Gil Vicente

Tragicomedia de Don Duardos

 

Anónimo: Tristán e Iseo

 


 

Entra primero la corte de Palmerín con estos personajes: Emperador, Emperatriz, Flérida, Artada, Amandria, Primaleón, Don Robusto. Y después de sentados éstos, entra Don Duardos a pedir campo al Emperador con Primaleón su hijo, sobre el agravio de Gridonia, diciendo:

 

Don Duardos

Famosíssimo señor, vuessa sacra magestad sea enxalçada, y biva su resplandor tanto como su bondá es pregonada. Y los dioses immortales os den gloria 'n este mundo y en el cielo, pues sobre los terrenales sois el más alto y facundo de este suelo. Vengo, señor, a pedir lo que no devéis negar, que vuesso estado es por la verdad morir, y la verdad conservar con cuidado, porque sois suma justicia. que es hija de la verdad; de tal son, que por ira ni amicicia no dexe vuessa magestad la razón. Porque, si con muestra de rey vendiéredes después, señor, falso paño, vos os quedaréis sin ley, y será emperador el engaño. Gridonia, señor, está agraviada en estremo, y de manera que de pesar morirá, y, pues, señor, esto temo... ¡Dios no quiera!

Emperador

Esforçado venturero, muestra el razonamiento que havéis hecho, que sois más que cavallero.

Don Duardos

No soy más que quanto siento este despecho. Primaleón le mató a Periquín, que ella amava como a Dios; ansí que a ella herió, y, aunque con uno lidiava, mató dos.

Primaleón

¿Vos venís a demandallo?

Don Duardos

¿Por ventura sois, señor, Primaleón?

Primaleón

Yo soy.

Don Duardos

Pues vengo a vengallo si el señor Emperador no ha passión.

Emperador

Cavallero, mal hazéis, quienquiera que vos seáis.

Don Duardos

¿Por qué, señor?

Emperador

Porque razón no tenéis, y vuessa muerte buscáis, y no loor.

Don Duardos

Mucho sonada es la fama del vuesso Primaleón, mas no dexa de ser hermosa la dama Gridonia, que con razón de él se aquexa.

Primaleón

Ahora lo veréis presto, si tiene razón, si no.

Don Duardos

Ya se tarda: ¡que las armas juzgan esto!

Primaleón

Ora, pues, ¡ver quiero yo quién las aguarda!

 

(Ahora se combaten los dos, y temiendo el Emperador la muerte de dos tales caballeros, según tan fuertemente se combatían, mandó a su hija Flérida que los fuese a separar, y dice ella:)

 

Flérida

¡A paz, a paz cavalleros!, que no son para perder tales dos; y vuessos braços guerreros cessen, por me hazer plazer y por Dios. Y a vos, hidalgo estrangero, pido por amor de mí, sin engaño, que vos seáis el primero que no queráis ver la fin de este daño.

Don Duardos

Señora, luego sin falla, no por temor, ni por Dios, soy contento, porque más fuerte batalla contra mí traéis con vos: yo lo siento. ¡Oh admirable ventura!: que en medio de una cuestión, en estremo hallé otra más escura guerra, de tan passión que la temo.

Flérida

¿Ansí, noble cavallero, os vais, sin más descobrir?

Don Duardos

Yo vendré. Cobraré fama primero, si amor me dexa bivir; mas ¡no sé!...

Flérida

Diviérale preguntar su nombre, por lo saber, y hize mal.

Artada

Si no es el Donzel del Mar, Don Duardos deve ser, que es otro tal.

 

(Idos Don Duardos y Primaleón, y sentada Flérida con la Emperatriz, entra Camilote, caballero salvaje, con Maimonda su dama, cogida de la mano; y siendo ella la cumbre de toda fealdad, Camilote la viene alabando de esta manera:)

Camilote

¡Oh Maimonda, estrela mía! ¡Oh Maimonda, frol del mundo! ¡Oh rosa pura! ¡Vos sois claridad del día! ¡Vos sois Apolo segundo en hermosura! Por vos cantó Salamón el cantar de los cantares namorador: sus canciones vuessas son, y vos le distes mil pares de cuidados.

Maimonda

Todo loor es hastío en la prefeción segura y manifiesta: bien basta que en ser vos mío se prueva mi hermosura bien compuesta.

Camilote

¡Bien dezís!

Maimonda

Mas, ansí es.

Camilote

Esperad, señora mía.

Maimonda

¿Qué, señor?

Camilote

Diana hermosa es, pero quiere cadaldía su loor. Y las diesas soberanas muestras sañas y terrores a deshora, quando las lenguas humanas no publican sus loores cada hora. Pues bien manifiesta y clara es la hermosura de ellas y el valer, ¡pues a vos no se compara ni ellas, ni las estrellas, a mi ver!

Maimonda

Ni el mundo, por mi vida.

Camilote

Pues dexaos loar, señora.

Maimonda

¿Para qué?

Camilote

Porque es cosa sabida que quien ama y no adora no tien' fe ¡Si esto fuesse lisonjaros. como muchos que han mentido a sus esposas! Mas esso me da miraros que ver un vergel florido con mil rosas.

Maimonda

Ansí me dize el espejo, de essa propria manera de essos prados.

Camilote

Señora, es mi consejo de tomar la delantera a esforçados. A Costantinopla vamos, señora, al Emperador Palmerín. Allá quiero ir: ¡veamos lo que vuestro resplandor obra en mí! Yo porné esta grinalda sobre vuessa hermosura, que es sobre ella; veremos, ¡oh mi esmeralda! quién dirá que ama figura tanto bella.

Maimonda

¡No es mucho que vençáis, teniendo tanta razón!

Camilote

A esso os vo, que cada vez que miráis matáis de pura afición a aquel que os vio.

Maimonda

Ya un ángel me dixo esso...

Camilote

¿Estando solos?

Maimonda

Sí, señor.

Camilote

¿Apartados?

Maimonda

Era ángel, ¿y pésaos de esso?

Camilote

Siempre me da vuesso amor más cuidados. Pídoos que no habléis ni con ángeles, señora, de essa suerte. Si no, ahorcarme haréis, y vos seréis causadora de mi muerte.

Maimonda

Vamos a donde queréis. Celos no los escusáis, que el que ama recela, como sabéis, quanto más vos que amáis a tal dama. Dezidme, señor, os pido, ¿es mayor dolor celar con razón, o mayor no ser querido?

Camilote

No ser querido y amar es gran passión.

 

(Llegan delante del Emperador y dice Camilote:)

    ¡Claríssimo Emperador!        
sepa vuestra magestad        
       imperial,        
que esta donzella es la frol        
de la hermosura beldad        
       natural.        
  
      

Emperador

¿Cúya hija es, si sabéis?

Camilote

Hija del Sol es, por cierto.

Emperador

¡Bien parece! ¿En qué intención la traéis?

Camilote

Por mostrar por quien soy muerto qué merece.

Emperador

¡Cobrastes alta ventura! ¿Qué años havrá ella?

Camilote

Daré prueva que, a poder de hermosura, el tiempo bive con ella y la renueva. La primera vez que la vi, crea vuessa magestad imperial, que dixe: «¡Oh triste de mí; atajada es mi edad por mi mal!» Empero, señor, será muchacha de quarenta años, mas no menos.

Emperador

¿Y que es vuessa quánto haverá?

Camilote

Señor, míos son los daños, no agenos. Pero ella no tien' cuya, y aunque vengo con ella como suyo, suyo soy, y ella suya, y en ver cosa tan bella me destruyo. Y demás de su beldá, los hados la hizieron dina de gran fiesta, de suerte que no está 'n el mundo muger divina sino ésta. Pedíla a los aires tristes que la ayudaron a criar; respondieron con las tormentas que vistes quando las islas del mar se hundieron. A la nieve la pedí, que del sol y también de ella se formó; díxome: «Vote d'ahí, que quien pudo merecella no nació». No le hazéis, damas, a ésta la devida cerimonia a vuessa guisa.

