ya tendrás tiempo de averiguarlo. De todas formas, cuando volvamos...

V    ¿Tenemos que volver?

M    Esto es como la cerveza. La primera vez amarga, la segunda refresca, la tercera gusta... y al final tienes que dejarla.

V    Bueno, está bien. Si tú lo dices.

M    Que sí, mujer. Tómalo como una experiencia nueva, no como algo duradero.

V    Bueno. ¿Qué ibas a decirme?

M    Pues que, si alguna vez tienes allí algún problema, o se te ocurre algo que debas solucionar, no dudes en acudir a Eduardo. Es de los cursos superiores. Ellos lo llaman doctorado, no podía ser de otra forma.

V    ¿Eduardo? ¿Estaba allí? No lo vi.

M    Pues estaba. Te lo aseguro.


63.

Virginia cambió de tema.

V    Y tú ¿de qué conoces a esta gente?

M    Yo estuve en esta Escuela. Y aprendí mucho, en serio. Parte de lo que sé se lo debo a esa época.

V    Pero tú no haces como ellos.

M    Algunas cosas sí.

V    ¿Como cuál?

M    Eso ya lo irás aprendiendo por ti misma.

V    ¿Y hasta qué curso llegaste?

M    Hasta el doctorado, por supuesto.

V    La gente habla muy bien de ti. ¿Por qué no seguiste?

M    Pues porque ya no había más cursos.

V    Oye, eso de los cursos ¿cómo va?

M    Muy sencillo: son cinco cursos, el último es el doctorado. Cuando llegas a él, te dan el título de doctor, un título honorífico que sólo vale allí, y si quieres te quedas dando clases a los alumnos.

V    Así que los profesores son alumnos que se han doctorado. ¿No?

M    No exactamente. A partir de tercero obtienes la licenciatura, y ya puedes dar clase a los cursos inferiores.

V    ¿Y por qué no te quedaste? Eres muy buena.

M    Bueno, verás. La verdad es que, tuve unas diferencias con el director.

V    Oye. ¿No me dijiste que no había líderes?

M    Y es cierto, pero hay un director que gestiona el gasto. Precisamente ése fue el motivo de nuestras diferencias: que quiso meterse en mi forma de enseñar.

V    Pero tú has dicho que eso no lo puede hacer. ¿Por qué no lo echasteis a él?

M    Porque llevaba razón. Sí, no te extrañes. Yo no seguía el método aprendido, que es el que se supone que debía de dar, lo que implica romper la línea trazada por la Escuela. Pero lo peor es que mi método requería mayor gasto, y eso sí que es imperdonable.

V    Que pena. Después de cinco años, te echan a la calle.

M    Oh, no. No son cinco años. Los cursos son de cinco meses cada uno, y uno de vacaciones antes del superior. Aunque es frecuente que se repita alguno. Y no me echaron. Lo que pasa es que, en sitios así, aprendes a saber cuando estás, y cuando no, en donde debes. Con mi marcha, la Escuela se ahorró muchos problemas, y mucho dinero. Ya ves. A mi modo, también yo he sido una rebelde.

V    ¿Y qué hiciste después?

M    ¿Yo? Pues monté un centro de estudios especializados, y también gané.


64.

Aunque Virginia había decidido quedarse aquella tarde en casa, estudiando, Maribel no veía bien que estuviera encerrada tanto tiempo. Después pasan las cosas que pasan, que sólo trata con ellos, y es lógico que intente desfogarse con alguno de los dos, especialmente con ella. Y así, puede acabar confundiendo sus sentimientos.

Afortunadamente, a los postres sonó el teléfono. Lo atendió Maribel porque normalmente las llamadas eran para ella. Pero no en esta ocasión.

M    Es para ti, Virginia.

V    ¿Para mí? Si nadie sabe que estoy aquí.

M    Es verdad. Llamaban para pedirme tu número. ¿Le digo que no tienes? Anda, y ponte ya.


65.

Era Julio, que había preguntado a todos por la “repentina” desaparición de Maribel y su amiga y, al no obtener respuesta satisfactoria, se creó la necesidad de dar con ella, con la amiga, no con Maribel.

La que en principio iba a ser una conversación de simple cortesía, se fue alargando de forma inexplicable, al menos para Joaquín, por lo que, para comodidad de todos, Virginia la continuó desde su dormitorio. Pero, claro, cuando ya habían pasado una hora y cuarto de charla Maribel se sintió obligada a tomar cartas en el asunto.

Desde el quicio de la puerta le dijo:

M    ¿Por qué no quedas con él? Que se va a gastar todo el dinero en teléfono.


66.

Dos horas más tarde, la muchacha estaba arreglada para salir, pero tenía que despedirse.

¿De verdad que no te importa?

