David González Lobo

Casa de fuego

(Selección)


 

Paul Cézanne: La casa del Padre Lacroix, en Auvers

 

 


 

          SOLAR

 


 

 

          ANOCHE APARECIÓ, de pronto, en el silencio, huidiza y resbalosa, la pequeña raíz. Su boca es una hoja transparente. Ciertas tardes una paloma violeta que tiñe con tanta lentitud el horizonte que llega a parecer que se duerme en las copas de los árboles.

          Quiere flores de lluvia para abrir un orificio en la pared del patio.

 

 

 

 

          ESCRIBIR UNA VOZ con las hojas de los árboles desnudos, escribirla con unas letras y un estilo que crujan bajo las botas y las ruedas de los coches, escribirla bajo un rayo de sol que se pierde y tiñe el cielo y el mar.

          Llegar y despedirse de la impresión cumbre o misteriosa de un cuerpo, de un rostro rotundo, de un animal, de un paisaje.

          Cruzar un puente entre la noche y la lluvia.

 

 

 

 

          AHORA LO INTENTA con un gesto, pero casi con el trazo de un impulso, de nuevo se queda entre sus sombras. No invita, no pide ni destruye para decir su lámpara, su crepúsculo, su naranjo al lado del río.

          El viento a veces arrastra la arena, hace pequeños o grandes promontorios, anuncia la lluvia, un pequeño o dilatado verano.

          El cielo está lento.

 

 

 

 

          EN LA GOTA DE TERNURA, el agua de las nubes grises del invierno se viste de lámpara en flor.

 

 

 

 


 

          PIEDRAS

 


 

 

 

          ERAS MUY BELLA y delicada y transparente. Muchas veces quise que dejaras de ser un ángel, madre, y me pasaras la mano por la cabeza.

          Una tarde en una banca de un ambulatorio uno descubre el origen de la melancolía, la belleza del hielo y los amores solitarios.

 

 

 

 

          LA CONSTANCIA ELEMENTAL ANTE LA PUERTA -adiós te dice la madre con pena tanta que tú podrías llorar sin darte cuenta-, y la abres al cielo, al tronco, a la copa del árbol, al sudor, al hambre del hombre con la luna, y al hambre hembra con el sol, a las nostalgias bajo la lluvia y al odio de la dulce leche cuando te piden el regreso, la sumisión, llorando.

          "Y adiós y hasta nunca", dices, y cae aquel seno, el vientre, el poderoso abrazo de un desierto antiguo bosque, frondoso, que se pudre sabiamente.

 

 

 

 

          NO HAY NADIE. No canta el cuento, ni el murmullo de la muchedumbre encanta, ni el amor, ni el trabajo, ni el arte. La naturaleza es, la poesía es y nosotros podremos ser y desaparecer para contrariar al espejo, al agua cristalina y cristalizada, ser desprendidos de la cuerda del circo: monos o acróbatas o a la vez ambos. Y allá las caras de uno a lo lejos, y la de los padres, y la de los amores, y la de los contrarios y uno tan piedra y tan lleno de musgo, de insectos.

 

 

 

 

 


 

          MADERA Y FUEGO

 


 

 

 

          AL FONDO EL FONDO BLANCO; y en el giro donde los tonos vuelven al blanco, pausas.

          Un gavilán baja raudo en picada, imantado por la presa; un torbellino con pico negro y brillante.

 

 

 

 

          IMPULSADOS POR LA NOCHE, antes del roce y los rubíes de la miel de la carne, sin decirlo, encontraron una fiesta, una tela que se quemaba, la anticipación feliz, redonda de encontrarse y despedirse temblando, soñando esta forma como una negación de la forma, de la arquitectura, un simple y sencillo olvido del nombre, una frontera de pulpa que florece en lágrimas, en risa, un nos fuimos para adentro encontrándonos. Qué gusto este trozo de ventana, esta calle, este cielo, sin saber dónde, cuándo y si sería posible.

 

 

 

 

          POR LA MAÑANA sólo quería estar, con su pensamiento de girasol tan claro, cerca del mar, en el mar, con la mar.

          Con el crepúsculo, comenzó a vestirse con telas de carbón ardiendo, un árbol estremecido por la luna llena, vuelve a ser un temblor primigenio, curva de viento y sal. Qué confusión espléndida el círculo de la alfombra amarilla de la flor que ennegrecerá la tierra; tensión de agua abrazada a las nubes.