Amandria

Señoras, ¡qué cosa es ésta!

Artada

Ésta deve ser Gridonia o Melisa.

Flérida

Parece a la reina Dido, y Camilote a Eneas!

Artada

¡Sí, a osadas!

Flérida

¡Espantado es mi sentido! ¿Quién hizo cosas tan feas, namoradas?

Emperador

Son los milagros de amores maravillas de Copido. ¡Oh gran Dios, que a los rústicos pastores das tu amor encendido, como a nos! Y a Camilote haze adorar en essa muerte, por mostrar que haze quanto le plaze y que nadie no le es fuerte de acabar. Tales fuerças no tuvieron otros dioses poderosos, que haze ser a los que nunca se vieron enamorados desseosos, sin se ver. Estos son amores finos y de más alto metal, porque son los pensamientos divinos, y también es divinal la passión. Los amores generales, si dan tristeza y enojos, como sé, aunque sean speciales, primero vieron los ojos el porqué. Mas el nunca ver de vista y ser presente la ausencia, y conversar. es tan perfecta conquista que traspassa la excelencia del amar.

Camilote

Todo esso padeció mi coraçón dolorido, que por fama de esta dama se perdió, y sin verla fuí ardido en biva llama.

Maimonda

Dezidme, por vuessa vida, quando me vistes, ¿qué vistes?

Camilote

Vi a Dios, y la campaña tañida de la fama, que hezistes para vos.

Amandria

¡No podía menos ser, porque es una Policena!

Artada

¡Tal es ella!

Camilote

Bien podéis escarnecer, mas, ¡juro a Dios!, que ni Elena fue tan bella.

Artada

¡Algo será más hermosa Flérida!

Camilote

¿Quién? ¿Aquélla? ¡Assaz de mal! ¡Por Dios, vos estáis donosa!: comparáis una estrella a un pardal.

Don Robusto

¡Mucho os desmandáis vos!

Camilote

¿Queréislo vos demandar?

Don Robusto

¿Sois cavallero? Si lo sois, juro a Dios que os haga yo tomar majadero. ¿Y en Flérida habláis vos? Nadie es dino de vella ni osamos, porque nos defende Dios que no pensemos en ella, que pecamos. Y manda, no sé por qué, que, por do vaya o esté, la tierra sea sagrada, y sea luego adorada la pisada de su pie. ¡Oh herege entre barones! ¿Puede ser mayor locura que la excelsa hermosura compararla con tisones, contra Dios, contra natura?

Camilote

Ante que hayamos enojos, cavallero, abrí los ojos, que devéis tener lagaña y veis por tela d'araña: ¡cúmpleos poner antojos!

Don Robusto

¿A qué tengo de mirar?

Camilote

La belleza de Maimonda, que en la tierra, a la redonda, no se halló nunca su par ni señora de su suerte.

Don Robusto

Más cercana os es la muerte que la verdad, cavallero.

Camilote

Yo he sido tan certero que os juro que os acierte.

Don Robusto

Decid antes que os conquiste, con los hinojos hincados, la oración de los ahorcados, que es ell anima Christe, por vuessa ánima y pecados.

Camilote

¡Oh Maimonda, mi señora, vos que quitáis el recelo!

Don Robusto

Yo os juro a Dios del cielo que presto la dexéis ora.

Camilote

¡Vos ya no sois don Duardos, ni menos Primaleón no seréis!

Don Robusto

Ni soy de los más bastardos en esfuerço y coraçón, como veréis. Y devéis por honra vuessa, pites de morir tenéis cierto de esta trecha, buscar luego antes de muerto, el que os haga la huessa muy bien hecha.

Camilote

¿Ansí?

Don Robusto

¡Sí, don salvaje!

Camilote

Muy alto, esclarecido Emperador: yo nunca sofrí ultrage, sino sólo ser vencido del amor. Cogí en bravas montañas esta grinalda de rosas, por hazaña, entre diez mil alimañas muy fieras, muy peligrosas, ¡cosa estraña! Y pues a tan peligrosa ventura, de buena gana me ofrecí, la doy a la más hermosa que nació en la vida humana hasta aquí. Y qualquiera cavallero de esta corte, que dexiere que su dama la merece por entero, salga, y muera el que moriere, por la fama. Y aún qualquier que dixiere que a Flérida conviene más que a ella, yo le haré conocer que miente con quanto tiene, delante ella.

Don Robusto

Yo os lo quiero combatir.

Camilote

¿Vos, señor Emperador, dais licencia?

Emperador

Sí doy, y allá quiero ir ver el campo y el loor y la sentencia.

(Vanse todos. Entra la infanta Olimba con Don Duardos.)

Olimba

¿Quánto tiempo ha, señor don Duardos, que partistes?

Don Duardos

No lo sé, porque el amor en la cuenta de los tristes siempre yerra. Después que a Flérida vi, quando con Primaleón combatía, perdí la cuenta de mí, y cobré esta passión que era mía. Alcançó par a su hermano; trúxome guerra consigo sólo en vella, tal, que no es en mi mano haver nunca paz comigo ni con ella. Dezidme, señora ifanta: Flérida, ¿Cómo la haveré?

Olimba

Con fatiga, porque es su gravedad tanta, mi señor, que yo no sé qué os diga. Mas es esso de hacer que vencerdes a Melcar en Normandía, ni quando fuistes prender a Lerfira en la mar de Turquía; ni matarles al soldán de Babilonia, que matastes y tan presto, por librardes de afán Belagriz, como librastes: ¡más es esto!

Don Duardos

Essa guerra es ya vencida. ¡En ésta quería esperança de vencer!

Olimba

No la tengáis por perdida. que lo mucho no se alcança a bel plazer. Muchos son enamorados y muy pocos escogidos, que amor, a los más altos estados, aunque los haga abatidos, es loor. Dígolo porque si a Flérida amáis, como havéis contado y referido, cúmpleos mudar la vida y el nombre y el estado y el vestido.

Don Duardos

Y aún el ánima mía mudaré de mis entrañas al infierno!

Olimba

Si amáis por essa vía, haréis las duras montañas plado tierno. Iros hes a su hortelano, vestido de paños viles, con paciencia, de príncipe hecho villano, porque las mañas sotiles son prudencia, y assentaros hes con él, después que le prometiéredes provecho, y avisaron hes de él, que no sinta en lo que hizierdes vuesso hecho. Llevad estas pieças de oro y esta copa de las hadas preciosas; ternéis las noches de moro y ternéis las madrugadas muy llorosas. Hazed que beva por ella Flérida, porque el amor que le tenéis a ella, os terná ella, y perdida de dolor la cobraréis.

Don Duardos

A los dioses inmortales suplico, señora mía, suplico, señora mía, os den gloria, y aministren a mis males camino, por esta vía, de vitoria.

Olimba

¡Amén!, y ansí será, porque en Venus confío, mi señora, que lo que suele hará, y le embiaré el clamor mío cada hora.

 

(Vanse Don Duardos y Olimba (La escena es ahora en la huerta de Flérida) y vienen los hortelanos de la huerta: Julián, Costanza Roiz, su mujer, y Francisco y Juan, sus hijos. Y dice Julián:)

 

Julián

¡Costanza Roiz amada!

Costanza

Mi Julián, ¿qué mandáis?

Julián

Que miréis cómo regáis, que estragáis la mesturada, que esta huerta me tiene la vida muerta.

Costanza

¡Amargo estáis!

Julián

¡Topad presto!

 

(Se llama a la puerta.)

 

Costanza

Mi amor, ¿qué fue ahora esto?

Francisco

No sé quién llama a la puerta.

Julián

Mi fe, sea quien quisiere, ¡monda, acaba norabuena, ve, abaxa la melena!

Francisco

¡Para'l ruin que tal hiziere! Vaya Juan.

Juan

Primero vendrá del pan y tocino una pieça, que yo baxe la cabeza.