M    Pues claro que no, tonta. Te vendrá bien, ya lo verás.

V    Pero, es que no sé cómo debo de hacer.

M    Bueno. Una cosa es segura: conversación no os falta.

V    No me refiero a eso. Ya sabes.

M    En ese caso, te daré un consejo: no anticipes acontecimientos. Lo que tenga que ser, será.


67.
LUNES

La joven estaba adormilada aquella mañana. Había regresado tarde, y también llovía. Hasta que acabaron los ejercicios no se despejó.

Aunque desnudas en la trasera del coche, ninguna de las dos hizo por acercarse a la otra. Sólo se secaban el agua cuando Maribel preguntó.

M    ¿Y bien, como te lo pasaste? ¿A qué hora viniste?

Antes de contestar, Virginia levantó la mirada, y la dirigió al vacío indicando así que, al menos, mal, lo que se dice mal, no lo había pasado.


V    ¿Sabes, Maribel? Es la primera vez que un hombre me invita a cenar sin pretender nada a cambio.

Toda una experiencia nueva, ¿verdad?

M    Quizás es que, también tú, aceptabas sólo la invitación de esos hombres.

V    Puede ser. Es posible que lleves razón.

M    Entonces, ¿no pasó nada entre vosotros?

V    Pues no. Bueno, sí. Me lo pasé estupendamente. No sé. Las palabras me salían sin darme cuenta, y creo que a él también. La velada se nos pasó... como en un momento. Cuando quisimos darnos cuenta, ya eran las doce. Me trajo a casa, y ya está.

M    ¿Y ni siquiera se insinuó?

V    En absoluto. Yo sí que pensé en provocarle, pero me acordé de ti, de lo que me dijiste.

M    Eso está bien pero, ¿qué hiciste?

V    Pues para apartar ese pensamiento, me apliqué una de tus lecciones, y repasé lo que notaba por los sentidos corporales: el tono de su voz, su aroma, el color de su piel, y el de su pelo. El ruido de la lluvia golpeando las baldosas de la acera; la humedad del aire. Y por fin, le conté el riguroso plan de estudios a que estoy sometida, y él lo entendió. Supongo que así, también acabé con sus posibles intenciones, si es que las tuvo.

M    Sí, supongo que sí. ¿Sabes, Virginia? Eres el primer caso que conozco de quedar con un hombre para cortar con él en la primera cita.

V    Oh, no. No hemos cortado. Ya hemos vuelto a quedar para el miércoles.

M    ¿Para el miércoles? ¿Por qué el miércoles?

V    Pues porque el miércoles termino las clases. Por la tarde nos dan la nota, y el jueves es la entrega de diplomas, para los que aprueben. A partir de ahí tendré mucho tiempo libre.

Está claro, Maribel. Tanto empeño en que estudie, que ya no te acordabas de que todo lo que empieza tiene que acabar, y sus clases terminan el miércoles. Este miércoles.

Pero ¿qué te pasa? Que ahora eres tú la que se preocupa, ¿no es eso? Sólo te quedan dos días para hacer que aprenda todo, porque ya no estás segura de que haya aprendido nada. Y además está el “¿qué hará después?”. Porque ya no tendrás motivo para retenerla. Esto es peor que cuando tu hijo consiguió la beca para estudiar en Inglaterra. Al menos sabías que él era tu hijo, y que tarde o temprano regresaría. Pero de ella, de Virginia, ¿cuáles son sus planes? Pues, ¿sabes una cosa? Que para mí, es que le has tomado cariño. Te estás comportando como una madre con su hija, o peor. Sólo te falta llorar.

Pues aplícate tus mismas palabras. Cálmate, y piensa que “lo que tiene que ser, será”, y nadie podrá evitarlo.


68.

El mismo Eduardo se sorprendió de las preocupaciones de Maribel con la muchacha. Nunca la había visto tan nerviosa. Es como si la que se fuera a examinar fuera ella, y no Virginia.

E    Por favor, Maribel, cálmate. Va muy bien preparada, te lo aseguro. Él único problema será la nota que saque, porque todos sus compañeros son gente que ha machacado la carrera, gente que también ha estudiado mucho. No basta con aprobar, además hay que sacar nota entre los primeros.

M    No, por favor, no digas eso. ¿De verdad?

E    No. Por favor tú, Maribel. Ven vamos a tomar una tila, y me cuentas qué te pasa.


69.

Algo más calmada, después de dos tazas de tila, la directora expresaba sus temores.

M    Es que se examina el miércoles. ¿Sabes? Que sólo tenemos dos días para que se prepare.

E    Ya lo sé. Te aseguro que Virginia se ha portado bien. Ha hecho sus deberes. Te puede recitar la carrera y el máster de memoria. Es una chica muy inteligente. Tuviste buen ojo. Ella misma no sabe hasta qué punto te debe agradecimiento.

