Existen ciudades tenues, ciudades que no están en ninguna parte porque se las encuentra en todas partes: calles, plazas, barreduelas nunca transitadas por nuestros pasos y que sin embargo hemos recorrido, hurgando con la mirada los chaflanes peraltados hacia el cielo. Son las ciudades de las acacias, las calles de las campanas, los paseos de los mirtos. Su ubicación es el emblema; su espacio, la alegoría; su historia es la nuestra. La ciudad de las balanzas es un ángel.
El ángel de la ciudad de los azufaifos es tu emblema mismo y la historia de esa ciudad es el propio relato de tu conciencia, paseante que caminas por rúas sin mapas.
El hablar de la ciudad de las encrucijadas es su signatura y el interlocutor eres tú, visitante de ciudades no circunscritas.
El ángel de la ciudad cuenta parábolas cuyo sentido se despliega en la escritura de un libro interior.
Se hacen presentes los intersignos: quien los transita, transita la senda que marca un ángel; tu ángel, transeúnte de ciudades del alma.
El adalid del aire con purpúrea ala roza los capiteles y los tejados.
El tiempo se convierte en piedra tallada, piedra tallada o espesor que se desliza en vida.
El espacio se transforma en una incisión del alma.
La torre azul (torre abierta, torre oferente, torre iluminada) emerge limitando con la anfractuosidad del linde, arriba abajo.
El ángel de Upsala: entiéndase el genitivo como genitivo objetivo y como genitivo subjetivo.
La ciudad de las abubillas es el propio nombre de cada ciudadano intangible.
En algún momento te encontrarás en la ciudad de las campanas resonantes, transeúnte solitario.
Porque ocurre además que las ciudades leves son tiempo y no sólo espacio. Es más, estamos en condiciones de afirmar que una ciudad es, en esencia, tiempo, realidad que transcurre de igual manera que transcurren las caminatas del andariego urbano.
Un tiempo sutil para cada ciudad y para cada alma: aquí coinciden el paseante, la ciudad por la que se pasea y el tiempo durante el que se pasea.
En un lugar de los Arcanos celestes, Swedenborg afirma que las conversaciones de los ángeles sobre la caridad y la fe se representan simbólicamente por ciudades, palacios y casas de armónica arquitectura. De ahí que las imágenes bíblicas de ciudades celestes sean una forma de explicar aquellos discursos seráficos, en sí mismos inefables.
Hermosa intuición: nuestras ciudades se transfiguran en discursos celestes, y nuestros paseos por sus calles se convierten en análisis de una oración cuyos elementos son los sintagmas de la propia ciudad: sus casas, sus edificios y sus avenidas simbolizan los sujetos, verbos y complementos de una oración que nombra cada uno de nuestros nombres.
Y por eso Juan Ramón Jiménez escribió en su poema Espacio
Y esta New York es igual que Moguer
Es igual que Sevilla y que Madrid
Y también que Upsala.
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