Iván Onia

Poemas

 

Vincent Van Gogh: Zapatos

 


 

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			Cómo han envejecido nuestros poemas 

J. A. Valente

A los dieciséis años escribía andamios. Lo sé ahora. Pensaba estrella cuando la decía; nunca estatua y saliva, nunca sangre de espada. Odiaba junio porque abría ausencia. Amaba octubre porque desnudaba —poco más— Un taxi no era un tigre. Un niño no era bronce. Un árbol no era llanto. Por las noches buscaba en mi espalda las alas de Tobías, pero sólo encontré andamios. Lo sé ahora. Una jauría hambrienta de sentido dormía su sed en los diccionarios, aguardando que yo no conociera para tatuarme las exactitudes que ahora no consigo decir sin pudor. La belleza fue siempre un tigre blanco escrito por los otros, cuando aún la poesía no era el labio duro donde llagarse, la carne abierta por la que decimos. El mar, alguna vez, fue plata verde, pero nunca este muerto de ahora; su mensaje de jóvenes desnudos que nos canta miserias de luz, anatomías que ya no son posibles porque dibujan ese muro ciego entre el pájaro y su llama. Porque a pesar de nuestra obstinación en el recuerdo, a veces, es el tiempo quien se empeña en materia de olvidos y nos deja temblando en las orillas su realidad y el puñetazo en el estómago como un dialecto prístino para aprender la vida. A los dieciséis años escribía andamios para subir a un cielo que siempre había crecido hacia [abajo y creía que dos muchachos forman un hombre para ser arrojado en plena noche a sobrevivir al músculo del mundo. Dos muchachos, sumados uno encima de los hombros del otro para sanar la duda con certezas, con el bisturí de lo que no admite abismo. Pero hay senderos claros en el viaje y es fácil comprender algunos límites, que nunca se es más hombre que en aquellas jornadas de calor e incertidumbre o que uno no es el doble de aquel que soñaba atrapar las palabras en su filo, sino apenas mitad, lo que ha ido escribiendo en estos años hasta ser un cobarde hecho de sílabas, un poema inexacto para siempre. El hombre que amó ser alguna vez, la metáfora breve de una edad.
PATRIA PRIMERA. TOMA 10  (Canción de aniversario para cerradura, ascensor y llave) Ahora de ti. Década, anillo antiguo ya, plata manchada, plata cansada si recuerda el pueblo, el verano del que regresa, esa noche y tu vestido de calaveras haciendo un ruido que llega hasta nuestro armario. Un vestido con manchas medievales que sólo sirve para que las manos me huelan a bombillas de verbena. Zapatos polvorientos, alguien aún baila desde aquel pueblo entonces y lejos, ya no sé distinguir los años y los kilómetros, no sé si somos viejos o lejanos, si aquel poema es hoy el fémur —seco y mirado— con el que intento fabricar un violín para nadie, si algo de lo que entonces está cerca. Esa es la pregunta. Cuánto Mediterráneo, autovía, abril, combustible, cuándo distancia somos. Ahora de ti. Cuerpo, cansancio nuevo ahora, soñando apenas, soñando todo lo que mereces, el hombre del que no vengo: el hombre con su crónica diaria, el relato de siempre, el olor de siempre, el dolor en el mismo sitio de siempre. El hombre que no soy. Este poeta tan triste que te mira y no sabe explicarte casi nada, por qué le duele aquí y hace tiempo. Ahora de ti. Satélite de mi costado, lado derecho de la cama, vencida por un mar de estante y tinta que te vuela la jornada y así blandas las balas y así cuerdas elásticas. Otro día más abrirás las persianas con tu sexo, con la alegría de los grifos duros se pudrirá la noche, secarás la lágrima que corre por la espalda del número tachado, la espalda circular del calendario, otro día más, diez años así. Ahora de ti. Hablo. Mientras alguien, en la mitad izquierda, fabrica su cansancio como el que cose un pequeño salabre y le reza al agua para que la vida siga siendo esto; la arquitectura simple, la pregunta sencilla: qué comemos qué tiempo qué viejos cuánto me quieres algo se descongela compra el pan de mañana Ahora hablo de ti, del himno de ascensor y llaves que despierta a los gatos, de la patria que cierras y abres tan cerca, tan ahora, tantos días.
AGOSTO Este irse convirtiendo. Aquel principio. Fábula de invierno. Hay una horquilla de nuestras vidas que sólo existe en la voz de los otros; eras bueno, cabezón y rubio una gitana te quiso comprar amabas la teta de tu madre Una parte de ti es mitología. Has crecido sabiendo que en la casa duermen pirañas dentro del pasillo, que tu blandura mirando es heredada del abuelo cuando la guerra y por eso la bala del húmero o aquella canción de plomo que hoy tarareas sin comprender. Ulises, Capitán Nemo (sois lo mismo) ¿de quién es esta vida que te dicen porque ya la memoria aún y tierna? Tallito rubio, ya por entonces triste y atolondrado, pañuelo fino para llorar temprano la luz alcalina de candelabro, el olor a enebro del futuro. Llorar el patio con sus trenes, sus bragas sucias, sus niños que ya los hombres que tú nunca, en tu rincón de contar creciendo: uno, dos, tres… te hicieron lento, por eso miras crecer la yerba o pronuncias las cosas y la boca se llena de relojes y tuyas. Tu madre era una sandía de agosto —luna de cuento infantil— de ti redonda aquella tarde, de tu grito blanco adentro. Niño polizón Niño despiste Niño leyenda en tu rincón de contar sigues: cuatro, cinco, seis… lento, para los libros y la rosca de la yedra, para comprender que la vida después y sólo este camino que va de la fábula a la física. Este irse convirtiendo uno de llanto en preguntas.


 

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