Manuel Fernández Calvo

Antología breve

(1963-2001)


 

Pintura Japonesa

 


LOS HERMANOS (1963)
DADME NOTICIA ¿Cómo es Dios? ¿A qué luz de ruiseñores sabe la voz azul de su caricia? ¿Qué pleamar satisfecha de codicia sacia en sus ojos plenitud de amores? Decidme cómo es Dios, oh surtidores de gracia eternamente vitalicia; dadme vosotros su cabal noticia, Generoso, Millán, María-Dolores. Ya por siempre jamás, sin la angostura del espacio y del tiempo -¡Generoso, Millán, María-Dolores!- la hermosura de Dios gozáis... Mientras solloza en vano -¿cómo es Dios?- increpando al pavoroso camino de la muerte, vuestro hermano.
De las memorias del niño que yo era (1972)
EL ABANDONO Para mi torpe léxico, Dios era una palabra fácil que aprendí muy temprano. Era la nota fuerte de mi oración cantada. Ya jugaba con Ángel cuando supe que Dios estaba triste porque tenía un hijo y lo mataron. Y para consolarle, desde entonces, los hombres le llamaron Padre Nuestro. A Dios no le gustaron los paisajes nacidos de mi cubo y nunca vino a verlos. Ni a decirme que jugara a otra cosa. Yo inventaba alegrías siempre nuevas. Pero Dios se quedaba tiñéndoles las alas a los ángeles para los niños negros, o prendiendo en las nubes fuegos artificiales. Y pasaron los días. -Dios vendrá por la noche cuando estemos dormidos. El balcón era un trozo de noche recortada. El viento de verano se enroscaba en los hierros como un suspiro loco, mientras que allá, en la altura, Dios iba reponiendo las estrellas fundidas. El cielo se acercaba mansamente hasta hacerse tan íntimo como un latir de párpados a la orilla del sueño. Ángel y yo fingíamos un dormir de ronquidos. Pero nunca vino Dios a besarme con la noche. Y pasaron los meses deshojando esperanzas. Yo era niño y no pude soportar tanta ausencia. ...Dios era bueno todavía. Pero estaba muy lejos, como un padre que nunca regresara del trabajo.
EL SECRETO Rosaura y Federico no tuvieron manos para mis manos, aquel jueves, al llegar al camino de las viñas. Yo me quedé con Ángel en la yerba primera. Ellos fueron andando, zarzamoras adentro. La tarde estaba limpia y el campo se doblaba en dulce intimidad, como aguardando nuestros juegos a solas. Y abrimos la costumbre. Medíamos a pies la suerte, pero Ángel siempre perdía. Y se quedaba con los ojos cerrados, indefenso como una flor a oscuras. Y en apagada búsqueda, extendía su tantear el aire como un sonámbulo del gozo huido, dando vueltas y vueltas en torno mío sin hallarme nunca. Por fin yo me dejaba coger, para fundirnos en la viva algarada del hallazgo. Y era total el gozo del encuentro, trenzándonos los brazos por los hombros para apoyar la risa. ...Ajenas alegrías desdoblaron la intimidad del campo, aquella tarde. Por un hueco sin nido, nuestros ojos, abiertos al asombro, se desnudaron de las zarzamoras. Mi pensamiento habló: -Como nosotros, están jugando a la gallina ciega. Decidimos guardarles el secreto. Un desbocado cascabel de grillo retozó en nuestra sangre con ansias de captura, y rodamos, alegres, por la yerba empinada. El viento enmarañaba nuestro rumbo llevándonos a ciegas donde no estaba el grillo, que seguía cantando en otra parte. Se renovaba el juego en contenido gozo, por cada ruta inaugurada. Se renovaba nuestra risa, oculta en el silencio inflado de la boca. Se renovaba el júbilo rodado por el cielo y la yerba. Y el mareo del sol en las pestañas. Y el grillo en la campana de la tarde. Y el viento brujulante. Y el alerta explosivo. Y el índice en los labios. A punto estuve de gritar "lo tengo", cuando otras risas nuevas -en escaso silencio estranguladas- incendiaron la tarde al otro lado de las zarzamoras. Y fuimos presa fácil de curiosa ternura. Lo comprendimos todo. Qué alegría saber que los mayores juegan juegos de niños. Nos asaltó la noche, de regreso, por el camino viejo de las viñas. Nosotros, encogiendo la memoria en un andar subido, como en sueños. Ellos, iluminando la absoluta ceguera de la noche con el leve susurro de sus voces acercadas. Cerró una luz -al campo y a la noche- su puerta en una esquina. Un íntimo misterio intransferible nos arropó en la acera de la calle. Federico y Rosaura se decían adiós tras de la sombra. Bajo la luz de los balcones, Ángel estrechaba mi mano con seriedad fingida, como un hombre, bailándole en los ojos el guiño inteligente de la complicidad en el secreto. (Qué envidia nos tendrían si supieran que llevamos un grillo metido en una caja de cerillas.)
