Sísifo La ciudad desolada hoy no susurra nada en mis oídos. Despega los labios y permanece muda. Se agotó la palabra. Tengo miedo; estoy sola. Cada calle es idéntica y todas giran formando un laberinto. No hay escapatoria para mí, para nadie. Un rayo azul, metálico, ha devastado el cielo. Los pájaros no cantan: chirrían como puertas oxidadas, como instrumentos desafinados e infernales. No encuentro el sol. Una gaviota sucia busca entre la basura algún despojo útil, residuos de provecho; así yo miro atrás a ver que me he dejado si hay algo de valor y si es preciso quizá recuperarlo. Pero la basura es basura, la nada es negra, o blanca, pero es nada. La ciudad ya no me ofrece cosa alguna no me dice ni una sola palabra. Estiro mis brazos y giro como un molino en una encrucijada. Podrían atropellarme pero también el tráfico parece detenido. Me siento. Me pregunto: dónde está la belleza, dónde el bien. Yo sé que existen. Los he besado con mis propios labios. He pasado mis dedos azulados por sus suavísimos contornos. Yo misma he sostenido sus pilares y pinté sus colores y pronuncié sus nombres. Dónde afluyó entonces todo eso, dónde ha parado. La ciudad no responde a mis preguntas. Me mira con su ojo impasible, despiadado. Estoy sola entre escombros. Otra vez estoy sola y he de empezar de nuevo a levantar mi piedra con paciencia infinita como mi condena. (De Este jilguero agenda, 2007)
El espejo trizado ¿Qué hay en el espejo trizado, que en él me reconozco? ¿Son los fragmentos rotos, la ceniza, este limo estrellado, estas leves partículas briznadas, el reflejo poliédrico, escarchado, el eterno fractal inaprensible, las limaduras, el serrín, los segmentos; la descomposición, es quizá más cercana a mi esencia a mi alma que toda la lisura y plenitud de un espejo pulido? Manto de hierba. Soles movibles, fugaces, incompletos. El mar está formado por un inabarcable movimiento de gotas, de mareas. Mi saliva jamás destila igual, nunca es la misma. La metralla implacable de mis pies, de mis ojos, reverbera en la noche: un prisma de cristales, como agua infinita que se ondula despacio con los flujos nocturnos. Y soy yo, centelleo; somos todos brillando, como pájaros de aire que surcan el espacio, donde no tropezamos con estrellas rotundas, donde solo hay migajas, ralladuras y polvo. Mi rostro no se rompe; es elástico, se recompone mil veces; humedades distintas me modelan, soplos tibios de vigor, de deseos, de temibles, dulces, cambiantes, perecederas ansias me conforman. Una erupción de astillas me sostiene. Soy débil y soy fuerte; ya mi cuerpo que se alza soberbio y espejea en añicos de azogue, con fulgores propios, frescos, novísimos, nunca antes entrevistos; ya mi forma transida se destapa y soy yo y soy miles y soy yo siendo miles. Sentada en una cumbre -visceral, no tangible, imaginada siempre como refugio y roca- contemplo el universo disgregado. Y sé que estoy ahí y en cada cosa y que el espejo roto me recoge con luces y con nombres que yo aún desconozco y que son míos.
Cloro Dulce gas, amarillenta luz mineral en mi PIEL en cada onda en el rítmico andar de un chapoteo licuante y espumoso. Gas halógeno en TI me hundo en TI el abandono en TI el refugio mis oídos ya no oyen mis ojos ya no ven no pesa YA mi cuerpo. Sumergida en tu hipnosis droga acuática amortiguado ruido silencio azul verdoso brazos pies brazos codos salgo y entro y me empapo en OLVIDO doy diez vueltas diez más doy veinte vueltas y ya NO sé contar cloro bendito mundo paralelo.
Quién hay, quién es, quién está hablando ahora qué palabra, dime paloma de párpados violáceos, dime paloma hinchada qué palabra pronuncia qué persona qué cuerpo qué garganta qué leche qué saliva. He de saber en cuál en qué charca en qué arroyo en qué pantano sucio en qué lavabo en qué tubería rota en qué estanque de nieve en qué estanque podrido en qué vertido he de beber yo ahora. He de saber en qué palabra en qué idioma en qué lenguaje he de decir qué cosa y a qué oreja a qué persona a quién que interprete, que escuche que entienda ahora estas gotas que penden de mis labios.
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