Olga Rendón

Cartas de Mario López a Ricardo Molina:

evocación de una amistad

 

Miguel Clementson: Mario López [© Ateneo de Córdoba]

Mario López, por Miguel Clementson

 


 

Acabamos de cerrar el completo año de homenajes dedicado a Ricardo Molina en el centenario de su nacimiento —recordando también el aniversario del pintor Miguel del Moral— y abrimos este 2018 con la triste noticia del fallecimiento de Pablo García Baena, el «último ciprés de Córdoba» tal como lo llamó Molina en aquellos versos que le dedicó de su obrita Tres poemas, de 1948. La voz lírica y la memoria prodigiosa del último cantor del grupo —queda por suerte el testimonio aún fecundo del pintor Ginés Liébana— iban a ser las protagonistas en este 2018, en el que había sido elegido «Autor del año» por el Centro Andaluz de las Letras. A pesar de todo, será indudablemente su año, como será también el del poeta de Bujalance, Mario López, del que se conmemora el centenario de su nacimiento. Cualquier pretexto es válido para airear documentos, rescatar imágenes y recuperar testimonios que sirvan para edificar la memoria de los integrantes de Cántico, que consiguieron hacer germinar en el sur una poesía luminosa durante los peores años de la posguerra española.

Se ha señalado muchas veces que el ensamblaje de este grupo de jóvenes se sustentó en una clara afinidad estética y en unas inquietudes literarias comunes que tomaban su impulso de la lectura de la poesía anterior a la guerra y de la influencia de autores extranjeros; una propuesta compartida que quedaba lejos de las tendencias maniqueas y politizadas que copaban entonces el panorama poético nacional. Sentían estos muchachos cordobeses la necesidad de nutrir una íntima búsqueda de belleza que pobremente se podía alimentar de las rancias actividades académicas, de los juegos florales de rigor y de los provincianos certámenes literarios. A pesar de las marcadas individualidades que conformaron el grupo, esa avidez de belleza formal y de palabra bien labrada fue el punto coincidente de los integrantes de Cántico, cuya nómina es harto conocida.

Los miembros fundacionales compartieron días de juventud entre las paredes de la Biblioteca Provincial, en la sala de música de don Carlos López de Rozas, frente a los mostradores de mármol viejo de las tabernas, ante cuyas copas de moriles se fueron uniendo otros amigos, poetas y pintores, que alentaron con sus colaboraciones, suscripciones y propaganda el crecimiento de la publicación, nacida por iniciativa de Ricardo Molina en octubre de 1947. Mientras la revista crecía, se difundía y empezaba a ser conocida y reconocida en círculos literarios de toda España —gracias indiscutiblemente al apadrinamiento explícito de Vicente Aleixandre y al apoyo de Gerardo Diego y otros miembros de la Generación del 27— cada uno de los poetas que se agruparon en torno a esta publicación, siguieron probando en solitario el tanteo de sus incipientes carreras literarias. En ellos el horizonte común siempre fue la ciudad de Córdoba, y el hilo invisible que tejió una cómplice fraternidad entre ellos fue una identidad homosexual, siempre comprometedora en los duros años de la represión franquista. Fue así en todos los integrantes de Cántico menos en el caso particular de Mario López, que participó del fervor por Córdoba sin desvincularse nunca de su pueblo natal, Bujalance, y fue testigo de la naturaleza hedonista, homoerótica, festiva y a la vez cristiana de sus amigos literarios y del conflicto interior que tal ambigüedad les provocaba sin compartir con ellos tales inquietudes. La atención al universo circundante del entorno natural de su pueblo despertó en él más impulsos líricos que el reconocimiento de los pozos interiores. Así pues, al margen de la amistad y el interés por la palabra poética, no hubo una coincidencia temática con los principales miembros del grupo. Desde su ámbito rural, que fue incuestionablemente su espacio creativo e inspirador más fructífero, mantuvo contacto con los demás amigos de Cántico, pero no le fue posible participar tan asiduamente como los demás en las tertulias literarias, en las rutas nómadas por tabernas o en los peroles en la sierra promovidos por Molina. Su vida tranquila afincada en Bujalance explica de esta manera que en el archivo epistolar de Ricardo Molina se conserven cartas suyas. Molina no tenía necesidad de cartearse con los amigos a los que veía diario, pero ese no era el caso de Mario López.

