José María Morales Reyes

La raya real

 

Fernando Parrilla: Sin título

 


 

Personajes

 

Un buzo, de mediados del siglo xviii

Un astronauta, de principios del siglo xxii

Una astronauta rusa

Una astronauta china

 

(Escenario a oscuras. Aparece una tenue luz, a la izquierda. De ella emergen un buzo, con un antiguo traje de escafandra antediluviana, que lleva pinchado en un tridente un enorme mero, y un astronauta con un modelo espacial futurista y una especie de pecera en la cabeza. En el suelo, piedras de diversos tamaños. Ambos van mirando la luz, cada uno por su lado, hasta que tropiezan los dos y caen)

ASTRONAUTA. ¡Eh!

BUZO. ¡Eeeh!

ASTRONAUTA. ¡Un buzo!

BUZO. ¡Otro!

ASTRONAUTA. ¡Qué otro, ni qué niño muerto!: ¡yo soy astronauta!

BUZO. ¿Un tronauta?, ¿y eso qué es?

ASTRONAUTA. ¿Eso?

BUZO. ¿Esa escafandra tan rara es para bucear cerca de la superficie?

ASTRONAUTA. (Se levanta y se sacude el polvo) Yo no buceo.

BUZO. (Se levanta también, con mayor dificultad) ¿Te quedas en la orilla? No me extraña: con ese traje no podrías llegar muy lejos. Esa escafandra se debe hacer añicos al bajar unos pocos metros.

ASTRONAUTA. Yo no buceo, yo vuelo.

BUZO. ¡Tú no ves peces de colores!

ASTRONAUTA. Esos los veo en los acuarios.

BUZO. Y ahí atrás... ¿qué llevas?

ASTRONAUTA. El oxígeno.

BUZO. ¿El oxígeno para volar por el aire?, ¡o estás loco, o me tomas el pelo! ¿A cuántos metros se puede bajar con ese traje?

ASTRONAUTA. Yo sólo bajaba al garaje, para coger el coche.

BUZO. Ni sé qué gruta es ésa, ni qué pez es el coche: me parece a mí que tú no pasas del rompeolas.

ASTRONAUTA. (Sentándose en una piedra grande) Ya te lo he dicho: no soy submarinista. Yo subía cuando empezaron a chisporrotear los controles de la nave.

BUZO. ¿Del barco?

ASTRONAUTA. De la nave espacial, de la Shinning Fifty Four.

BUZO. ¿De la Chainin?

ASTRONAUTA. Fifty Four.

BUZO. ¿Eres inglés?

ASTRONAUTA. Soy de Alicante pero tripulo un cohete americano.

BUZO. ¿Un cohete?

ASTRONAUTA. Exactamente.

BUZO. Te aviso que yo soy de Móstoles: no me vayas a decir que te explotó en la cara.

ASTRONAUTA. Pasemos a otro tema: tú no puedes entenderlo. Este traje se construyó muchos años después de tu desaparición. Apuesto a que no sabes dónde estamos.

BUZO. Pues no, me perdí al bajar a una fosa.

ASTRONAUTA. ¿Ves como andas despistado?

BUZO. Desde hace tiempo.

ASTRONAUTA. Más del que tú crees.

BUZO. Vaya, tú lo sabes todo, ¿no?

ASTRONAUTA. Yo sé algunas cosas, unas más importantes que otras.

BUZO. Lo dicho, ¡un sabihondo! Pero a mí eso no me asusta; lo único que me espanta es encontrarme con un pulpo gigante en el fondo del mar.

ASTRONAUTA. No temas: bichos de esos no hay por aquí.

BUZO. ¡Ah!, ¿no? Pues hace un rato me tuve que esconder de uno.

ASTRONAUTA. Será por el agua que nos rodea... (Se levanta de la piedra y estira las piernas) De un rato, nada; por el traje que gastas, debes llevar perdido alrededor de cuatro siglos; chispa más o menos.

