José Lupiáñez

El sueño de Estambul
La verde senda

 

Ricardo Benaim: Umbral 2

 


SELECCIÓN DE POEMAS DE EL SUEÑO DE ESTAMBUL (2004)



SULTAN AHMET CAMII
[LA MEZQUITA AZUL] 


Con las manos detrás, sobre la espalda,
mirando hacia lo alto, al cielo,
del que son embajada las altísimas cúpulas,
camino descalzo por el mar de alfombras
de la Mezquita Azul... La mañana se filtra
a través de las alegres vidrieras
que inventan otra luz, otro modo de ser
del día; otra manera de ser de la luz,
que es ya emoción,
porque el corazón late más rápido.
Azulejos de ensueño, de verdes y de azules,
con el brillo de siglos y de gemas cautivas,
componen ese cosmos de geometría o locura:
tulipanes y ramos, claveles o planetas;
dorados laberintos en los que se quedaron
los ojos del calígrafo... Resuena aquí una fe
que es una brisa y una queja,
ese canto desde el mihrab lo afirma ahora,
y es un llanto que endulza de lejos la esperanza.
Genuflexos, los fieles prosiguen su liturgia
y se inclinan o besan un suelo de pisadas;
pisadas en lo santo de plantas temerosas...
Siento que tiembla el mundo y que aquí,
bajo el regio velamen de esta nave doliente,
—acaso un espejismo—, tiene mi vida
ese cobijo que, quizás, la redime...
"No puede ser, no puede ser —me digo—,
esta lujuria, esta explosión de luces,
este delirio que nos conquista la voluntad,
este oro que flota, este polen
al que el alma no sabe oponer resistencia"...
Aguardo a que termine la oración, un instante,
y me quedo a solas, bajo la inmensa corona
de lamparillas que llamean sobre mi cabeza.
Respiro el vaho sagrado que alimenta al espíritu
y ensueño junto a una columna de briosos nervios.
Dios está aquí, en esta desmesura,
en esta dolorosa fantasía de los hombres,
que oran con la cabeza cubierta
y tienen los dedos resecos
por las cuentas de sus rosarios.
Afuera el Mar de Mármara,
azul, como el color de los ojos de la favorita
es un mar calmo, de seda, un mar dormido,
en el que se han quedado varados los grandes navíos,
varados por el hechizo inexplicable de un deseo.
Por esta gran burbuja preferida y gigante
va mi vida errabunda; la luz y el salmo
la consuelan, porque lejos de esta ilusión,
(que la retina mira con hambre,
por miedo a que se desvanezca),
la desventura sigue aguardando
con sus trampas secretas.


TUMBAS EN LA CIUDAD Repica el agua en la verde maleza que ahoga las tumbas de los antepasados: estelas inclinadas y hundidas en la tierra llevan grabadas frases que en su vida los muertos idearon. Sentencias y deseos, sueños tallados en la piedra. Y ahora la lluvia toca sus pensamientos y resuena también, verde y furiosa, en la maleza que es su única amiga. Dentro parpadean las lámparas de la mezquita y se inclinan las sombras de los fieles. Aquí fuera la lluvia, la lluvia que viene de ese cielo tan gris, como el polvillo viejo de los huesos; tan gris como el destino de ceniza que a todos nos espera.
DESDE LA TORRE GÁLATA Contempla allá esa luz que hacia el poniente es sangre. Esa luz que parece inventarse la ciudad en sus atardeceres. Distinta cada día, contémplala desde aquí y mira cómo asciende desde la urbe que la sueña, mientras se van haciendo eternos los perfiles de cúpulas y de minaretes. Quisiera el alma retener para siempre este latido vivo que llega de la entraña de la ciudad, este pálpito, este rumor infinito de voces que se mezclan y se contradicen. Azota el viento el rostro y guarda el ojo su lágrima penúltima para gozar la acuosa imagen del milagro. Por el Cuerno de Oro van mis sueños que solté desde aquí, desde la Torre Gálata, como un puñado de palomas.
