Gonzalo Molina

Bajo las altas torres

 

Pierre-Auguste Renoir: Estudio para 'Desnudo a la luz del sol'

 


 

Miraba a la chica.
Sentada en la acera,
hablaba y sonreía
a un perro.

Me acerqué
y me senté a su lado.
Le hablé,
me miró.

Le ofrecí mi pitillo.
Fumó,
fumé;
se fue.

Me quedé.
La empecé a imaginar.
Soñé.

Llegaron ellos.
Me llevaron 
a un calabozo gris,
alicatado y frío.

Me quitaron mi libro
y lo dejaron sobre
una mesa,
abandonado.
Yo vivía en él.

Dentro de esta celda,
las miradas se achican
y se caen.

Partir mis ojos quiere
quien a ella me trajo.
Deshacerlos,
quitarles su luz.

Mas yo le opongo el sonido,
el grito de mis pensamientos,
la claridad de los sueños
donde me miro para siempre.


De una mancha negra y fea cubrieron nuestras calles. Desafinaron las cuerdas de nuestras guitarras, aflojaron la piel de los tambores. Pero el amor saltaba de acera a acera, se extendía de verso a canción. Y bajo la mancha oscura, la Tierra preparaba clandestina su explosión de color. (Y saltaba, saltaba de acera a acera, de maceta a maceta, de balcón a balcón...) (A mi hijo Gonzalo)
En el gusto cobrizo de los besos de arena, bajo las altas torres, en el umbral de los palacios, en el zaguán de los sueños, vive. No existe cauce por el que no puedan discurrir sus aguas, ni nota que no alcance su sonido. No hay arma en batalla que resista, ni huracán que arrase su destino. Y hasta toca a veces el alma del demonio.
En la plaza los niños juegan con el agua, y los mira amorosa la dueña de mi sed. Ay, por ella sería niño. Por ella, sería agua. En la plaza los niños se desafían y se acercan y la tocan, y yo quiero sus manos. Se acercan y le cantan y la besan, y yo quiero sus voces, y yo quiero sus bocas.
El sol, la tierra, el hombre. Cada vez es más difícil abrir las ventanas y mirar al cielo, al sol, al hombre, a la tierra. Más difícil mirarme, asomarme al espejo, ver la cara del otro que me mira, ¿dónde ibas, río, cuando yo te miraba?
Mientras a la orilla nuestros cuerpos completan el amor, lo más duro que se le enseña al alma pasa. Nunca se debería reflejar la luna en unos ojos muertos. Con las mismas olas que agradecemos, el mar los trae; sobre la misma arena, sus brazos buscan en ella la muerte. Se les abraza y les deja la boca seca, inútil para los besos. (Pateras en Rota)
Cuántas veces quise devolver al oído todo lo que cruzaba el pecho, como una brisa ardiente para encender la voz. La mesa y el vino, el tenue olor de la hierba quemada, en tarde en la que el mundo nuestra ilusión hilaba. Cuando abril era siempre. Cuando las flores tomaban el sol de nuestros ojos. Cuando las almas podían resistir el atraco feroz de la esmerada muerte, presentada en escrito oficial, por triplicado.
Escribir a la tierra el desamparo en que dejas el cristal de los amigos sin el tuyo. En la mano generosa con la que al brindar besabas, inmortalizabas sueños, acariciabas. Ahí queda tu vida; no se irá fácilmente de mis versos. Estarás en mi voz cuando los lea. Y tu alma gitana saldrá por la garganta de quien los cante. Escribir a la tierra: Quiero el desamparo; pedir, suplicar que te devuelva en agua, en trigo o en la vid. Que nos traiga el vino para tomar de ti, para beber contigo. (Para Francisco Velázquez Gaztelu)
Aún puedo oírme. Todo está aquí dentro. Leo, leo poemas mientras duermes. Intento buscarte en uno de ellos y no estás. No estás. Hace tiempo que te fuiste. Puedo verte frente a aquel escaparate. Sentir mi fe escapándose de ti. Hice todo lo que pude. Leo, leo poemas mientras duermes.
Luna que se pasea por una taza de té. Se hace crecer, desborda, trastoca el tiempo, para emociones, exprime ojos hasta enmudecer espejos. Luna ciega, remota luz que un día tuvo sus besos y sus canciones: alegra su paso, su tránsito ligero por esas tardes desalentadas de invierno.


 

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