Julián

¡Ve, apaña el açafrán!

Juan

¡Cuerpo de Dios con la vida! Pues tengo el nabo regado y el rosal apañado, ¿no mereço la comida?

Julián

Es plazer. Mirad, señora muger.

Costanza

¿Qué miráis, mi corderito?

Julián

¡Quán ufano y quán bonito está el pomar donde ayer!

Costanza

¡Oh, qué cosa es el verano!

Julián

Mirad, mi alma, el rosal cómo está tan cordeal y el peral tan loçano.

Costanza

¡Quán alegre y quán florido está, señor mi marido, el jazmín y los granados, los membrillos quán rosados, y todo tan florecido! Los naranjos y mançanos... ¡alabado sea Dios!

Julián

Pues más florida estáis vos.

 

(Se llama otra vez a la puerta.)

Francisco

Padre, ¿no oís batir a la puerta ha ya un mes?

Julián

Algo vienen a pedir.

 

(Va Julián a la puerta.)

    ¿Quién está ahí?
   
    

Don Duardos

¡De par es! Julián, por Dios os ruego que abráis.

Julián

Si abrería, mas Flérida vendrá luego.

Don Duardos

Pues, Julián, yo os dería cosas de vuesso sossiego y descanso y alegría.

Julián

Esperad, y llamaré la señora mi muger, que, si es cosa de plazer, solo no lo quiero ver, porque no lo gustaré. Costanza Roiz, vení acá, que sin vos soy todo nada. Catad, señor, que esta entrada nunca se dio ni dará, que esta huerta es muy guardada.

 

(Ábrele la puerta, y, viéndole en traje de trabajador, le dice:)

    Pero ¿dónde sois, hermano?
  
            

Don Duardos

D'Inglaterra.

Julián

¿Y qué mandáis?

Don Duardos

Querría ser hortelano si vos me lo enseñáis; y quiero dezirlo llano: en esta huerta, señor, está terrible tesoro que infinitas peças d'oro, y sólo yo soy sabidor: esto es cierto. Hagamos un tal concierto que me tengáis simulado, y de vos perdé el cuidado si tenéis esto encubierto.

Julián

A la infanta ¿qué diremos se os viere aquí andar?

Costanza

Por hijo puede passar, Julián le llamaremos. Vendrá ora, y yo le diré: «Señora...» Y lo demás quiero callar. Bien podéis aquí andar, y vengáis mucho en buen hora.

 

(Al entrar Don Duardos en la huerta dice:)

 

Don Duardos

¡Huerta bienaventurada, jardín de mi sepultura dolorida, yo adoro la entrada, aunque fuesse sin ventura la salida!

 

(Vase Don Duardos.) (Viene Flérida con sus damas, Amandria y Artada, y vienen platicando por la huerta sobre el desafío de Don Duardos con Primaleón.)

 

Flérida

¡Oh quánto honran la tierra los cavalleros andantes esforçados!

Amandria

Mucho enamora su guerra, y aborrecen los galanes regalados.

Flérida

¡Oh, qué grande cavallero!

Artada

¿Quál, señora?

Flérida

El que hirió a Primaleón.

Artada

No vino tal venturero a la corte, ni se vio tal coraçón.

Amandria

¿Supo, señora, quién era?

Flérida

Nunca se me quiso dar a conocer, mas, a según su manera, gran señor, a mi pensar, devía ser.

Artada

¡Quán fuertemente lidiava!

Amandria

¡Oh, cómo se combatía apresurado!

Flérida

¡Qué ricas armas armava y quán mañoso lo hazía y quán osado!

 

(Viene Costanza Roiz con unas rosas para Flérida.)

 

Costanza

Dios bendiga a vuessa alteza y os de mucha salud, y logréis la juventud sin fatiga ni tristeza. Estas rosas son de las más olorosas.

Flérida

Serán de casta d'Hungría. Mas, dezidme, ¿no es día hoy de hazer afán? ¿Dónde es ido Julián y toda su compañía?

Costanza

No es día de holgar, sino donde hay plazer: un hijo nos vino ayer, que nos quitó gran pesar.

Flérida

¡Bendígaos Dios! ¿Otro hijo tenéis vos?

Costanza

Veinte años haze este mes.

Flérida

Pues que vuesso hijo es, dezilde que venga a nos.

Costanza

Viene roto; hasta mañana no osará parecer.

Flérida

El hombre queremos ver, que los paños son de lana.

Costanza

¡Julián, mi hijo, mi diamán!, llámaos la Princesa Flérida.

(Sale Don Duardos.)

 

Don Duardos

¡Mas diesa que todos alabarán! ¿Quál corazón osa ahora, es tan disforme visage y vil figura, ir delante una señora tan altísima en linage y hermosura? Y vos, mis ojos indignos, ¿quáles hados os mandaron, siendo humanos, ir a ver los más divinos que los dioses matizaron con sus manos?

Flérida

¿Ha mucho que eres venido? ¿En qué tierras andoviste, Julián? ¿No hablas?

Artada

¡Está corrido!

Flérida

¿Quánto havía que fuiste?

Amandria

¿Quieres pan?

Artada

¡Bendiga Dios el niñito. cómo es bonito y despierto! ¿no lo veis?

Amandria

Busquémosle un paxarito. Éste ni vivo ni muerto, ¿para qué es?

Artada

¡El sí aprovechará para bestia d'atahona!

Amandria

¡Con retrancas!

Artada

¡Quán despacio molerá!

Amandria

¡O espulgará la mona por las ancas!

Artada

Mas, ¡echémosle a nadar en el tanque!

Amandria

¡Bien será!

Artada

¡Suso, vamos!

Flérida

¿Por qué no quieres hablar?

Artada

Señora, ¡él hablará si lo echamos!

Don Duardos

Señoras, quando el corazón del esfuerço tiene mengua, ya se piensa que, de fuerça y con razón, será turbada la lengua y suspensa. Porque yo vide a Melisa esposa de Recendós, ue Dios pintó; vi Viceda y Valerisa, por quien el rey Arnedós se perdió. Vi la hermosa Griola, Emperatriz d'Alemaña, y sus donzellas; vi Gridonia, una sola imagen de gran hazaña entre las bellas. Y si Silveda y Finca, graciosíssima señora mucho linda: vi las hijas de Tedea y vi la ifanta Campora y Esmerinda. Mas, con vuessa hermosura, parecen moças d'aldea, con ganado; parecen viejas pinturas, tinas damas de Guinea, con brocado. Son unas sombras de vos y figuras de unos paños de Granada, y tales os hizo Dios, que, aunque esté mundo mil años, no es nada.

Flérida

¿Viste a Primaleón en los reinos estrangeros, y sus famas?

Don Duardos

No es de mi condición de mirar a cavalleros, sino a damas.

Artada

¿En ti se entiende mirar?

Don Duardos

Conosco, señora mía, que soy ciego, ni también puedo negar que, ciego, sin alegría ardo en fuego.

Flérida

Deves hablar como vistes, o vestir como respondes.

Don Duardos

Buen vestido no haze ledos los tristes.

Flérida

¡Oxalá tuviessen condes tu sentido! Anda, vete agasajar con tus padres y hermanos, por los quales holgaré de te amparar.

Don Duardos

Beso vuessas altas manos divinales.

Flérida

Vete, con la bendición, a comer cebolla cruda, tu manjar.

Don Duardos

¡Quien tiene tanta passión, todo comer se le muda en sospirar!

 

(Vase Don Duardos.)

 

Artada

El bovo muy bien assenta sus razones, y dirán sin letijo, si lo mira quien lo sienta, que no hizo Julián aquel hijo.

Amandria

Venida es la noche escura: váyase vuessa alteza.

Flérida

Aquel tal que lamenta su ventura y exclama su tristeza... ¿de qué mal?