M    Sí, pero... es que...

E    Ni “es qué” ni “no es qué”, Maribel. Ya sabes lo que se dice: “cuando el alumno está preparado, el maestro aparece”. Tú has hecho un trabajo excelente preparándola para que encuentre a ese maestro que lleva dentro, y ella ha sabido aprovecharlo. Puedes estar contenta. Ah, y procura que no te note así, porque le transmitirías tus mismos miedos, y podría echarse a perder todo el trabajo. Lo mejor será que te vayas y descanses.

M    Llevas razón, Eduardo. No sé como me he dejado llevar. Por cierto: tú también has hecho un buen trabajo.


70.

Joaquín no comía en casa durante la semana. Él aparecía por allí cuando ya anochecía, o después si era invierno. A la hora del almuerzo, estaban solas las dos mujeres.

Maribel, aunque bastante más calmada, procuraba no hablar para evitar que le volvieran a traicionar los nervios.

Por el contrario, Virginia descansaba del estudio y, mientras se mentalizaba para repasar las facturas del concesionario necesitaba otro tema, y ¿qué mejor que pensar en Julio?

V    Oye, Maribel. Ya me hablaste del matrimonio, pero no del amor. Cuando alguien se casa, ¿no lo hace por amor?

M    Sí, en algunos casos sí.

V    ¿Cómo que en algunos casos?

M    Pues eso: en algunos casos.

V    Pero, y esas parejas que se ven tan encariñadas, tan felices con su traje de boda, tan...

M    Pero eso no es amor.

V    ¿Ah, no? ¿Entonces, qué es eso?

M    Pues lo que tú has dicho: encariñamiento.

V    Vamos, vamos. Explícate.

M    Es fácil. Tú fíjate: mi marido, Joaquín. ¿Tú crees que se puede enamorar tan de seguido como lo hace?

Virginia sonrió.

V    Pero bueno. Es que tu marido es un caso aparte.

M    No, no creas. La diferencia con otros hombres está en simples condicionamientos sociales. A él le acostumbraron a eso en su mocedad, después me guardó fidelidad durante mucho tiempo porque le habían condicionado para ser fiel y leal a la esposa, hasta que, con el tiempo, le pasó como a mí, y descubrió que el matrimonio no es la institución sagrada que le habían contado. Desde entonces se está enamorando de todas las que se le acercan con una sonrisa.

V    Y tú ¿cómo puedes querer a un hombre así?

M    Pues porque yo, a diferencia de él, no volví a los viejos hábitos, que para una mujer de mi tiempo hubiera supuesto recluirme en casa. Me quité de esos condicionantes, y busqué el amor.

V    Vamos: que también le pusiste los cuernos.

M    No, no. Te equivocas. No me refiero a ese “amor”.

V    ¿Entonces...?

M    Verás. Hay muchas clases de “amor”. Bueno, en realidad, hay muchas cosas a las que llamamos amor, pero que no lo son. Por ejemplo, decimos “hacer el amor” para no tener que decir “echar un polvo”, que suena mal, de forma que llamamos amor a lo que es una simple necesidad biológica. Al que tú te referías, el encariñamiento, también se le llama “enamoramiento”, pero ese amor se acaba cuando la rutina aparece en la pareja, y la rutina acaba siempre por aparecer. A veces más tarde, a veces más temprano, pero siempre aparece cuando ya lo sabes todo de tu pareja, cuando ya no tienes nada que decirle porque sabes que él lo sabe, cuando no tienes qué preguntar porque sabes lo que va a responder. Los distintos grupos sociales, en especial las religiones, dan variadas soluciones para que eso que es ineludible se retrase lo más posible, y para que cuando llegue no sea traumático. Así aparecen los condicionantes de que te hablé, pero no solucionan nada porque se empeñan en seguir llamándolo “amor”, y en tratarlo como un sentimiento. También llamamos amor al que sentimos por la familia, pero eso no es garantía de unas relaciones bien avenidas.

V    Entonces, ¿qué es el amor?

M    ¿Es que tú no lo sabes?

V    La verdad, es que pensé que podría enamorarme de Julio pero, después de esto...

M    Oh no, no. Perdona, mi niña. No debes de pensar así. No tienes que romper una relación porque pudiera acabar mal. Si haces eso nunca te relacionarás con nadie. La diferencia con la gente que no sabe esto está en que ellos creen que no les pasará, y se sorprenden cuando les pasa, y si creen que eso es malo peor suele ser la solución que le dan. ¿Te acuerdas lo que te dije de saber cuándo estás donde debes? Pues el que sabe esto, también sabe cuándo ha llegado el momento, no de romper, sino de buscar soluciones.