Se han conservado en el archivo familiar doce documentos entre los que se encuentran cartas, postales y felicitaciones navideñas, fechadas entre el 31 de diciembre de 1947 y el 31 de diciembre de 1966. De ellas seis están escritas en el año de 1948, año especialmente rico en cartas, ya que Cántico acababa de nacer con gran brío. Pensemos que en los primeros meses de vida de la revista la búsqueda de colaboraciones estaba en plena efervescencia, y el propio Molina atravesaba a su vez por una etapa de gran ebullición creativa, fruto de la cual sería la publicación ese año de Elegías de Sandua y sus Tres poemas.

Las cartas que Mario López le envió a su amigo en Córdoba no son muy extensas, están escritas a mano con una caligrafía cuidada, redonda, como moldeada en imprenta. Probablemente se trate de las únicas supervivientes de una correspondencia que engrosaría más cartas que con total certeza habrán desaparecido para siempre. El breve epistolario queda de esta forma amputado, como suele ser lo normal en este tipo de documentos biográficos, siempre a medio camino entre lo público y lo privado.

Para circunscribir el contenido de este sucinto estudio, nos centraremos en las seis cartas de Mario López fechadas en 1948.

A través de ellas se desprende —como es previsible— que su vinculación al grupo fue de estrecha y sincera amistad poética a raíz del proyecto común que supuso Cántico. Desde Bujalance envió sus aportaciones a la revista, buscó suscriptores, contactó con otros posibles colaboradores, hizo de enlace de la revista, llevó la contabilidad de los ejemplares que él se encargaba de distribuir, ... entre otras actividades. Leemos en sus cartas cómo despacha asuntos concretos de envíos de textos, correcciones de erratas, posibles visitas a Córdoba o juicios sobre la calidad de los números publicados, pero en ellas no se habla a fondo del misterio poético, apenas hay hondura sentimental, ni desnudez de la palabra ni confesión íntima, como es frecuente encontrar en las cartas que Molina compartió con otros remitentes, tal es el caso señero de Vicente Aleixandre por ejemplo, con quien, por cierto, también se carteó López. Hay, eso sí, amistad cincelada por los años, sensibilidad lírica, interés por compartir el quehacer poético que a él le salva de su rutina en el pueblo, de sus ratos ociosos en el casino.


 

Antonio Povedano: Ricardo Molina [© Ateneo de Córdoba]

Ricardo Molina, por Antonio Povedano

 


 

Cuando se dirige a su amigo Ricardo hay una admiración a veces velada pero casi siempre explicita, no sólo hacia su poesía, sino también hacia su infatigable tesón de editor. Y hay cierto orgullo de intelectual humilde que es consciente de la valía de la empresa poética en la que participa y a la que aporta su talento, su ojo crítico, su discreto entusiasmo para que la revista alcance el lugar y el reconocimiento general que tan justamente cree merecer. Le escribe el 5 de marzo de 1948 a propósito de la publicación del número 3 de la revista:

El formato nuevo es excelente y este 3º número el mejor en conjunto de los que han aparecido. Hay, a mi parecer, cosas muy buenas y sobre todo la carta de Aleixandre constituye la más valiosa colaboración. La lectura del poema de Louis Aragón ejerce una extraña sugestión por su fuerte originalidad. Te felicito por la elección, tan acertada.

Al mes siguiente le escribe preocupado por las dificultades y los escollos que debe sortear la publicación y que la ponen en peligro al poco de nacer. Dificultades que resolvió siempre Ricardo Molina y que, andados los años, obligaron a la suspensión de la revista desde 1949 a 1954:

¿Y de la salida del próximo número? ¿Continúan los inconvenientes de la Delegación Nacional de Prensa? Sería de lamentar aunque espero lo hayáis resuelto satisfactoriamente.

