Reyes Font

Animales


 

August Macke: Niños con cabra

 



 


El pavo

Lo encerraron en el cuartito y cuando llegó la hora de comerlo, nadie lo quería matar. Llamaron a la portera que, de un tajo, le rebanó el cuello y lo desplumó. No recuerdo aquella cena; sólo el terror del animal aislado y su grito nocturno, y el pequeño cuarto -alacena y servicio- que, durante una semana, no pudimos utilizar.



Los perros chicos

Ron se llamaba uno de ellos y era como un barril, blanco y negro, cocker, creo; se lo llevaron en seguida, los niños hacían mucho ruido.
La perrita canela se murió muy pronto, pero me gustaba más Caneli, el perro de un niño amigo; estaba en la fábrica y corría muy bien; otros animales le ayudaban.



El pato

Llegó muy bonito y amarillo. Se metía en el almíbar y lo ponía todo perdido. Saturnino cuacuaba sobre mi anillo con la perla celeste. Al crecer, ya blanco y hermoso, lo llevaron al parque con una tarjeta de identificación y su nombre, para que fuera reconocible. En el estanque se pavoneaban los patos nacidos allí. Supongo que Saturnino tuvo sus dificultades. No lloré cuando se alejó, dejando una estela en el agua con su cola nueva.



Los pollos

Fueron demasiados y no los recuerdo a todos. Odié luego la costumbre de pintarles el cuerpo y que fueran al principio verdes o rosas, en vez de amarillos.



Las tortugas

Las pequeñas eran islas solas. Me aburrían porque no abrían la boca. Me entusiasmó en cambio Filomena porque era enorme y desaparecía en el invierno, debajo de un mueble, y se dejaba ver en la primavera, fresca y distinta. Incluso llegó a mudar parte del caparazón. Su lengua era grande y rosa cuando atraía con habilidad a las moscas. Muchas otras desaparecieron. Por ejemplo, una gaviota se llevó en el pico a una tortuga mediana, desde la terraza, en el mar. Fue un abrir y cerrar de ojos.



Ramón

Todos los cobayas han sido muy amigos. Ramón tenía el pelo muy suave, blanco y marrón, a bandas. Era precioso. El alimento, a tiempo. Demasiado, quizás. Sus dientecillos como pequeñas sierras alargadas. Masticar, triturar, tragar. Tuvo una buena vida. A otros cobayas también se les salvó, pero vinieron los problemas del contacto alérgico.



Los diamantes

Estos pajaritos exóticos fueron muchos, en una enorme jaula más alta que yo, en la terraza. Venían de Portugal, más allá de los mares fueron recibidos. No se reprodujeron en cautividad. Sus colores me distraían, no conseguía ordenarlos ni separar machos y hembras ni preparar los nidos. Usamos todo lo recomendado, pero el clima no ayudó.



El gallo de Madrid

Estaba en un parque y yo me acerqué demasiado. Cuando su cresta roja picó mi pie, los dos niños se rieron y yo no contesté, porque no me dolió; era su encrespadura tan fina y tan poderosa. Estaba en la yerba el gallo solo y yo disimulé a lo lejos.



Los gusarapos

Riachuelos. Arroyos. Corrientes. Los gusarapos tenían forma blanca y negra sobre la superficie y aspecto de estar tumbadísimos y muy frescos. El niño y yo los recogíamos en un bote que derramaba el agua despacio, un cántaro medio lleno. En el perfume del alba, estos bichitos, como saltarríos desafortunados, nos miraban a nosotros, grandes enanos de cristal y miradas, de paso.



Crustáceos

Marisco. El calamar. Mi boca se asquea. En la roca de los cangrejos, la red y el cuadro que no traje se quedan quietos. Miro el molusco de piedra y no lo trago. Los nombres, la vigilia. Un maremoto de imágenes me clava a las arenas. Playas. Planicies. Del norte. Del sur. La Lanzada. Riazor. Rota. Chipiona. Saben. El agua que me traga. El mar está valiente y hay banderitas donde pone yo-yo.



Pavo real

En el parque. Cuando abre la cola no lo veo y no me gusta, aunque parezca un abanico y lo recuerde después muy lentamente.



Mariposas

De todas partes, muy elementales, la muerte sola en un día: no las quiero tener, ni mirarlas ni pinchar en ellas, ni que sean blancas y me crucen por el camino, ni hacerles tumbas ficticias con trocitos de cajas y cristal de plástico que me encuentro.



Libélulas

Se caen en el agua y con una red las saco para que vivan de nuevo, si un niño no las ha cogido por las alas y ha jugado a que se pelean y se rompen las cabezas de colores, verde y roja, muchas. Los zapateros.



