Enrique Barrero

Instantes de la luz

 

Rinat Izhak: Retratos naturales

 


LA LUZ EN LAS VIDRIERAS Sólo con la caricia que hasta el tacto elevara el pensamiento viene la luz a las vidrieras solas, se filtra y se proyecta reclamando el sueño mudo de la piedra quieta y el oro exhausto del retablo antiguo. Sólo con la certeza, la modestia, la tersura de un vientre femenino ha venido la luz esta mañana como un advenimiento de premuras arracimando el polvo en dentelladas sobre la etérea vaguedad del tiempo. Quién soy yo sino el vigía que sostiene la luz y la encadena hasta el limbo secreto de este instante y en esta Catedral absorta y muda en la hora de todos los naufragios elevo la mirada hacia lo alto buscando los arcángeles del fuego. Soledad de la piel en las ventanas, en la arteria del ábside, en la fría inquietud abisal de la madera. Soledad concentrada de mí mismo como un lienzo de sangre que elevara la terrible inquietud de los pilares. Pero viene la luz a las vidrieras, tan trémula tranquila que ha traído frente a toda la sed de las esperas el margen infinito de la calma. Pero viene la luz a las vidrieras y escucho en lo profundo la palabra en la que todo gira y acontece, la poderosa voz en la que queda disuelta toda el agua de este grito.
LUZ SOBRE LOS CAMPOS He visto en estos campos la tristeza abatida de la luz como un silbo sobre el cansancio ocre de la tierra ensanchada como un lecho de sombra. Desnuda de sí misma, volátil y asediada por cendales y arpegios de horizontes y ocasos he visto la luz breve que el hombre ni siquiera puede asir en las manos cuando ha labrado el surco tenaz de su fatiga. Quise entonces nombrarla, asirla al pensamiento tal vez como una dádiva o el tesoro de escombros que arroja el mar inquieto al náufrago que pierde a solas la esperanza. Quise así retenerla, modelarla en silencio como modela el barro —poderoso demiurgo— el corazón del niño. En galope de escorzos se fue la luz quebrando sin tiempo a que pudiera lastimarme en sus bordes, herirme en sus aristas dejándome aturdido y a merced de la noche como a un pájaro solo al que incluso asustaran las negras cicatrices del cielo en la distancia.
LA LUZ SOBRE LAS LLAGAS Si tú supieras, madre, qué luz la de tus años, cómo en esta ceguera letal del abandono por la curva del tiempo y asoladas las horas de la medida exacta con que el pecho traspasa la lenta espina azul de la nostalgia he vuelto a tu caricia sintiendo que de nuevo chirriaban las cancelas. Si tú supieras, madre, que en cada llaga tuya la luz se multiplica, colorea la sangre que alimenta mis venas con la ansiosa tristeza de tus párpados quietos no haría falta siquiera escribir versos.
LA LUZ EN EL BOSQUE Extraviado en el bosque como un corzo que huyera sujetando a la niebla y al desdén de las ramas su tímida tristeza, la inquietud de su paso, he visto la luz dentro del tiempo fugitivo. He visto la luz darse como lumbre al arroyo y en el álamo quieto desvestirse tranquila o mudar en las verdes laurisilvas antiguas. Sin saber cómo y cuándo he visto que las horas acumulan silencio y la luz en el párpado del camino quebrado que hasta el borde conduce del abismo y las peñas. Extraviado en el bosque he visto la luz alta de mi propio extravío cuando el mar era apenas un eco de distancia presentida y la tarde gastada del color de los cántaros o el borde de las piedras que cercan el sendero. Con la frágil hondura de la voz quieta y sola y alargando los ojos he visto los reflejos de la luz y he querido atraparla en las líneas de mi mano sin éxito por dársela a los niños cuando algunos les digan que no hay luz en el bosque.