Además del demostrado interés por Cántico, de las continuas consultas sobre colaboraciones o envío de dinero a cuenta de la distribución de la revista en el pueblo, se aprecian otros dos temas que vertebran las cartas enviadas en este año de 1948. Uno de ellos es la amistad, la camaradería que se deja traslucir a partir de las referencias a anécdotas concretas: excursión programada a Bujalance, escapada de ruta por las tabernas y rincones nocturnos de Córdoba, peroles improvisados en honor a un invitado ilustre, como aquella vez que escribe:

¡Sí que me hubiese gustado estar con vosotros en el «perol» de Leopoldo de Luis pero no me era fácil hacerlo! Supongo que Bernier también asistiría dando a la reunión carácter de rito con su enigmática presencia de sacerdote tibetano.

Y como botón de muestra, la resaca después de los días de abril de la Semana Santa pontanesa, tras la que escribe:

Querido amigo Ricardo: ya un tanto restablecido del grave quebranto físico y moral que estos días dejaron sobre mí. Con el ánimo algo más sereno y ya dispuesto a reanudar mis habituales relaciones después de la espantosa «bacanal romana» bien pudiera decir que mi verdadera cuaresma de arrepentimiento y penitencia ahora comienza. Supongo que también tú te hallarás en un estado espiritual muy parecido al mío pues «si de Puente Genil regresas: sed traerás» (Esto no es ningún proverbio pero ya ves que bien pudiera serlo). ¡Ah, nuestro intercambio de fotografías espero que pueda realizarse muy pronto, será para mí una agradable sorpresa reconocerte bajo la careta de algo tan inesperado como un siervo del Pontífice o algo así de estupendo. ¿Y Pablo te acompañó? De Bernier no he vuelto a saber tampoco desde la inolvidable noche que pasamos juntos todos después de que Pablo y yo lo viéramos esfumarse enigmáticamente al pie de la Catedral!

Entre bromas y veras de vivencias compartidas se cuela algún viso íntimo de tono lírico, probablemente contagiado por el tono sentimental de las cartas de Molina, al que le era imposible desligar la palabra de su expresión emotiva envuelta en el paisaje fluvial de Córdoba:

Me hablas de tu vida en estos días; de tu casi absoluta inactividad poética y te adivino con la mirada atenta a la noche del río que es por donde siempre llega el otoño a Córdoba... Ese baño al amanecer en el Guadalquivir debió de ser algo maravilloso. ¡Qué de cosas verías!

Respondiendo a esa complicidad, le relata López su catálogo de rutinas, el trascurso de las monótonas jornadas que se suceden en los pueblos de interior de la Andalucía de los años cuarenta:

De mi vida poco podría contarte: pueblo y campo y más casa y casino; espantosa vulgaridad rodeándome por todas partes menos por una que se une a vuestra amistad y a mis lecturas.

Junto a esta puesta en común de ritos cotidianos, se observa otro tema fundamental en estas seis cartas en concreto: la valoración y el reconocimiento que López comparte sobre la producción literaria de sus compañeros de grupo. Especialmente sobrecogedor es leer las líneas que le dedica a Pablo García Baena cuando recibe el número extraordinario de Cántico en el que se publica Mientras cantan los pájaros, fechado en mayo de ese año de 1948. Hay en sus palabras el sincero orgullo de quien se siente honrado por la amistad de estos grandes poetas, la satisfacción de saberse amigo cercano de todos ellos, testigo directo de la rica y novedosa aportación que Ricardo Molina y Pablo García Baena en especial, estaban haciendo al panorama poético andaluz de aquellos años. Le escribe en una carta:

Recibí vuestro envío del 2º Extraordinario con los poemas de Pablo que son magníficos como todo lo suyo. Yo hubiese querido escribirle personalmente para felicitarlo como su triunfo merece y para decirle cuanto le he agradecido su dedicatoria [...] Con tus Elegías de Sandua y estos poemas de Pablo creo difícilmente superable el nivel poético que habéis establecido y esto puede enorgulleceros.

