ODISEA Tan sólo basta detenerse, contemplar la quietud exacta de lo que siempre ha estado ahí, (o en la propia mirada), este centro, esta tarde, aquel sueño, la habitación y este decir donde todo descansa acompañándote. Desde el olvido emerge hacia las manos tu nombre, desnudo, primero.
EXISTENCIA Protegido del tiempo, por las montañas, permanecía el pueblo. La luz se detenía, intacta y nueva, sobre el aire eternizándolo. Se repetía siempre la misma casa, el mismo añil, la misma calle, la misma música lejana. Una atmósfera de humo, denso como los sueños, contenía la vida. Y sin presentimientos ni memoria, el silencio era amable, tu palabra podía siempre acontecer. El despertar, su paz, el quehacer, el camino, la plática y el alma... la tarde. Todo se completaba lentamente.
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