BUZO. Tú estás loco, ¿cuándo iba yo a durar tanto como un olivo?

ASTRONAUTA. Aquí no pasa el tiempo, no existe.

BUZO. Y si no existe, ¿cómo han pasado tantos siglos?

ASTRONAUTA. Es un decir, hombre, una manera de hablar: para los demás, el tiempo corre que vuela.

BUZO. ¡Ya! Y tú, ¿cuánto tiempo llevas perdido?

ASTRONAUTA. ¿Yo? Una hora y media.

BUZO. Hombre, claro, el tiempo de tomarse unas cervezas.

ASTRONAUTA. Te lo vuelvo a repetir: no sabes dónde estamos.

BUZO. No lo sé; pero, si no hay agua, me puedo quitar la escafandra: estoy harto de ella.

ASTRONAUTA. No lo hagas.

BUZO. ¡Ah!, ¿no? (Se la quita)

ASTRONAUTA. ¡Ten cuidado!

BUZO. ¿Cómo voy a tener cuidado, si no hay agua? Lo que no sé es de dónde ha salido un chalado como tú. Ya me lo decía mi madre: hijo, no bajes a esas profundidades; es muy peligroso.

ASTRONAUTA. Ahora mismo te voy a explicar dónde estamos. (Busca un palo entre las piedras; delante del buzo, traza una raya en el suelo) ¿Ves?

BUZO. Veo una raya en el suelo.

ASTRONAUTA. Exacto.

BUZO. ¿Seguro que eres de Alicante?

ASTRONAUTA. De toda la vida.

BUZO. Si tú lo dices...

ASTRONAUTA. ¿No te asfixias?

BUZO. Pues no.

ASTRONAUTA. Bien; presta atención, que esto lo sabe cualquiera. De la raya para acá, está la realidad; y de la raya para allá, la irrealidad.

BUZO. ¿De Alicante, Alicante?

ASTRONAUTA. De un pueblo cercano.

BUZO. Yo tengo un amigo allí...

ASTRONAUTA. ¿Seguimos?

BUZO. Ya que hemos empezado...

ASTRONAUTA. Pues bien; de este lado está todo lo que conocemos, aquello que la humanidad sabe; y de este otro, todo lo que ignoramos. La realidad y la irrealidad.

BUZO. Eso será así porque tú lo dices.

ASTRONAUTA. ¡Qué ignorante eres! No me extraña que lleves tanto tiempo perdido. Cuando piensas, ¿no te hierve la cabeza dentro de la escafandra?

BUZO. Dentro de la escafandra no puede entrar agua: sería mi fin.

ASTRONAUTA. ¡Vaya por Dios, qué listo es el muchacho!... ¿De Móstoles?

BUZO. Cuando usted quiera, si algún día sienta la cabeza, allí tiene su casa.

ASTRONAUTA. De esa casa no debe quedar una piedra.

BUZO. Mire lo que dice: eso no tiene ninguna gracia.

ASTRONAUTA. Con el tiempo que ha pasado, no debe quedar ni el patio: habrán hecho un bloque de pisos.

BUZO. ¿Un bloque de pisos?

ASTRONAUTA. Muchas casas, unas encima de otras.

BUZO. Me parece a mí que usted no es de Alicante; cuando vuelva a Móstoles se lo voy a preguntar a mi madre: ella tiene parientes por allí.

ASTRONAUTA. A tu madre, desgraciadamente, le tendrás que poner unas flores..., si el cementerio donde la enterraron sigue aún en el mismo lugar.

BUZO. Usted está loco: mi madre me estará haciendo un chaleco de lana para el invierno. La pobre debe estar un tanto inquieta.

ASTRONAUTA. No hablemos de cosas que no tienen solución. ¿Quiere que le explique esto?, o pasamos del tema.

BUZO. Explique, explique usted lo que quiera. Siempre me ha gustado escuchar disparates: al tonto del pueblo le encanta hablar conmigo.