LA LUZ DE LAS CIUDADES Atrapada y danzando en neones de llanto efervescente la he visto cegadora en las noches antiguas. Yo la he visto crecer, multiplicarse, danzar como odalisca a merced de la noche en los barrios tristísimos que aguardan la alborada. En la estación de Mustek, extraviado entre rostros que acechaban mi angustia con silencio distante la luz era blanquísima entre andenes y espera y verde junto al Tiber, herida de metralla en Berlín cuando el aire susurra entre los tilos. Yo he pisado ciudades que tenían la luz hipotecada a la impostura y debí refugiarme en catedrales espesas de silencio y de penumbra para huir de la luz que daña y hiere. Recamada de encajes, reflejada en la ropa tendida en los suburbios de las calles de Nápoles la he visto como un guiño de irónica ironía o hecha azogue en el agua que copia en los canales los frisos de Venecia. He visto sin quererlo la pobre luz de cieno que entre calles oscuras esculpe la miseria y la luz incendiada de Montmatre tentando mi silencio extranjero pero he visto igualmente la luz inmanifiesta cuando llegan las calmas a las islas de sueño, la luz secreta y dócil que araña en los crepúsculos sencillos de Granada, la luz que enseñorea puñales como brillos en cúpulas doradas de extraños alminares que lindan con palmeras. Yo he habitado ciudades de luz a todas horas y cerré, muchas veces, con miedo, las persianas.
LA LUZ CON LA MUERTE DENTRO Y quién no danzará cuando el nudillo de la parca percute el cuero tenso. (Miguel Ángel Velasco) Hoy he sabido que la muerte es sólo el destello de luz que fulge y queda cuando la luz se abate. Vencida de sí misma, en esa fuga con que despide el tiempo las heridas, he sentido en la palma de la mano las alas consteladas de la muerte retornadas en luz desde lo hondo bajo la luna fantasmal y gótica que cubre los senderos asediados. Hoy, Miguel, te regreso. Aquí te emplazo bajo el arco de luz de las palabras al ovillo tenaz de las serpientes y al círculo del ave por la altura. Hoy he sabido que la muerte es sólo esa homérica sangre de los dioses que enciende el sol altivo y poderoso con el halo de luz de la memoria concluido el fragor de la batalla.
LUZ DE ESTALACTITA Del trémulo destello que en la gruta con la verde quietud del abandono se oculta del sol tibio yo he bebido las gotas de silencio. Yo he llegado resuelto en la tristeza de los tiempos para escalar tu sed de eternidades concentrada en un punto, la costura de tu puñal finísimo, el emblema que rutilante se concentra en fuego. Qué poco yo a tu tímido equilibrio, qué huérfano mi asombro en la fatalidad de la tristeza ante tu luz que enciende en la penumbra el candil de la eterna indiferencia y el abismo de todas las edades. Qué luz en ti, contigo, qué minúsculo, pavoroso misterio me sacude el corazón que traigo siempre en las coordenadas de la humana conciencia, el pensamiento sigilado en ausencias y en heridas. Quién habrá de entender los versos míos sin otra contorsión que este silencio si no es contigo aquí, luz sepultada en la hondura de todas las verdades.
MÚSICA DE LUZ Porque es preciso inaugurar la dicha escucho estos acordes. Ebrio de soledad en esta herrumbre de tristes calendarios perseguidos bajo las altas bóvedas del tiempo, dorando el oro pálido del día que llega como siempre con su empeño de sombras para abatir el peso de mi carne, escucho estos acordes como oficia el dolor del vencido su liturgia. Cuánto mar, cuánta luz, con cuánto gozo se entrega en espiral el clarinete y se esculpen en jaspe vibraciones dentro del corazón que atento escucha. Qué hermoso abatimiento de infinitos multiplica jardines en lo oscuro y —hélice acompasada— gira y vuelve hasta el centro cabal donde gravita el silencio de todas las esferas. Porque voy a morir a la intemperie escucho estos acordes. Aupado a los escombros donde sigue sustentada la sed de mis fracasos sobre los ejes ciegos de mi vida escucho estos acordes porque quiero en el fragor del átomo y el vértigo asirme a un espejismo de esperanza.


 

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