Sara Castelar

Poemas

 

Henri Rousseau: El sueño

 




La hija del herrero

Sobre la esclavitud del hierro 
escribo la memoria,
la fortuna errática del pájaro 
la medalla furiosa de mis ojos.

He parido entre soles
he lamido la costra del amor
he soñado la ausencia y la locura
he amasado el pan sin esperanza
he cargado la edad, la arruga
con su interminable bosque.

He sido una mujer
dejadme ahora el animal
atravesarme el alma.



La única certeza

De que aún estás vivo ha dado fe la noche,
el latido que el reloj falsea
en el que te descuento a medias con los años.
El trazo de la sombra que te escribe 
y se descuelga
por el embudo de la herida.

La única certeza,
que no hay dolor más largo
que enfermar de uno mismo.



Caminar Lisboa

Ella era tan larga como un río 
que ha perdido su nombre,
él era un camino sin arcén 
en el que transitaban las preguntas.
Eran los pasajeros del asombro,
los transeúntes de una ciudad fundida
con la ternura de los huesos.
Tenían tanto frío y tanta lealtad
que construyeron un hogar entre las manos
para que el invierno los encuentre.

No hay lugar más libre que el valor
de inventarse las huellas de los pájaros.



Hannover en el frío


			a aquel gorrión


Hay un pájaro en mi mano que muere de memoria,
lo mismo que mi lengua o mi nostalgia,
alguien grita, hay enredaderas sobre el yunque
y ruido y piel y mi nombre en el óxido,
habla de amor y sabe que es la noche lo que nombra,
la huida y su contorno, el refugio del hambre,
la sed,
la sed sin ancla, sin mí, 
la sed con su verdugo

y mi corazón que ondea
en la costura abierta de otro pecho.



A mi padre

Alguien dice corazón y existe  
en los labios de otro,
en el animal que aún respira 
sobre las cosas olvidadas, 
sobre la niñez extinta. 
Yo no conozco el curso de este frío
silencioso que se instala en mi pecho,
pero conozco el templo del ruido
que construye la aurora   
en las manos gastadas de mi padre, 
entre el hierro y la vida.

Qué incierto mi corazón
entre sus manos ciertas.


			(De Luz Sur)


La memoria imperfecta I Porque miles de rostros avanzan por la noche devorados de sombra, ya lo sabes, las ciudades no duermen sin sus muertos ni sus gatos de azufre, yo los miro con la niñez abierta como una llaga hermosa, esa dentada arista de la luz que vuelve con el frío salvajemente niña, salvajemente pura. Desde mi corazón los continentes crecen y se arquean sobre la edad del mar, la tierra es como un llanto que a nadie pertenece y suavemente cae para agrandar los ojos o para amar la soledad del trigo. Yo no aprendí tu infancia, ni el discurso de las sillas vacías que adornan el jardín y la memoria triste pero aprendí el oficio de la arcilla después del aguacero, cosí mi lengua a la ciudad del tigre y odié la voz como se odian las banderas, con abnegada rabia. Dejo una esquina del olvido para este dolor largo, para esta muerte a plazos que adeuda el almanaque y arroja entre sus números la gravedad del tiempo. Vuelve a temblar un niño en tus rodillas y ahí afuera, siguen naciendo los perales. II Yo sé que aún recuerdas el himno vulnerable de los ferrocarriles, largos como el país del frío o la desolación de los espejos después de haber amado la ebriedad y el barro. Sigues uniendo al verbo cada huella deshecha, cada ojo que crece en la palabra para volar sin nombre sobre los días solos. Las rosas no conocen el camino del matadero y suben a los techos de la casas perdidas, de la calle perdida, adonde lentos pájaros acuden para habitar el sitio no besado, esa distancia yerma que adeuda la memoria donde el amor pasó como un arado negro. Caen los signos a la tierra quebrada que aún empuña la sequedad del hambre y el vacío crujiente de los huesos, estas cansado y solo en el recuerdo pero tu voz se acuesta en todas las gargantas. No has perdido la fe, sólo han muerto los muros de los templos y la herencia del plomo. Alguien se parece al mar esta tarde de lluvia y sigue siendo humano, todavía. III Estás al Norte y eres final como el abismo o la soledad del huerto, siempre estuvo aquí esta distancia para recordarnos tristes o lejanos, como la palabra nunca. Nada estará tan cerca para arrasar la luz, asoma de tu lengua este zorzal herido y resbala desnudo como un ascua de aceite. Algo se esconde para nacer de la desolación, una voz, una muerte nueva. (De La hora sumergida)

 

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