Carmen de Mora

El cuento argentino de los últimos años


 

Ron B. Kitaj: El roble

 

 


Este artículo examina los presupuestos estéticos en que están basadas las producciones cuentísticas de los escritores argentinos del noventa. Para llevar a cabo dicho objetivo se han considerado tres factores: las relaciones de los escritores con la tradición literaria argentina, incluidos los autores de la generación inmediatamente anterior; la búsqueda de modelos literarios de otros países, y, por último, las interrelaciones con las reglas del arte y del campo literario hacia el final del milenio, con la posmodernidad. Para el análisis específico de los textos se han seleccionado obras de Daniel Guebel, Juan Forn y Rodrigo Fresán, aunque se hace alusión a otros escritores.


 

INTRODUCCIÓN

 

Hablar de las producciones cuentísticas de los noventa en Argentina no significa establecer diferencias nítidas con la novela, pues éstas no son tan marcadas; es más, algunos escritores juegan con la hibridación ya sea a través de la estructura (Rodrigo Fresán) o del número de páginas (Aira, Chejfec, Guebel). Esta característica ya se daba en Abelardo Castillo, importante cuentista que empezó a publicar en los sesenta, quien organizó la estructura de una de sus obras más significativas, El que tiene sed (1985), a partir de esa misma ambigüedad. El hecho de que algunos autores retomen en las novelas personajes y temas que habían aparecido antes en sus obras cuentísticas también contribuye a aproximar ambos géneros, a pesar de las tradicionales diferencias.

El corpus cuentístico de esos años en Argentina es sin duda amplio, pero me centraré en tres representantes significativos -no exclusivos- de esa generación: Daniel Guebel, Juan Forn y Rodrigo Fresán. He preferido restringir el número de autores seleccionados con objeto de penetrar algo más en los textos. En el panorama literario de esa década figuran también escritores pertenecientes a la misma generación tan importantes como Chejfec, Laiseca, Sergio Bizzio, Alan Pauls y Matilde Sánchez, entre otros.

Todo producto artístico está condicionado por un tejido de relaciones sociales. Las circunstancias políticas y sociales vividas en Argentina desde los años setenta no han dejado de tener repercusiones en la literatura. La porosidad de los textos hacia todo lo que los rodea, así como a las significaciones culturales y sistemas de representación simbólica de su tiempo, hace que las obras se vean afectadas en todos los planos que las integran: construcción narrativa, personajes, acciones, temas, etc. Ricardo Piglia lo ha expresado con otras palabras: "La novela reproduce, interioriza y transforma las ficciones sociales y ese es el modo en que la literatura se liga con lo social y político. Esa materia de la literatura ya es ficcionalizada por el trabajo social de construcción de relatos y ficciones" (Piglia 1993: 98). En Argentina, donde las circunstancias políticas han sido tan traumáticas para la sociedad; primero durante la represión política y la crisis económica del período comprendido entre 1973-1976, todavía bajo el régimen peronista, y, seguidamente, entre 1976 y 1983, bajo el golpe militar, la implantación de un gobierno totalitario y la guerra de las Malvinas. Los escritores se han tenido que replantear las relaciones entre literatura y política o, mejor, entre ficción y política. La brutal represión no fue el único determinante hacia la búsqueda de nuevas formas de representación ficcional; tan decisivo o más fue el convencimiento de que una literatura basada exclusivamente en lo testimonial era inaceptable, hubiera significado subordinarla a la realidad.

¿Cuáles serían entonces los presupuestos estéticos en que se basan las obras de los escritores del noventa?

Para responder a una pregunta tan compleja creo que hay que considerar como mínimo tres factores: las relaciones de los escritores con la tradición literaria argentina, incluidos los autores de la generación inmediatamente anterior; la búsqueda de modelos literarios de otros países, y, por último, de forma más abarcadora, las interrelaciones con las reglas del arte y del campo literario hacia el final del milenio, con lo que llamamos posmodernidad [1].

El paradigma de la tradición argentina varía de un autor a otro, pero desde el vanguardismo en adelante algunos nombres resultan imprescindibles para las generaciones posteriores: Arlt, Macedonio Fernández, Borges, Marechal, Bioy Casares, Cortázar, Néstor Sánchez, Osvaldo Lamborghini, Puig; y, de la generación de los ochenta, Piglia, Saer, en lugar preferente, además de Osvaldo Soriano, Fogwill y Aira. Injustamente quedan fuera otros nombres muy representativos, pero existe cierto consenso con respecto a la mayor repercusión de los autores incluidos.

