FRAMMENTO EPISTOLARE, AL RAGAZZO CODIGNOLA Caro ragazzo, sì, certo, incontriamoci, ma non aspettarti nulla da questo incontro. Se mai, una nuova delusione, un nuovo vuoto: di quelli che fanno bene alla dignità narcissica, come un dolore. A quarant'anni io sono come a diciassette. Frustrati, il quarantenne e il diciassettenne si possono, certo, incontrare, balbettando idee convergenti, su problemi tra cui si aprono due decenni, un'intera vita, e che pure apparentemente sono gli stessi. Finché una parola, uscita dalle gole incerte, inaridita di pianto e voglia d'esser soli, ne rivela l'immedicabile disparità. E, insieme, dovrò pure fare il poeta padre, e allora ripiegherò sull'ironia - che t'imbarazzerà: essendo il quarantenne più allegro e giovane del diciassettenne, lui, ormai padrone della vita. Oltre a questa apparenza, a questa parvenza, non ho niente altro da dirti. Sono avaro, quel poco che possiedo me lo tengo stretto al cuore diabolico. E i due palmi di pelle tra zigomo e mento, sotto la bocca distorta a furia di sorrisi di timidezza, e l'occhio che ha perso il suo dolce, come un fico inacidito, ti apparirebbero il ritratto proprio di quella maturità che ti fa male, maturità non fraterna. A che può servirti un coetaneo - semplicemente intristito nella magrezza che gli divora la carne? Ciò ch'egli ha dato ha dato, il resto è arida pietà. (Da Poesia in forma di rosa, 1964)
FRAGMENTO EPISTOLAR AL MUCHACHO CODIGNOLA Querido muchacho, sí, claro, encontrémonos, pero no esperes nada de este encuentro. Si acaso, una nueva desilusión, un nuevo vacío: de aquellos que hacen bien a la dignidad narcisista, como un dolor. A los cuarenta años yo estoy como a los diecisiete. Frustrados, el de cuarenta y el de diecisiete pueden, claro, encontrarse, balbuceando ideas convergentes, sobre problemas entre los que se abren dos décadas, toda una vida, y que, sin embargo, aparentemente son los mismos. Hasta que una palabra, salida de las gargantas inseguras, aridecida de llanto y deseo de estar solos, revela su irremediable diferencia. Y, además, tendré que hacer de poeta padre, y entonces me replegaré sobre la ironía, que te incomodará: al ser el de cuarenta más alegre y joven que el de diecisiete, él, ya dueño de la vida. Más allá de esta apariencia, de este aspecto, no tengo nada que decirte. Soy avaro, lo poco que poseo me lo guardo apretado en el corazón diabólico. Y los dos palmos de piel entre pómulo y mentón, bajo la boca torcida a furia de sonrisas de timidez, y los ojos que han perdido su dulzura, como un higo agrio, te parecerían el retrato precisamente de esa madurez que te hace daño, madurez no fraterna. ¿De qué puede servirte un coetáneo, simplemente entristecido en la delgadez que le devora la carne? Cuanto ha dado ya lo ha dado, el resto es árida piedad. (De Poesía en forma de rosa, 1964)
Cabecera
Índice