Amandria

Es un modo de hablar general, que oís dezir a amadores, que a todos veréis quexar, y ninguno veréis morir por amores. Julián, sin saber qué es, quiere ordenar también de quexarse, y muchos tales verés: mas querría ver alguien que amase. Si alguno al dios Apolo hiziesse adoración por su dama, y esto estando solo y llorando su passión, éste ama. Mas delante son Mancías: en ausencia son olvido: y el querer es amar noches y días, y quanto menos querido, más plazer.

 

(Estas cosas las va diciendo Amandria al marcharse de la huerta Flérida y sus damas; e idas (las tres, viene Don Duardos con Julián y Costanza, y) dice Don Duardos a Julián:)

 

Don Duardos

Toda esta noche, señor, me conviene trabajar, que el tesoro de noche quiere el lavor; yo me voy luego a cavar como moro.

Costanza

Ora, andad con Dios, hermano. Yo quiero cerrar mi puerta bien cerrada. Las noches son de verano; aunque durmáis en la huerta no es nada. ¡Oh, señores tres reys magos que venistes de Oriante, por vuessos santos milagros, que ayudéis aquel bergante a buscar muchos ducados!

Julián

Veníos acostar, señora.

 

(Canta Julián.)

«Soledad tengo de ti,        
¡oh, tierras donde nascí!»        


Costanza

¡Ay, mi amor, cantalda ahora!

 

(Canta Julián.)

Julián

«Soledad tengo de ti, ¡oh, tierras donde nascí!»

 

(Hablado.)

¡Bien solía yo mosicar        
'n el tiempo que Dios querría!
        
        

Costanza

Como os oyo cantar llórame ell ánima mía.

Julián

Vámonos ora acostar.

 

(Vanse Julián y Costanza.)

([Primer] Soliloquio de Don Duardos.)

 

Don Duardos

¡Oh, palacio consagrado! pues que tienes en tu mano tal tesoro, devieras de ser labrado de otro metal más ufano que no oro. Huvieron de ser robines, esmeraldas muy polidas tus ventanas, pues que pueblan serafines tus entradas y salidas soberanas. Yo adoro, diosa mía, más que a los dioses sagrados, tu alteza, que eres dios de mi alegría, criador de mis cuidados y tristeza. A ti adoro, causadora de este vil oficio triste que escogí; a ti adoro, señora, que mi ánima quesiste para ti. No uses de poderosa porque diziendo te alabes: «yo vencí»; ni sepas quánto hermosa eres, que si lo sabes, ¡ay de mí! ¡Oh, primor de las mugeres, muestra de su excelencia, la mayor! ¡Oh, señora, por quien eres, no niegues la tu clemencia a mi dolor! ¡Por los ojos piadosos que te vi 'n este lugar, tan sentidos, claríficos y lumbrosos, dos soles para cegar los nacidos, que alumbres mi coraçón, oh, Flérida, diesa mía, de tal suerte, que mires la devoción con que vengo en romería por la muerte! Tú duermes, yo me desvelo, y también está dormida mi esperança. Yo solo, señora, velo, sin Dios, sin alma, sin vida y sin mudança. Si el consuelo viene a mí, como a mortal enemigo le requiero: «Consuelo, vete d'ahí, no pierdas tiempo conmigo, ni te quiero». Esto es ya claro día. Darles he de este tesoro, porque el mío es Flérida, señora mía, de cuyo dios yo adoro su poderío.

 

(Entran Julián y Costanza.)

 

Julián

Mala noche havéis llevado, harto escura, sin lunar.

Don Duardos

Y sin plazer.

Costanza

Vuesso almoço está guisado.

Don Duardos

Trabajar y sospirar es mi comer. Veis aquí lo que saqué aquesta noche primera.

Julián

¡Oh, qué cosa! ¡Pardiez, aína diré que no es Flérida en su manera tan hermosa!

Don Duardos

¡Ay, ay!

Julián

¿Venís cansado?

Don Duardos

Mi coraçón lo diría si osasse.

Costanza

¿Comeréis un huevo assado, mi hijo, mi alegría? ¿O qué queréis que os asse?

Don Duardos

No hablemos en comer: dexadme gastar la vida en mi tesoro. Esta copa ha d'haver Flérida, que es descendida de un rey moro, ésta le viene de herencia de sus agüelos pasados. Cumple a nos dársela por conciencia; y los trezientos ducados, para vos.

Costanza

¡Oh, mi hijo y mi hermano, mi sancto descanso mío y de mi vida: Dios os truxo a nuestra mano, y fue por él, yo os fío, la venida! Su alteza vendrá ora, que ya acabó de yantar ha buen rato.

Julián

¡Oh, Dios! ¡Quién tuviera ahora para os agasajar un buen pato!

Costanza

Andad acá, hijos míos, y pornemos en recaudo lo que hallamos. ¡Dios sabe ora quán vazíos y sin blanca ni cornado nos hallamos! Vamos, hijo, a la posada. y descansaréis, siquiera, de la noche mala que havéis llevada: no faltará una estera en que os eche.

 

(Vanse todos y vienen Flérida, Artada y Amandria a la huerta, y dice Flérida:)

Flérida

¡Jesús!, ¿qué cosa es ésta? ¡No hazen hoy labor ni ayer!

Artada

Terná ochavas la fiesta de su hijo y su amor, con plazer.

Flérida

Amandria, por vida vuestra, que lo busquéis, y llamaldo.

Amandria

Sí, señora.

Flérida

Y si os hiziere muestra de poca gana, dexaldo por ahora.

 

(Vase Amandria y vuelve con Don Duardos.)

 

Amandria

Dize la señora infanta que holgara de te ver trabajar.

Don Duardos

No será su gana tanta quanto será mi placer de la agradar.

Amandria

¿Sabes sembrar toda suerte?

Don Duardos

Señora, soy singular hortelano; mas esta tierra es tan fuerte, que pienso que el trabajar será vano. Cavaré de coraçón y regaré con mis ojos lo sembrado: no cansará mi passión, porque mis tristes enojos son de grado.

 

(Llegan adonde está Flérida.)

 

Amandria

Señora, por mi salud, que yo no puedo entender hombre tal.

Don Duardos

¡Oh, triste mi juventud, tú veniste a mi poder por mi mal!

Flérida

¿De qué te quexas?

Don Duardos

De Dios, porque no nos hizo iguales los nacidos, y, sin manzilla de nos, nos dio ojos corporales y sentidos. Los ojos para mirar, sentir para conocer lo mejor, alma para dessear, coraçón para querer su dolor.

Flérida

¿Sabes ler y escrevir?

Don Duardos

Señora, no soy acordado si lo sé.

Flérida

¿Haste de tornar a ir?

Don Duardos

Si me prendió mi cuidado, ¿a dó me iré?

 

(Entra Costanza con fruta para Flérida.)

Costanza

Señora, haze gran siesta. Coma vuessa Alteza de esta fruta mía, pues le plaze con mi fiesta.

Flérida

Amandria, hazedme presta agua fría.

 

(Costanza Roiz se ofrece a traérsela y vuelve en seguida trayendo agua para Flérida en la copa encantada. Y al verla, dice Amandria primero:)

 

Amandria

¡Qué copa tan singular! ¿Vuessa es ésta?

Costanza

Sí, señora, rosa mía.

Amandria

¡Dios os la dexe lograr!

Costanza

Mi hijo la truxo ahora de Turquía.

Flérida

¡Oh, qué copa tan hermosa! Tal joya, ¿cuya será?

Don Duardos

Vuessa, señora. Y no tan preciosa como es la voluntad que la dora.

Flérida

¿Dónde la huviste, Julián?

Don Duardos

En unas luchas reales la gané.

Flérida

Quiérola, y pagártela han.

Don Duardos

¡Si fuessen pagas iguales a mi fe!

 

(Después de beber Flérida, dice ella:)

Flérida

¡Oh, qué agua tan sabrosa! toda se m'aposentó 'n el coraçón. Y la copa, ¡muy graciosa! ¡Oh, Dios libre a quien la dio de passión!

Don Duardos

Voy, señora, a trabajar. Dios sabe quán trabajado.

