Tu rostro me recuerda el trópico: La lluvia intensa y al instante rayos de sol. Dardos que dan en el blanco y disipan la neblina y unas franjas de la luz variable de mi pueblo con las que se podría describir la melancolía. Las ramas del mango se mueven y las sombras de los frutos en el suelo evocan la claridad del deseo. Los gatos estremecen el techo de zinc. Estás en la casa de la infancia casi al lado del monte. El cielo multicolor arrendajos y turpiales invaden el cuaderno y se salen por las ventanas. La ansiedad de algunos presentimientos es un puente colgante sobre el río Santo Domingo que sólo podrías ver en viejas fotografías o si un amigo o yo te los contáramos. Mientras el viento mueve las cortinas y veo la luna creciente y las sombras de la noche sueño digo y escribo con la caligrafía del agua de la luz en tu boca y en el río.
Tú guardabas pequeñas azucenas. Pasaban a lo lejos hojas, rostros, paisajes, un riachuelo, aquella tarde diluviando en la montaña, el sol entre los olivos, ciertas cadenas de palabras, una duda gigante y un sin número muy pequeñas y las cenizas de la chimenea a un cubo de hojalata con una pala plateada. Tú guardabas pequeñas azucenas. Tú no preguntabas ni revelabas nada o casi. Tu guardabas pequeñas azucenas.
LA BARCA Los dibujos del viento en la hierba y en las gramíneas azuladas, en el destello de media luna en la fuente y en las adelfas y en el rumor que puebla a los árboles. Acompaña el final del crepúsculo, leves sombras vacilantes, escasos diamantes de luz en el huerto y las hojas del Coculus entrando en la noche como adolescentes que huyen sin saber de qué. Avanza el espesor de las sombras y una cierta visión topográfica de la diversidad de los sentimientos. Se enciende la luz ornamental entre la vegetación y el tiempo se convierte en otra bailarina detenida en el aire. Esta casa navega río abajo hasta la casa de mis padres en el piedemonte. A la derecha van pasando las resistentes plantas del mediterráneo; en medio del jardín la miniatura de una rocalla delicada con un abanico de arbustos y de flores y a la izquierda, el trazado dulce del arriate de sombra. Quisiera ver otra vez un mirlo o un gavilán detrás del espeso manto de la vegetación y entrar como su corazón en la oscuridad de su cuerpos.
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