Eduardo Alonso
Paisajes e impresiones
(Extremadura, 1966-1986)
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(Introducción)Este labio partido que llorando el veneno de las serpientes nace de la tierra es casi un regalo del agua para las llagas de las piedras.
- A María Pacheco...Y en la puerta del refugio al amanecer de la manada, sentado sobre la tierra, mascando trocitos de paja seca, el pastor contempla con ojos que van más allá del horizonte la lenta lluvia sobre el paisaje un desnudo cuerpo de mujer dormida que nunca fecunda.
La luz sobre los campos es un hambriento turista de extravagantes ropas; el sol un amante de ojos ciegos que no conociera los pechos de la amada.
Soledad como la de rastrojos que esperan la dentadura de los burros.
Las encinas sueñan con caerse al hueco del olvido mientras tú callas el silencio de la dehesa.
Así fuera el abandono y destino como las ovejas soportan la siesta junto a la sombra de las paredes.
Jamás lloraron los huesos de los muertos la música ciega del amanecer sobre las encinas.Jamás hubo un hueco para los que gritaron que no se llevaran el viento a otras partes.Solo, el hombre, se abandonaba a las puertas de los palacios y suplicaba un trozo de pan.Las montañas, entonces, sentían el paso, lento y seguro, del lobo apoderándose de las jaras.Y jamás los palacios recibían el olor rancio de la carne degollada de los rebaños.
Como las cabras limpian de zarzas la calzada romanahace años que los buitres dan vueltas alrededor de la misma hoja de la Historia.
Amárase el valor del trigo en los cuencos y construyérase un idilio de amor con el pan.
Las miserias son grietas en la piel rojiza de los que se agazapan como los sapos.
Mas al atardecer las ancianas enlutadas cuentan y salpican la migajas de pan de sus mandiles.
Los gatos y los perros velan la noche de los zorros.Pero el hombre no está a salvo: en el viento del sueño los granizos golpean su cabeza.
Qué extrema y dura es la luna del oeste en las pupilas de los toros.
dios recaía en la llama pobre de los candiles en las sombras del cuarto en la silla del viejo cura en la cama del moribundo en la muerte mismay en la boca de la huérfana hacía triste sueños como unos labios nunca besados.
Sobraba el amor de medianoche, o no era necesario, donde las alcobas de barro.Y los hombres hacían oído sordo al rudo verso del errante cantor ciego.O las niñas, que tampoco sabían de las rosas sino de la necesidad de duros brotes.Pues, a la hora del amor de medianoche, mientras la mujer reza a un dios que no conoce, gritan los olivos la carencia de brazos.
y el polen de las flores extrajérase de los panales que las abejas velan con danzas y aguijones.Y pusiérase en la torpe boca del hombre pobre.
(El deseo)Que las serpientes no muerdan el pubis de la tierra mientras la lluvia.
Epílogo-O la sierra donde lloraban la muerte los hombres, o el valle que no pisaron los pies, o donde las piedras soñaron con blancos pájaros.La soledad escribía con sangre sus silencios.Y de frío se anochecía el sol en invierno entre las cenizas de los braseros. Y no nombró nadie la palabra para levantarse. Sólo algunos hablaban con quien no estaban seguros de su existencia.Pero los años pasaban con la lentitud y el trabajo de las mulas.O nadie volvió la vista en la partida sino para el recuerdo de la taberna. Y todos contaban de otras tierras lejanas donde llegar, vivir... y sumar nostalgiasEra como un nuevo éxodo. 1986
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