Félix Morales Prado

La belleza es el ángel del misterio

 

Ellery Gutiérrez: Azucenas

 



A mi hijo, a Lola, misterios, ángeles.


Las gotas de rocío ornan el paraíso y resbalan, gozosas, celestiales, por las vaginas de las azucenas. El sueño, moribundo y feliz, está lleno de ángeles que entran por la ventana con las brisas del mar. La piel se impregna de promesas azules. El cuerpo se despierta a través de un bostezo en el que ríen las hadas del paisaje. El mundo, nuevo, parece una utopía que el amor aprovecha para sembrar las almas. Todo es jardín y fiesta. ¿Por qué, entonces, se dice el caminante, esta tristeza vaga que me acaricia, desde tanta hermosura, el corazón?
La puerta de mi alma está cerrada y escucho dentro al pájaro que muere, el triste aleteo de su asfixia. Quiero salvarlo y busco el alimento (Chopin navega por la habitación) pero el alma está dormida y no me abre.
Al otro lado de mí la luz está tal vez abierta como una flor cansada. Desde ese sitio donde en vez de morirme como ahora yo ahora nazco, hacia aquí me dirijo, a este otro lado en el que escribo golpeando el misterio del espejo.
Los relámpagos sobre el cielo lejano estallan en los sueños por los que escapa la tristeza, mi tristeza, esa gallina muerta. Cierro el paraguas, entro en un bar vacío. Huele a vino callado. Me busco por las mesas y tengo frío en la memoria.
Las nubes se parecen a esos cromos con los que juegan las niñas y que al darles la vuelta la soledad jaspeada de las calles convierten en promesa que arropa el corazón. Entre el tan-tan de las campanas tiembla la luna blanca. Al fondo de la melancolía brilla el viento.
La lluvia llora, lava las paredes del alma. Todo es como una mariposa que muere. El viento lame la emoción, lengua de perro. El pensamiento duerme mientras que lo transita un amor inventado.
El sonido claro de las campanas cae hacia arriba en el cielo de una tarde de otoño y el retrato del alma está en el arabesco de una pared descalichada.
La ciudad es un mar de paraguas. En primer plano, un vagabundo muere andando y, bajo sus pies, estalla un charco mientras se recoge la falda la muchacha que ha perdido su amor de juventud en esa muchedumbre irremediable.
Hay noches que juegan conmigo en los jardines del sueño, me invitan a extraños laberintos, me besan y al final devienen desconocidos parajes envueltos por la lluvia donde soy un extranjero peregrino.
En medio de la laguna hay una hermosa casa y su belleza consiste en que nunca está cuando alguien va a verla. Un paje vestido de muchacha se pasea siempre por delante de su puerta con una llave en cada mano. Una es para abrirles a aquellos que vienen. Otra es para abrirles a los que nunca vienen. Las gayaretas gritan en los marjales.
Galopando a través del alma destrozada, información de otros paisajes en un lenguaje que no existe. El traductor llora impotente por los bares nocturnos y, entre copas y besos, reconoce algún eco del mensaje perfecto, del mensaje vacío.
¿Qué significa el gamo que pienso ahora? ¿Por qué ha surgido de pronto en mi conciencia y se aleja a través de este verso cuando el bosque interior parecía solitario? Ya nunca volverá. Ha dejado un mensaje que no entiendo.
Del corazón del recuerdo huyen la playa y el pájaro. Las nubes lo cubren todo. El amor, triste, se esconde. Fotografías de olas y crepúsculos de vino. El caminante en la orilla sólo encuentra frío muerto. Cuando se apague aquel faro el barco será un fantasma.
La piel amarilla del día de verano se mece en las olas. Un niño de ojos tristes como estrellas mira el horizonte. Corazón de mirlo, tiene dentro un mundo oscuro y callado. Se bebe la luz que se va al tocarlo como agua de sueño.