V    Pero, yo no sé eso.

M    Ya lo sabrás. Julio te ayudará con eso. ¿Ves? Ya tienes un motivo para salir con él.


71.

Cuando Virginia acabó con las facturas, aún faltaba un rato para su clase con Eduardo. Como tenía que pensar en algo, es lógico que la imagen de Julio le pasara por la cabeza.

V    Oye, Maribel. ¿Qué religión tiene Julio?

M    Que yo sepa, es cristiano. ¿Por qué?

V    No, por nada. Es por una cosa que me dijo, que para él tiene mucha importancia “la oración de la mañana”. Pero yo no sé que eso sea tan importante para los cristianos. Vamos: “muy importante” no. Me preguntó que si yo la hacía.

M    ¿Y qué le dijiste?

V    Pues que no. Yo nunca he sido muy religiosa.

M    Pues te has equivocado.

V    No, de verdad. Que no he pisado una iglesia desde que me vino la primera regla.

M    No. Te has equivocado en la otra frase.

V    ¿En cuál?

M    En que nunca has hecho la oración de la mañana. Julio no se refería a la religión. Él tampoco es muy creyente.

V    Entonces, ¿qué quiso decir?

M    La oración de la mañana es el término que se usa en la Escuela para lo que tú conoces como “ejercicios de madrugada”. Se refería, por tanto, a que si tú también te despejabas de todo antes del trabajo.

V    ¿Es que él también los hace? Sería emocionante hacerlos con él, desnudo, los dos desnudos.

M    Déjate de fantasías. Sujeta esa imaginación. Ya te dije que cada uno puede hacerlos con su propio estilo, y no sé si él lo hace así, ni si se desnuda para hacerlo. Eso se lo tendrás que preguntar tú.

V    ¿Y por qué se le llama oración?

M    Porque lo es.

V    Eso me lo tienes que explicar.

M    Está bien. Atiende. Primero se traza el círculo que representa al mundo, a nuestro mundo, al de cada uno. Luego se mide, se recorre y se le domina. Eso es lo que representan los distintos pasos del “baile”. Por último, desde el centro de nuestro mundo, se saluda a los siete espíritus que lo sostienen, cada uno en un punto cardinal, el Norte, el Este, el Sur y el Oeste, otro en el cenit, en lo alto, otro en el nadir, en lo profundo, y el último en el centro de todos ellos, guardando su equilibrio. Con la respiración les comunicamos nuestras peticiones, expirando, y aceptamos sus decisiones, inspirando. Pero te repito que ése es mi método, y que cada uno lo hace como quiere.

V    Ahora entiendo que te duches antes de hacerlos.

M    Para estar limpia durante la conversación con los seres divinos.

V    Pero, ¿por qué lo de desnudarse?

M    Es una forma de representar que no se les oculta nada, y de que se acepta lo que quieran ofrecernos con todos nuestros sentidos.

V    ¿Y por qué no hablar antes?

M    Porque podríamos hacer alguna petición, o aceptar algún ofrecimiento antes que el de ellos. Eso podría interpretarse como una falta de respeto.

V    ¿Estás segura que eso no es de ninguna religión rara de ésas?

M    En absoluto. Este método lo saqué yo, para mí, mezclando varias cosas que ya aprenderás. Por eso dudo de que Julio haga lo mismo. Lo importante es que, a mí me funciona, y a ti no te va mal. Algún día, si quieres, te harás el tuyo.


72.
MARTES

Como habrá supuesto, la siguiente madrugada transcurrió en silencio hasta que acabaron la oración de la mañana.

No llovía, pero el piso estaba embarrado. No era la primera vez que le ocurría a Maribel, por algo llevaba una palangana en el coche. Claro que, para las dos, resultaba pequeña, y Virginia tuvo que pasar frío esperando su turno. Cuando consiguió entrar en calor, empezó la conversación.

V    Tus espíritus no deben de quererme mucho. ¡La que me han hecho pasar!

M    Ha sido un descuido mío, perdona. Mañana traeremos otra palangana para ti.

V    No, bueno, sí. Lo que quiero decir es que, también me ha venido bien. Mientras me estaba congelando ahí fuera, pues que estaba pensando. ¿Sabes? Es distinto cuando sabes lo que estás haciendo. Hubo momentos en los que casi podía ver a esos espíritus.

M    ¿Ah, sí?

V    Sí. Incluso, me pareció que me hablaban, y que yo les respondía. ¿Tú qué crees?

M    Creo que ha llegado el momento de que tú hagas tu propia oración. La que haces ahora es dentro de mi mundo. Podemos seguir viniendo juntas, pero mañana cada una recorrerá su propio círculo, su propio mundo.


73.

Para la hora del almuerzo, ya mientras preparaban la mesa, la joven recordó de nuevo sus inquietudes con Julio. El muchacho le había calado bien.