TRÁNSITO Apareció Rosita como un sueño intangible. (Y me nació de pronto una extraña afición incongruente a caminar en solitario y a dar patadas a los botes viejos tirados en la calle.) Apareció Rosita como un sueño. (Y estrené los bolsillos del pantalón para meter las manos.) ¿Qué misterio se abría en la redonda serenidad alegre de mis juegos perdidos? Ya no me distraían ridículos paisajes inventados. Y mi pelota grande se sintió avergonzada de sus vivos colores. Apareció Rosita. (Y el arte del silbido inauguró las notas mutiladas de una canción, acorde con mis labios sin beso.) ¿Por qué las niñas tienen el pelo tan bonito? Piedras catapultadas de mis manos rompieron la tersura y el silencio dorado de la alberca. Ay, Dios, ¿por qué la vida se riza de repente como un fuego? Ángel me acompañaba solamente como un recuerdo en transición de olvido, desde el momento justo en que Rosita llenó la plaza de tirabuzones.
El dedo en el cristal (1978)
VÉRTIGO En vano grito por saberte. Cruzo los sedientos galopes del sentido para apresar figura, luz, orilla. ¿Dónde mis manos invisibles? ¿Dónde mi límite acaricia tus fronteras? Un laberinto existencial me acosa, me enreda en vaciedades, me confunde. No hilvano la salida. No me acabo. Ignoro el marco de mi propio espejo donde afirmar el vaho de tu nombre.
BANDERA BLANCA Con mi mano invisible -la que deja huella en el corazón y no en la nieve- he moldeado un sorbo de blancura para apagar mi sien. Acaso el frío borre los surcos de mi fiebre; acaso su bandera cobije mi derrota. Mi corazón y mi cabeza firman protocolo de paz en tu silencio.
PAZ Se me ha dormido tu silencio en esta postura de no estar, de no decirte por no sentir mi voz. -En el oído sólo una tensa oscuridad se escucha, lijado el tacto en la memoria, vueltos los ojos del revés para más mudo, amordazado el grito de las manos.- Se me ha dormido tu silencio en este gesto de ausencia con que te esperaba. Ignoro el despertar. Hoy se confunden mi silencio y tu voz en el abrazo. El agua sosegada de tu orilla rebasó los umbrales de mi espera.
V Jamás tan íntimo refugio breve pudiera imaginarte, punto vivo en encendida plenitud, surgiendo de pronto en la distancia más profunda de mi propio sentir, en la más honda confusión del asombro. Creces. Trepas por el ovillo de mi tiempo. Invades el concepto oprimido del espacio. Desdoblas continente y contenido en la clave extasíada de lo inverso: eres Tú la burbuja omnipresente y yo la inmensa vaciedad de fuera. Vacío estoy de mí, pero contigo: circundando en mí mismo tu presencia inequívocamente ajena y dentro. Ni vivir ni morir me sirven para cerrarme en Ti desde mi fuera ahora. Sólo con tus palabras puedo hablarme.