AMANECER FRENTE AL MAR DE MÁRMARA Sé que mi corazón alguna tarde recordará estas aguas quietísimas del Mar de Mármara y este liviano encantamiento azul del cielo que las sueña. Sé muy bien que mi corazón alguna tarde, en el jardín, quizá, ya del crepúsculo buscará este frescor, estos reflejos del lento amanecer que ven mis ojos. El mar, el Mar de Mármara, con buques para siempre varados en sus aguas, con buques que renuncian a cualquier travesía, quietos también sobre las aguas quietas. Los pájaros escriben con sus vuelos en la celeste página de la mañana el salmo que recito de verdad y belleza. Esta visión, esta emoción viaja ya por el tiempo hasta ese día, para dejar temblando su milagro. Entonces, me acordaré de hoy.
BAZAR EGIPCIO Desde el Bazar Egipcio se expande por el aire una oleada de esencias. El humo primitivo de los hogares adormece a la tarde, que huele a mar y a profecía. Triunfa en el aire, loco por el perfume, la oración desgarrada de las mezquitas, la que gime o invoca el nombre santo de Alah. Miles de llamas diminutas oscilan sobre las nucas tocadas de los fieles, que juntan sus congojas bajo las cúpulas. Todo me hiere: la tristeza, el perfume, la adorable cascada de colores ardientes, el mar, los rostros que me miran, las palabras aisladas; todo me hiere en esta hora inquieta de mi vida, que salta de la nada al paraíso.
NARGHILE Raki al atardecer, turbio en el vaso. El cafetín humea y las narghiles dispersan por el aire un olor a manzana. Fija el sol su reflejo de sangre en los cristales. Mostachos casi azules, ojos negros con cercos misteriosos y tristes. La tarde ya se va, pero en el alma nos queda este perfume, y en la boca, el almíbar rabioso que tienen tus palabras.
NAZIM HIKMET Me acuerdo de tu vida, Nazim Hikmet, ahora que tu memoria me viene, como si fueras tú el que llega, silbando por las calles... En ese muro pudo haber un poema dibujado por ti en forma de rayo; un poema sobre las mil caras de la nostalgia. Y entiendo, como nadie, esa nostalgia, ahora que estoy junto al Bósforo, uno de tus maestros. Tú por las cárceles de Bursa, de Ankara, de Çankiri, soñando en Estambul, y yo por la ciudad que tú soñabas... Entiendo, como nadie, esa nostalgia que te inspiró rogar la gracia de una hora en Estambul, sólo una hora en Estambul. La cárcel, el exilio, la libertad, el arte que recuerda "la pupila de los hambrientos"... Hoy te evoco, Nazim Hikmet, aquí, en esta orilla de la vida: llamo a tus quince heridas, a tus calles vacías, a tus horas de raki y de tabaco, a tus noches perfectas, a tus visiones, a tus presentimientos ... El mar mece a sus barcos, las gaviotas desenredan misterios, nadie ha muerto en los muelles, en lo que va de año, pero aún le queda algún tiempo a tu utopía. Hoy, sobre nuestras cabezas, Nazim Hikmet, también "el sol es un turbante de fuego" y esta noche la luz de la luna es posible que crezca "como una inmensa flor azul".