          Él era otro eje de la multiplicidad, momentáneamente en carnaval, que tantas veces olvidamos porque un dedo que se aleja del corazón nos pulveriza bajo el esplendor meridiano.

 

 

 

 

 

          HELENA O EL ESTRECHO DEL PELOPONESO, compendio de la fricción. Al cabo la guerra. Un árbol y el cielo: el azul tonificado por la madera, la madera abrazada, entrelazada con la cúpula para la posesión de la tierra y la cópula.

 

 

 

 

          UNA VEZ MÁS, mínima, despertando otra sombra del deseo, suave el inicio de su ritmo, casi silencio, una huella en la arena del desierto de un poblado autobús. Imperceptible para aquel, para este, para ti, ¿acaso les importa mi pequeña bandera? Renace la palabra libertad entre unas simples butacas. Su savia fluida con el moscardón que anuncia pletórico el hueco o el allá, inicia la danza, la cuerda floja del trapecista que no promete en su exigencia, ni el césped ni el aire, sólo la fortaleza simple del impulso, su belleza instantánea, soberbia, trepidante.

 

 

 

 


 

          NUBES

 


 

 

 

          RÍO ABAJO el pasado en un recodo, en un remolino.

          Un castor rehace su presa de ayer.

          Gira el tiempo. El espacio retorna, pero un río rápido se pierde.

          El vaho crea un cierto temblor tan puro.

 

 

 

 

          AYER, ya con el escudo vivo del otoño -sus franjas son un arco de colibríes sobre el presentimiento del agua-, encontré otra forma intensa de la mirada, una voz de chopos, de pulpa de fruta fresca, un perfume dulcísimo expandiéndose.

          Tenía un ojo de hojas y sonreía para que desnuda el viento le escribiese una casa, o una pensión de nube escarlata.

          La vuelvo a desear con su oso hormiguero-pájaro-caballo que entra y sale de la playa, barquito de papel-pequeño gorrión-lluvia nueva-manos de viento donde todo es para todo y para nada viva que habla con la risa que se escapa.

          Ayer no era el télex, el teléfono, el telegrama, pero tampoco es un hueso blanco todavía; ayer podría ser mañana policromado, otra estela, un lujo de la cercanía, un puente, o una mano que pinta un puente y baja hasta el agua y tiembla.

 

 

 

 

          TRÍPTICO DEL DESEO

 

 

 

          I

 

 

          Por la mañana pensé otra vez en la sal de tu cuerpo. ¿Cuántas veces escucho el grito ensordecedor de su brillo bajo el sol radiante? Hoy la he visto, con su cuchillo de sílice, dejando otra señal en mi ventana, como si quisiera que pidiese perdón por querer ser libre. He corrido las cortinas porque sé que en esa perla hay un imán, y que en su abecedario húmedo, gelatinoso, sólo vivía una serpiente que no mudaba su piel.

 

 

 

 

          II

 

 

 

          Esta tarde la sombra de los árboles en la tierra, el mapa ya diluido de sus verdes, lilas, blancos y amarillos, donde la inocencia, si acaso existe, podría llamarse viento, pájaros, tonos de azul y de gris que pasan hacia el oeste entre sus ramas (el cielo está rápido), me recuerda el bosque móvil de la desnudez, el círculo final de sus rostros. En este lienzo van desapareciendo las franjas de sal del muro, que vivía sólo en el límite de la fluidez de la cintura. Lentamente se deslíe la fragancia de aquellas tardes del comienzo del verano, cuando el mínimo vestido rojo ya no caía como desaparecen las margaritas y otras flores silvestres, arrasadas por el sol, cuando el comienzo de las noches desérticas imponía, con su bruma de despedida, un inmenso iceberg, como si el calor del cuerpo y del espíritu hubiese sido un invento más para someter a eso que llamamos, apresuradamente, realidad, cuando tuve que soñar la luz de la luna, eléctrica en la mar embravecida, porque ante el falso espanto de la cárcel familiar, aquella geografía del cuerpo debía ser siempre diurna. Deseoso aquel que huye de su madre.

          Para crecer hacía falta más que la miseria feliz de la memoria de una silla, temblando con su largo gemido, aquel espejo enrojeciéndose, aquella mesa de mármol que no resistió el peso ni la intensidad, el silencio de otros instantes, que prefiero guardar bajo un bosque nevado de Islandia. La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.