ASTRONAUTA. A lo nuestro: esta parte de aquí es la realidad y aquella de allí la irrealidad.

BUZO. De eso ya me había enterado.

ASTRONAUTA. Como bien puede comprenderse la realidad, que es donde nosotros vivíamos, es mucho más pequeña; nuestro mundo es muy chico y son bastantes más las cosas ignoradas que las sabidas; es mucho mayor el mundo ignoto que elconocido.

BUZO. ¿En un mundo muy chico nos hemos perdido?

ASTRONAUTA. Cállese, y déjeme continuar.

BUZO. Continúe, continúe: adoro las parrafadas. Como siempre ando solo por el fondo del mar, me gusta escuchar cantos de sirenas.

ASTRONAUTA. (Señala con el palo) Cuando estamos por aquí en medio, inmersos en lo cotidiano, no suele pasarnos nada; pero cuando nos acercamos a la línea divisoria, sí puede sucedernos algo.

BUZO. Si corremos algún peligro, dígamelo pronto; estamos casi encima de la raya.

ASTRONAUTA. No sea usted tonto: se lo estoy explicando en el suelo, como se lo podía explicar en una pizarra.

BUZO. ¿Como en el colegio?

ASTRONAUTA. Exacto, repitiendo las cosas en la clase de los torpes. Esta raya...

BUZO. ¿Ésa?

ASTRONAUTA. ¡Ésta!

BUZO. La verdad, no creo que fuese usted buen maestro.

ASTRONAUTA. Está bien, tendré paciencia con usted... Cuando nos acercamos a la línea, tenemos que hacerlo con cuidado: nos aproximamos a terrenos desconocidos. Cada vez que la cruzamos, entramos en la irrealidad... con los riesgos que ello conlleva. Cierto: así conseguimos agrandar en algo la realidad y trasladar un poquito la raya de lo conocido, pero hay que tomar ciertas precauciones. ¿Comprende?

BUZO. Hombre, claro, con lo bien que se explica usted...

ASTRONAUTA. Al otro lado, se habla con palabras inexistentes de materiales desconocidos, que no sabríamos nombrar; de situaciones que no podemos representar, de filosofías que nos suenan a cuentos chinos. Por ejemplo: en susiglo, el teléfono formaba parte de la irrealidad. Nadie sabía qué era eso; nadie había pensado en él, nadie sabía nombrarlo; pero cuando Graham Bell empezó a meditar en la posibilidad de trasladar la voz de una persona, por un cable hasta un lugar remoto, traspasó la línea divisoria y le ganó terreno a la irrealidad... ¿Me entiende?... Le dio un pellizco a lo ignoto. Gracias a cerebros como el suyo la realidad crece sin cesar; aunque la irrealidad, que podemos considerar casi infinita, parezca permanecer siempre igual.

BUZO. ¡Qué cosa más interesante!

ASTRONAUTA. En efecto.

BUZO. ¿Dice usted que las voces van por los cables?

ASTRONAUTA. Desde España hasta Alaska, por decir algo.

BUZO. Y en concreto,... ¿de qué pueblo es usted?

ASTRONAUTA. ¡Bah! Yo soy cosmopolita, un ciudadano del mundo... ¿Sigue sin asfixiarse?

BUZO. Salta a la vista, ¿no?

ASTRONAUTA. Eso debe ser porque estamos cerca de la realidad y podemos empezar a respirar.

BUZO. Eso debe ser porque no estamos en el fondo del mar.

ASTRONAUTA. No sea usted zoquete. Las señales están claras: aquella es la primera luz real y éstas son las primeras piedras del camino.

BUZO. ¡Ya!

ASTRONAUTA. Estábamos perdidos, pero ya no debemos preocuparnos por eso: hemos conseguido tener un punto de referencia y podemos orientarnos.

BUZO. Sí; yo he tardado unos siglos y usted, que es más listo, ha tenido bastante con un rato y un discurso.

ASTRONAUTA. Gracias al lucímetro.

BUZO. ¿Al qué?

