Tatik Carrión

Poemas

 

Rinat Izhak: Río

 


El hombre de las montañas A Pedro Arturo Estrada Un hombre escribe sobre muchachas pueblerinas en noches mustias les inventa diálogos secretos. Las mira a todas horas en su cuaderno de apuntes les dibuja el sosiego y juega con ellas por entre los cultivos de su memoria. ¡Vieran la alegría de este hombre cuando les peina los largos cabellos! En las horas del insomnio ellas lo acarician, devolviéndole la vida enseñándole el camino hacia los sueños. Hermosas las muchachas —raíces de la tierra— del hombre que vive en las montañas y que germinan como cosecha de ángeles.
DOMINGOS El domingo pasa lento y despiadado cantando tristezas llevando y trayendo silencios. Frío y sin lluvia gris distante, solitario para quienes siempre hemos sabido abrazar ausencias. Se impone sutilmente con los gritos de los niños que juegan en la calle, con las horas de rostros repetidos. Empieza a morir la tarde y las nubes cubren la desnudez del cielo. Así son los ocasos de este cuerpo que se extiende y se olvida de sí mismo. Este domingo duele y ya vienen los otros domingos, se anuncian en mi tierra baldía.
EL AMOR Nadie puede lanzarles ni la primera ni la última piedra; solo ellos, los ausentes compañeros saben que hablo en el idioma de los pájaros. Siguen juntos pero ninguno ha regresado desde que se fue, perdidos se siguen encontrando en los libros que comparten, en la cama que ya no les pertenece. Se anochecen, se suceden, se escriben sin correspondencia. Lo único que los junta es el tiempo en que fueron otros y el plazo aplazable de las esperanzas muertas. Ambos fueron delirio aves en contracorriente voces de su propio sueño, fueron condenas dulces y, piel sobre papel. Nadie puede lanzarles la primera piedra ni la última, porque la edificación de su amor siempre estuvo en el aire.
SUR Cuando el amor habitó la piel y ahora viaja por tierras lejanas, no hay puentes que convoquen a los desaparecidos besos. La raíz podrá recordar pero el fruto florece en el olvido, no hay ojos que pregunten y la voz es apenas una brújula descompuesta. Cuando el amor fue instante, estremecimiento en el asombro no hubo sospecha de este tiempo de cenizas. Desde la lejanía me reclamas y este lugar deshabitado que no ya reconoce cantos ni plegarias espera como siempre que lo vengas a salvar del abandono y la memoria.


 

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