Flérida

Mucho mejor empleado te devieras emplear. Tu figura, en tal hábito y tonsura, causa pesar en te viendo.

Don Duardos

Pues aún quedo deviendo loores a la ventura.

Flérida

¿No fuera mejor que fueras a lo menos escudero?

Don Duardos

Oh, señora, ansí me quiero: hombre de baxas maneras; que el estado. no es bienaventurado, que el precio está en la persona.

Artada

Señora, es hora de nona y de os ir a vuesso estrado.

Flérida

Quédate adiós, Julián.

Don Duardos

Yo, señora, no me quedo: también vo. Los cuidados quedarán; pero yo quedar no puedo: tal estó.

Flérida

¿Adónde te quieres ir? No te vayas, por tu vida; tien sossiego. Y si te havías de partir, ¿para qué era tu venida, y irte luego?

(Aparte a Artada.)

    Si Julián se partiesse,        
por causa de nuestra vieja        
       pesam'hía        
como si mucho perdiesse.

        

Artada

Si comigo se aconseja, no se iría.

 

(Vanse Flérida, Artada, Amandria y Costanza.) (Después de idas, dice Julián a Don Duardos.)

 

Julián

¿Queréis ora que os diga? Hermano, muy bien haréis que esta noche no cavéis ni os deis tanta fatiga. Cenaremos, y, antes que nos echemos, tomaremos colación.

Don Duardos

Ni yo ni mi coraçón no cumple que reposemos. Hora es que os acojáis; voy a cavar mi riqueza, no que descubra tristeza los secretos de mis ais.

 

(Vase Julián.)

(Soliloquio segundo de Don Duardos:)

    ¡Oh, floresta de dolores,        
árbores dulces, floridos,        
       inmortales:        
secárades vuessas flores        
si tuviérades sentidos        
       humanales!        
Que partiéndose d'aquí        
quien haze tan soberana        
       mi tristura,        
vos, de manzilla de mí,        
estuviérades mañana        
       sin verdura.        
    Pues acuérdesete, Amor,        
que recuerdes mi señora        
       que se acuerde        
que no duerme mi dolor,        
ni soledad sola una hora        
       se me pierde.        
    Amor, Amor, más te pido:        
que cuando ya bien despierta        
       la verás,        
que le digas al oído:        
«Señora, la vuessa huerta...»,        
       y no más...        
    Porque, Amor, yo quiero ver,        
pues que dios eres llamado        
       divinal,        
si tu divinal poder        
hará subir en borcado        
       este sayal:        
que, para seres loado,        
a milagros te esperamos,        
       que lo igual        
ya sin ti se está acabado.        
Por lo impossible andamos:        
       no por ál.        
Alborada, a ti adoro.        
¡Oh, mañana, a ti loamos        
       de alegría!        
Quiero llevar más tesoro,        
y contentar a mis amos,        
       que es de día.

 

(Vase Don Duardos; y viene Flérida descubriendo a Artada el amor que tiene a Don Duardos, sin saber quién era, y dice:)

 

Flérida

¡Oh, Artada, mi amiga, llave de mi coraçón! tal me hallo, que no sé cómo os diga ni calle tanta passión como callo. Deziros quiero mi vida. No que de tal desvarío digo nada; mas es una alma perdida que habla en el cuerpo mío, ya finada. Bien os podéis santiguar de mí, que soy atentada del amor, y amor en tal lugar que no oso dezir nada, de dolor. Esconjuradme, y sabréis de esta ánima que os digo ya defunta, quién era y de cúya es: dirá que del enemigo toda yunta.

Artada

No entiendo a vuessa alteza.

Flérida

Ni yo quisiera entender a Julián.

Artada

¡Jesús!, y vuessa grandeza, vuesso imperio y merecer, ¿qué le dirán?

Flérida

Mas ¿qué haré?

Artada

¿Qué haréis? Tenéis príncipe en Hungría y en Francia, que vos muy bien merecéis, y príncipe en Normandía, que es ganancia. Tenéis príncipe en romanos, don Duardos en Inglaterra, gran señor, y todos en vuestras manos.

Flérida

Julián me da la guerra por amor. Esta noche lo asseché y dixo que es cavallero, y no hortelano, sabed de él, por vuestra fe, qué hombre es, que crer no quiero que es villano.

 

(Viene Amandria con las doncellas músicas, y dice:)

Amandria

La Emperatriz, señora, vuessa madre, va a caçar. Embíaos a preguntar si iréis caçar ahora o si holgáis más 'n el pomar.

Flérida

No es razón, que está en muda mi halcón y el açor desvelado, y, más, ido el mi amado hermano Primaleón.

 

(Viene Costanza Roiz, y dice, llorando, a Flérida:)

Costanza

¿Ha hí açúcar rosado, señora, en vuessa casa?

Flérida

¿Para qué?

Costanza

Mi hijo está maltratado, que el coraçón se le abrasa.

Flérida

No lo sé.

Costanza

Dos vezes se ha amortecido.

Artada

¡Si lo apalpa la tierra!...

Amandria

Quien guardó ganado en sierra, en el poblado es perdido.

Costanza

Es mi hijo muy sesudo. Nuesso Señor me lo guarde. Sospira de tarde en tarde, pero quéxase a menudo, que el ánima se le arde.

Flérida

¿Qué será?

Costanza

Señora, no sé qué ha; sus lágrimas son iguales a perlas orientales: tan gruessas salen d'allá.

Don Duardos

Madre, ¿dónde iré cavar?, que no puedo estar parado ni sossiego. No se entienda descansar en mí, porque, descansando, muero luego.

Costanza

Mas dexad, hijo, la açada, y mirad estas donzellas que aquí veis. Requebraos con Artada y hablad con todas ellas, y holgaréis.

Flérida

Vamos passar los calores debaxo del naranjal.

Don Duardos

Señora, ahí es natural: caerá flor en las flores.

Flérida

¿De manera que siempre tienes ligera la respuesta enamorada?

 

(Aparte a Artada:)

¿No os digo yo, Artada,        
que va honda esta ribera?

        

Artada

Señora, yo estó espantada.

Flérida

Tened vuessos instrumentos, que pensativa me siento, y de un solo pensamiento nacen muchos pensamientos, sin ningún contentamiento. Yo sospecho en el centro de mi pecho, y mi coraçón sospecha que esta cosa va derecha para yo perder derecho.

 

(Tocan las damas sus instrumentos, y dice Artada:)

Artada

Señora, ¿qué cantaremos?

Flérida

Julián lo dirá presto.

Don Duardos

Señoras, cantad aquesto: «¡Oh, mi passión dolorosa, aunque penes, no te quexes. ni te acabes, ni me dexes. Dos mil sospiros embío y doblados pensamientos, que me trayan más tromentos al triste coraçón mío. Pues amor, que es señorío, te manda que no me dexes, no te acabes ni te quexes!»

Flérida

Mas, cantad esta canción: «Quién pone su afición do ningún remedio espera, no se aquexe porque muera».

Don Duardos

Mas, podéis muy bien cantar: «Aunque no espero gozar galardón de mi servir, no me entiendo arrepentir».

 

(Cantar esta cantiga, y acabada, dice Don Duardos:)

 

    No más, por amor de Dios,        
que yo me siento espirar,        
quién fuesse esclavo de vos! 

 

(Dice Artada a Flérida:)

Artada

Señora, para más holgar no son horas.

Amandria

La música deve ser su madre de la tristura.

Flérida

¡Oh, cuitada, quién me tornasse a nacer, pues me tiene la ventura condenada! Holgara de oír cantar: «Si eres para librar mi coraç de fatigas, ¡ay, por Dios, tú me lo digas!»

Don Duardos

Por deshecha cantarán: «El gallo y el gavilán no se matan por la prea, sino porque es su ralea».

Flérida

¡Adiós, adiós, Julián! Esta huerta te encomiendo por tu fe.