ASTRONAUTA. A este aparato que busca la luz real. Siempre la señala.

BUZO. ¿Como si fuese una brújula?

ASTRONAUTA. Más o menos. ¿Seguro que respira bien?

BUZO. Yo ya no estoy seguro de nada. ¿Qué le pasó al hombre del cable? ¿También se perdió?

ASTRONAUTA. No. Está muerto. Como Edison, que inventó la luz eléctrica; o Marconi, que hizo posible la telegrafía sin hilos.

BUZO. Ni he escuchado hablar de esa gente, ni conozco sus inventos.

ASTRONAUTA. Fueron grandes hombres que traspasaron la línea real, pensando en cosas inexistentes. Claro que lo hicieron con cierto método y por un solo punto; por eso pudieron volver. Fue como dar un pasito para delante y otro para atrás. Digamos que no hicieron más que coquetear con lo desconocido. Tenían los pies en el suelo y lograron salvarse.

BUZO. Y a nosotros, ¿qué nos ha pasado?

ASTRONAUTA. Pues que nos hemos internado de golpe, mucho más allá de la línea divisoria, y nos hemos perdido. Todo tiene sus inconvenientes. Una vez que se encuentra uno al otro lado, ya no sabe dónde está.

BUZO. Yo no me he internado con usted en ningún sitio.

ASTRONAUTA. Yo iba por la galaxia F-40, cuando de pronto... ¿seguro que no se asfixia usted?

BUZO. ¡Quítese ese trasto ridículo de la cabeza! Esa escafandra sólo debe servir para volverla de revés y meter en ella peces tropicales. ¿Con todo lo que sabe no ve que sigo vivo?

ASTRONAUTA. Pues sí, realmente me parece extraño. Tendré que tomar nota del fenómeno. (Señala al mero) Y digo yo..., ¿qué pescado es ése que lleva usted ahí?

BUZO. Un mero.

ASTRONAUTA. Debemos estar cerca de la realidad: empiezo a tener hambre.

BUZO. ¡Ah!, ¿sí? ¡Con su pan se la coma!

ASTRONAUTA. Detrás de esas piedras he visto un poco de leña; podíamos hacer una candela y comernos el pescado.

BUZO. Ni hablar: el mero es mío. A mí también me está entrando hambre...; como llevo tanto tiempo en ayunas...

ASTRONAUTA. No importa: hay para los dos. Podíamos compartirlo.

BUZO. Ni lo sueñe. Lo pesqué hace siglos y está medio podrido; por eso la mitad sólo da para uno. Lo estoy oliendo y... quítese la escafandra y huela, huela. Huela usted y verá.

ASTRONAUTA. ¿Cree que me la podré quitar?

BUZO. No lo sé; como usted dice que no es buzo, no sé si se la podrá quitar fuera del agua.

ASTRONAUTA. A usted no le ha pasado nada.

BUZO. Como yo no voy por el aire...

ASTRONAUTA. Pero sus pulmones serán iguales que los míos, ¿no?

BUZO. Ignoro lo que fuma usted. Yo dependo de ellos y siempre los he cuidado mucho.

ASTRONAUTA. Podíamos llegar a un acuerdo. Yo tengo aquí unas pastillas de vitaminas y otras de proteínas. ¿Las ve?; podíamos juntar lo suyo y lo mío, y hacer un almuerzo completo.

BUZO. ¿Eso se come?

ASTRONAUTA. Por supuesto: estas pastillas son de lo más saludable.

BUZO. Ni hablar: no hay trato. Primero me dice que vuela por el aire y luego pretende convencerme de que llevo no sé cuánto tiempo perdido. Deja a mi madre sin casa ni cementerio, me suelta un rollo con ese palo, y ahora se le antoja hincarle el diente al mero. ¿Cree que es tan fácil bajar y pescarlo?, ¿porqué no baja usted con esa porquería de traje?

ASTRONAUTA. Yo podría coger leña...

