Igor Barreto

Regreso


 

John William Waterhouse: Una sirena

 


 


REGRESO 


A San Fernando quiero ir en el vapor Delta.
Desde las escalerillas ver cómo el barco separa
las cargas de troncos de los aserraderos
y los lomos florecidos de los caimanes.
Llegar a su puerto de tablones 
donde el río entrega las aguas de cien barrancas
y el recuerdo de algún pueblo orillero.
Cuando la lluvia descuelga sobre mi cabeza
angostas calles enhebran la cifra de tu nombre.
El río crecido roza la capilla del ánima salvadora
donde iré a dejar unas cuantas monedas
por los amigos que enfermaron de distancia.
Al pasado quiero ir en el vapor Delta,
a los burdeles, a las galleras del traspatio,
donde Dios habita la plenitud de su tristeza.
Que todos los sabanales reblandezcan con su brillo.
Yo me voy por esta senda donde el rayo se enmantilla.
Amo las noches lenguaraces de sus muelles,
el sucio butacón de las nubes en los días de invierno
con marineros apoyados a sus palancas de anoncillo.
El lirio viejo de sus bosques.
A San Fernando quiero ir,
quiero volver,
ahora que el paisaje ha muerto de alabanza.



EL BURDEL Era un recinto de ahilaradas habitaciones muy cerca de la Imprenta de los Niños Huérfanos. Al redoble del ángelus llegaban los comensales: el fogonero de un barco de sal un general de negra perilla y voz de órgano: el mismo que baña en vasos de aguardiente sus riñones de toro viejo. Desde los cuartos de las meretrices se veían las casas de San Fernando como granos de arroz en el barro hediondo de los esteros. En noches de chubasco y de música de mabil el sigilo afiló mi mano hasta la Media Morocota, La Caimana o La Garza aprisionadas en las verdes sales de cobre de los alambiques. Ellas fueron: sobre breñales la fragancia del nardo la oscura sabia que cintillea mi vida y se pierde entre ciénagas.
NATURALEZA DEL EXILIO Unas reses llegaron del boscoso anhelo, de unas calcetas añoradas. ¿Qué sentido tenían aquellos animales de rostros humanos? La cocina era una hoguera a media noche. El acallamiento vegetal del balcón donde unos helechos aletean como esfíngidos. ¿Qué fue de la quietud de unos parajes que conocía tanto? No encontré barriales constelados, ni la camisa azul. Era la naturaleza del exilio, un río de nada. Algo que corta una cebolla en pequeños trozos, blanca, como un farol bajo un árbol marchito.

 

Viernes 6 de julio de 1982. Río Arauca.

 

Navego con las indicaciones que me diera un señor de apellido Castillo. A pesar de lo precisas que aparentaban ser, el río siempre las contradecía: donde era a la derecha, fue a la izquierda; donde era Hartaona fue El Tuqueque. Luego de ocho horas, por fin llego al Médano de Cabuyare. Es un médano a las orillas del Arauca, con su casa de posadas y un bosque de algarrobos. Al verlo he recordado esa edad feliz y distante. En su honor compuse este poema:


Vuelvo
al Médano de Cabuyare.

Hay árboles con barbas
a la orilla
del río.

Ya nadie

reconoce 
al viajero.



CELEBRACIÓN DEL COLOR NEGRO Brilla la luz, festejando la pureza del color negro: el azabache negro, el origüelo negro, el que celebra el hocico del puerco en mitad del bosque. Lo canta el grillo inmóvil y orgulloso bajo su dura piedra. El espacio negro donde mi corazón palpita: esponjado fieltro en el que soy plena duración, lento movimiento de aires y emociones. El jervedor ama lo intenso de sus plumas negras: la pura forma sin sombra de luz. La que anida en intrincado nido la coitora. El negro profundo de donde penden las galaxias como adornos en el pelo de una mujer oculta.
NOCTURNO Durante las noches de mi infancia mi madre saca una silla frente al portón y duerme con el abanico de palma moriche sobre las piernas. El técnico del taller donde reparan radios está aún bajo una lámpara de luz muy pálida. Durante las noches de mi infancia los bulbos de una radio desarmada vuelven a encender su voz y de nuevo la voz desaparece. Entre las ramas de un samán transcurre el río; se diría que esa noche da a su paso un tono más lento. Durante las noches de mi infancia escucho el rugido de los tigres de la casa de los ingleses: pobres animales enjaulados en torno a una piscina. Yo sé que tras el muro lamen sus garras y amurrungan los ojos. Mi padre ha llegado en su jeep y unas lechuzas lo sobrevuelan. El único ratón de la casa da las nueve porque a esa hora corre y atraviesa la sala.
LEYENDO EL POEMA "REMINISCENCIAS" (Juan Vicente Torres del Valle, San Fernando, 1917) A la mitad de la segunda estrofa aparece la palabra "almendro". El mismo árbol estuvo junto al palafito de una sola pieza y el pequeño balcón de barandas. Hoy un taller mecánico arroja restos de aceite y grasa, ahí donde tus amigos te recuerdan de camisa y pantalón blanco sentado en el chinchorro frente al río. La soledad de aquellas tardes, el esmeril sobre el oro y el nácar de los versos. Han sido sesenta años, tanta basura acumulada sobre la línea serenísima de la tierra. De aquella ciudad que amanecía entre barcos de paleta, de tu lecturas de Lugones, de Herrera y Reissig, bajo el ala corta del sombrero, sólo resta la palabra "almendro" a la mitad de la segunda estrofa.
ESTAS GARZAS A la memoria de José Natalio Estrada. Estas garzas deben ser castellanas porque forman una V al volar. Abajo los ríos se represan y se hacen cada vez más anchos. Dos manatíes afloran y lanzan tenues chorros de vapor blanquecino. La vieja casona del puerto: bisagras, cerraduras de bronce. En el meandro constelado de uno de sus cuartos los pezones negros de una mujer. La cúpula de la iglesia. En un nicho de su fachada el enyelmado guerrero pregunta al ya caído en el hondón: ¿Quién como Dios? ¿Quién como Dios? ¿Quién como Dios? Y más allá la sabana, el polvo con el viento tras los viajeros y el ganado, y tras ellos el tardío anhelar del corazón. Que sople fuerte el viento del idioma para que estas aves lleguen lejos.
CARMELITAS En una casa cercana unos perros sufren cual monjes Carmelitas. Un perro de sayal amarillo de lomo engusanado y una perra pequeña sin orejas. Los he visto padecer mientras una lechuza los observa redonda y emplumada de fría tranquilidad. Entre maderos apilados y potreros renegridos de cálida bosta reposan la vigilia nocturna: la pureza mayor es la intemperie mayor. Así se purifican ellos mismos. ¡Qué santos son!
EL ARBOL DE MANGO "Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada". SAN JUAN DE LA CRUZ El árbol de mango es inmortal y no necesita de lo humano. Forma umbríos claros en lo denso del monte y ahí perdura. La palma podrá sostener al mundo, pero el mango ha aceptado la oscura llamada del bien. Porque no quería tener algo en nada se ha ido: más allá de las dunas azules, entre madroños y píritus de negra espina. Allí donde dos ríos se unen como semblantes de soledad.

 

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