El 3 de agosto de ese año de 1948, coincidiendo con su cumpleaños, Mario López da cuenta de su lectura personal de la obra que acababa de publicar Molina: los Tres poemas, uno de los cuales —hermoso, exquisito en forma y elevado en tono como un gran canto laudatorio— dedica fraternalmente a su amigo Pablo García Baena.

Tus Tres poemas son de una belleza extraordinaria y por la grandiosidad de su contenido solo comparables a la inquietud poética de Whitman y de Milosz. Es un motivo de orgullo para mí el poseerlos dedicados. La expresión de estos poemas tiene el matiz estilístico más interesante que yo alcanzo a distinguir en tu obra poética y los considero hermanos del «Himno a Santa Cecilia», «Más allá de los arenales», «Fidelidad» y las «Elegías» 3ª, 5ª, 6ª, 9ª, 12ª y 13ª que son los que forman parte de mi antología mental y que siguiendo la teoría de Federico, para mí son estos los «enduendados»; debiendo puntualizar no obstante que su «duende» aunque cristiano debe tener remotos atavismos tartesios, romanos y árabes, inevitables si se considera que el «duende» es de Córdoba.

En definitiva, los entresijos de la revista Cántico, las anécdotas personales que dan testimonio de la amistad de los integrantes del grupo y la valoración de las obras publicadas por sus compañeros de generación —sobre todo García Baena y el propio Molina— son los temas predominantes de esta breve correspondencia conservada de aquel año tan fructífero de 1948. Con el correr de los años Mario López se fue arraigando cada vez más a Bujalance; adquirió con su pueblo un compromiso cultural que le llevó no sólo a sentirlo como pulso creativo de su obra poética, sino a querer fundar y dirigir en él desde 1958 los Cuadernos de Arte, Historia y Literatura de la Biblioteca Municipal. Como hizo Molina con la ciudad de Córdoba, Mario López —con la sencilla nobleza de la gente de campo— también eligió el tono elegíaco para cantar las historias de sus paisanos, la naturaleza rural de la campiña cercana, que fue siempre su paisaje interior.

Hay un último testimonio, entrañable, que nos revelan estas cartas. En 1965, estando ya Ricardo Molina enfermo, Mario López es nombrado miembro de número de la Real Academia de Córdoba. Ese hecho dio pie a que su amigo le dedicara uno de sus conocidos artículos en el Diario de Córdoba en el que se hacía eco del nombramiento. El artículo llega a manos de Mario López y es otro 3 de agosto —día de su cumpleaños— cuando le escribe esta carta en la que, sin faltar el humor, la gratitud y la admiración, celebra con su amigo los beneficios de su amistad:

Querido Ricardo:

He leído (emocionado, te lo confieso) el artículo que me dedicas en «Balcón» con motivo de mi flamante ingreso en la Academia. Aquí recibimos los lunes el diario «Córdoba» del Domingo y por ello, esa misma mañana, algunos amigos y aún conocidos que también lo leyeron en «el periódico del casino» me felicitaban, no sin dejar traslucir su extrañeza ante el hecho de que uno, tan solo por escribir versos pueda tener tan «buena prensa» como la mejor de cualquier novillero en boga... Esto resulta divertido e invita a meditar en la poderosa y ya conocida influencia de la letra impresa sobre la masa, diariamente «alimentada» con sus dos planas de «fúlbol» y «toros», otra de «sucesos» y la cuarta dedicada a la divulgación del «plan de desarrollo...». ¿Qué ocurriría si la prensa diaria dedicara media plana siquiera a la literatura...? [...]

