Rafael Adolfo Téllez

Cinco poemas

 

Jean-François Millet: Pastora con su rebaño

 



LOS VIEJOS GATOS

La noche los trae, de lejos, al ruinoso 
caserón, 
y miran, recostados en el suelo, la llama 
que tirita en el candil.  

Nosotros comemos nuestros platos, 
sentados a la mesa
en la que padre, con su traje rugoso,
alza pensativo la cuchara.

No son de esta tierra
aunque suban ahora del arroyo
y en sus lomos traigan sones silvestres, 
matorrales...

Los gatos portan en su piel el oro 
de otros mundos.

Bajo las vigas recias del techo
duermen, 
en un recodo en sombra.
Tal vez, oyen aún las viejas lluvias.

Los viejos gatos regresan, pordioseros 
como nosotros,
donde antes, sin tardanza,
les servíamos, en cuencos de barro,
un poco de leche.

Pero, no sienten piedad alguna.

Sus maullidos resuenan aún acá 
o en otra parte.


CON LAS PRIMERAS HELADAS DE INVIERNO Ya no es joven, pero, temprano, en la mañana, se apoya aún en el brocal de un pozo de piedra carcomida. Ocupa su puesto aquí bajo estos cielos y no recuerda apenas y saluda tímido a ese poco de sol... Ahora que, con las primeras heladas de invierno, sobre el brocal, estalla una luz que no es suya sino de otro que anduvo a pie por estos campos, cuando bastaba apretar un puñado de hierba entre las manos, cuando entre las líneas de las hojas verduscas del olivo podía leer aún el nombre de un dios.
LO MIRO DEAMBULAR POR CALLEJAS OSCURAS... ...magnolia que mojó la luna Homero Manzi Lo miro deambular por callejas oscuras y detenerse ante el mostrador de una taberna a beber. ¿Por qué no ha de beber si amó mucho, y, ahora, busca, entre estas piedras, la certeza de estar vivo? Un hombre que en sus alforjas lleva sólo haber amado tu piel, magnolia que mojó la luna, en este arrabal o en otro. Tal vez en una ciudad distinta a esta en la que hay un río y tranvías sonámbulos que cruzan la noche camino a no sé qué parte. Es lento, mesurado, taciturno. Y ya no sueña. Ha escrito en su cuaderno apenas unas cuantas sílabas, las del adiós.
EL VELÓN EN EL QUE ARDIERON LAS NOCHES La noche suele llegar pronto y llovizna en la oscura calleja. Cae en la techumbre y cae en la carcoma y en el hollín de las pesadas vigas la lluvia que vino de tan lejos. Qué duende revolotea en la penumbra, entre tus risas, tus pechos... qué duende en las sábanas, en las que al amarte, puedo oír, —en otra región, tal vez— pisadas de mulos y carros. Esos mismos que hoy se alejan o se acercan, ya no lo sé, mientras veo apagarse, en la vieja pared, el velón en el que ardieron las noches de nuestra juventud.
UNA TIENDECITA Ya no se ve al niño que, al doblar un recodo, llegaba, en la mañana, con unas cuantas monedas, a la tiendecita que hay en la calle Torrijos. Huyó el viejo tendero con su delantal blanco. Siempre bajo una luz muy tenue, como en el Génesis. Se fue no sé adónde el mostrador con sus cajas de arenque y su papel de estraza... Se aleja todo, se sabe. Lo mismo que aquel cielo turbio que era un brochazo de Dios en la calle dormida por donde, de cuando en cuando, venia noviembre con su pala al hombro, con sus alforjas de oro. Y nos amaba.


 

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