Parábola de las tentaciones
ME LLEVÓ A LA CIUDAD La parada. Todos los días, a las siete en prisa de la costumbre, cuando el sueño apenas desdobla el malhumor y la voz viste sonrisa urgente para dar los buenos augurios de rigor y acera, vivo la tristeza de ser hombre y aparte. Porque es aquí, cuando el calor se mide por bocanadas de humo y los relojes marcan el tiempo exacto del olvido, donde la soledad se multiplica por el convenio de diez mil hogares abandonados colectivamente. Aquí termina de pudrirse el beso, sin salir, el adiós impronunciado para no despertar, el impotente grito truncado bajo la bufanda. Y uno se sabe esquina en pie, tributo del horario común, cortés rutina, conocido perfil indiferente, mientras un frío inaugural resume nuestra razón de estar en la parada del autobús, sin nadie: aquí comienza la urbana arquitectura del bostezo. Después el autobús irá fijando en el cliché de la conciencia, bajo las frías ventanillas de los ojos, el subir y bajar interminable de las gentes que habitan la mañana. Y sólo quedará (del autobús en esperanza) un renovado olvido al alcanzar la meta de salida. Pero entre tanto, aquí, los minuteros acechan su llegada con urgencia desesperadamente antigua; el tiempo se asoma en la mirada, y desde el pozo del hastío se empina el horizonte. Cuando amanece el autobús, comienza la redención de la ciudad; la prisa nos embalsama el corazón; se rompe la mordaza del alma... Y el asfalto se bebe nuestras sombras, en un brindis de masoquismo, cuando la cortante hoja del freno afeita los oídos y tala el bosque ingrato de la espera.
NO DE PAN SOLO VIVIRÁ EL HOMBRE Cuando nada lo nunca ni (En memoria de Juan Eduardo Cirlot) Esta palabra mía que ahora digo, que dije entonces, que diré más tarde: cuerpo extraído de mi mente para nivelar al espíritu mi carne, esta palabra, mineral antiguo cristalizado en las profundidades del sueño, como un grito luminoso que a través de los siglos incubase calor de alma dolida, transparencia de fe, talla de amor, brillo de sangre, esta complejidad y esta concreta precisión de latidos ancestrales que dan acento múltiple, variado matiz, diversa luz: vivo mensaje del hombre alzado en soledad y alzado al eco en vertical interrogante, esta palabra que llegó a mi tiempo para hallar nacimiento y vida y cauce y salirse de mí -ya para siempre mía- y seguir amamantando edades, esta palabra mía que ahora digo, que dije entonces, que diré más tarde, esta palabra cuando ya no quede corazón virginal donde posarse -soledad en demanda de un abrazo en que fundir dos limpias soledades- regresará conmigo al infinito gozo de la palabra innumerable, ...cuando los matemáticos cerebros electrónicos dicten funerales en cifra por el último chispazo de gracia intelectual, cuando la madre tierra no sienta la caricia alada de un hogar en amor, cuando la clave del tiempo no descifre la alegría de vivir, cuando el límite entrañable del espacio no albergue una esperanza de transcender sus tridimensionales premisas, cuando el alma lleve nombre de producto industrial en el envase...
Églogas en el agua del regreso (1981)
VIEJOS AL SOL A Juan Delgado López Pardos de pana y pardos de vegetal silencio, con la paz de las manos en el curvo sopor de la garrota, estáis al borde del camino sentados, sin espera ni desesperación. Estáis como álamos al borde sencillamente. Estáis. Y en la sutura gris de vuestros ojos -vivo presente oscuro que iluminan sesentaimuchos años de horizontes- se remansa la vida como un lago. Camino atrás, las horas devengaron sus lágrimas, su río desbordándose en fuga de alegrías. Pero siempre el latido de la ilusión promete la feliz arribada de otro tiempo redentor de las penas. Y seguimos andando sin reposar la historia. Ahora que las horas ya no tienen poder sobre vosotros, que no os flagelan sueños las que siempre ni os aceleran fiebres las que nunca, ¿cómo miráis a los que todavía tenemos la costumbre en esperanza? Pardos como la tierra en vegetal silencio, como la tierra en paz y fruto antiguo dejando que los años recuperen su tiempo en vuestras venas, como la tierra en donde los mastines de vuestra sangre duermen, dueños ya de la vida, miráis en el envés de vuestros ojos el misterio del hombre y acomodáis el alma para el sueño definitivo, al borde del camino, mientras el sol de mediodía os lame.