Mas, en fin, solo cuanto aquí deseo es hacerte patente mi agradecimiento por tantas cosas gratas como tu artículo contiene, prescindiendo incluso de los elogiosos conceptos y del favorable juicio crítico (para mí del más alto valor, como bien sabes) que mi modesta obra poética te merece. Expresarte aquí mi gratitud por algo que, entre líneas, me llega y toca más directa y humanamente: la evocación cariñosa y sincera de nuestra mantenida amistad, a través de los años, que en estos «mensajes» tuyos de periódica cordialidad —auténticas «cartas abiertas al amigo»— de vez en cuando me llegan, bajo lacre publicitario, como el más delicado e inapreciable obsequio.

Hubo una muestra de afecto público que complementa esta correspondencia de Mario López a su amigo cordobés: la «Oda a Ricardo Molina» que apareció publicada en su poemario Museo simbólico (Renacimiento, 1982). A pesar de llevar el título de «oda», es una honda elegía plagada de referencias a la vida y a la obra de Ricardo Molina, fallecido hacía ya varios años. No faltan en el recorrido sentimental por el recuerdo de su amigo la presencia del río y la campiña, de Sandua, de las piedras de Medina Azahara, de los rincones vesperales y encalados de Córdoba, el cante y la guitarra, plazuelas solitarias que recorrió tantas veces en su esforzada vida. Todo son vestigios «que a tu memoria llevan»:

Una voz en el tiempo. Palabras que se quedan
musicales o tristes habitando en nosotros.
Más allá del olvido. Salvación y consuelo
de la Poesía. Eso es todo. Definitivamente...

Cuando todo prosigue: primavera en los labios
de las muchachas. Jaras o adelfas floreciendo
por aquellos parajes donde secretas corren
las transparentes aguas del Río de los Ángeles.

Bucólicos confines de la provincia. Sierras
del alba. Humildes lirios de Sandua o Piedrahita.
Hontanares de cielo para el amor de siempre.
Soledades de Góngora o Ricardo Molina...

Era entonces apenas un ayer tan cercano
que hoy parece mentira la elegía de tu vida.
Que fue verdad tu paso cantando entre nosotros,
imprimiendo la huella de tu alma en las cosas.

En las sutiles, hondas e inaprehensibles cosas
de los campos y pueblos de nuestro Sur de España,
con sus cielos, sus gentes, procesiones, olivos,
duendes, vinos y cantes, sus alegrías o penas...

Árbol de luz y sombra, plantado en tierra fértil
de míticos efluvios, el sensorial ramaje
sumergido en atmósfera de sol y evocaciones:
Tal eco ya sin nombre... Un corazón que pasa...

Ricardo amigo, ungido de aquella misteriosa
gracia al trasluz o enigma del fuego y de la nieve,
contenidos, tal gema de abisales destellos
en tu interior imagen de andaluz increíble...

Lírico transeúnte por cotidianas calles
luminosas. Las calles del recuerdo más vivo.
Enraizado y exento de toda prisa urbana,
«preso en rostros, palabras y manos, verdaderas...».

Soledades, trabajos, sufrimientos, insomnios,
hasta hallar la palabra que del cielo no cae.
La palabra que sube desde oscuras raíces
y edifica o compensa si al cantar ilumina.

¿Qué más puedes dejarnos...? Emocional testigo
del capitel yacente mordido por los soles
y la melancolía del musgo... Oh aventadas
cenizas de palabra al huir de los labios...

Testimonio inefable de la Poesía... Rescoldo
vesperal, delirante, de ese insólito trino
siempre ya detenido sobre los jaramagos
y los mármoles rotos de Medina Azahara...

Con «tientos» de guitarra la ciudad continúa
marcando, indiferente, sus implacables horas
de importantes negocios o asuntos tan urgentes
al tiempo de librarlos en callejón de nichos.

... Por el aire de Córdoba. Por la cal amarilla
de las calles al río. Por plazuelas sin nadie,
arcángeles, crepúsculos, tabernas y nostalgias,
cualquier esquina o arco a tu memoria llevan...


 

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