María José Barrios González

Cuentos mínimos (II)

 

Gonzalo Lizardo: Cartel conmemorativo del IV Centenario del Quijote

 


Quijote

El gigante se escondió, muy quieto, detrás del molino.


La trampa

Es un libro de esos con figuritas que al abrirlo se levantan y se mueven. Dentro apareces tú regalando por fin un ramo de flores a la chica que tanto te gusta, grapando a la mesa la corbata a rayas que lleva puesta tu jefe, y preparando un cocktail en la terraza de alguna playa tropical. Es fácil, te susurra una misteriosa voz al oído. Basta con que empujes esas solapitas de aquí y de allí y todo esto se convertirá en realidad. Y tú te dejas llevar sin pensarlo dos veces, y cuando te cansas de ser feliz en ese mundo de cartón, cierras el libro, pero a tu alrededor todo ha cambiado, y sólo hay flores que suben y bajan, animales que asoman la cabeza desde detrás, y una fuente de la que sale un chorro de agua de papel que nunca, nunca, te quita la sed.


Tradición

Lo había intentado todo para hacerles ver que era un dragón vegetariano, pero ellos seguían entregándole una doncella virgen cada cinco años que, al menos, tenían el detalle de no sacrificar. Devolverlas sería desconsiderado tanto para con ellos como para con las propias chicas, que se habrían sentido rechazadas. De manera que cada noche se colocaba el delantal y, resìgnado, preparaba una ensalada para quince.


Ascensor

Marcan el décimo piso. Se desajusta la corbata. Se besan Un vecino calvo entra en el quinto. Se ajusta la corbata. Esperan a que salga, disimulan.

Marcan el bajo. Se desajusta la corbata. La acaricia por debajo de la blusa. Se detienen en el tercero a recoger a una señora gorda. Se ajusta la corbata. Carraspean, hablan del tiempo.

Vuelven a subir al décimo. Definitivamente, se quita la corbata. Se buscan, se abrazan, se muerden, se derraman. Esta vez no entra nadie. Se separan sudorosos, se despiden.

La corbata se la queda ella, de recuerdo. En el fondo siempre ha sido una sentimental.


Celos

Estaba tan convencida de que tarde o temprano la iba a engañar que decidió no casarse con él, no acudir a la cita, no comprarse ese vestido, no entrar a trabajar en aquella ofcina, no estudiar en la Universidad, no alternar con esos chicos del instituto, no pasar los veranos con sus abuelos, no llegar a nacer siquiera.


Herencia

Tiene los ojos tristes de su madre, la nariz griega de su padre, el mentón altivo de su abuela materna y las orejas pequeñas de un primo lejano del que nunca llegó a fiarse demasiado. Lo guarda todo en un cajoncito del salón, porque le gusta tenerlo siempre a mano cuando vienen las visitas y que ellos mismos puedan comprobar el asombroso parecido.


Una anciana

A menudo la encuentras haciendo cola en el banco, en el supermercado o en la parada del autobús. Mientras espera, habla con los que están delante y con los de detrás. Se queja, como todos, de que su fila va más lenta, de que no tiene todo el día. Pero cuando está a punto de llegar su turno, se sale distraídamente para coger un paquete de chicles, o para ojear el folleto de algún seguro antirrobo y luego, con disimulo, vuelve a ponerse al final. Así pasa la mayor parte de sus horas, convenciéndose de que tiene mucha prisa, muchas cosas por hacer y muy poco tiempo libre. Y sólo así consigue, a veces, olvidarse de que está tan sola.


Mate

Ambos jugadores poseen una capacidad asombrosa para calcular combinaciones y adivinar lo que hará el contrario con muchísima antelación. Las piezas ocupan aún su posición de salida, pero la partida ha comenzado hace rato. El maestro mira directamente a los ojos del alumno y lo ve con total claridad: mate en catorce movimientos, no hay nada que pueda hacer. Sin mediar una sola palabra, agarra a su rey y lo postra sobre el tablero ante su rival, aceptando su derrota con la dignidad de la que sólo son capaces los ancianos y los sabios.


Mujer devorando una pantera

Y se levanta, y el corazón del animal aún palpita entre los despojos, y ella hace ademán de limpiarse -la boca, el rostro, los brazos, el pecho-, pero decide quedarse quieta y contemplar la escena un rato más.