V    Al final no me dijiste qué es el amor.

M    Oh, perdona. Ayer tuve un mal día.

V    ¿Otra vez Joaquín?

M    No, no. ¿No te lo he dicho? Joaquín ya ha roto con su último romance.

V    ¿Ah, sí, por qué?

M    Supongo que no le debió hacer gracia saber que era una mujer separada con tres niños a su cargo.

V    Pero, ¿cómo consigues averiguar esas cosas?

M    Muy fácil. Al vaciar la papelera del escritorio, entre mis papeles, normalmente blancos, aparecieron bien escondidas cinco entradas de color azulón, de un parque de atracciones. Eso, y que por la noche estaba más cariñoso que de costumbre. ¿Lo ves? Sumas una y una, y nunca son dos. En este caso eran cuatro, o tres, según se mire.

V    Que chasco, ¿no?


74.

M    Por cierto, y cambiando de tema. Hoy es tu último día con nosotros.

V    Sí, verás. Precisamente de eso quería hablar contigo.

M    ¿Estás nerviosa por el examen?

V    Un poco, pero no es eso.

M    ¿Entonces?

V    Después de todos estos días, no es que no me importe aprobar, que sí me importa, es que... no lo veo tan importante como se supone que debería de ser.

M    Tranquilízate, te estás liando.

V    Puede ser eso, pero déjame terminar.

Maribel hizo un gesto, y guardó silencio para que Virginia se expresara.

V    Verás. No sé si voy a aprobar o no, y aunque aprobara no sé si estaré entre los que llaman para un puesto de trabajo, y aunque así fuera necesitaría de un tiempo para acomodarme yo sola, y...

M    Vamos, chiquilla, termina.

V    Pues eso.

M    ¿Qué es eso, por favor? Que me estás poniendo nerviosa.

V    Pues, que, si no te importaría que me quedara algún tiempo más contigo.

¿Cómo le va a importar a Maribel, si eso era precisamente lo que estaba esperando oír? Ahora tendrás que aguantarte tú, Virginia, porque viene corriendo a ti con los brazos extendidos. Te va a abrazar, te va a besar, y hasta parece que brilla una lágrima saliéndole por el rabillo del ojo.

Ya han desaparecido todos sus temores y, como dijo la muchacha, si aprueba como si no, ¿qué importancia tiene eso?


75.

Después de un montón de facturas y recibos repasados, y algunos exámenes corregidos, antes de la clase con Eduardo, su última clase, Virginia no había perdido la conversación de origen.

V    ¿Sabes de qué me he dado cuenta? Tú, que parece que lo sepas todo, nunca respondes a las preguntas importantes. ¿Se puede saber por qué? Espero que respondas a ésta, que es sencilla.

M    Como tú misma has dicho, la respuesta es bien sencilla: una pregunta sencilla tiene una respuesta sencilla, una pregunta importante requiere una respuesta importante, pero las respuestas importantes no son válidas para todos por igual. Cada persona necesita una respuesta a su medida, distinta a las de los demás. Por eso, lo mejor es que cada cual encuentre la suya.

V    Entonces, ¿no me vas a contestar qué es el amor?

Venga, Maribel. Hoy es un día especial, y no le puedes negar nada.

M    Vale. Por ser tú, y sin que sirva de precedente. El error de la gente es creer que el “amor” es un sentimiento.

V    ¿Ah, no?

M    No. Definitivamente no. Lo que pasa es que, quiénes no “tienen” ese “amor”, se consuelan “sintiéndolo”, y lo analizan, y lo describen, y lo enseñan como tal, y con eso aumenta la confusión, hasta el punto en que, ya generalizada la idea de que amor es igual a sentimiento, entre tanta literatura y vanas palabras se pierde el verdadero amor.

La muchacha ya estaba acostumbrada a este tipo de respuestas de su profesora, y acababa de decirle que “las grandes respuestas son descubrimientos personales”. Por eso, en silencio, memorizaba las palabras clave: “el amor se tiene, no se siente”. Mientras, Maribel continuaba.

M    Si el amor fuera un sentimiento, acabaría donde acaban nuestros sentidos. De ahí que se escuchen frases como: “se les acabó el amor”, que entran más en la poesía que en la realidad. Ése fue mi descubrimiento. Ése es el amor que yo busqué.

V    Y yo pensando que le habías puesto los cuernos a Joaquín. Pero sigues sin responder.

M    Todavía no lo has entendido, pero ya te anuncié que lo diría. Para mí (ya sabes que es mi descubrimiento) el “amor” es un estado de la conciencia. Algo a lo que se llega. Es como andar, que una vez aprendido ya no se olvida. Cuando llegas al amor, ya no tienes vuelta atrás, ya tienes en ti amor suficiente para todos, y para todo.