Don Duardos

Mis ojos la mirarán, mas sospirando y gemiendo la veré.

 

(Yéndose Flérida, llorando, con sus damas, dice Artada:)

 

Artada

¿Cómo vais ansí, señora?

Flérida

No sé, llóranme los ojos de contino; y también mi alma llora, y son tantos mis enojos que me fino.

 

(Vanse Flérida y sus damas y Costanza. Viendo Don Duardos la pena de Flérida, dice:)

 

Don Duardos

¡Oh, mi ansia peligrosa, dolor que no tiene medio, pues busqué medicina provechosa, y con el mismo remedio me maté! Que si Flérida es herida de tal dolor como yo, tan estraño, oh, cuitada de mi vida! mi coraçón, ¿qué ganó en tal daño? ¡Oh, Olimba! ¿qué heziste?: que para remediarme, de mil suertes heziste a Flérida triste; y verla triste es matarme de mil muertes. La copa me echó en medio de un plazer que me desplaze y descontenta; pues, ahora, ¿qué remedio?, que lo que me satisface me atromenta. Oh, preciosa diesa mía. yo confiesso que pequé, señora, a ti, y por esso ell alegría del remedio que busqué es contra mí: conozco que fue traición. ¡Perdona, rosa del mundo, al que pecó, porque fue mi coraçón, que con gran querer profundo te erró!

 

(Viene Julián a visitar a Don Duardos y viene cantando:)

 

Julián

«Éste es el calbi ora bi el calbi sol fa mellorado».

Don Duardos

¡Quién tuviesse el tu cuidado, y no del triste de mí!

Julián

¿Cómo os va, bon amí?

Don Duardos

Cansado.

Julián

Parece que havéis llorado.

Don Duardos

Nunca tan triste me vi. No me hallo en esta tierra, y este tesoro me tiene; éste sólo me da guerra, que, cuando andaba en la sierra, hazía vida solene.

Julián

Pues deveisos d'avezar a bivir entre la gente, y será bien de os casar en este nuestro lugar con una moça valliente. Quiéroos dar moça que tiene un telar y arquibanco de pino, afuera que ha de heredar una burra y un pumar y un mulato y un molino. No os burléis, hermano, vos: que la pide un calcetero y un curtidor o dos, y por aquí plazerá a Dios que saldréis de ser vaquero. Es moça baxa, doblada, es morena pretellona, graciosa, tan salada que no la mira persona que no quede enamorada. Es muchacha que havrá treinta años que tiene muelas. y, según holgada está. a la voluntad me da que escusadas son espuelas. Júroos, hermano mío. que os viene Dios a ver, que, aunque el padre fue judío, y su padre y su nacío, tiene muy bien de comer. Sí, por Dios, que no os miento.

Don Duardos

Ios, Julián amigo: no habléis cosa de viento, que el cansado pensamiento harto mal tiene consigo.

 

(Llama Julián a Costanza.)

Julián

¡Costanza Roiz, amor mío! ¡Ah, señora, vida mía!

 

(Sale Costanza.)

Costanza

¿Qué me queréis, señor mío!

Julián

Que sin vuessa compañía no tengo plazer ni brío. Estoyle diziendo yo que case con Grimanesa; pues que tanto bien halló y para nos lo cavó, que le demos buena empresa.

Costanza

Si la moça no rehúsa, buen casamiento sería; mas es una garatusa que de mil otros se escusa que la piden cadaldía.

Don Duardos

 

(Aparte.)

    Fortuna, duélete de mí        
y haze cuenta comigo:        
no cobres fama por mí        
de cruel, porque está aquí        
el mi cruel enemigo,        
quando yo la muerte pido?        
¡Oh, mi dios, señor Copido,        
loado seas por esto,        
que a tal punto me has traído!

        

Julián

¿Qué dezís?

Don Duardos

Yo me entiendo.

Julián

¡Anda hombre por honraros y ampararos y obligaros, y aún vos estáis gruñiendo! Por vida de esta mi amada, que es la moça (¡y qué tal moça!) machuela y doblada, pescoço cuerto, amassada. salada como la sal. ¡Y vos aún rehusáis de casar con Grimanesa! ¡Oh, qué moça allí dexáis!

Don Duardos

Ruégoos mucho que os vais: iré proseguir mi empresa.

 

(Vanse los hortelanos y queda solo Don Duardos. Y porque la princesa Flérida, queriéndose apartar de esta conversación, y temiendo el mal que se le podía seguir, determinó no volver a la huerta, dice Don Duardos lo que sigue en este tercer soliloquio:)

(Soliloquio tercero de Don Duardos.)

 

    Tres días ha que no viene:        
guisándome está la muerte        
       mi señora.        
Señora, ¿quién te detiene?        
No sé cómo estoy sin verte        
       sola una hora.        
Pues de darme eres servida        
despiadosa batalla        
       y triste guerra,        
y mi paz está perdida,        
¡muerte, llévame a buscalla        
       so la tierra!        
    Que, quando Amor me prendió,        
dixo: «Presto has de morir        
       por justicia».        
Luego me sentenció,        
y aluéngame el bivir        
       con malicia.        
Dios de amor, ¿no te contentas        
que te quiero dar la vida        
       'n este día,        
la misma que tú atromentas?        
¡Sácame la dolorida        
       alma mía!        
    ¿Qué más quieres? ¡Oh, huerta,        
desseo verte arrancada        
       donde estó!        
¡Quema tu cierca y tu puerta,        
pues estás tan olvidada        
       como yo!        
Tu diosa, ¿por qué no viene        
ver que este suyo se va        
       al infierno,        
onde por su amor pene,        
y la gloria será,        
       que es eterno?

 

(Apretando el amor a la princesa Flérida, y no pudiendo ella cumplir el decreto que a sí misma se impuso, manda primero a Artada; y, viéndola venir Don Duardos, dice entre sí:)

 

    Aquí do viene Artada:        
del mal lo menos es bueno.        
       Ya siquiera        
mi ánima atribulada        
dirá el mal de que peno        
       y la manera.        
Que no puede ser tan cruda        
la donzella bien criada        
       per nivel,        
que no sea más sesuda,        
más secreta y más callada        
       que cruel.
               

Artada

Costanza Roiz, ¿qué es de ella?

Don Duardos

Señora, ¿qué la queréis?

Artada

Quiero rosas.

Don Duardos

Yo las cogeré sin ella. ¿De mí no las tomaréis?

Artada

¡Quántas cosas! ¿Queréisme hazer entender quién sois y lo que buscáis por aquí?

Don Duardos

Y la que os manda esso saber, ¿por qué no le preguntáis qué es de mí? ¿Y por qué se ausentó de dar vista al triste ciego estrangero que su alteza cegó? Y ciego caí en el fuego en que muero. ¿No hay más piedad ni ley que matarme en tierras estrañas. sin ventura? ¡Oh, Flérida, memento mei, que se gastan mis entrañas con tristura!

Artada

¿Cómo? ¿Señora tan alta cabe en vuesso coraçón?

Don Duardos

'N ell alma está toda sin ninguna falta; y en ell alma, la passión que me da. Porque el triste coraçón está ocupado con fuego y con fe, con sospiros, con razón, con amores, con ser ciego: y esto sé. Pues ¿dó cabrá mi alegría? ¡Oh, mis dolores profundos!, ¡ay de mí! ¿Qué haré, soledad mía? ¡Oh, señora de mil mundos!, ¿qué es de ti? en hablardes con Artada, su querida.

Artada

Algo devéis descansar

Don Duardos

¿Por qué no viene a holgar ha tres días?

Artada

De anojada y arrepentida. Llorando le oí dezir que ha de mandar quemar luego la huerta; y no ha aquí de venir, a ver si puede olvidar esta puerta.

Don Duardos

¿No verná, por vuessa fe?

Artada

No, hasta ser sabidora quién sois vos.

Don Duardos

Señora, esso, ¿para qué? Soy suyo; ella es mi señora y mi dios.