Un minuto, quizá dos, y luego volverá a sus quehaceres diarios -la comida, la ropa, la compra, los niños-. Nada de eso importa ahora que sabe de lo que es capaz.


Estereotipos

Siempre hay algún chaval vigilando desde el tejado más alto, para avisar si se acerca algún coche de fuera. No es algo que suceda muy a menudo, pero no quieren que nadie sospeche nada. Cuando dan la voz de alarma, todos los hombres abandonan rápidamente sus quehaceres en la cocina y agarran una manguera, un cortacésped, un martillo. Las mujeres esconden las cervezas, las fichas de dominó, el diario deportivo. Entran en sus casas y en un santiamén ponen una lavadora, sacan una aguja de ganchillo, una revista del corazón. Son minutos incómodos para todos, que suspiran inquietos por volver a la normalidad.


Decepción

Que no me aceptan en el equipo de baloncesto, dicen, porque soy un árbol. No acabo de comprenderlo. Tengo buena puntería, siempre juego limpio, soy el que corre más rápido y el que salta más alto. ¿Qué tiene de malo si, además, doy unas cerezas riquísimas?


El músico

Está cansado de que pasen por delante sin mirarlo siquiera, así que abre una maleta inmensa y guarda en ella la guitarra, la lona sobre la que se sentaba, el banquito, la farola, la acera, las papeleras, un buzón, un par de niños que jugaban cerca, un puestecito de helados, una tienda de reparaciones, un perro callejero y una peluquería de señoras.

El otro hombre, que hace unos segundos se disponía a cruzar el semáforo con total tranquilidad, se encuentra de repente sumergido en una especie de niebla gris, con la mano a medio camino de una moneda en su bolsillo para la que, sospecha, ya es demasiado tarde.


Ruptura

Laura llega del colegio y sube corriendo a jugar con su casa de muñecas. Pero algo no anda bien, está todo patas arriba. Muebles desordenados, sillas volcadas, papeles desperdigados. Jarrones, marcos de fotos, ceniceros hechos añicos en el suelo. A la cocina no se atreve a asomarse siquiera. Mira en el armario de la entrada. Lo que se temía: falta la maleta grande de ruedas. Tampoco logra encontrar el ordenador portátil, la colección de vinilos y el cepillo de dientes rojo.

En el dormitorio principal, una muñeca rubia hace lo que puede para ahogar su llanto bajo la almohada. Laura decide que es mejor no molestarla y se marcha de puntillas, procurando no hacer ruido.

Ya le preguntará mañana.


Aviso

Estimados clientes,

He salido un momento a pedir la mano de Rosaura, la hija del sastre. Llevo demasiado tiempo solo.

Si acepta, huiremos juntos de la ciudad, nos casaremos en la primera iglesia que encontremos en el camino, y tendremos dos hijos. A1 mayor lo llamaremos Anselmo, por mi abuelo.

De lo contrario, volveré en cinco minutos.

Disculpen las molestias.

M.


Como niños

Después de una intensa persecución a pie de casi media hora, el policía alcanzó al ladrón, le dio un ligero empujón en el hombro y, antes de darse media vuelta, le dijo: 'tú la llevas'.

El ladrón se pasaría el resto de su vida sorprendido, recordando cómo en aquel momento se deshizo rápidamente del cuantioso botín, contó hasta diez, y salió corriendo detrás.


Reconciliación

Deja pasar un par de días, no la llames, no le cojas el teléfono. Luego ve a hablar con ella, pero muéstrate frío, distante e incluso cruel en un momento dado. Como si nada de aquello fuera contigo. Utiliza palabras duras, no hagas la más mínima concesión. Dile que no sabes de qué te habla, que son todo imaginaciones suyas. Deja que te grite, que te golpee, que te arañe, que te muerda, que te amenace. Échale la culpa de todo, deja que se derrumbe. Humíllala, apriétale un poco más -sólo lo justo, y entonces empieza a mostrarte algo más comprensivo. Dile algo cariñoso, juguetea con su flequillo. Abrázala, deja que se sienta bien por unos minutos. Convéncela de que te necesita. Miéntele, dile que la quieres. Y sólo al final, si lo consideras necesario, le dices que la perdonas.