Padecemos la fiebre del mar. Nuestra cama es entonces la arena antes de que el alba nos despierte rodeados por charcos llenos de hipocampos.
En medio del mar verde el barco arde. Sus velas o sus alas se apagan en el agua. Y los peces se comen la foto de las llamas.
He caído en la tristeza suave de la tarde. Y he preguntado a Dios por los hermanos muertos. Tal vez los pájaros tradujeron su voz bajo la bóveda del cielo.
Estábamos en ese sitio donde la música se duerme. Todo se había despedido. Nos preguntábamos por el misterio del tiempo y aún nos quedaba el brillo de la mar. Por los espacios doblados de la noche vagaban sentimientos, teorías, amenazas y aquel aroma fresco del nombre de las olas.
Yacía el mar abandonado bajo la luna de setiembre. La noche, hecha a fantasmas de fiestas y canciones, llevaba ahora su soledad a cuestas y, como los amores se habían ido, el rastro del perfume estaba en su intensidad más dolorosa.
Surgió del rompeolas el animal más húmedo. Lloraba. Traía la historia en su mirada de ese país lejano que nunca existe y que está en nuestros sueños y luego se confunde con el olor del aire de las tardes de otoño o de las madrugadas. Subió reptando entre casas y jardines hasta el rincón que todos abandonan.
Las almas de los muertos y los ángeles se besan en la noche. Rayos y fuegos fatuos iluminan gallardetes y árboles. El misterio del mundo se ha desnudado. No hay testigo de este suceso irrepetible y en eso consiste su belleza.
La niña de los pájaros ha olvidado su nombre y pregunta a la estatua reclinada de mármol que le dice: Este sitio no finge su condena. Cuando desaparezca, tú te vendrás conmigo. La niña de los pájaros cantará esas palabras cuando salte a la comba sin esperar el fin. Y en el juego suave de la tarde que muere con el vuelo que mima se salvará su alma.
Esquiva es la canción; su alma, misterio. Se parece a la noche. En los días de lluvia se deja vislumbrar como un pájaro extraño que vuela en la tormenta.
Quieta, la niña lee un libro sin palabras. Su boca, se abre y se cierra muda. Me llena el corazón de ese conocimiento, el más valioso, el que no usaré nunca.
Vienes al parque cada tarde con ese aro que, circular, interminable, es el revés de hora. Y crees que haciéndolo rodar anularás el tiempo, comprenderás el tiempo. Pero no entiendes que eres tú el dios que lo permites, su contrapunto y cobertura, la condena, la muerte.
Olas y niebla. Un bosque en la tormenta. Perdido entre los dos, un punto muy lejano parece alguien que a algún sitio camina mientras que la distancia lo borra de mis ojos y conduce mi alma a una pregunta hermosa: La belleza es el ángel del misterio.
Arboles. Viento. Un palacio en ruinas. Colinas muy lejanas. Nubes de piedra gris. Mariposas enormes que golpean los cristales en ese vuelo ciego que heredaron del exterior que se derrumba tan lentamente por el camino entre sauces cansados un hombre cada tarde se pierde en la espesura.
La luz que zigzaguea, desaparece y reaparece en medio de los campos, la lleva un hombre que nadie conoce, que de ninguna manera se llama y que viene hacia aquí sin llegar nunca y desde siempre desde ninguna parte. Viste como un mendigo y sufre mucho un dolor que no entiende. A cada instante se pregunta por todo sin recibir nunca respuesta. Y no sabe para qué es el cuchillo que empuña.
Pública indiferencia. En medio está la fuente. Arriba están los pájaros. Más arriba está el cielo y más allá el misterio que la fuente refleja. La gente pasa muda, sedienta, por su lado.
Cansados ya de pelearse, cesó la algarabía. Sobrevino el silencio. Y todos los poetas escucharon absortos, sorprendidos, la música perfecta de los árboles.