EXALTACIÓN A Jesús Delgado Valhondo Nunca quizás tan como ahora tuve la mirada por dentro bebiéndome el asombro de la vida. Está líquido el sol en el recuerdo: solera de los años: verano inagotable. Me zambullo en el tiempo que he vivido; me envuelve el gozo, el fuego, la alegría, el espasmo. Bebo de mi sustancia. La tarde es un sonoro catavino donde el jerez embriaga a la memoria. El jerez y la tarde multiplican sus quilates por fechas y barajan los tiempos en sólo una jugada y un suspiro. Está líquido el sueño en la solera de los años, desnudo el verano en mi espíritu. La boca colosal del horizonte bebe el último sorbo de la tarde. Se me ha subido el sol a las palabras. Cantan en el rastrojo las perdices.
LLUVIA A José María Requena Está lloviendo Dios sobre la tierra. Llueve infinitamente, como si para nunca recuperara su perfil el labio de luz del horizonte, como si para siempre la sed se nos quedara saturada por dentro, como si sólo fuera nuestro gozo tierra para el recibo y agua para la firma de futuras alondras. Todo el paisaje está colgado de la lluvia. No hay otra relación en que apoyarlo. Insistentes recuerdos cuya emoción a veces se nos nubla en los bordes del olvido: imágenes que surgen de la lluvia y de la lluvia penden sobre el vacío de apagados soles. Está lloviendo Dios sobre la tierra. A veces sopla el aire y el paisaje se inclina sobre el costado izquierdo. Y hay un dolor agudo rezumando la hondura -sin sed- de nuestro pozo milenario. Otras veces reposa el aire y recupera su equilibrio el silencio. Paz de melancolía. Voz de dolor cansado. Gris nostalgia lloviéndonos el tiempo hacia algo antiguo -quizás futuro- que desconocemos. Está lloviendo Dios sobre la tierra. Todavía vivimos. Llueve. Son de tierra mis ojos para el agua. ¿Es de tierra mi espíritu? Llueve la vida y dejo -bajo la lluvia y en la lluvia y sobre la lluvia- abierto el corazón y el campo sin más pasión que el agua. Está lloviendo Dios sobre la tierra.
Están lejos los álamos (1978)
OPTIMISMO Ahora que en el suspiro se inaugura mi corazón y el abultado pecho abraza en plenitud al aire, ahora que el eco enciende en la memoria un cielo azul para el oído donde las mariposas de tu risa vuelan, ahora que la caricia me levanta la piel del sueño y en tu figura se me ahueca el tacto, ahora que está tu imagen tan retina de mis ojos que tengo que cerrarlos para que nadie te sorprenda mía, ahora, repito, que me vivo tan tú que yo me quedo fuera y torno como el horizonte -eje tú de mí gloria amanecida-, tiro con alegría los escombros de mi niñez al pronunciar tu nombre.
ALGUIEN GRITÓ MI NOMBRE Y me apoyé en el eco para asomarme al sobresalto: no era tuya la voz que abrió en el aire la flor del nombre con que acariciabas mi próxima presencia en otro tiempo. Y otros ojos alzaron la alegría mientras se hundían, sin tu voz, los míos. Otra vez el silencio sin posible camino ni horizonte, desesperando penas y esperando. Pero el cartero ignora el aldabón del pecho y tú no sabes calcular la distancia del olvido. Nunca verano oscuro tan en casa, salobridad de sed tan en ausencia, calentura tan fría. Lejos aún la brisa del otoño removiendo las hojas de los libros en clase, desnudando cuadernos con apuntes, agitando las ramas de nuestro pensamiento siempre a pájaros: Salir antes, llegar hasta la puerta de tu colegio, verte y encender la memoria para, luego, en el recogimiento del estudio, abrir tu rostro en cada asignatura.
LA HONDA Ni siquiera en tus manos el mineral saludo de una estatua. Nada de nuestro ayer a tu regreso. Supe entonces del frío de unos ojos amados que no miran; no del frío en los ojos, de la espada que congela el camino de la sangre. Hablaste luego sin hablar conmigo y restalló la honda certera de tu voz contra la frágil plenitud de mi entrega. Y en el papel de estraza de un lo siento impersonal y oscuro -no el delicado lazo que devuelve con un recuerdo azul antiguos dones- me arrojaste de ti. Cerró el portazo de tu espalda la luz de los caminos. Sobre tu alada nuca -tan terremoto erguido de mi pulso cuando otras despedidas hasta siempre- no pudo alzar mi aliento su vendaval de adioses sin herirte: Ya mi pecho apretaba todo el cristal del aire roto de una pedrada en los pulmones.