Tentación

Has cogido la cartera; la has encontrado y te la has metido en el bolsillo, sin más. No disimules, a mí no puedes engañarme. Busca un rincón apartado, y aprovecha para explorar su interior. Un tipo con pasta, ¿eh? Cógela, tendrá más. Mejor quédate con la cartera entera, es de piel, tira la tuya. Mira qué traje, te sentaría como un guante. Esa debe ser su mujer, no me negarás que es mucho más guapa que la tuya. Y sin hijos, no hay fotos de niños. Mejor. ¿Por qué no vas a su casa y te lo pruebas todo? Reconoce que tu vida es una basura. Tienes razón en que no os parecéis demasiado, pero espabila, cambia de peinado, sé espontáneo por una maldita vez.


Error de cálculo

El cirujano André Paddington era conducido a comisaría para ser interrogado por la desaparición de la señorita Eva Franagan. "Impresionante", aplaudían con sincera admiración sus más directos competidores.

Se rumoreaba que la paciente se había esfumado en plena mesa de operaciones. El doctor había conseguido quitarle más años de los que en realidad tenía.


Paseo

Camina siempre algunos pasos por detrás de ella, para asegurarse de que no se pierde. De vez en cuando la chica se vuelve a mirarla, y entonces se aproxima a algún árbol, orina un poco o hace como que olisquea aquí o allí. No quiere que sospeche nada.

Después de un par de minutos, la chica enciende el único cigarrillo que se permite cada noche y empieza a relajarse por primera vez en todo el día. Trabaja demasiado. La perrita se toma su tiempo, para que ella fume tranquila. Y cuando ve que ha terminado se detiene, procura llamar su atención y la va guiando, despacito, de vuelta a casa.


Canto a la realidad

Sueña la Bruja del Este que es un ama de casa con los rulos siempre puestos y una receta estupenda de buñuelos de viento.

Sueña el Príncipe Azul que es un funcionario público detrás de una ventanilla que pone sellos de hasta tres colores distintos.

Sueña el Hada Madrina que es maestra de escuela en un pueblo pequeño y amante discreta de un hombre casado.

Sueña el Viejo Dragón, en su cueva, con la partida de dominó de los sábados a ritmo de chatos de vino y aceitunas sin hueso.

Cada mañana, todos despiertan con la triste conciencia de quien se sabe preso y sin salida en un mundo de fantasía.


Retrato

Debimos tomar precauciones cuando nos aseguraron que se trataba de la mejor cámara del mercado. Ahora no sabemos cuál es la fotografía, y cuál el niño de verdad. Llevamos unos días resignados, preparando el doble de biberones y cambiando el doble de pañales, pero empezamos a estar un poco hartos. Esta mañana, Fidel ha llegado a casa con un marco de fotos que hace juego con el que compré yo la semana pasada. Dice que es el único modo de acabar con esto de una vez por todas, y no le falta razón. Creo que los niños quedarán muy bien ahí, uno a cada lado de la chimenea.


Exposición

El crítico confundió el paragüero con una obra de arte, a la que tituló "Destino". Lo sacaron de su error entre miradas de incomodidad, y acto seguido reparó en una ercha que, según él, bien podría haberse llamado "Nostalgia". De nuevo tuvieron que emplear todo su tacto en abrirle los ojos sin dejarlo en evidencia, aunque no sirvió de nada. Le pasó lo mismo con la lámpara, con una maceta, y también con el grifo del lavabo. Mostraba tal seguridad en lo que decía que los demás empezaron a dudar de sí mismos, pronto se encontraron dándole la razón. Es cierto que el pintor no logró vender un solo cuadro, pero nadie lo escuchó quejarse cuando recibió aquella indecente suma de dinero a cambio de un radiador y un par de ceniceros.


Inercia

Los zapatos de Ígor Bóvarich siguieron caminando muchos años más antes de darse cuenta de que su dueño, cansado ya de tanto viaje, se había instalado por fin en un pueblo pequeño del Norte de Nebraska. Todavía se rasca la cabeza preguntándose qué habrá sido de ellos.


Sinopsis

Tiene una biblioteca infinita repleta de libros vacíos con páginas en blanco (sólo un título, un par de párrafos en la contrapartida). Apremiado por una insaciable sed de conocimiento, dice que no le da tiempo de otra cosa, que es la única manera de leer todos los libros del mundo. Se ha dado cuenta de que, pasados algunos años, es capaz de recordarlos vagamente (apenas un título, un par de párrafos de la contraportada), y es entonces cuando se convence a sí mismo de que los ha leído de verdad.


 

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