Artada

Ya Flérida es sabedor que sois grande cavallero, y, más, barrunta que seréis grande señor.

Don Duardos

Quien tiene amor verdadero no pergunta ni por alto ni por baxo ni igual ni mediano. Sepa, pues, que el amor que aquí me traxo, aunque yo fuesse villano, él no lo es.

Artada

¿Esso queréis vos que baste para tan alta princesa y de tal ley? Antes que más ruegos gaste, descobrid a aquella diesa si soys rey.

Don Duardos

¿Qué merced me haría ella si yo fuesse su igual sin más glosa? Flanqueza se espera de ella, como diesa imperial, milagrosa. ¿Para hazer merced se vela, para piedad se atalaya tal señora? ¿Para qué busca cautela con el triste que desmaya cada hora? ¿Y por qué, señora, me deshaze si piensa ser yo el señor que dezís vos? Si no, ¿por qué no me haze de nadia, por su loor, pues es Dios? Que si me pone en olvido por nascer baxo vassallo, y no señor, será «correr al corrido» y «al moro muerto matallo», que es peor.

Artada

El diablo os truxo acá, que essas palabras no son de villano. No sé por qué os queda allá quién sois 'n esse coraçón inhumano! Voyme, y no sé qué diga.

Don Duardos

Dezid que no sé quién so ni qué digo, ni qué haga, ni qué siga; ni sé si soy hombre yo, ni estoy comigo. Dezilde que no tengo nombre, que el suyo me lo ha quitado y consumido; y dezid que no soy hombre, y si hombre, desventurado y destroído. Soy quien anda y no se muda, soy quien calla y siempre grita sin sossiego; soy quien bive en muerte cruda, soy quien arde y no se quita de su fuego. Soy quien corre y está en cadena, soy quien buela y no s'alexa del amor; soy quien plazer ha por pena, soy quien pena y no se aquexa del dolor. Y dezilde que, si soy rey, sospiros son mis reinados triunfales, y si soy de baxa ley, basta seren mis cuidados muy reales.

 

(Vase Don Duardos.)

 

Artada

¡El diablo que lo lleve! ¡Al diablo que lo doy, tan dulce hombre! El que a tanto s'atreve, alto es, si en mí estoy, el su nombre. Tengo de contar arreo a Flérida su passión de él que encobría, y lo que dize le creo: ella no lo ha de crer todavía.

 

(Llega adonde está Flérida, y dice:)

    Señora, con este termo        
       de la huerta,        
Julián, de amor enfermo,        
determinó declararse,        
       y vengo muerta.        
Quanto habló se redunda        
que por vos es hortelano        
       y no reposa.        
  
       

Flérida

Yo no sé en qué se funda.

Artada

Señora, no es villano, mas gran cosa.

Flérida

¡Oh triste! Dixéraos ora quién es, porque, esto sabido, terná medio.

Artada

No dize más, mi señora, sino que es hombre perdido sin remedio. Mas, señora, vaya allá sola vuessa señoría y espere si se le declarará o con qué nueva osadía la requiere.

Flérida

Si yo hallo que de hecho me habla claros amores, yo me fundo que es ansí como sospecho ser príncipe de los mayores que hay en el mundo.

 

(Entrando Flérida, sola, por el pomar de la huerta, va diciendo:)

    ¡Quán alegres y contentos        
estos árboles están!        
      En esto veo        
que no son graves tromentos        
los que sufre Julián
       con desseo:        
que en la cámara a do estó        
veo llorar las figuras        
       de los paños        
del dolor que siento yo,        
y aquí crecen las verduras        
       con los daños.        
    Y mis jardines, texidos        
con seda de oro tirado,        
       se amustiaron,        
porque mis tristes gemidos,        
teñidos de mi cuidado,        
       los tocaron:        
y yo veo aquí las flores        
y las agitas perenales        
       y lo ál,        
tan agenas de dolores        
como yo llena de males        
       por mi mal.
  
               

Don Duardos

No sé qué viene hablando la mayor diesa del cielo entre sí: si mal me viene rogando, ya los males son consuelo para mí. Si ruega a Dios que me dé muerte, nadie tiene en mí poder, sino ella; y dichosa fue mi suerte, pues muerte no puedo haver, sino de ella.

Flérida

Julián, ve tú ahora y cógeme una mançana.

Don Duardos

Lo que yo digo: discordia queréis, señora. ¡Oh, mi guerrera troyana! ¡paz comigo! La mançana que queréis, aunque vos la merecistes, vida mía, es discordia que traéis, con que ya me despedistes d'alegría.

Flérida

¿Qué hablas? ¿Estás dormiendo? ¿Sueñas en la Troya ahora?

Don Duardos

Mas despierto el sueño de vuesso olvido, con que estos días, señora, me havéis muerto.

Flérida

Se supiesse bien de cierto que esso me dizes velando, matarm'hía.

Don Duardos

Yo no hago desconcierto en andaros contemplando noche y día. Diesa mía, no pequé en adoraros, señora, la hermosura. ¿Cómo contra ley ni fe va aquel que os adora, por ventura? ¿Adónde estuvo escondida vuessa alteza, pues que sabe mi passión?: que piedad merecida en tales señoras cabe, de razón.

Flérida

Piedad tengo de ti, que tu mal para sanar no hay cura.

Don Duardos

¿Por qué, señora?

Flérida

Porque oí que no se puede curar la locura.

Don Duardos

Pues ¿qué haré, perdido el seso, sin tener en tierra agena cura en mí? Pues pesad en justo peso que por vos, reina serena, lo perdí. Y perdí el ánima mía, si de perder yo ventura sois servida; perdí de ser quien solía por la mayor hermosura de esta vida.

Flérida

¿Quién solías tú de ser?

Don Duardos

De moço guardé ganado y arava: esto sé yo bien hacer. Después dexé el arado y trasquilava. Después estuve a soldada y acarreava harina de un molino.

 

(Sale Artada y Flérida le dice:)

Flérida

Paréceme a mí, Artada, que este caso no camina buen camino.

Don Duardos

Ya lo veo, alma mía; que es camino de dolor y de pesar.

Flérida

¿Adónde hallaste osadía?

Don Duardos

En el templo del Amor, sobre el altar.

Flérida

Luego bien sospecho yo que no llega ahí villano.

Don Duardos

¡Oh, mi Dios, no queráis saber quién so!: sed vos Roma, yo Troyano para vos. Sed para mí Costantino; aquel noble Emperador me sed, señora: y yo, la moça del molino, la que él hizo por amor Emperadora. ¡Oh, milagrosa señora, oh, milagrosa princesa divinal, no matéis quien os adora, que ninguna sancta diesa haze mal!

Flérida

Vámonos d'aquí, Artada, de esta huerta sin consuelo para nos, ¡de fuego seas quemada, y sea rayo del cielo, plega a Dios! ¡Oh, hombre! ¿No me dirás, pues que me quieres servir, quién tú eres? Dímelo a mí no más; ya sola te lo quiero oír, si quieres.

Don Duardos

Plázeme, con tal cautela, por hazer hechos discretos, que estemos sin sol, luna ni candela que descubran los secretos que hazemos. Será a horas y en lugar que estén solas las estrellas de presente, los árboles sin lunar y Artada allí con ellas sin más gente. Allí os descobriré quién soy, y seréis servida pues queréis no crer quién soy yo soy, por fe, que por vos tomé esta vida que me veis. Y si tenéis desconsuelo, pensando que pera enojaros esto quiero, juro a los dioses del cielo que solamente en miraros temblo y muero.

 

(Habla Artada aparte a Don Duardos.)

Artada

Señor, mudad el pelejo, id a vestir vuessos paños naturales: ella haverá su consejo que estes passos traen daños immortales.

 

(Vase Don Duardos, y vanse Artada y Flérida hablando, y dice Artada:)

    Señora, ¿qué será aquí        
si este hombre es cavallero        
       y no ál?        
¿Para qué es, triste de mí,        
dar por la vaca el vaquero        
       principal?        
D'otra parte, ¿qué ha d'hazer,        
salvo si es príncipe él        
       de Normandía?
 
