"Llora, flecha sin blanco,
la tarde sin mañana."
Federico García Lorca
"El dios de la luz no puede vivir sin Dionisos.
Juntas las dos divinidades, corrigen la ὔβρις
humana,
no con la amenaza de una sanción,
sino promoviendo la auto-conciencia."
Eduardo Nicol
Si quisiéramos representar gráficamente las posibilidades del psiquismo humano, podríamos servirnos de un arco tensado. Mientras que la parte izquierda del arco, entre la flecha y su extremo, representaría la tendencia humana a la dionisíaco, al impulso vital que se quiere sin trabas, la derecha figuraría el impulso apolíneo, tendente a equilibrar los excesos, pero susceptible asimismo de desmesura ínsita. Por su parte, el centro, lo más tensivo, donde se inserta la flecha, sería el justo medio, el tó mesón aristotélico, el centro y equilibrio de la personalidad, que no debe tomarse como limitación, sino como empuje y proyecto vital que evita, con su fuerza, toda desmesura; representaría, pues, el encuentro vital y constructivo de los dos principios, ámbito donde debería figurar la cultura, y no su apariencia. Los dos extremos del arco significarían la presencia destructiva de la hybris. El extremo izquierdo, la posible desmesura del aspecto dionisíaco, que, al faltarle la presencia de lo apolíneo, se desnaturaliza y llega a carecer de todo equilibrio. El extremo derecho, la desmesura del aspecto apolíneo, que, sin la generosidad vital del impulso dionisíaco, se desnaturaliza y ahoga, y ahoga la vida. Dado que existe una distancia entre el centro y los extremos, las posibilidades no serían automáticas, sino graduales. Dependiendo del grado de acercamiento al centro, las posibilidades de equilibrio serían mayores. Y según se fuesen acercando a los extremos, llegarían a un punto en que la precipitación en alguna de las dos hybris sería inevitable. Tanto una como otra hybris, es decir, el desenfreno absoluto y la mayor represión, una vez que, en los caminos graduales, se han sobrepasado los umbrales de lo neurótico y de lo patológico, desembocan en la saturación, en la reclusión consigo misma de la personalidad individual o social, en un solipsismo concentrado que luego estalla y destruye, tanto de forma centrípeta como centrífuga; en el mal, en suma. Sin la fuerza de lo dionisíaco, el impulso apolíneo se queda en forma sin contenido; sin la caligrafía apolínea, lo dionisíaco se vuelve indeterminado.
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