SELECCIÓN DE POEMAS DE LA VERDE SENDA (1999)
BOMBAY, LA PUERTA DE LA INDIA Hemos llegado al fin a la antigua Ciudad de las Siete Islas, la que en el Mar de Omán se mira: Bombay, Bom Bahía, la Ciudad del Caos, la ciudad del Paraíso y del Infierno. Hemos llegado al amanecer y la primera puerta es la de la Miseria, la de los seres medio muertos que a duras penas sobreviven en los estercoleros, tumbados sobre los escombros, con la cabeza recostada sobre la inmundicia que hace que se pudran los sueños, que se pudran los sueños injustamente. Ya no sé lo que soy, hombre o difunto desgranando un rosario de angustia, una roja pesadilla llena de sobresaltos. Grita mi alma en este amanecer del desconsuelo, grita ante el paso de las escuálidas figuras con los rostros quemados y la piel enferma. Oh los cuerpos que milagrosamente se sostienen, semidesnudos, errantes, bajo las venenosas flechas del Monzón inclemente; puñados de huesos que andan sin rumbo, sonajas que rechinan dolorosas sobre la tierra negra del abandono. Esta es Bombay, en la que las bandadas de cuervos vigilan permanentemente cualquier migaja. Ya no sé si estoy vivo o un Caronte me lleva en su oscura barcaza. No veo su rostro, tan solo unos ojos inyectados en sangre. No me engañan las músicas que embalsaman el aire, ni el aroma dulzón del cardamomo, ni el humillo plácido del incienso sobre la pira de los sacrificios... Todo se desmorona. Filas de hombres sentados aguardan la limosna a las puertas de los cafetines infectos. Todo se desmorona... Niños con sus andrajos me piden tristemente unas rupias y sus palmas están agrietadas como mi conciencia. Esta es Bombay: la ciudad de los seres tullidos, la de los cuerpos cercenados ante un platillo con las pocas monedas de la dádiva. ¿Cómo puede latir mi corazón ante el hermano sin brazos y sin piernas, ante ese tronco vivo clavado en un charco, en Apollo Bunder, bajo el triunfo amarillo de un arco de basalto? ¿Cómo podré seguir aún con el recuerdo de aquel otro que sostiene en sus manos esa bola de carne, asomando del vientre como una pavorosa excrecencia? Esta sí, es Bombay, predio de Bahadur, narcotizada por el mar verde de Omán. Bombay, en la que pájaros nefastos devoran por las calles y por las aceras las podridas entrañas de las ratas; Bombay, en la que todos los colores del mundo se dan cita con un tinte de antaño. La ciudad de los rostros marcados por el desasosiego, la de los sabios en cuclillas con turbantes que el aire hediondo deshilacha, como se deshilacha mi esperanza. Esta es Bombay: un té que sabe como saben las lágrimas. Esta es Bombay —me digo—, el gran bazar de la locura, un laberinto de callejas tomadas por mendigos dolientes y por artesanos; la ciudad de los mil oficios insignificantes y la de las empresas acristaladas de Nariman Point; la de las Torres del Silencio, donde los parsis abandonan a sus muertos para ser devorados por los buitres. Sí, la de los bellos rostros con un bindi en la frente, rojo como el agujero de un disparo. La de los cadáveres descomponiéndose en los árboles. La del ruido que no cesa nunca, la del fragor, la de la anarquía y las epidemias. El caos hecho ciudad; una ciudad de esencias irreconocibles. Sagrada y diabólica, maldita y áurea; la ciudad convertida en caos, el vertedero por el que sobrevuelan las rapaces. Sí Bombay, aquella dote pantanosa, con sus templos perdidos y sus árboles gigantescos, de copas salpicadas de flores. La de los mohosos edificios de la colonia y las amplias avenidas, en donde se consumen los moribundos; la de los parques suntuosos por los que danzan monos de rostro envejecido. Bombay la patria de los adivinos y los encantadores de serpientes, la de los buques en la bruma, frente al puerto, cargados de semillas de coriandro y tumeric; la de los cuerpos atravesados por las agujas, la de los rostros desencajados y las cabezas acribilladas y diabólicas, con las greñas compactas por la cochambre. Oh sí, Bombay, Mumbay ahora, la ciudad del espíritu, la de las hetairas escondidas, acorraladas como pequeños animalillos eróticos, en guetos de perfume y escoria. Ciudad leprosa, amarga y dulce y agria, que día a día recorren la plantas descarnadas