BUZO. Eso también lo sé hacer yo. No crea que me va a embaucar: al tonto de mi pueblo lo escucho, pero no le hago caso; a pesar de conocerlo.

ASTRONAUTA. Le aseguro que estas pastillas son de toda garantía: no están caducadas, como ese pescado.

BUZO. Yo voy a buscar leña; no vaya a ser que encienda usted fuego y después me diga que ha hecho algo. (Se pone a buscar palos)

ASTRONAUTA. Si me invita a comer, le prometo conducirlo a la realidad con mi lucímetro.

BUZO. Venga ya, hombre: ¿no decía que aquella luz era la realidad? ¿Cree que me voy a perder teniéndola a la vista?

ASTRONAUTA. Esa luz puede estar más lejos de lo que parece. ¿No ha estado nunca en la orilla del mar y ha visto un faro en la lejanía? Parece que está cerca, pero se pone uno a andar y no llega jamás.

BUZO. Andando por la orilla, es cuestión de un rato más o un rato menos.

ASTRONAUTA. Sí, pero en este caso, puede haber agujeros negros. No sabemos qué podemos encontrarnos por el camino.

BUZO. ¡Bah!, aunque repartamos el mero, seguiremos sin saberlo; suponiendo que los agujeros tuviesen color. (Suelta la leña recogida en el suelo; se agacha, dispuesto a encender candela)

ASTRONAUTA. Observe que estamos solos...

BUZO. ¿Y?

ASTRONAUTA. Con ese traje tiene poca libertad de movimientos...

BUZO. ¿Y?

ASTRONAUTA. Pues, que podría quitarle el mero.

BUZO. (Se levanta de un salto, tridente en ristre) ¿Cómo?

ASTRONAUTA. He dicho que podría, ¿no admite usted suposiciones?

BUZO. No señor, no las admito.

ASTRONAUTA. (Saca su arma) Sepa que tengo una pistola desintegradora.

BUZO. ¿Una qué?

ASTRONAUTA. Una pistola con la que puedo dispararle y hacerle desaparecer.

BUZO. ¿A mí?

ASTRONAUTA. A usted.

BUZO. ¿Con eso?

ASTRONAUTA. Con esto.

BUZO. ¿Con ese cuento me va a salir ahora?

ASTRONAUTA. ¡Ah!, ¿no me cree? (Dispara sobre una piedra y la hace desaparecer ante el asombro del otro)

BUZO. ¡Coño!

ASTRONAUTA. Supongo que ahora no tendrá inconveniente en darme ese pescado medio podrido.

BUZO. (Abrazándose al mero) Pues sí señor, sí lo tengo. Ya se lo dije antes:soy de Móstoles. Ande, dispare; dispare y se quedará sin nada.

ASTRONAUTA. ¡Suelte usted eso!

BUZO. ¡Ja!, si me da el cacharro que tiene en la mano, lo invito a comer.

ASTRONAUTA. ¿Cómo se lo voy a dar, para que me desintegre usted a mí y se lo coma solo?

BUZO. Es un riesgo que debe correr si quiere degustar esta fantástica pieza. Decídase, o lo toma o lo deja: comer siempre ha costado algo.

ASTRONAUTA. ¿Cómo me puede decir eso, si soy yo quien lo está amenazando?

BUZO. Eso es lo que hay, si quiere probar bocado.

(En esa situación, aparece una astronauta rusa por la esquina derecha del escenario. Al ver al tripulante americano, lo llama haciéndole señas. Habla en su propio idioma)

RUSA. ¡Eh, eh, Shinning! ¡Shinning Fifty Four! “¡Aquí estoy!”

ASTRONAUTA. ¡Ojú!, ya apareció ésta.

BUZO. ¿Y ésa quién es?

RUSA. Shinning, “¿dónde estamos?”

ASTRONAUTA. Una rusa. Íbamos en un vuelo de confraternización y, cuando nos encontramos, cerca de la galaxia F-40, pasó de su nave a la mía.