Moscardones

Enormes y negros, con un zumbido que despista y cuando se caen de mi cabeza sólo son torpes vuelos y me enfado.



La avispa

Me picó en la espalda y yo que sigo y no la veo y ella se habrá muerto, pues tengo clavado el aguijón y cogeré el barro para sanar muy pronto, pero ya se ha ido. Cualquier avispa tiene un panal ingenuo, en los árboles que no dan miel y, saltándose las normas, miran en la carne y la atraviesan.



Escarabajos

Peloteros. Se dan la vuelta y se quedan patidifusos sin que se arregle su situación. Yo, con un dedo, los levanto y, otra vez igual.



Lagartijas

De lo mejor. Están entre las junturas nuevas y se mueven muy bien. Capturarlas con los ojillos abiertos y abrir la mano y que se suelten, el rabo les crece más tarde y que no escupan en ninguna calva porque seguirá siendo calva eternamente.



Sápidos

Una familia de folklore que mengua con el sol y canta al anochecer de las charcas escondidas. Verdes como toda la naturaleza, en el fondo del pozo, enormes o quizás no tanto, aljibes, acequias, mentiras.



Cochinitas

No sé qué son. Insectos negros con muchas patas que se revuelven sobre sí mismas y se cierran formando una pelota, tamaño de la baya de enebro.



Gusanos

Seda, la metamorfosis que se enrosca como un hilo amarillo y sale la palomita, la polilla, y se va. Al gusano se le engorda con la morera y tiene un tacto precioso antes de esconderse : un trenecito blanco con vagones para hormigas.



Mosquitos

Paran en la sangre más dulce y se ceban con ella, que para eso es rica y les engorda. Los matas de un golpe en la pared por su torpeza, y son fábulas sobre algunas rías, que ya no veo. A veces eran nubes tan densas que semejaban tormentas de verdad, mandadas por el viento, en la marisma.



Luciérnagas

Habilidad de ver la noche desde el caparazón aniquilado, la dureza sencilla, que no se toca, mariquitas nocturnas, cuánto vuelo. Rojas con puntos negros y redondas o triangulares.



Gorriones

Gozan por la ciudad, dando saltitos, bañándose en las fuentes, refrescando las alas, que tienen mansedumbre y son imperceptibles y muy chicos.



Golondrinas

Chillando en la ventana, viene el verano a veces; no hay que descuidar la casa o los amigos sino seguir con el estudio hasta el amanecer; vuelan muy bajo, a ras.



Cigüeñas

En torno de las torres donde tuvieron nidos se apasionan y en redondo voltean, tan alargadas, planitas y garbosas, soñolientas, picudas.



Loba

Mi perra, cariño y celos, con bozal, pobre niña; hay patas rotas en la calle y las pisamos nosotras, por el negro calor y el fresco de la tierra.



Kazán

El perro, individuo, de suyo independiente y jamás enseñado; le dio miedo el chorro de las aguas que amaestran, y se quedó feroz con la lengua colgando.



Verde

Este es el nombre de los camaleones de la playa. Se cogen por detrás de las dunas, frente al faro. Van en mi pecho puestos y no huyen. Piden comida y moscas en un hilo colgando; se la llevamos hasta su lengua enroscada y rosa. Se la guarda otra vez. El verde los altera : sobre los hierros negros son oscuros, luminosos en las hojas. Se tocan como una cresta dinosauria. Con la barriga muy floja. Los ojos saltoncísimos miran a todas partes. En mi pecho, un detalle; ni flor ni beso.



Córvidos

El mirlo que pasea tranquilo y silencioso, negro y con el pico amarillo, por los parques. Se posa, como estatua en el pedestal y nos hemos perdido, en la espesura, infantil y barata, para salir al sol, refugio-instante.



Arácnidos

La araña está rodeada de su creación, y se columpia en ella impertérrita. Hasta treinta años, dicen, puede durar esa tela de polvo, que intacta, busca su origen en lo ancho y alto del ámbar que ha caído, como gota, en su piel. Amarilla y preciosa. Apago las ideas que son sólo belleza.



Peces

La gran carpa muerta en la piscina. Los peces rojos que se ven tan tranquilos y sacan su boca para protestar, el aire, el agua. Los alevines, diminutos en la fuente. Oscuridad. Toda la luz hirviendo como si quisiera detener mi visión, que el sol no quema, que el sol hace trizas. Carpas hambrientas de estanques poderosos, que se parten la boca por el trozo de pan, en todos los idiomas. El agua parlotea.