de quienes nada esperan en su búsqueda insomne, de cuantos olvidaron el sueño de una ciudad con las calles de oro. Bombay, la gusanera; la carcel de los desheredados, con mezquitas de esbeltos minaretes y palacios de un cuento delirante. Bombay la de las castas, la de las tribus, los clanes, las familias: jainas, judíos, cristianos, goanises, punjabis, gujaratis, sikhs altivos de apretado turbante. Bombay la de todos contra todos, Babel de mundos que se descomponen; prisión de almas traicionadas por un espejismo. Oh sí, Bombay, la del sol de naranja y el éxtasis permanente; la de las especias en el aire como un polen inaprensible. La de los saltimbanquis que se elevan sobre los muertos en una pirueta desgarradora, mientras Shiva Nataraja, el Bailarín Cósmico, inicia la Tandava violenta de la destrucción, la danza que sacude a las constelaciones... Bombay, la llaga abierta en el corazón de Asia, la ciudad del horror y la de las sonrisas apagadas por el desaliento, la terrible masala de milagro y de miedo, de injusticia y belleza, de cieno y melodía. Oh sí, Bombay, tu sangre enferma me ha hecho otro; tu herida es ya mi herida para siempre.
ISLA DE ELEPHANTA Los dioses se escondieron en la verde Elephanta. Esa mañana los dioses no salieron de su cueva, aunque ascendíamos por el sendero angosto en su búsqueda, cansados, confusos, para recibir la brisa que purifica. Seguíamos a aquel hombre pequeño que marcaba el camino. Juntos llegamos a la cima, sin comprendernos. Por las veredas encharcadas, por entre la maleza, con una nube de insectos revoloteando, igual que pensamientos. Ahora va delante y es viejo y encorvado. Como cayado lleva una caña de bambú, y a ella se aferran sus dedos azules y nudosos. Me ha mirado un instante un rostro de ojos turbios; algo dice la boca desdentada, al mostrarme las viejas baterías de defensa, escondidas entre el follaje. A lo lejos la ciudad espectral, cortejada por buques inmensos, rojos, solitarios, flotando indolentes en la inquieta bahía. Barcos ajenos a esa fiebre que perturba a sus hijos, ajenos a la luna amarga que se hunde cada noche en la hoguera de una pesadilla sin límites.
LA ALEGRE MADURAI Al fondo de la noche: Madurai, la antigua casa de los Pandya, la alegre Madurai centelleante, joya secreta en los lejanos confines de Tamil Nadú. Mandala del espíritu a las orillas del Vaigai, por donde llegan los peregrinos de remotas provincias con las plantas mordidas por las serpientes y los hombros picoteados por las rapaces. Un templo fastuoso los aguarda con sus torres multicolores que al azul desafían, como pirámides de caracolas expandiendo la risa de los dioses. Shree Meenakshi es ya la fortaleza donde se abrigan los corazones pesarosos. Sus habitantes son devotos con las frentes marcadas de amarillo, que ofrecen su prasad a la diosa: cocos contra la piedra en la penumbra. Las llamas arden en todos los altares, mientras Shiva se adormila con el aroma del agarbathi. En el estanque quedan las impurezas de los hombres, las impurezas de sus almas empañadas por el sufrimiento. El señor Sundareswara ha regresado al monte Kailas para encontrarse con la hija de un rey. Suenan las voces entre las columnas, los cánticos que incendia la fe humilde, la que amontona collares de jazmín sobre los idolillos, y les arroja monedas o frutas. Esta es la Cámara Recóndita. Aquí la oscuridad nos tizna el rostro. Vamos descalzos y melancólicos, porque tanto enigma entristece, tanto misterio coloreado sobre el que se derraman las esencias. Oh sí, aquellas voces de almas perdidas, clamando como lamparillas parpadeantes en la gran alcoba del cosmos. Aquellas voces, como quejidos de chinkaras, tejiendo sin cesar su demanda. Y aquellas manos juntas, suplicantes, al borde de un abismo en cada santuario, al filo de un vacío ingente sobre el que zumban las jerarquías, las potencias, las divinidades cristalizadas. Una noche más en Madurai, desvelado por la belleza, insomne bajo las blancas hélices que renuevan el aire, sintiendo la caricia lasciva de la seda. Pensando. El disfraz de los Mitos, le digo a la almohada, es tan sólo para pedir lo justo. Lo justo siempre, pero con ceremonia y perfume...