V    Pero, no lo entiendo bien.

M    Ni lo entenderás hasta que no lo tengas. Ya te he dicho que es como andar. Después aprendes a hablar, y tampoco lo olvidas. También aprendes matemáticas, geografía, literatura, y nunca olvidas lo que vas aprendiendo. Cuando te olvidas de algo es porque no lo has aprendido bien. Por último, aprendes a querer y respetar a los seres humanos, y a los animales, y a las plantas, al mundo entero. Es entonces cuando has llegado al amor, y ya no lo olvidas.

V    ¡Pero nadie puede querer al mundo entero! ¿Es que también hay que querer a los malvados, a los criminales? ¿Es que hay que querer a los animales dañinos, y a las plantas venenosas?

M    A cada uno en su sitio. Amar no quiere decir soportar, ni conceder, ni disimular, ni mucho menos acostarse con todos. Amar es respetar, y colocar a cada cual y a cada cosa en su sitio, y tú en el tuyo. El que sabe esto puede hacer un gesto de amor encerrando en la cárcel al criminal.

No te molestes, Virginia. Aún tardarás en comprenderlo. Todavía tienes que llegar a eso, al “amor”.

Lo que sí empiezas a intuir es porqué Maribel quiere a ese marido faldero, porqué es capaz de... no, echar un polvo no, de “hacer el amor” con alguien que no es su marido, sin sentirse culpable por ello. Y contigo, que te ha vuelto como se vuelve a un calcetín, ¿qué necesidad tenía de acogerte en su casa, de buscarse problemas con Joaquín por tu culpa, de trabajar contigo para que te hagas un  futuro?

Ahora sí. Ahora ya está más que decidido. Repasa todas las asignaturas, y todos los sistemas de memorización que te han enseñado entre Eduardo y... ¿cómo llamarla? Ya no puedes llamarla “Maribel”, y quedarte tan contenta. Si fuerais pareja la llamarías “mi novia”, pero no lo sois, ella te lo ha puesto en claro. ¿La llamarás “mi amiga”? Eso sí es verdad, pero se lleva a confusión, así también se llama a las amantes. Lo que haya pasado entre vosotras fue ocasional y no os convierte en eso. Aunque se haya portado como una madre, tampoco la vas a llamar así. Parece excesivo. Ya sé, ¿por qué no la llamas “mi amor”? Pero sólo en privado, para evitar malas interpretaciones. Ella y tú, ya sabéis lo que os decís. En público será mejor que la sigas llamando “MARIBEL”, pero con mayúsculas. Y ahora prepárate, porque tienes que aprobar.

¿Sabes, Virginia? Creo que Maribel te está llevando, poco a poco, a “su amor”, y que tú te empiezas a dar cuenta, y que no sólo no te importa, sino que te hace ilusión.


76.
MIÉRCOLES

Curiosamente, el miércoles no sucedió nada de interés. Virginia y “su amor” realizaron la oración de la mañana por separado, cada una en su mundo, y no hablaron nada incluso después de aquello. Era como si la muchacha quisiera prolongarla con vistas al examen, y Maribel respetó ese silencio.

Con Eduardo, apenas unas frases.

E    Bueno, esto se acabó. Esta tarde sabremos los resultados. – Comentó el profesor.

M    No, no lo sabremos hasta mañana. Virginia ha quedado con Julio para festejar el fin de curso. Por la tarde irán a recoger los resultados, y después seguirán celebrándolo.

E    ¿Y eso?

M    Creo que han conectado, y están esperando este momento.

E    Pero si apenas se conocen.

M    Pues precisamente por eso. Para conocerse. ¿Sabes que interrumpieron su cita por culpa de los estudios? Están esperando este día desde el domingo.

E    Jodida Virginia. ¿Y tú tienes miedo?

M    No. Ya no.


77.
JUEVES

No era normal que Eduardo recibiera llamadas a la una de la mañana, pero es que Maribel tampoco pudo dormirse hasta que Virginia volvió a casa.

M    Eduardo, Eduardo, escucha: ha aprobado. ¿Lo has oído? Virginia ha aprobado.

E    Maribel, por favor. ¿Sabes qué hora es?

M    Pues claro que sé la hora, pero es que ha quedado la novena. La novena entre veinticinco. Que le dan un trabajo, seguro.

E    ¿La novena? ¿Entre veinticinco? Eso sí que es una noticia pero, ¿por qué no lo hablamos mañana?

M    Tienes que cancelar tus clases. Por lo menos las de última hora. Tienes que venir a la entrega de diplomas. Cancela todo lo que tengas a partir de las once.

E    Pero, Maribel, que son más de las doce.