 

 

 

 

          III

 

 

          Al final de la tarde mi pensamiento es claro, una noche de luna llena en el campo, el sonido de unos cubos de hielo en un vaso de cristal, su río que inunda el albero del parque Amate, otra noche ya, el mantel rojo y las cenizas que el viento esparce, ha pasado del dibujo de la raíz de mis sentimientos y sentidos a los sentimientos y sentidos del cuerpo frágil de la raíz.

          A veces, casi sin saberlo, me hundía en el mar de Cádiz.

 

 

 

 


 

          PÁRAMO

 


 

 

 

          ANTE EL ESPLENDOR neto de la plenitud física, desapareció el bosque de robles, su esmeralda de hierba y de musgo. Miré al río como si me mirase a mí mismo.

          Recostado sobre un viejo tronco, el tacto de pólvora de mi deseo era un pañuelo blanco.

          Sin darme cuenta me encontré en la intemperie. Tuve lentamente una ventana ámbar, un poco de arena que caía en el mapa oscuro del páramo. Toqué el sonido hacia atrás de mi fósforo para coger un palmo de mi raíz, de mi humus germinativo. Comencé a oír las hojas que el viento me desprendía y recobré la vista, el manantial entre los árboles.

 

 

 

 

          DESDE EL BALCÓN una despedida o el anuncio de un encuentro; en el fondo se parecen tanto.

          Atrás quedó la casa, la cama donde aún estará la flor del sueño; pero en el trópico un tigre se escuda en el árbol de la noche, mientras un ramo de rosas invisibles pareciera llamar a mi abuela, y ella se ríe porque la luna de Estigia no es redonda.

          La calle es una flor y la casa y Helena y Alejandro y el perro gordo de mi vecino del tercero que sufre sus enfermedades; sí, y el hierro y yo mismo hoy y aquel que fui y amó y odió y se equivoca, somos una flor, Caronte, una flor; los asesinos, los santos, los hombres todos, Caronte, son una flor.

          Y estas aves yéndose, a dónde irán. Hoy, a dónde irán. Y esta tarde, que clara es, esta tarde.

 

 

 

 

          Y EL TREN AVANZA. En el último piso del portal siete de la calle Clavel -tiene el balcón hacia un antiguo cortijo- están colgando cuidadosamente unas bragas verdes. La ropa íntima o el árbol amarillo debajo de su casa o de sus casas, ¿qué es lo que toca el pensamiento?

          Estira el poliéster. No quiere arrugas. Con el encaje basta. Cae un grano de sal en Oratoio 4, Pisa, que el viento dispersa. Se elevan suaves las olas del Adriático en primavera, las sombrillas y las tumbonas turquesa alineadas simétricamente, la curva de aquel brazo, de aquella mano de seda escarlata, tan sonora sobre los muslos, tan hielo en la arena de la playa, los remolinos de hojarasca, un símil que también abraza las calles de Lucca en otoño, el chorro caliente y firme de un muchacho orinando entre la maleza húmeda y casi tropical de una costa italiana, el placer del silencio en el Puerto de Santa María, al ver otra vez el cielo, al prolongarlo.

          El tren avanza. Postales, fotos, cartas, el tacto casi transparente, el eco de la voz, de las voces, mientras cae la cáscara de una semilla que sobresalta a un hombre, una mancha hermosamente amarilla o una mancha, el pincel o el óxido, una mancha simplemente. Un árbol amarillo, un árbol rojo, un árbol deshojado, un árbol esquelético, un mismo árbol, otro árbol. Y la sombra. El árbol y la sombra. El árbol. La sombra.

 

 

 

 

          TAN SÓLO EL ESPACIO DEL ÁRBOL que forma al cielo, el cielo del que sale el árbol.

 

 

 

 

          TU OLOR LLAMA A LOS ASTROS cuando la herida se derrama. Las garzas rojas tiñen el cielo. Comienzan las sombras de la noche mientras cae una llovizna suavísima.

          Desde la ventana abrí los ojos como un antiguo farero frente a un barco que se hunde a lo lejos. Ya había abierto de par en par una puerta que no pertenece a estas paredes lisas, blancas, donde habitaron el trueno y la centella. Bajo la lluvia una flor se hundía como una vieja nave de guerra. Pensé en el viento.

