Álvaro Valverde

Los marinos inmóviles

 

Caspar David Friedrich: La luna saliendo a la orilla del mar

 


Para Yolanda, in questo mare

 

A la faç secular dels navegants inmobils.

J. V. Foix


 

Hay navíos que vuelven, a través de la noche, con marinos inmóviles, cuando la luz se cubre de una ausencia innombrable y es acre respirarla. Navíos que regresan de un tiempo sin noticias, con viejas sombras ácueas de arboladura y lomas. Despacio surcan aguas. Muy lentos, van levando volúmenes por la ensenada extrema. Otros barcos allí habitan sin rumbo, capaces de viajes porque evocan sus nombres sitios aún más lejanos. Traen de ultramar la estela vegetal de sus climas; beben en sus bodegas aguas de otras edades.

 

Hay navíos de aventuras varadas, de sueños fondeados en los muelles oscuros donde la niebla vela. Hunden su travesía en la quilla del tiempo. Su distancia respira en la herrumbre que impregna su estructura de ruina.

 

Desde el norte la noche es un largo descenso, una inmóvil corriente que arrastrara entre brumas la callada respuesta del tiempo.

La noche es aquí un silencio incapaz de acallar el rumor de las tierras remotas, la memoria dormida de los viejos naufragios, un silencio salino.

Desde el norte desciende la leyenda solar de sus huecos dominios, donde la muerte es blanca.

 

La distancia desierta, tal una lentitud donde convergen el ser y la mirada; la línea de horizonte inalcanzable, pero exacta. Allí donde la aurora destila sus contrarios y el día se confunde con la noche.

 

Todo repite una memoria ignota: viejos buques errantes siguiendo viaje. Tan sólo sujetos al azar de la huida.

 

El gesto del vigía: su elocuencia. Insiste en ver lo que le niega el ojo y anticipa la imagen de la tierra que emerge. Extrae resultados.
En los signos equívocos amenaza la espera. Pero sabe, que algo habita en la niebla y que la voz remota de sus gritos, algún día, dará fe del hallazgo.

 

Al pairo, viajeros de las márgenes, perdidos en el linde donde espera la luz su sombra oculta, en ese instante destinado a durar cuando ya nada parece merecer de la memoria su inútil pervivencia.

Al pairo, resueltos a esperar como quien sabe que no hay posible huida ni otro rumbo que el cálculo falaz de los cartógrafos.
Al pairo, en alta noche, marinos de mirada inconsolable.

 

Las ciudades insomnes, sentidas más que vistas por mor de aves distantes que acercan en el canto su presencia; moviéndose a favor de las mareas; descritas en sus sueños por ácidos marinos con voz de alcohol y olvido.

 

Emerge la memoria de la muerte, bajo luz indistinta.

Después de navegar toda la noche, no sabemos si allende está la tierra o si tan sólo ansiamos de la búsqueda el mero buscar mismo.

Las rutas del misterio conducen el navío. Así, durante el día, el ancla nos sujeta a la certeza. No está escrito en las cartas el destino.

 

¿Para qué tocar puerto? ¿No es acaso el regreso nuevo afán de partida? ¿No sueña el navegante una ciudad extinta, una patria perdida, una casa ya en ruinas?
¿No añora para sí una travesía que acabe con la muerte?

 

Propone la distancia una equívoca astucia: mirar desde tan lejos que sólo sea desierto lo que palpe.
Sobre la superficie, efigies derrotadas cubiertas por la arena. La sed del espejismo, la nueva dignidad de cielo y tierra, la suma de infinitos como un mapa que cifre en la verdad su vasto sueño.
No puede proceder de fuente alguna la ruta que conduce a los orígenes: las huellas de la noche se saben laberinto. ¿De dónde y hacia dónde sus viajes?
El agua no atraviesa sino una antigua edad aún fugitiva.

 


Nota.

A falta de poemas inéditos, y para responder a la amable invitación de David González Lobo, rescato para los lectores de Tinta china este poema extenso que apareció en forma de plaquette en la Colección Nómadas de Gijón/Oviedo allá por 1996. Entre los miembros del Consejo Editorial, figuraba mi amigo Jordi Doce.

Se trata sin duda de una rareza, no tanto por lo secreto de la edición (que era sobria y hermosa), sino por su contenido, impropio de un poeta de tierra adentro. En prosa, por cierto, algo también extraño en el conjunto de mi poesía.

Son, en fin, versos apenas conocidos por un puñado de fieles lectores. Ojalá que no les disgusten a los nuevos.

Á. V., Plasencia, otoño de 2016.


 

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