M    Que tienes que ponerte elegante, ya sabes, para el acto.

E    Vale, vale. Nos vemos.


78.

El cansancio no las libró del madrugón. Caía una lluvia fina mientras se movían, cada una en su mundo, saludando a los espíritus del amanecer, lo que le vino bien a las dos mujeres para despejarse. Ya de regreso, Virginia preguntó.

V    ¿Ya nunca más lo haremos juntas?

Maribel temió que, como ya había terminado sus clases, Virginia no quisiera seguir con aquello. ¿O quizás fuera que quería quedar con Julio para hacer la oración?

M    ¿A qué te refieres?

V    Pues que, como ya cada una hacemos nuestra propia oración, pues eso, que si ya no vamos a hacerla como antes: tú y yo, en el mismo mundo. A mí me gustaba.

Qué tranquilidad, ¿verdad? Pero sabes bien que esto que estáis viviendo es efímero. Tarde o temprano, “tu niña” se irá.


M    Pues claro que sí. Cuando tú ya controles tu mundo, entonces podremos crear un mundo más grande para las dos.

V    ¿Y si viniera Julio?

M    En ese caso, el mundo sería más grande aún. Pero, una cosa, no me pienso desnudar delante de él.

La muchacha sonrió.

V    No, mujer. Ni yo tampoco. Al menos por ahora. ¿Sabes una cosa?

M    Dime.

V    Hoy va a ser un gran día. Me lo han dicho los espíritus.

M    ¿Ah, sí? ¿Sabes tú otra?

V    El qué.

M    A mí también me lo han dicho.


79.

Los alumnos que iban a ser diplomados se habían concentrado en un salón aparte para recibir instrucciones sobre el desarrollo de la ceremonia y lo que debía de hacer cada uno.

Afuera, en el salón de actos, esperaban los familiares y amigos de los afortunados, entre ellos, Maribel y Eduardo. Joaquín no pudo, y no quiso asistir.

El profesor le dijo a la directora del Centro:

E    Así que la novena.

Ella asintió con un carraspeo. Y añadió:


M    ¿No te parece fantástico?

E    Tú sí que eres fantástica. Cuando la conocí, no hubiera dado un duro por ella. Ese genio, ese orgullo. ¿No tienes miedo?

M    ¿De qué tengo que tener miedo?
E    De que no se adapte al trabajo, y vuelva a usar sus viejos métodos reforzados con sus nuevos conocimientos. Sería terrible: un auténtico demonio.

M    No seas agorero. Falta muy poco para que eso sea imposible. Y cuento contigo.

E    ¿Conmigo? ¿Ya me estás metiendo en otro lío?

M    Que no, Eduardo, que no. ¿Qué pasó cuando te dije que la iba a presentar en la Escuela? ¿No dijiste lo mismo? Pues ahora la vas a tener allí por una temporada.

E    ¿No se te habrá ocurrido apuntarla a los cursos?

M    A mí no. Ha sido idea de Julio. Bueno, ella se lo propuso, y a él le pareció bien.

E    ¿Pero qué me estáis haciendo? Pase contigo, porque eres tú, ¿pero Julio? Voy a tener unas palabras con ese jovencito.

M    Pero ¿por qué no lo entiendes? Virginia ha descubierto un mundo nuevo, y quiere explorarlo. Está ávida de conocimiento. Lo del máster ha sido... ¿cómo te diría yo? Como una excusa para que llegara a nosotros. Somos nosotros su verdadera finalidad.

E    Por cierto, ¿ha venido Julio?

M    Sí está allí, junto a esa chica.

E    ¿Quién, ésa?

M    Sí. Y están hablando entre ellos. Al parecer han venido juntos.

E    Pues no le pega nada. Ni siquiera parece que sea un familiar.

M    Bueno. Ya nos enteraremos.


80.

Tardaron en enterarse lo que tardaron los actos en concluir.

Y no. No era amiga de Julio, sino de Virginia. Ella misma lo dijo al presentarla después de los besos y abrazos de rigor.

V    Quiero presentaros a mi amiga Maryi. Maryi, éstos han sido mis verdaderos profesores, Maribel y Eduardo. Eduardo, Maribel, ésta es Maryi, una compañera de la Facultad.

E    ¿Maryi?, - Dijo el profesor. – ¿Eso es Margarita?

M   Bueno, sí, pero si me llaman así no me entero de que es conmigo. Maryi, Maryi para todo.

Maribel cruzó una mirada con Virginia, y sonrieron las dos como signo de complicidad. Ya estaba todo aclarado. Sólo faltaba decir lo que “su amor” dijo.

M    ¿Qué os parece que vayamos a comer todos juntos?

Con la aprobación unánime, continuó.

M    Pues venga, nos vemos en el restaurante. Adelantaros vosotros, los jóvenes.


