La ley Como el filo que doblas de ese folio inservible y aparecen las alas de un avión de papel así eres tú, en el fondo y la forma. Solo un vuelo de hojas que corta en dos el día con su trazo indeciso y en caída constante. La gravedad no miente sus leyes son de plomo, de nada serviría escribirlas en verso no alcanzarán altura, la física es tajante: Lleva exceso de peso tu corazón vacío.
Evanescencia Meto tres sustantivos en la boca del tiempo y él me devuelve bruma, callada, multiforme. Reajusto la mirada, apunto a sus pupilas y él me regala huellas clavadas en el barro. Luego tomo prestada una canción antigua y acaba como ungüento atada a mi garganta. El tiempo y yo llevamos más de una vida juntos, y aunque no nos hablamos yo sé que soy un yo, en él, más que un nosotros.
El poema Unos gramos de sol sobre la piel del verso. Cuatro gotas de ausencia, una pizca de olvido. La perenne memoria de las hojas caducas. El vapor de las voces que abrazaron tus ecos. La raspadura fina de tu mejor sonrisa. Desde algunas mentiras destilar la verdad. Luego agitar con fuerza, sin piedad, con soltura. Licuarlo en la frescura de una sombra cualquiera y dorarlo en la hoguera de tu soledad. Después servirlo «al dente» sin alardes, sin trucos, que lo devore el tiempo —ese lobo enjaulado— y observar la contienda como un dios malherido que acaba de saber que es un simple mortal.
Oración sintagmática Deja que muerda el viento tu jaula de raíces, quítale ya el bozal a tu memoria ciega porque tu boca rabia y sabe a sangre muerta, y entre tus uñas guardas la tierra que soñaste. ¿Palabras? ¿Qué magia vas a hacer con las palabras? ¿Un almuerzo a tus hijos repleto de adjetivos? ¿Una casa en el aire de vocales abiertas? ¿Un jardín de desiertos guardado por pronombres con terrazas que miran a un mar de conjunciones? Deja que el viento tumbe tus palabras, que se las lleve todas, no obedecen al peso, solo son aire enfermo, gastadas por el uso, han perdido el hechizo que alguna vez tuvieron. Deja que el viento arranque tus palabras de ese bosque de verbos calcinado, de ese folio inservible, de esa tinta de sombras infinitas que es a veces tu nombre y otras muchas la herida.
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