               

Flérida

¿Y quién se havía de atrever a mí, si no fuesse aquél o su valía?

Artada

Paréceme mal, señora, queremos hablar a escuras.

Flérida

Y a mí.

Artada

Yo duermo luego en la hora que anochece, y sus dulçuras bien las vi.

Flérida

¿Qué remedio?, que yo me fino por saber quién es este hombre. Soy perdida. Ardo en fuego de contino con ansias que no han nombre ni medida.

 

(En cuanto pasaban todas esas cosas, mató Camilote a Don Robusto y a otros caballeros, por el reto de Maimonda contra Flérida. Y al saber esto Don Duardos, se armó, se fue al campo y mató a Camilote. La escena es ahora en la huerta de Flérida, donde está la princesa con Artada y las doncellas músicas y entra Amandria diciendo:)

 

Amandria

Camilote es muerto ya.

Flérida

¿De verdad?

Amandria

Sí, por cierto.

Flérida

¿Quién lo mató?

Amandria

Ninguno lo sabe allá. Maimonda, que lo vio muerto, luego ahuyó: va tras de ella el cavallero.

Flérida

¿No es él de nuessa corte?

Amandria

¡Para mayo!: es un príncipe estrangero. Tan presto le dio la muerte como un rayo.

Flérida

¿De qué estatura será?

Amandria

Del cuerpo de Julián, y ansí hermoso. Algunos dizen allá que es el Cavallero del Can, el famoso.

Flérida

Assentaos y holguemos. Cantad algo, mis doncellas, todas vos, que cedo al son de los remos fenecerán las querellas de los dos.

 

(Cantan y tañen, y al acabar, dice Artada. Aparte a Flérida:)

 

Artada

Acuérdeseos, s(e)ñora, que el Sol es partido de nuestros horizontes y es noche cerrada: la Luna ahora es toda menguada. y solas estrellas quedó 'n el partido. Heis que parece la estrella Polas con la Bozina, su Carro guiando.

Flérida

En esso estaba, Artada, pensando.

 

(Se dirige a las damas.)

Dexadnos vosotras rezar aquí solas. 

 

(Vanse las doncellas y Amandria, dejando solas a Flérida y a Artada.)

 

Artada

¿Qué caso sería y buena fortuna matar Julián aquel fiero hombre?

Flérida

Que no es Julián, Artada, su nombre, y él no mató sin duda ninguna. Y éste m'afirmo ser mor cavallero de toda la Grecia y de todo el mundo. Y cada vez más este caso es profundo, que ahora le quiero más que de primero.

 

(Viene Don Duardos, vestido de príncipe, con la guirnalda de Maimonda, y dice:)

 

Don Duardos

¡Oh, quán poquito servicio es poner por vos la vida! ¡Quán pequeño! Que no es gran beneficio pagar la deuda de vida a su dueño. Por vos se deve morir, a vos se deve el osar, alta infanta, que sois diesa del bivir y señora del matar, siendo sancta. A vos, señora, son devidas flores de más altas rosas y peligro, aunque éstas fueron cogidas en las sierras más hermosas de este siglo. Y aquel que las cogió se puso en harta ventura con serpientes; él por Maimonda murió, y yo por la hermosura de las gentes.

 

(Habla Flérida aparte a Artada.)

Flérida

Artada, ¿qué le diré?

Artada

Que viene muy gentil hombre .

Flérida

¡Oh, quién supiesse su nombre! ¡Oh Dios! ¿Por qué no lo sé?

Don Duardos

Pero quiso vuessa alteza que deva besar la mano, de mi seda, y no de vuessa grandeza, pues, si yo me soy villano. ahí se queda. Yo a vos amo, y no más. Por princesa, por ventura, no, ¡cuitado!; que mucho queda detrás de vuessa gran hermosura vuesso estado. ¡Por mí, por mí (que yo por vos, y no por serdes tan alta, soy cativo), dadme la vida, mi Dios! que el hombre adó no hay falta, bueno es bivo.

Flérida

Sea de qué suerte sea, allegada es vuessa tema al engaño. Queréis vencer mi pelea, y no queréis que me tema de mi daño. Queréis que pierda ell amor a mi padre y a mi señora y al sossiego, y a mi fama y a mi loor y a mi bondad, que se desdora en este fuego.

Don Duardos

No devéis considerar, que el lugar y las estrellas y el modo, el amor y el callar, mis dolores, mis querellas vencen todo.

Flérida

En todo quanto desseo, en todo os hallo duro hasta aquí. Todo siento, todo veo, y todo se haze escuro para mí.

Don Duardos

Si al menor rincón llegáis de mi ardente coraçón, encenderéis candela con que veáis que os pido galardón que me devéis.

Flérida

¿Qué será de mí, Artada, pues que amar y resistir es mi passión?

Artada

Señora, estoy espantada; y cantando quiero dezir la conclusión:

 

(Canta Artada.) Cantiga.

«Al amor y a la Fortuna        
no hay defensión ninguna».

        

Flérida

Aunque nunca se halló al Amor y a la Fortuna defensión, deviera haver, triste yo, para mí siquiera alguna, de razón. ¡Oh ventura, diesa mía, refugio de los humanos soberano!: tú sola tomo por guía, y entrégome en tus manos por mi mano.

 

(Viene un Patrón de galeras.)

Patrón

Señor, es ya plenamar y son horas naturales de partir, porque puedan bien nadar las diez galeras reales y salir. Y las otras medianas y las fustas y galeras y las naves están y vienen loçanas, espalmadas y ligeras como aves. Parta vuessa señoría, pues la noche haze escura y es hora.

Don Duardos

¿Qué dezís, señora mía?

Flérida

Ya me di a la ventura, mi señora. Y pues sabe este pumar y la huerta mi dolor tan profundo, quiero que sepa la mar que el amor es el señor de este mundo.

Artada

Por memoria de tal trance y tan terrible partida venturosa, cantemos nuevo romance a la nueva despedida peligrosa.

 

(Romance para final del Auto:)

 

    En el mes era de abril,        
de mayo antes un día,        
cuando lirios y rosas        
muestran más su alegría,        
en la noche más serena        
que el cielo hazer podía,        
quando la hermosa infanta        
Flérida ya se partía,        
en la huerta de su padre        
a los árboles dezía:

        

Flérida

Quedaos adiós, mis flores. mi gloria que ser solía: voyme a tierras estrangeras, pues ventura allá me guía. Si mi padre me buscare, que grande bien me querría, digan que amor me lleva, que no fue la culpa mía: tal tema tomó comigo que me venció su profía. ¡Triste, no se adó vo, ni nadie me lo dezía!

Artada

Allí habla don Duardos:

Don Duardos

No lloréis, mi alegría, que en los reinos de Inglaterra más claras aguas havía y más hermosos jardines, y vuessos, señora mía. Ternéis trezientas donzellas de alta genelosía; de plata son los palacios para vuessa señoría, de esmeraldas y jacintos, d'oro fino de Turquía, con letreros esmaltados que cuentan la vida mía, cuentan los bivos dolores que me distes aquel día, quando con Primaleón fuertemente combatía. ¡Señora, vos me matastes, que yo a él no lo temía!

Artada

Sus lágrimas consolava Flérida, que esto oía. Fuéronse a las galeras que don Duardos tenía: cincuenta eran por cuenta; todas van en compañía. Al son de sus dulces remos la princesa se adormía en braços de don Duardos que bien le pertenecía. Sepan quantos son nacidos aquesta sentencia mía: que contra la muerte y amor nadie no tiene valía.

Patrón

Lo mismo iremos cantando por essa mar adelante, a las serenas rogando y vuestra alteza mandando que en la mar siempre se cante.

 

(Este romance se dice representado & después tornado a cantar por despedida.)

 

Finis


 

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