Juan Lamillar

Poemas

 

Carmen Laffón: Sevilla

 



TRAS EL AMOR

Tras el amor, preguntas: “¿Qué es el amor?”,
queriendo convencerme en tu silencio
de que tú ya lo sabes,
de que tienes respuesta para todo en la vida,
o al menos una envidiable capacidad de análisis.

Yo no sabría decirte
si el amor es quietud, es aventura,
o si tiene otros nombres
-penumbra, laberinto, intensidad, deseo-
con los que designarlo vagamente.

Yo tan sólo podría entreabrir la ventana
de esta isla desierta que ahora son nuestros cuerpos
y mostrarte un paisaje que ha vencido a la muerte.

			(El arte de las sombras)


CASA CON DOLMEN A Lola Luna y Teodoro Marañón Entendiendo la casa, no como sucesión de habitaciones, sino también de vidas y misterio, hemos mirado lentamente el blanco de los muros, la torre en el paisaje. El campo como un ámbito sagrado -igual que la amistad- y el sábado con sol invitan a un almuerzo mitad campestre, mitad civilizado. y después de un paseo entre naranjos, limoneros, nísperos, tras contemplar callados los cipreses, hemos bajado al dolmen. Grandes piedras, oscuras ceremonias, se ven, se saben, nos demuestran que el tiempo es un enigma, que las puntas de flecha aquí encontradas son olvidos de ayer, como detalles -una llave, una pluma, unas monedas- que hoy también olvidamos, entre jóvenes risas, en la hierba. Sobre el círculo mágico, sobre las silenciosas pizarrras de la muerte, tras siglos de vacío en un paisaje de colinas suaves y llanura y sosiego, levantaron la casa, trazaron los jardines. ¿Qué oscuro pacto rompieron los cimientos, qué fingido descanso mutilaron? Hoy, que es sábado y hay sol y risas juveniles que comparten el pan y el vino y la palabra, somos un sueño sobre un sueño antiguo y esta luz es la misma que acompañó los ritos ignorados, gestos que conmemoran los cipreses tardíos. Al fondo la ciudad, como otra esfinge. (Los días más largos)
LAS PUERTAS DE LA INFANCIA A Rafael Adolfo Téllez Están aquí las puertas de la infancia: dan a la luz de un patio, dan al rumor del río, y hay un niño que entierra un lagarto de plástico en el antiguo alféizar, bajo unos azulejos. Dan también a la fiesta y a los fuegos de julio, y a la desolación callada de la lluvia, y al temor a tormentas y a la furia del viento. Están ahí las puertas de la infancia: no sabes todavía si las abriste todas o dejaste entornadas las del miedo, la cubierta de yedra, la que se abría, remota, al silencio del agua, frente al pretil donde entonces posabas, rubio ciclista inmóvil, para la foto del álbum familiar. Esta noche aparecen, dolorosas, y ante ellas revivo un eterno verano, junto a mi abuelo voy por la ciudad, descubriendo su magia, sus lugares, en mañanas lentísimas de julio, un raro territorio que ya habita en lo oscuro. Ante las puertas de mi niñez estoy: hay claridad tras ellas, quizá la claridad de lo perdido. Hoy he querido abrirlas, cruzar el tiempo como cruzo una plaza acogedora, abierta y entregada al sol de los recuerdos. Hoy he querido abrirlas, remover con mis manos las maderas vencidas, volver desde el exilio, desde el amor, desde la incertidumbre, a perderme en sus islas dormidas, pero había una distancia de treinta y nueve años, de treinta y nueve dardos clavados en la nada. (Las lecciones del tiempo)
CEMENTERIO ALEMÁN (DEUTSCHER SOLDATENFRIEDHOF - YUSTE) Para Mª Christine del Castillo y Abelardo Linares Este claro del bosque los congrega: bajo cruces sencillas, bajo nombres difíciles, soldados alemanes de dos guerras con idioma de muerte se cuentan sus hazañas. Pero las cuentan en silencio, porque su idioma es el de la nada, el de los despojos, el de la derrota que también aguarda a los victoriosos. Un silencio más fuerte que la luz del paisaje une su meditar al rumor de las ramas, al olor del espliego, al recóndito huir de los lagartos. Frente a ese silencio, alzándose, está la juventud de vuestras fechas, grabadas como un grito sobre el gris de las cruces. Alguien reunió vuestras distintas muertes: el náufrago, el aviador caído, el que sufrió la agonía de los hospitales, y ahora, paseando entre tumbas, me pregunto si acaso fuisteis héroes o soldados anónimos perdidos en lo intenso y absurdo de una guerra. Porque debajo de este césped están los veinte años de Rudolf Tanzbeger y el uniforme ensangrentado y roto de Hanz Farber y Lothar Kloos y su quieta sonrisa. Franz Wilhem Kuhlmann, ¿sabes por qué moriste?, ¿qué llevaba a la muerte a estos que ahora están contigo? ¿Conocías los olivos, que te velan, retorcidas antorchas apagadas? El azar –otro azar- os ha reunido a la sombra –otra sombra- de bicéfalas águilas, de toisones de oro. Os hicieron luchar por un imperio: seguís muriendo sucesivamente bajo los árboles donde un Emperador cambió sus sueños por relojes y misas. No quiero detenerme en vuestros nombres: que los diga de nuevo la luz que ahora declina, la noche, que los sabe de memoria, y los que os reconocen doblemente extranjeros: en la tierra sin pausa de la muerte, en la remota tierra de un país imprevisto. (Las lecciones del tiempo)
UN NOMBRE ENTRE LOS MÁRMOLES A Gregorio Hidalgo Había palomas en los cipreses ásperos y crecia el zurear: era el latir de la mañana. Buscábamos un nombre entre los mármoles: tumbas del diecinueve, los oxidados hierros, la muerte en el adorno de la estatua, los toreros durmiendo su elegía. Y cada vez la luz más invasora, más alta en el aroma de adiós y de agua antigua que nos acompañaba. Buscábamos un nombre, Paulina, entre el olvido de tantas cruces juntas. Crusat. Lo descubrimos, y un recordado tiempo adolescente puso sobre sus letras una rosa -una única rosa- que sobre el mármol se deshará mañana, que unas horas tan sólo perfumará ese nombre. Y bastará la ofrenda. Y será hermoso lo frágil de unos pétalos sobre la permanencia de la muerte. (Inédito en libro)
LA LUZ DE REMBRANDT Extravagantes ropas viste Saskia ante el pincel de Rembrandt. Oros oscuros sobre rojas túnicas, hoscos vestidos refulgentes en mágico temblor, audaz y nuevo. ¿Qué pintará la luz en estos lienzos? ¿De qué pozo extraída, con qué artes de tenebrosa y clara alquimia? Dora esta luz jinetes, soldados y filósofos: armas, caballos, pensamientos. Y también la vejez y la mirada que es capaz de entreverla en el sueño, en un mundo distinto. Y las manos que saben esparcirla sobre el tiempo. (Inédito en libro)
CAMERA OBSCURA Guarda la realidad en un espejo oscuro y que la luz estrecha le dé vida. Sobre el cristal manchado renacen los paisajes: difusos pero mágicos. ¿Qué conflicto interior entre luces y sombras, entre química y tiempo, nos devuelve los signos hechos signos? Invertidas imágenes, ahora, en nuestras manos muestran las ciudades, las vistas enigmáticas del mundo. Miramos con asombro este rincón del tiempo, este cartón iluminado y claro que con su luz nos salva del olvido. (Inédito)


 

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