M.ª Ángeles Pérez López

Dos mujeres Dos

 

Egon Schiele: La media verde

 


1 La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos. De los talones nace el odio del asfalto, su ennegrecida capa de petróleo embetunando pájaros y niños, forma de aminoácido esencial que desgasta las alas, la llovizna, las caracolas blancas peleando contra el rencor viscoso de la brea. Con una brocha grande, la mujer pinta el verdor oscuro de las aguas en las que se deslizan los arenques y sus anillos de aire livianísimo, también los hipocampos, las ballenas, los moluscos marinos que retozan en praderas de posidonias vivas y se aparean en nombre del amor. Igualmente la hierba de los prados, el musgo cariñoso y los helechos comienzan en los dedos desiguales de los pies y remontan las rodillas como salmones tibios desovando a la altura feliz de las caderas. Para el negro sudario del benceno que atrapa las gaviotas y las lanza contra la arena triste, enrarecida del tiempo y el esfuerzo alquitranados, la mujer se encarama en sus dos pies y suelta el corazón como una tórtola. a Guillermo Samperio, todos los zapatos del mundo
2 La mujer pinta sus pies de rojo y se descalza. Bajo su ropa, el cuerpo es transparente y lo atraviesa el tiempo y sus cristales. Cuando se mueve ausente de sí misma y se disuelve blanda en el acopio del vértigo que trae la atrocidad, se borran los colores de su cuerpo, medusa oleaginosa e invisible que precipita el agua y el dolor soltando en escorpiones la mañana. Por eso se rebela contra el blanco, inventa otro mar rojo y su prodigio, el corazón abierto y mercurial. Con la sangre rojísima y alegre de la barra encendida de carmín pinta un hígado tierno en el exacto milimétrico lugar para su hígado. Sobre el pulmón, dibuja otro pulmón, el hueso peroné sobre su pierna y sobre ella, un bisonte que no muere. Para la aorta, un hilo delgadísimo por el que corren potros y hematíes, en la yema del dedo principal un caracol valiente y diminuto que avanza de aeropuerto en aeropuerto y jibariza el miedo, los desastres. Y en la matriz, el mar y sus campanas. Sobre su cuerpo blanco de dolor, translúcido en el tiempo desolado de las flores que mueren sin aliento, pinta un cuerpo completo, enrojecido como un sol vegetal e imprescindible. a Paqui Noguerol, otra vez


 

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