Palomas

No quiero símbolos, ni en la paz de cartón ni en nombre de las obras. En el parque se toman los arvejones, bolitas de color marrón sobre el albero de la tierra. Arañan el brazo sus uñas delgaditas y vuelven cada año más blancas: enfrente, edificios rellenos de libros donde sus nidos jamás harán historia. La luz que cambia, la luz está encantada. Y si dos se pelean y arrancan el plumón de sus cabezas, separamos a las hembras de los machos y al más aislado, le darán el terrón de azúcar de la infancia.



Monos

El primero que toqué estaba disecado y solo en la tienda. Me pareció horroroso. En El Tempul había muchos chillando al final de la vereda y también un gran gorila pestilente. No creo que sean divertidos. Me gustan más las historias sobre ellos, por ejemplo: el barco partió con una mujer a bordo. El naufragio la dejó sola en una isla; un mono orangután se enamoró de ella y tuvieron un hijo; cuando la rescataron, desde la orilla, el simio, con el niño en los brazos, la llamaba para que volviera.



La oveja prometida

Cuando teníamos un año o dos, nos la iban a traer con un lazo celeste. Pero no apareció. Seguí danzando entonces, en mi silla de enea.



Águilas

Las hemos visto por las carreteras. Marrones y erguidas. Si nos paramos, empezarán las sombras. Yo, en el coche, siempre viajo en el centro y de espaldas.



Buitres

Naturalmente reposan en Utrera, que es su ciudad natal. Pero de cerca, los vi bajando por la Garganta Verde, pueblos blancos, Grazalema en la Sierra de Cádiz.



Gallipato

El niño y yo le dimos este nombre a esas aves acuáticas que entran en los lagos dulcemente, a saltos, y naufragan y ya no sabes más.



Las cabras

De Granada hacia Murcia, nos detenemos y yo, muy vacilante, he salido de la playa alquitrán en Salobreña, entonces digo que me quiero bajar y todas ellas, cuando me ven, se marchan tan campantes.



La primera vaca

Tumbada sobre el verde, llenísimo de la lluvia en Santiago, por detrás del Pombal, al fin se llega muy arriba, y la veo tan grande que me asusta y no sé qué decir, porque olvidaba, que mi excursión de séptimo a Carmona -necrópolis, canciones- tenía regadas por el campo cien vacas y mil toros más allá, como gigantes flores muy abiertas.



Gallinas

Estábamos en la fiesta del pueblo de Carrión de los Céspedes -tiro de piedra, Huévar-, la Virgen del Rosario, y el niño y yo, con los cohetes en el patio, por detrás de la casa. Eso era genial. Correr a las gallinas ya dormidas, mientras fregábamos el suelo con los cubos de agua. Dentro, el torno de carpintero. Arriba, el soberado, con el grano y  los melones librescos.



Cerdos

Pasé miedo durante años porque vi la matanza fortuita. No era posible. Eulalia tenía una casa preciosa, todo un lujo, pensé. Largos los corredores, acertijos para seguir bajando. Y al fin, la porqueriza. El gorrino chillaba y cuando la sangre surgió de las piletas, yo en el suelo, soñé que amanecía. Me recompuse veinte años más tarde y el rosa era divino. Jabalíes de caza en Alanís, la sierra pura; El Pedroso, divertidas piaras; Aracena arrolla los molinos de León y sube el Bujo; de Utrera se deslizan el Pantano del Águila y los ciervos.



Caballos

En la romería de Valme, Dos Hermanas, se desboca el caballo y huye enloquecido. Nos dejan en las casas más grandes y veré más caballos, como en la feria chica. El mío ya sortea los cepos y la angustia, por caminos de asfalto o de verbena: montura, cepillado y crines blancas.



Dálmatas

Siempre había uno de estos perdigueros frente a la casa: los del primero y sus cancelas blancas. En Chipiona la elegante niña Diana salía con él a media tarde, y a mí me parecía un sueño la independencia suya del chalet y la bicicleta. Hoy todo tiene manchas redondas al sol.



Pancha

Esta muerta reciente llegó dando problemas. Lo creímos macho durante un tiempo y era Pancho. Picotazos enormes, saltos sobre la mesa y robo de comida. Dormía en su rincón favorito. Sobre su propio plato le enseño las canciones que más me gustan. No nos tocamos. Ella ha hecho su recorrido afectivo por la casa y furibunda, por oír a los niños nuevos, se ha suicidado.



Chinchorros

Son las pulgas temibles de los perros, verdes y llenas de saquitos de sangre. Estallan si el animal se deja. Purga con las yerbas silvestres y un fumigador rapidísimo. Quizás a su modo, galopan.


 

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