BUZO. Si esa rusa también vuela, tampoco habrá pescado para ella.

RUSA. (A Shainning) “¿Sabes dónde estamos?”

BUZO. ¿Qué dice?

ASTRONAUTA. Que dónde estamos; lo lleva preguntando desde que nos perdimos.

BUZO. ¿Todavía no le ha explicado usted la batallita que me ha contado a mí?

ASTRONAUTA. ¡Cómo se la voy a contar, si venía para espiarnos!

RUSA. (Señala el pez) “¡Uy, qué rico! ¡Tengo hambre!”

BUZO. ¿Qué ha dicho ahora?

ASTRONAUTA. Supongo que algo referente al mero. ¿No ha visto la cara que ha puesto?

BUZO. Lo siento; pero no lo catará, aunque se le salgan los ojos de sus órbitas.

RUSA. (Sin apartar la vista del pescado) “¡Qué buen ejemplar!”

BUZO. (Escondiendo el mero tras su espalda) ¡Maldita sea!, ¡Dígale que no llene el ojo antes que la barriga!

RUSA. (Al astronauta) “¿Qué le pasa a este antiguo?”

ASTRONAUTA. No seas así con la señorita: para el hambre que arrastra, te lo está pidiendo con mucha educación.

BUZO. Las señoritas comen como todo el mundo. Además, con la escafandra puesta, no podrá masticar; que siga mirando: es lo más que puedo decir. Al fin y al cabo, ¿quiénes son ustedes?

ASTRONAUTA. Astronautas, ya se lo he dicho. Ella rusa, y yo de una nave americana.

BUZO. ¿Americana? ¡Venga ya con los cuentos!: allí no hay más que indios..., casi todos ellos colonizados.

ASTRONAUTA. Eso sería en su época.

RUSA. “¿Qué pasa, qué pasa?”

BUZO. (A la rusa) Que no, que no, y que no. Es muy fácil de entender: que no.

ASTRONAUTA. Pero, ¡qué tonto eres! ¿Tanto trabajo te cuesta ser un poco galante?: lleva muchos años en el espacio a base de pastillas. Eres un burro; con el tiempo que lleva sin ver al marido, si fueses un poquito generoso con ella, a lo mejor podrías tener una oportunidad.

RUSA. “¿Vamos a comer?”

BUZO. No hables por su boca. Si quiere torear, que saque ella el capote; aunque no se le entienda una palabra.

ASTRONAUTA. Tiene un cuerpo extraordinario: en la nave le ha echado más de un vistazo.

BUZO. ¿A celestino te vas a meter por un pez?

ASTRONAUTA. ¡Qué pesado eres!, ¡así vas por el fondo!

RUSA. “¿Hay algún problema?”

(En ese momento, sale a escena una astronauta china, tras los pasos de la rusa; como la anterior, habla en su propio idioma)

CHINA. ¡Shinning, Komizcaia!

ASTRONAUTA. ¡Dios mío: estamos al completo!

BUZO. ¿Otra?

RUSA. ¡Chi Ming!

CHINA. ¡Komizcaia “preciosa, has encontrado a” Shinning!

BUZO. A ésta tampoco le entiendo nada. Sois demasiados, para tan poco pescado.

CHINA. (Mirando al mero) “¡Oh, qué pescado más grande!”

ASTRONAUTA. ¿Lo ves? También tiene aborrecida las pastillas. Mírala bien: ya tienes dónde elegir.

BUZO. ¿Y si te elijo a ti?

ASTRONAUTA. ¿A mí? Hombre,... ¡joder!

BUZO. A todos nos gusta el pescado...

ASTRONAUTA. Bueno, pero...

BUZO. Y cada uno tiene sus gustos...

RUSA. “¿Pasa algo?”

CHINA. “¿Vamos a comer?”

ASTRONAUTA. Tantos años navegando, avanzando a pasos agigantados, para que ahora este merluzo me venga con un mero.