 

 

 

 

          MIENTRAS EL AUTOBÚS AVANZA, desde Mairena del Aljarafe hacia Sevilla, frente a unos edificios desconchados, bajo las sombras de la noche y la luz tenue de unas farolas, unos muchachos fuman parsimoniosamente y se miran los cuerpos, el promontorio de unas islas; con sus cartas rojas de navegación de nuevo nace la geografía, la idea del círculo, la mar, el agua espesa de los pantanos, el movimiento de las lianas, la miel de las frutas.

          En un noveno, una mujer rubia que pareciera haber cumplido treintaicuatro se desabotona, rápida, su blusa marrón, y es como si buscase un bosque de pinos y eucaliptos y aquella fragancia neta del Mediterráneo en Barcelona, una caja de palisandro, un armario, fotografías bajo la nieve. "¿Esto es la mar o un espejo?", se pregunta y se cubre los rostros, como si acaso pudiera.

          Mientras el autobús avanza desde Mairena del Aljarafe hacia Sevilla, yo miro y es como si dejase atrás otro cesto de frutas (maduras) en la carretera, un riachuelo subterráneo, un rocío, un vapor, una pincelada de vaho.

          Las siluetas van perdiéndose en la distancia.

 

 

 

 

 

          YO QUISE SEPULTAR para siempre una historia en una caja de madera noble, dejándole el resto al tiempo, a la lluvia, al sol y al viento; fracasé.

          Una noche, al final del verano, comprendí, por fin, la fortaleza del viejo sicomoro del jardín botánico.

 

 

 

 

 

          HOY POR LA TARDE volví a ver el círculo, toqué su agua espesa. La barca iba y volvía de una a otra orilla. Yo sacaba la cabeza por una ventana del camarote imantado por la sal y la música del viento, pero apenas resistía un instante. Entre las paredes y el techo tenía un sol, una luna y tantos astros de papel brillante.

 

 

 

 

 

          CUANDO SEA UNA PIEDRA y el agua resbale sobre mí hacia la llanura, cubra los esteros, en los que apenas sobresalgan las copas de los árboles más altos, y a los fósiles de flores que tendré donde una vez sentí cintura, los vaya cubriendo el lago, mi voz, que será un árbol de estrellas, habrá grabado en sus sueños la caligrafía de la hierba elevándose y cayendo, las formas de los sentimientos como un cuadro de nubes, la perplejidad alucinada de mi madre ante la realidad, la soberbia de mi padre llorando contra su propio muro, una tarde magnífica cuando el sol era una naranja reflejada sobre una pared de un castillo de Praga, un río de risa que nació en el puente de Triana, los sauces que vi una tarde en Mérida, frente a mi ventana, como si yo los estuviera inventando, el Ebro impetuoso salpicando la hierba, a mi silencio y a la antesala de una despedida, el Atlántico en el Puerto de Santa María, lleno de bañistas y como si estuviera desierto, y algunas sensaciones del pasado que enfrían cada día su cuerpo hasta ser definitivamente historia.

 

 

 

 

 

          NOCTURNO

 

 

          Al amparo sólo del movimiento. Con la cortina abierta de par en par, mientras la luna creciente ilumina la noche. Miro su resplandor y la imagino fortaleza, torre. Como está tan alta apenas dibuja su silueta, pero es rotunda y con el hálito de soberbia que a veces reflejan los solitarios.

          Dejo de pensar, atravesado por no sé qué supuesta humildad, por el sello tembloroso de imaginar la muerte o el pendular que hay de uno a otro puerto, por soñar la historia como un dibujo de nieve sobre lava ardiente; o quizás porque por unos segundos sospecho una paz, una especie de olvido infantil, adolescente, que me sobrepasa, y entonces, vuelvo a mirar la luna, la luna sola.

          La luz de la luna y mi luz sobre el albero, como dos linternas. Ahora sólo nombro lo que veo, el foco, el círculo amarillo, pero por un instante escucho sólo el agua a borbotones de una cascada, el nombre de todo diluyéndose, el nombre de todo en la mar y no hay barcas, puentes, ventanas, puertas, una ruta; mi separación es milimétrica, un soplo, la primera brisa de una tarde de verano, su frescura que pudiera ser sólo una flor de la noche; y comprendo que renace la metáfora porque está lloviendo cuando miro fijamente las amapolas, un sauce, cimbreándose, o un relámpago en un terreno baldío.

          La luna creciente o la tierra, está ahora unos metros más hacia oriente.

 


 

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