81.

Cuando quedaron a solas, Maribel se cogió del brazo de Eduardo, y le dijo:

M    Ahí tienes a la próxima directora del Centro BENMA.

E    Vamos, vamos, Maribel. Creo que estás echando demasiada leña en el asador. ¿No te parece aventurado decir eso?

M    En absoluto. ¿No has visto con qué facilidad ha sabido recoger el relevo?

E    Ahora sí que no sé de que hablas.

M    ¿No has visto a su amiga?

E    Sí, claro. Algo extraña ¿no? Ese abrigo corto para que se note que lleva minifalda. Esos zapatitos de tacón alto desafiando a la lluvia, las medias de diseño, el peinado muy cuidado, los aretes...

M    Vamos, que no te has fijado.

E    Pues sí. Me he fijado. Es normal que con esa pinta la miren todos. Pero si no nos la hubiera presentado como amiga, hubiera dicho que trabaja en algún club de alterne. ¿Y tú dices que eso es tu relevo?

M    ¿Quieres hacer una apuesta conmigo?

E    ¿Una apuesta, contigo? Tú nunca apuestas. Calla, calla, sí lo haces, pero siempre sobre seguro. Ya me estás enredando otra vez.

M    ¿Cómo cuando te convencí de que trabajaras para mí?

E    Sí. Ésa también fue buena. Me ayudaste a salir de un pozo. ¿Cómo no te iba a ayudar?

M    Pues, mira. Estoy de acuerdo contigo en que Virginia no es la persona ideal para someterse a una disciplina de trabajo, por muy buen sueldo que le ofrezcan, pero...

E    ¿Pero qué, Maribel?

M    Eso sólo quiere decir, que no seguirá en ese camino por mucho tiempo.

E    O sea, que ya cuentas con su regreso.

M    Pues claro. Pero esa no es la apuesta. ¿No te has dado cuenta del porqué nos ha presentado a Maryi?

E    Pues no te sigo.

M    Está muy claro. Virginia ya sabe que dar es más importante que ganar. Y ha querido darle a su amiga la oportunidad de que aprenda con nosotros.

E    Vamos, que le vas a dar clase.

M    No. Ésa es la apuesta. Se las vas a dar tú.

E    ¿Yo? Ni lo sueñes. ¿Qué gano yo con eso?

M    Si consigues hacer de ella una mujer como Virginia te hago socio del Centro.

E    ¿Y si pierdo?

M    Tendré que seguir soportando tu acoso.

Eso es trampa, Maribel. Lo consiga o no, Maryi le habrá llevado a su cama antes de la cuarta clase, y te lo habrás quitado de encima para siempre. Con razón dice él que siempre apuestas sobre seguro.

E    ¿Tan pesado soy? Oye, ¿sabes que me gusta eso de “socio”? “Socio del Centro BENMA”. Suena bien.

M    Sí, pero la directora será Virginia.

¿No se puede discutir eso? Bueno, al menos me ayudarás ¿no?


Fin



Para los que sepan leer, aquí termina el relato. Para los que sólo hayan visto en él una simple historia, más o menos agradable, les añadiré un

epílogo

Virginia fue contratada como ingeniero en una multinacional donde trabajó con brillantez (y buen sueldo) durante tres años. Al finalizar su contrato fue propuesta por la empresa para participar en ella como socia encargada del asesoramiento técnico a la dirección nacional, con posibilidades de contactos en el extranjero a todos los niveles. Pero coincidiendo con las predicciones de Maribel renunció a todo. Durante ese tiempo, también acabó el doctorado en la Escuela de Eduardo. También allí la propusieron para que continuara dando clases a los cursos inferiores. Y también renunció a eso. En estos momentos prepara su boda con Julio.

Con el nacimiento de su primer nieto, Joaquín y Maribel se desplazaron a Inglaterra, donde acabaron instalándose para malcriarlo (tal como corresponde a unos abuelos que se precien). Poco a poco fueron dejando sus respectivas actividades y vivieron de las rentas. Él delegó en sus socios, y nunca más volvió a faldear, entre otras cosas porque allí, sin negocio que le excuse, le resulta muy difícil. Además que ya volvió a sentirse útil ocupándose de su nieto. Ella encontró en Virginia la sustituta ideal para la dirección de su Centro y, aunque aún no ha montado otro en aquel país, no se descarta que lo haga porque está muy bien considerada en los círculos que tratan del tema y que suele frecuentar.

Eduardo no ganó la apuesta, pero cuando Maribel se retiró, le dejó una cuarta parte de la sociedad que controla al Centro BENMA. Se casó en menos de un año y ya tiene dos hijos. Su esposa, doña Margarita, es una adicta a las obras de beneficencia.


 

Cabecera

Portada

Índice