BOSQUE DE PERIYARD Retumba el bosque santo de Periyard, cuando sobre las altas copas de sus árboles cae la lluvia que tamborilea en las hojas. Un musgo rabioso cubre las piedras abandonadas a orillas del sendero. Trinos, silbidos, gritos, ruidos de la naturaleza intacta. Hasta aquí llega ahora el aroma de los ocultos árboles del sándalo. Por allá suenan los racimos de la pimienta. Bajo el árbol de Bo me siento y, a su amparo, cierro los ojos un instante. Grupos de bandars enloquecidos saltan de un lado a otro, ante mi presencia. Las mariposas esquivan el intenso aguacero salpicando a la tarde del color de sus alas. Mis dedos acarician las hojillas sensibles del touch me not, que se cierran de golpe, y se entristecen como si recibieran una mala noticia. Un poco más abajo el lago, el lago calmo, en el que hay troncos negros, hundidos, clavados en el fondo, donde se posan los cormoranes. Navego ahora por sus aguas pacíficas que sobrevuelan las bandadas de calaos y de búhos pescadores y me acerco a la orilla, en donde beben búfalos, ciervos, elefantes, que bajan al atardecer. Las nubes van y vienen y el sol está muy lejos. Aquí reina la bruma y sopla un aire húmedo que perla la atmósfera embalsamada. Otras aves turquesa pintan mis ilusiones, que escalan altas cumbres iluminadas frente al valle esmeralda. Desde la cúspide respiro la verdad profunda y me estremezco como se estremecen las briznas —el tapiz vivo— de los arrozales. Una vaca sagrada me preguntó mi nombre en el camino, mi nombre verdadero. Se marchaba con los ojos tan tristes como el lago. Bajó por entre setos de té, que pellizcaban hábiles mujeres de otra edad. Rostros oscuros con saris de un color que conmueve. Rostros oscuros con un resto de cúrcuma en la frente. Yo desciendo también por entre laberintos que ofrecen sus brotes tiernos. Más allá el cardamomo, con su sonrisa abierta. Aquí la flor naranja cuyo nombre olvidaste, la que has prendido a tu pelo tantas veces... La verde senda, esta es la verde senda que cruzaba mis sueños. Bajo el vibrante palio de las espesas ramas resuenan muchos pasos perdidos. Yo me marcho en el carro de los bueyes gemelos, esos bueyes ausentes, con los cuernos pintados. Y a su ritmo me pierdo, llevo un bidi en los labios.
