II
Un 24 de octubre
caminé por Alcorcón
en silencio
casi como un hilo
tomé el metro
maleta en mano compré dos boletos
diez euros más que el año pasado
eran las 12:38 de la tarde
no podría olvidarlo
no soy de las que olvidan
y esto no es necesariamente malo
tomé mi bus de Alsa
atenta al paisaje
llegué a San Sebastián
Miguel me esperaba en la alegría
como espera la gente que se queda
brindamos con cava
Coro se esmeró con la cena
comí cada pincho en San Sebastián
como si caminara
por una calle de los Palos Grandes en Caracas
tomada
tomada por tus besos
ya sabes a lo que me refiero
tus dos manos sujetando mi rostro
como si fuera tuya alguna boca
o algún ángel
Y entonces, Raymond
tu voz al otro lado del teléfono
yo quería verte en la puerta de La Pajarera
a una cuadra del mar
saludando
y no te amaba tanto como lo hice luego
pero lo suponía
te pasa o no te pasa
en las galerías, en el mercado
en los libros, en cada café de bala
donde daba la sombra junto al reloj de la plaza
en el parque al que nos llevó Txema
en cada porro que no me apetecía
tú andabas conmigo
y yo de trotamundos no supe conquistarte
porque no soy mujer de un solo paisaje
tú no me conocías
pero me columpiabas
y yo buscaba flores en los vinos
para intentar nombrarte
y fueron muchos los nombres que el amor me trajo
como cuando miras al cielo buscando lo que extrañas
Y entonces, Raymond
llegaron los domingos
te amé sin las flores
y siento que tú también me amaste
un mínimo segundo
con tu perfecta ortografía
disculpa querido,
tenía que decirlo.
IV
El hombre vino, se sentó, quizás me haya visto, adentro, tan sólo un poco, donde uno es capaz de morderse el labio en lo invisible y quedarse quieta, como si la ternura no fuera un terremoto, y él no trajera el abecedario de las lanzas consigo. Poco tiempo se tiene para nombrar lo dulce, pero hicimos correr nuestros ojos para nombrarnos a mitad de la noche. No lo olvido, sigue en mis ojos, voy lento. Recuerdo su signo, su ascendente, la lenta caminata, cruzar la avenida.
Lo suficiente.
XV
Se acabaron los limones
no voy a rezar por los fantasmas
ya no hay osos en las noches que te nombran
ni peso muerto en el hombre que jamás serás
el hombre con las flores
la media luna a las dos de la tarde
el anillo en la Gran Vía
el beso porque sí
porque el deseo del deseo te supera
y porque puedes
no, tú no conoces nada real que se parezca a mi ternura
no tienes un banjo
ni los ojos azules
no leíste jamás mi primer libro
leerme no quisiste
adentro en lo real
no me escuchabas
y no, no llames más
no vuelvas con tus manos
inútiles manos
que no saben separar el cabello de mi rostro
llévate las sobras de quienes te abandonaron
no quiero más palabras
antes en mí
había un lugar para la dulzura
un animal que yacía tranquilo.
XII
Lo veo dormir. Nos tocan las palabras hondo. Nos sembramos para siempre uno en el otro. Nadie nos salvará. Nadie puede borrarnos lo mordido, el olor a coco, las manos, los domingos. No puedo ser.
Toda la sal del mundo cayó sobre la mesa.
(Del libro inédito Con Truman y sin ti.)
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