En cuanto a la lectura de otras literaturas, si bien cada escritor tiene sus preferencias, de Hispanoamérica, algunos nombres del boom (García Márquez y Vargas Llosa) y de los buenos que quedaron fuera (Onetti) están muy presentes en los jóvenes escritores, lo que no excluye que el diálogo con esas obras resulte controvertido y que con frecuencia recurran a la parodia. Una prueba manifiesta de ello, a nivel continental, es el cuestionamiento del realismo mágico. De fuera de Hispanoamérica, los gustos varían, aunque destaca la presencia norteamericana. Forn admite haber recurrido a una combinación de miradas Onetti/ Fitzgerald en su novela Puras mentiras, pero, además, entre sus favoritos están Tolstoi, Henry James, Isaac Babel, Giorgio Bassani, Heinrich Böll, Truman Capote, Salinger y Martin Avis. Rodrigo Fresán reconoce entre sus maestros a Salinger, Cheever, Irving y Kurt Vonnegut, aunque son más numerosos, a juzgar por los epígrafes que preceden cada uno de los relatos de Historia argentina.

Más compleja es la relación del escritor con la época que le ha tocado vivir. Para ello no sirven sólo los criterios estéticos, sino que hay que tratar de entender los procesos sociales y culturales en que los escritores se ven envueltos. Que las obras literarias resultan cajas de resonancia de tales procesos, a pesar de la supuesta autonomía del arte, es un hecho aceptado. Como también lo es que tales repercusiones no se manifiesten en un plano, sino en todos los niveles posibles en que se construye una obra. N. Katherine Hayles explica el posmodernismo cultural mediante la "teoría del caos", un estado de pensamiento animado por el impulso de transgredir los límites de los sistemas clásicos e invertir los valores tradicionales: el caos se considera más fecundo que el orden, la incertidumbre se prefiere antes que lo predecible, y la fragmentación mejor que lo acabado y orgánico (Hayles 1990: 176). El desorden (caos) se ha considerado como un punto focal de las teorías contemporáneas porque ofrece la posibilidad de escapar de las estructuras coercitivas de orden que han caracterizado las diferentes disciplinas científicas o filosóficas [2].

En términos similares se expresa Jean Baudrillard cuando sentencia que el actual estado de cosas es el "posterior a la orgía". Para el hombre contemporáneo ese estado es de una confusión total, una dispersión e involución del valor que sólo conduce al caos. Las consecuencias en el terreno artístico, desde esta perspectiva, son irreversibles:

[...] el Arte ha desaparecido. Ha desaparecido como pacto simbólico por el cual se diferencia de la pura y simple producción de valores estéticos que conocemos bajo el nombre de cultura: proliferación hacia el infinito de los signos, reciclaje de formas pasadas y actuales. Ya no existe regla fundamental, criterio de juicio ni de placer. Hoy, en el campo estético, ya no existe un Dios que reconozca a los suyos. O, según otra metáfora, ya no existe un patrón oro del juicio y del placer estéticos (Baudrillard 2001: 20).

Este estado de cosas ha influido en las ciencias sociales destinadas al estudio de las culturas y las literaturas latinoamericanas, que han generado conceptos nuevos para tratar de hacer este mundo más legible. Uno de ellos es el de "hibridación", que se aplica a diversos procesos culturales de finales de la década del siglo XX, extensamente analizado por Néstor García Canclini. Siguiendo a Goldberg propone "desplazar el objeto de estudio de la identidad a la heterogeneidad y la hibridación interculturales" (2001: 17). Aplicado a la situación latinoamericana finisecular, el concepto de hibridación me parece afortunado en cuanto que adopta una perspectiva pluralista "que acepta la fragmentación y las combinaciones múltiples entre tradición, modernidad y posmodernidad" (García Canclini 2001: 319).