TÚNELES Me hirió la luz en los ojos a la salida de un túnel y regresé, de las cosas externas, a la costumbre de ensimismarme: de nuevo mi pensamiento en las nubes. Las nubes del pensamiento, desde arriba, me descubren entre un abajo de vidas ajenas que me circuyen. Vidas que he dejado atrás enloqueciendo baúles, consejos, maletas, brazos, alegrías, pesadumbres, un tren que anda y no se mueve y un andén anclado que huye. Es curioso verme libre de todo, ahora, en las nubes de mi pensamiento, y darme cuenta de cómo se funden en una misma nostalgia lo nuevo y lo que concluye. Lo nuevo -el tren que me lleva y el horizonte en que se hunde como una lanza lanzada contra los montes azules- brinda a mis años vividos perfectas similitudes. (...Sé que la Universidad no será más que otro túnel enajenante de horarios, estudios, clases, apuntes...) Pienso que mi vida es una fría sucesión de túneles a los que de vez en cuando llega un relevo de luces que me orientan el camino del pensamiento a las nubes. Acaso morirse un día sea un golpe de costumbre: la luz de pronto, en los ojos, a la salida de un túnel.
Bazar de la tragedia (1982)
LOS ÁRBOLES Los árboles no alargan su savia en otras vidas, pero nos sobreviven sus rumores altísimos. Multiplican simientes que luego no amamantan: desconocen la sangre de sus hijos. Los árboles son sólo árboles si están solos. Pero cuando uno ha visto la furia calcinante del sol en el estío y un hombre en polvo y en sudor curtido que se toma el descanso de una siesta, el respiro de un cigarro a la sombra de un árbol -cualquier árbol-... Os digo que ese árbol se hace historia en la historia del hombre, carne de carne humana donde viven los siglos.
ARIDEZ Cercado está mi huerto en este sequedal que el sol asola. Cercado está mi huerto, encarceladamente protegido. Nada y nadie. Respira fuego -y echa fuego cuando respira- el dragón del verano. Nadie. Seca la sombra, ciego el ojo del estanque, mellado el verde filo del gladiolo. Nada. Una lágrima roja mana -lenta- del mascarón de piedra de la fuente. Y nadie y nada y nadie. Cercado está mi huerto y es verano. Cercado está mi corazón. No llueve.
DEL TIEMPO IDO Siempre queda una risa de muchacha sobre la superficie del espejo: no llueve el gozo suficiente azogue para borrar su imagen. Está el tiempo neutral ahora como la luz de un lago al despuntar el día. Está el tiempo neutral y el alma puede bañarse en la estación que más le cumpla. Puede, podría, pero al fin se asoma por los bordes del sueño al agua de una risa de muchacha. Y es primavera. Digo que si una risa de muchacha tiene como las mariposas el corazón latiéndole en las alas, es primavera. Y uno se resume y renace en el origen virginal del asombro adolescente. Pétalos nones de las margaritas nos inundan los ojos adoquinando el aire de suspiros. Y es mayor la emoción en ansiedad de síes que el deshojado entierro de la duda en el soberbio panteón del labio. Porque los años ponen su telaraña gris sobre la vida. Y uno regresa siempre al nacimiento del mundo en una risa de muchacha. No me digáis que acaso mañana me despierte en el invierno; no me digáis -repito- que es mejor desprenderse de los sueños ahora que está el tiempo neutral. Os aseguro que siempre será hermoso morirse en primavera con una risa de muchacha dentro.
Equidistante azogue
PUEBLO ABANDONADO Aquí la vida fue, la vida tuvo ecuaciones de herencia y de suceso. Aquí la historia se licuó en redomas de ancestrales consejas, y en invierno se escanciaba, a la noche, como un vino que se comparte alrededor del fuego. Hoy jaramagos donde ayer macetas dicen incurias, labran el imperio reptil del abandono en las fachadas donde se agrieta el tiempo. Nadie progresará jamás. Ya no hay raíces vivas en el recuerdo. Los hijos de los hijos que emigraron han perdido el ovillo del regreso y en otros minotauros de esperanza centran el laberinto de sus sueños. Arrabales desnudos de ladrillos. Desde el campo, las calles, hacia el hueco visceral de la plaza, son como una gélida cuchillada de silencio. La sillería de la torre mella con su sombra las horas sobre el pueblo.