BUZO. Te dije que no hablases por los demás: elegirte a ti es la mejor forma de quedarme con el pescado.

ASTRONAUTA. ¡Ya está bien!: ¡me has cansado! ¡Las cosas claras: o sueltas el pescado, o te desintegro con él!

RUSA. (Al verlo dispuesto a disparar) Shinning, “no: ¡el pescado!”

CHINA. “No, Shinning: ¡el pescado!”

(Ambas corren a abrazarse al mero. El buzo se las sacude de encima)

BUZO. Fuera, fuera; largo de aquí. A volar, tronautas.

(Las dos corren hacia Shinning, suplicándole que no utilice la pistola)

RUSA. “¡No le dispares al pescado!”

CHINA. “¡No nos dejes sin comer!”

ASTRONAUTA. Éste, ni es maricón, ni es nada: quiere el mero para él solo.

(Chi Ming y Komizcaia lo apaciguan con sus gestos; le hacen guardar la pistola)

ASTRONAUTA. ¿Vamos a esperar a que se duerma para comer? ¿Vamos a hacer turnos con el hambre que arrastramos?... ¿Y si aguanta dos días despierto?

RUSA. “Quieto, mi niño.”

CHINA. “Anda, anda, anda."

ASTRONAUTA. ¡Qué pintaría uno de Móstoles en el fondo del mar! ¡Lástima que no lo devorase aquel pulpo!

RUSA. “Tranquilo, tranquilo."

CHINA. “Calla, calla, calla."

ASTRONAUTA. ¡Cuánto echo de menos la Tierra!,... ¡el pescao frito!

BUZO. Tanta hambre no puedes tener: solo llevas perdido hora y media. No me llores, no gastes energías en balde.

(La rusa y la china, aún sin entender sus palabras, se vuelven hacia el buzo con mirada aviesa)

RUSA. “Asqueroso buzo...”

CHINA. “Miserable rata..."

ASTRONAUTA. Parece mentira que seas paisano.

BUZO. De paisanos poco. Mi madre es quien tiene unos primos, muy lejanos, en Alicante.

ASTRONAUTA. ¿Tu madre?... ¡Tu puñetera madre!

BUZO. Cuídate de insultarla, si está muerta.

(Chi Ming y Komizcaia se dirigen hacia él. Amenazantes, intentan acorralarlo)

BUZO. ¡Eh, eh! Dile algo a tus amigas: yo no acostumbro a pelearme con mujeres.

ASTRONAUTA. ¿Con hombres, tampoco?

(Los tres lo rodean. El buzo intenta escapar, pero caen sobre él. Luchan. Le quitan el mero. Lo dejan tumbado. Recogen con prisas la leña y, una vez fuera de su alcance, se burlan de él)

ASTRONAUTA. ¿Para qué querías tanta leña, si no tenías mechero, compadre?

RUSA. “Vago, ¿tanto te gusta estar tumbado?”

CHINA. “¡Cuéntate los bocados!”

ASTRONAUTA. Te dejaremos las raspas. Las escamas te las mandaremos por correo.

(Se van riendo. Al poco, con gran esfuerzo, se levanta el buzo. Se sacude; se duele de los porrazos. Le da una patada a una piedra y se va andando, pesadamente, tras la luz)

BUZO. ...Yo iba por el fondo del mar. Un pulpo gigante salió de unas rocas y me metí en una cueva. Aquello estaba muy oscuro y me perdí... Verás, cuando se lo cuente a mi mujer. Luego vi una luz; me encontré con un hombre tronauta y me quité la escafandra porque ya no había agua... Que sí, mujer, que sí; que era un tronauta... Después aparecieron dos mujeres; una rusa y una china, tronautas también, y me quitaron el mero que había pescado un momento antes de que me viera el pulpo... Créeme, mujer; por eso traigo tanta hambre... ¿Qué más te da si la historia es cierta, o no, para darme de comer?

(Lentamente, desaparece del escenario, camino de la luz)


 

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