HACIA QUILON POR LOS BACKWATERS Sigue la vida y este sol nos dora, muy lentamente por las aguas vamos; dulce la brisa, las palmeras altas, verdes lugares, laberintos verdes. Rostros al fondo muy oscuros miran pasar la vida que es tan dura a veces. Ropas al viento de colores vivos, manos alzadas desde las orillas. Pájaros negros y en las copas frutos ¿Quién nos despierta de este dulce sueño? Sigue la vida, lentamente sigue; casas a un lado que cobijan cuerpos, barcas varadas y en el cielo nubes, nubes que cruzan el intenso azul. Redes doradas para la captura hombres desnudos con turbantes rojos altas palmeras de ilusión esbeltas, bellas mujeres por los arrozales. Vamos pasando: todo pasa siempre, yo adiós les digo a quienes tanto gritan; sendas estrechas más allá del tiempo. Son tres barqueros bajo la espesura que hunden su pértiga en las turbias aguas... Suenan extrañas tantas lenguas juntas y esas miradas hacen daño ahora. Golpes y risas, otros niños corren, corren de prisa, para que sepamos cómo es de grande su congoja ciega. Ánades danzan, yo estoy siempre lejos. ¿Quién nos redime?, me pregunto a veces. Agua en el rostro, ¡qué misterio el mundo! Esa criatura ¿no es como mi alma? Lluvia de pronto, pero nada importa a ese artesano que su cesta trenza. Ondas suaves tenuemente oscilan, nadie nos diga qué es el paraíso. Campos de espejos y techumbres grises, vacas soñando bajo plataneras, briznas que oscilan, pero siempre verdes. Viejos que olvidan sus pesares viejos, viejos heridos por la mansedumbre. Piña a los labios, nuevamente frutas. Templos que llaman, cotidiano el rito. Redes o insectos las empalizadas que alzan al aire la captura escasa. ¿Quién sabe el rumbo? ¿Dónde van los hombres? ¿Ya no hay promesa? Muchos cuervos vuelan.
MAÑANA EN KOVALAM Asisto al despertar del nuevo día en las hermosas playas de Kovalam. Saludan a mis ojos las palmeras agitando sus ramas solemnes como brazos y el mar, el Mar de Arabia, con sus peldaños de espuma hacia el infinito. Sobre la orilla lenguas de sal que se suceden en un vaivén sin tregua: mueren, viven, vienen del horizonte borroso por la bruma, desde aquel horizonte que el misterio ha trazado y hasta mis plantas llegan en su oscilar salvaje. Cuervos azules graznan en las copas y esta brisa tan dulce va aliviando las sienes en el amanecer majestuoso. Cruzan barcas oscuras a lo lejos, mientras el mar me dice furioso su mensaje. El sol, tímido ahora, hace de oro las rocas por momentos. El sol, el mar, la vida que comienza en las hermosas playas de Kovalam.
LA SINAGOGA DE LAS LÁMPARAS La mañana se esfuma por el barrio judío. Otra vez el silencio, ¿no parece imposible? Femeninas callejas de Toledo, en pequeño, van a la Sinagoga de las Hermosas Lámparas. Los mejores cristales de la tierra iluminan el fervor de los fieles con sus kipas tocados. Ahora gozan mis plantas sobre el suelo desnudas por azules y frescos azulejos brillantes, que pintaron a mano artistas de Cantón. En la sacra penumbra leo secretos dorados; tiene el aire el aroma de la fe diferente y ecos tensos de rezos y reserva y recelo de ilusiones marchitas que el dinero apagó: las monedas sonando, las monedas sonando, las monedas sonando en el cofre al caer, en el cofre de Persia, fieramente guardado, en el cofre escondido donde nunca sabrás. Sinagoga de lámparas que retienen el tiempo quién pudiera morirse bajo tus luminarias y expresar con la paz del aliento postrero, Sepharad, la palabra, la nostalgia en los labios.
MINIATURA DEL BESO EN CANDOLIM Al despertarme beso los labios de mi amada, que saben a mango y a miedo. Y me tranquilizo. Tiene la piel suave como un amanecer y lleva en sus tobillos las ajorcas de plata que tintinean en mi lecho y envidian mis hermanas. En la noche repleta de espejuelos brillantes como los de su falda del Rajasthán, la beso dulcemente en los labios y acaricio su frente con mis dedos para entender sus sueños.