METEMPSICOSIS No me aguijó la prisa: no me cumple los sueños ser caballo. No serpiente, que aguza en huella ajena la herida de sus labios. No león o pantera: nunca zarpas aprestadas al salto, que aunque me dicen que la vida es lucha, yo esquivo golpes, pero nunca ataco. Águila real... Ah, no; no fueron reales jamás los hitos de mis sueños altos. Ni águila, ni felino, ni reptil, ni caballo, que siempre tuve en tierra las raíces y la cabeza a pájaros. De no ser hombre, habría preferido ser árbol: El olmo, en un camino, al que un poeta visitara de vez en vez, allá, por mayo, o en la ribera del amor, acorde con el agua y el viento, el alto álamo: una flecha gloriosa en la corteza y un corazón tatuado. Ni salvaje en la ciénaga tropical de la jungla ni sumiso en la selva de hormigón y de asfalto. Ser encina en el sur, humilde encina, frondosamente encina abierta al campo abierto y encendido de la gleba, donde un bracero adusto y milenario, ahíto de sudores, a mi sombra soñara su siesta de verano.
Huellas (1990)
MUÑÓN DE ÁRBOL Este claro en el bosque es sólo ausencia de tu cúpula alzada, viejo tronco aserrado a la altura del llanto del rocío en la yerba, a la altura del llanto del rocío, a la altura del llanto. Moneda abandonada sobre el suelo en que arraiga todavía tu araña de raíces: contigo traficaron y han dejado en el suelo la huella de tu altura, moneda abandonada a sus raíces, ciega limosna del árbol. Yo te he visto en las sombras de los pasmos oníricos, fija pupila abierta contra el cielo estrellado, ojo redondo de mochuelo cíclope devolviéndole el miedo de la noche a los astros. Hoy te miro en la lupa circular de la tarde y en concéntricas ondas apretadas te palpo, viejo tronco aserrado a la altura del llanto del rocío en la yerba, líquido asombro fósil como el temblor de un agua que se helara en un vaso. ¿Qué beso de muchacha conmociona al espejo? ¿Qué ala de golondrina roza, ondula, despierta de su ataraxia al lago? Sólo sé que estás muerto y aún tienes la moneda de tu firme cintura abrazada a sí misma en sucesión de vegetales aros. ¿Quién te cercó en anillos, qué perjuro -sortija tras sortija- se desposó contigo tantas veces, iris del ojo, corazón del árbol? También aquí dejó su firma el tiempo: Cada círculo un año.
Y Dios espera (1990)
ASEDIO Como este otoño en su disfraz de octubre, primavera en declive con regusto de caricias que ardieron en verano, jardín que despereza sus rosales de la siesta de agosto, árboles que disputan las monedas de sus hojas al viento, blanca colada de la luz que tiende su lluvia al sol, así mi tiempo ahora. Nunca tanto caudal en mis recuerdos, tanto esplendor para mis ojos, tanta plenitud sosegada. Nada puede sobrevenirme que no esté intuido. ¿Por qué la angustia atisba por las rendijas de mi pensamiento, si allegué mi cosecha de verano y desciende a la tarde y Dios espera y está el otoño en su disfraz de octubre y vivo y sueño y hace sol y llueve?
ACASO Como un ave que hallara de repente su pálpito final sobre las nubes, ya medida en los ojos la campana azul del cielo sobre el horizonte, así puede que un día en un sueño bellísimo me quede para no despertar, impreso en mi cerebro el abrazo infinito de la vida.
Glorieta del 98
UNA ROSA (Homenaje a Juan Ramón) Son millones de siglos hasta el átomo justo. Son millones de geológicos pasos minerales abriéndose camino por el sueño vegetal de la savia arriba. Son millones de millones de plantas sucediéndose en oscura luz sin nadie, entregando ciegamente su mensaje a la tierra sólo para que en este claro día de abril, ante mis ojos, una rosa desnude su hermosura y en mi espíritu se cumpla la belleza. ...¿Y me preguntas si mereció la pena haber vivido?