Esa flor que desde dentro invade todo en este día triste, ¿cómo se llama? Yo sé su nombre que no entiendo: es un ruido que me lacera el alma y que me avisa. Miro a lo lejos. Parece que esta noche no habrá luna.
Como una mano que quisiera alcanzarte, la cabeza del lobo se recorta en la noche de un sueño muy antiguo. Escondido detrás de tu luna interior, con suave y hermosa carrera galopa el animal hacia tu centro sobre la extensa y blanca llanura de la piel.
Se vestirá de estrellas la tristeza y el mundo será una dulce geometría. Caminarán los animales de las fábulas por las fiestas de las avenidas y los hombres, olvidados del día en que nacieron y de sus domicilios, parecerán niños de vacaciones. La muerte será arrastrada por el viento.
Mi corazón se ha mirado a los ojos como hacen los amantes y, al verse tan lejano, se ha entristecido de sí mismo.
No había nadie por las calles. La lluvia cobijaba los recuerdos y yo volvía de ningún sitio. Quise palpar el sentimiento antiguo en las piedras mojadas. Un viento racheado me penetró, fantasma, por los dedos. Es ella cuando era -pensé-.
El cielo (esa posibilidad azul), la elegancia fantasma de los árboles y el amor, si es que existe. La casa llena de relojes muertos, las muchachas hermosas, ingenuas e implacables y el amor, si es que existe. La luna tirada en la marea baja, los reflejos del vino en el rompeolas y el amor, si es que existe.
¿Desteñirá la música o la risa? ¿Desteñirá la imagen del espejo? ¿Se borrarán con las primeras lluvias y mancharán el mundo con manchas indelebles? El carmín de los labios de esa muchacha que me gusta lleva reflejos de Vivaldi y de Beethoven. La mirada de esa muchacha que me gusta lleva trozos de azogue del espejo delante del que me masturbé.
Yo sólo soy un barco ajeno y triste, esa miel del dolor, ángel o fruta, sabrosa soledad de la memoria. Navego por la vida en busca de otros mares, sepultado en el alma como un nombre cualquiera. Me invento mis historias de amor por si me aman.
Cuerpo de lirio o luz según qué música ese día invada el aire afortunado que ciñe tu cintura de seda.
En octubre se ponen tristes los espejos. Será que entonces muerde más la memoria. Tu cuerpo es un fantasma en el azogue. El mundo es nada y doloroso. El cielo llueve, copia el ruido del amor.
Lluvia. Enorme escoba de agua que barre este lugar tan triste, el alma, esa pregunta que la mira mientras la música intocada es ella con la ventana de cristales sucios que se interpone llorando entre las dos.
Sueño en tu cuerpo dulce de luz y de manzana lo cubro al despertar tengo miel en el alma.
El amor cabalga en_sueños besos náufragos nocturnos ángeles de ti nacidos en mis labios tanta sed tu cuerpo va persiguiendo tu cuerpo van dibujando en el papel de tu ausencia.
Hechizada por ti finge mi alma que tú me quieres y la besas como una niña al mar en luz envuelve con risas y canciones me consuelas de que no sea verdad aunque tú seas.
Magia de los jardines. Un bosque de paraguas. Caminabas callada con la música dentro. Tú eras aquel sueño que tuve cuando, niño, tú eras aquel sueño, muchacha en la tormenta. Te seguí y te perdiste en el agua y la noche. Por eso supe que eras tú.
Se ha elevado la ciudad sobre sus torres y el ángel de la luz sopla en los corazones de los novios. Tintineos de campanas de cristal bañan las flores. Juegan los niños como si volasen. La perfección mima, en la fuente, al agua. Y son jazzmines las palomas en el cielo que las estatuas sueñan. El paisaje es como un tapiz que hubiese dibujado Dios para adornar su casa con los colores más alegres del misterio. Tan solo un solitario desde el rincón oculto de los sauces lo mira todo con tristeza.


 

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