SOPORTAR LA PÉRDIDA
El camino de madurez literaria de Yolanda Pantin (Caracas, 1954) se desliza entre la edición crítica, el ensayo y la poesía, género esencial cristalizado en más de una docena de entregas dentro de un paréntesis temporal que arranca en 1981 con la obra Casa o lobo. La propuesta lírica de Yolanda Pantin recibió en 1989 el Premio Fundarte de Poesía, más tarde, en 2004, la Beca Guggenheim, para seguir con nuevos reconocimientos en 2015, cuando logró el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval, y solo hace unos meses el XVII Premio Casa de América de Poesía con su libro Lo que hace el tiempo.
Desde el título, el tiempo se hace hilazón del poema. Más allá de la desolación opresiva que genera nuestra condición transitoria, fermenta la angustia existencial. La precariedad de vivir alumbra un pensamiento cuajado de viajes interiores, percepciones y carencias. Los poemas dejan sitio a un sujeto verbal que testifica; los sentidos dialogan con los elementos del entorno, acumulan estampas, dan a las secuencias del discurrir un cúmulo de mutaciones.
La mirada lírica indaga las cicatrices del sujeto. En ellas germina un estar a la espera como si en cualquier instante se abriera paso una revelación de sentidos. La realidad exterior muestra con frecuencia un relieve desajustado y caótico, como si en ella se hubiese instalado un magma sedentario de oquedades y aristas, también la identidad del yo se muestra fragmentada, inconformista y reivindicativa, en esa actitud del medio cuerpo que no reconoce la otra mitad.
Lo cotidiano descubre un espacio inhóspito y desapacible. Las antiguas estampas de placidez han mudado su amarillo de mediodía por la grisura. Son sitios umbríos sobre los que sobrevuelan los carroñeros. Otra atinada imagen de ese estar a la intemperie es el poema »Cura» donde el propio ángel de la guardia, inocente símbolo de esperanza y desvelo, necesita refugio en su orfandad para curar sus heridas. Quien vuelve a casa no encuentra la calidez de lo diáfano sino un atardecer crepuscular, la senda tortuosa que ingresa en la penumbra. Es el tiempo de las pérdidas y del despojamiento hasta que la existencia parece puro hueso.
El paso íntimo y meditativo de Lo que hace el tiempo es permeable al ruido de la calle. Toma el pulso a las noticias de lo cotidiano y hace de la memoria inventario y balance capaz de unificar sustratos, esos sedimentos que se apilan en el magma informe del ahora. En este relato del discurrir se definen también las sombras más oscuras del existir; en cada sujeto hay un lugar sin contornos en el que se agitan el dolor y la extrañeza. Es el hilo argumental del poema »Brutal»: »Una parte nuestra / consanguínea / es brutal. / La que agarra / el machete por el mango / para cortar las hojas...»
Yolanda Pantin desdeña el punto de fuga del ensimismamiento para ser testigo del trasfondo colectivo y para poner sus ojos en la realidad desapacible de su país. Los registros explícitos de este compromiso con los otros se muestran en composiciones como »Mensajes», donde con escueto laconismo no duda en denunciar la demencia del poder y su empeño por doblegar la libertad individual.
Sirve de coda »El Corneto», un relato sobre un caballo que huye de la casa familiar y protagoniza una última estampida. El cuento tiene la delicadeza y nitidez de una ensoñación lírica y se basa en una narración materna, como si la voz poética ejerciera de intermediaria para idealizar las asperezas y diera cauce a alguno de los cuentos que tanta luz aportaban en los días lejanos de la infancia.
Lo que hace el tiempo es un poemario de textura sutil que busca desnudez en su desarrollo argumental, como si el proceso de escritura practicase una poda de lo superfluo. En cada poema es perceptible el entrelazado entre lo personal y el laberinto social, la conciencia de quien se siente »perdido en la emboscada histórica». Esa saturación que engulle el tiempo impulsa la escritura, trazos de incertidumbre habitando en la punta de la lengua.
En la parada de autobús entre Houston y Dallas al bajarse para orinar la muchacha que me había señalado el lugar donde estaba el museo de la cárcel me trajo del arbusto ralo una flor. & La poda de una rama El pago repartido y en la necesidad la idea de que alguien te ha robado (el encargado) Venir contra el nuevo la queja y que éste se guarde en los caminos del machete. & Cuando no hay nada que dar florecen los grandes árboles. (Del libro inédito Un año y unos meses)
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