LIBRO USADO Aquí el amor estuvo. ¿Dónde el amor ahora? Chirría la cancela sobre los años rotos y la cal de la luna se ha oxidado en la fuente. El banco aquél, ¿es esta piedra fría? Aquí el amor estuvo. ¿Adónde, amor, ahora? Se desangra la herida del ruiseñor en esta enredadera.
LA MISERIA Otra vez ha mordido la loba del inverno a los naranjos. Gangrena de la helada. Todavía la baba fría y seca cuelga de los muñones como colmillos de aire fósil. (Y hay unos ojos niños desorbitando el miedo -cueva, carámbano, garganta, dientes, fauces-.) Otra vez el invierno cae como un hachazo cercenando la altura. -Fueran menos crueles los dioses si con sólo la muerte se vengaran-. (Y hay unas ansias niñas de levantadas irredentas.) Tántalo vegetal cada esperanza de savia verde al aire, Ícaro al lado inverso del sol cada naranjo plantado y ya sin alas. Otra vez la gangrena del invierno, la loba de la helada. Maldita Penélope del frío, que con sólo una noche destejes la hermosura. Ay, naranjos pequeños: cuando la primavera -fueran menos crueles los dioses si con sólo la muerte se vengaran-, en vuestras ramas pobres anidarán avispas y no pájaros.
EL TORO El toro se ha bebido ya del todo el crepúsculo y ahora, frente a un azul cansado que apolillan estrellas, destaca la negrura del horizonte recortado en toro, como un dios esculpido en la mitología de los tiempos. Se abre paso el vacío, alma de luna muerta, donde antes hubo sangre. (La sangre del crepúsculo que se ha bebido el toro.) Pálida noche joven despereza su sombra como un agua empapando la tierra. (La noche que parece desprenderse del toro.) Nada para la vida. Sólo un vagar de estrellas por el cielo y un toro sobre el mundo. Me voy con los espíritus. Ya no piso mi sombra. Se me ha caído el tiempo de las manos.
Los rezagados (2001)
PRÓLOGO Os dejo la ciudad para vosotros. Os dejo el cuño de cambiar los nombres por razones sociales y sus marcas: etiquetado carnaval ambiguo: sucedáneo lenguaje. Sea para vosotros la propiedad horizontal del sueño en camisón de apartamento alegre, o en pijama de estudio confortable, o en bata larga de lujoso piso. Que yo renuncio a cultivar sonrisas en la zalamería del halago; quédese este comercio con sus naves en el cemento ancladas. Aquí donde los vientos aprenden el dominio vertical de la casa y sus esquinas, donde los hombres beben el vino de sus voces masticando la tarde, donde el hogar es leña en mansedumbre lamiéndonos el frío de la noche con su lengua de fuego, he de vivir. He de morir -repito- donde el campo. Y tornaré a la gracia primitiva que dio origen al gozo del idioma: palabras que recobran su virginal pureza cuando el sudor es agua de alegría en el fruto y el trabajo presume de ser blanco en el pan de cada día. No servirán mis manos para ordenar olivos ni mis plantas para exprimir vendimiadores sueños ni mis débiles músculos para abrir sementeras. Pero mi voz penetrará en el alma dormida del lenguaje. Me estrenaré a mí mismo lavándome los ojos en la fuente del alba donde el pobre desnuda sus palabras para hablar con la vida.
ABRIL Se desnuda en el agua del estanque la luz de la mañana. Todo es nuevo. Los pensamientos cobran la gracia del origen y hay una infancia lúdica que estrena su júbilo en las rosas. Vivir no tiene historia todavía. Solo existe el futuro: un aldabón llamando y la esperanza siempre abriendo las puertas de par en par, a corazón tendido. Vivir no tiene historia. Todavía puedo arrojar el lastre de los sueños marchitos -donde el llanto me enmohece el recuerdo- y en el mínimo estanque de sólo una mañana bañarme el corazón. Vivir no tiene historia -por mis venas corre un cantar de alondras- todavía.


 

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