POR CALANGUTE Con seis cuchillos voy por Calangute. Unos perros me siguen mansamente, de cerca. El sol se oculta a veces entre nubes livianas, y los sonoros cocoteros bajan hasta la playa para parlotear con las olas. Cangrejos transparentes se esconden en la arena, que un tesoro de conchas me ofrece por sendero. Labios de espuma, el aire, pardas aves en el espacio abierto y azul, reverberando. Por un lado secreto del mundo va el camino... Si alzo la vista hacia la izquierda: el verdor, la verde eternidad en la que se hunden las pequeñas iglesias portuguesas. Si a la derecha miro: el mar, que acude presto a su festín diario de vegetal delirio. Mi demanda se acaba. Respiro aquí la plenitud, bebo la savia dulce del existir consciente, aunque un dolor apremie por dentro. La inmensidad solar basta a quien pena y ceñir la cintura de esta brisa en la orilla, que broncea imperceptible tu brazo; mas con el otro asirse al de la amada cierta, que te acompaña, con ese son alegre y plateado de sus bellas ajorcas, por la vida.
JARDÍN DE COLVA Guarda mi corazón el balanceo de las altas palmeras, que un aire azul agita en la noche benigna. Siento en mí sus raíces nutrirse de mi sangre y que sus altos troncos, ingrávidos, insomnes, llevan las cicatrices, las marcas cenicientas de mi alma, que un día tatuaron los dioses. En las copas se mecen frutos siempre dorados y un sol rojizo y tibio dialoga con sus ramas, en las que trinan pájaros diáfanos: unos tienen alas turquesa y otros son negros, con los ojos chispeantes de verde musgo. Oh sí, por el jardín de Colva, aún siguen paseándose las serpientes del Génesis... Y en sus veredas ladran los perros salvajes enloquecidos por los insectos. Un jardín que da al mar, a otra edad imprevista. Son sus arenas de oro molido que la mano recoge. Sobre ellas se alzan cabañas ensimismadas por el rumor continuo de las olas, cabañas que esconden muchos fuegos secretos. Ahora atardece y languidezco. El inmenso puñal que acribilló a la tarde me alcanza en esta hora con su filo de lumbre. Oh sí: oro molido entre las manos y el sol cegándote; oro molido, granos de oro...
CELEBRANDO A GANESH BAJO EL MONZÓN Llueve con fuerza sobre nuestras cabezas. El cielo es un abismo, una amenaza turbia. Danzan sus nubes como dioses dementes pidiendo sacrificios, cada vez con más cólera. Hay una inquietud en los corazones y una urgencia indecisa que trae la tormenta. Los despojos se acumulan en cualquier parte y los cuervos enloquecidos vuelan sin pausa. Lavan las aguas las heridas de los apestados y espabilan a los moribundos, cuando azotan sus rostros con la mueca penúltima. Un temblor impreciso sacude a la ciudad podrida. Miles de ratas remueven torvamente sus entrañas. Se estremecen los niños de un miedo innominado, de un terror que sienten como un crack de huesos. Gritan por las esquinas las madres confundidas, con los cabellos aceitados y goteantes. La mujeres hermosas se han escondido todas, como las serpientes en la cesta del encantador. El agua inunda ya gran parte de la conciencia. Viajan techumbres, platos, cestas, ídolos, ropas gastadas, ilusiones, flores, en un inmenso río de inmundicia, en el que todo es pobre y todo va cubierto de lodo y hiede. Un buitre cruza raudo con la mano de un muerto en su pico... Este naufragio es la ciudad. Este caudal de espanto. Pasan leprosos con los rostros comidos y deformes. Sus muñones ensangrentados han perdido las vendas. Devotos de Ganesh prueban su pirotecnia y bailan como ebrios en medio de la lluvia, con los rostros y los cuerpos pintados de rojo, como supervivientes de una sangrienta lucha y hacen sonar tambores que rivalizan con el trueno y cantan empapados alrededor de un dios de barro, un dios multicolor con la cabeza de elefante. También los minaretes, esbeltos como lanzas, convocan a los fieles con quejidos al aire y los templos advierten de la llama que arde. Pero nada nos salva. Tanto cieno nefasto asfixia al loto. Es el caos, es el caos y llama a tu puerta...

 

Cabecera

Portada

Índice