Con objeto de no extenderme en estas cuestiones, me referiré a algunas de las características generales que presenta la vertiente posmoderna de la narrativa finisecular en Hispanoamérica, las más reconocidas por los críticos y ensayistas que se han ocupado del tema. Fragmentación y ausencia de orden coherente; recelo hacia toda clase de discurso autoritario o de pensamiento monolítico [3]; deslizamiento constante entre lo culto, lo popular y lo masivo, lo nacional y lo internacional, fenómeno que se ha visto favorecido, naturalmente, por la cultura electrónica; disminución de la fuerza innovadora; dificultad de perfilar tendencias; recurso excesivo al collage basado en obras del pasado; predominio del narcisismo y lo metaficcional; una reflexión persistente sobre el acto narrativo que no obedece sólo a razones estéticas sino a los procesos sociales en que se ve envuelto el artista: cómo y para qué narrar en circunstancias políticas o económicas extremas, por no decir caóticas; los desafíos al poder desde el arte y la literatura; recurso constante a la parodia, ironía, distanciamiento crítico, actitud lúdica; ausencia de propuestas totalizantes; el difícil equilibrio del escritor entre la galaxia Gütenberg y la galaxia electrónica. Esta tesitura se ha dejado notar con más vigor en las generaciones de los ochenta y noventa. Entre las innovaciones formales aportadas por los nuevos recursos tecnológicos se encuentran el zapping, los videoclips, los videojuegos, la repetición serial (esta última no tan novedosa, dado que ya existía en muchos géneros tradicionales), el mundo de las computadoras, la realidad virtual, la simultaneidad, la desnaturalización del tiempo que se vuelve discontinuo, a base de momentos presentes desconectados entre sí, y los cyborgs o personajes virtuales, en los que entran en juego las dualidades humano/ máquina, humano/ animal y físico/ no físico [4]. Beatriz Sarlo habla de la massmediatización de la esfera pública y de sus repercusiones en la creación estética: "La estética massmediática desborda a los mass-media y se transmite, conflictivamente dado que para rechazarla es necesario enfrentarla, a todas las dimensiones simbólicas y culturales" (Sarlo 1994: 52). Dentro de esa revolución cultural habría que entender la crisis de la cultura letrada y los distintos grados de aproximación entre estilo audiovisual y escritura o lo que Sarlo denomina colonización audiovisual del espacio gráfico y del espacio de la letra [5]. Novelas latinoamericanas finiseculares basadas en la realidad virtual son, por ejemplo, La ciudad ausente de Ricardo Piglia y La piel y la máscara de Jesús Díaz. También César Aira recurre a escenas y personajes en algunas de sus novelas basados en ella. De los autores aquí tratados, Guebel y Fresán se aproximan más a esa nueva estética.


 

LA GENERACIÓN ARGENTINA DE LOS AÑOS NOVENTA

 

La existencia de una nueva generación o, al menos, de un aire renovador en la literatura argentina ha venido marcado más por las polémicas y cuestiones de promoción editorial que por obras maestras. Una de las discusiones más conocidas es la que surgió entre los escritores agrupados en torno a Babel, entre los que figuran Martín Caparrós, Alan Pauls, Luis Chitarroni, Daniel Guebel, Sergio Dizzio y Sergio Chejfec, frente a representantes de una estética diferente como Rodrigo Fresán y Juan Forn. En la presentación de Historia argentina, en Buenos Aires, en 1991, Luis Chitarroni se refirió a una diferencia basada en distintos sistemas de referencias:

Para los asociados con Babel, digamos, una herencia que suponía el manejo de bienes de la alta cultura, referencias a la literatura alemana y a las tramas de la literatura argentina, erudición crítica; para Fresán, una línea que va de la narrativa americana de los 60 e inglesa de los últimos años a la cultura de masas (formas articuladas en torno a los nombes de los dispositivos técnicos de reproducción de la imagen y el sonido) [6].

Sin embargo, poco a poco esas sonadas polémicas han ido cediendo el paso a un compartido espíritu generacional y a una amistad surgida en muchos casos en las redacciones de diarios y revistas o a través de relaciones editoriales [7]. Hay que precisar que esa amistad se hace muy ostensible en el ritual de las presentaciones de sus libros, casi siempre llevada a cabo, de forma endogámica, por algún miembro del grupo. Se sabe el importante papel que han jugado editoriales (Alfaguara, Planeta, Ada Korn y Sudamericana), periódicos (Página/12, Sur y Clarín) y revistas (El Periodista, Humor, Crisis, Fin de Siglo) en la consagración de jóvenes escritores que llegan a convertirse en estrellas mediáticas [8].

La división inicial de los jóvenes escritores de los noventa en dos grupos encontrados estéticamente parece que se debió más a una actitud o pose destinada a llamar la atención del público que a una realidad (hace falta analizar adecuadamente las obras para poder juzgar las diferencias de estética entre unas y otras). Sin embargo, algunos críticos lo han tomado muy en serio y distinguen, no sin arbitrariedad, dos grupos básicos; los neotradicionalistas o estéticamente conservadores (Rodrigo Fresán, Juan Forn y Guillermo Saccomano) y los experimentalistas (Daniel Guebel, Alan Pauls, Martín Caparrós, Carlos Eduardo Feiling), división que puede conducir a errores gruesos. Pero ha sido el mismo Luis Chitarroni quien, ya sin distinción de grupos ni facciones, propone algunos nombres fundamentales: Alan Pauls, Daniel Guebel, Rodrigo Fresán, Juan Forn, Matilde Sánchez, Sergio Chejfec y Sergio Bizzio (Chitarroni 1993: 437-444).

En síntesis, varios factores externos que van desde las circunstancias socio-políticas hasta las influencias literarias y culturales recibidas insuflan cierto aire generacional a los escritores, fomentado activamente por las editoriales. Pero, aun coincidiendo, a veces, en los temas y en la despreocupación por la experimentación formal, cada uno de ellos afronta la creación de manera distinta y así se trasluce en la escritura.

Para concluir con los componentes generacionales, es interesante también considerar las relaciones entre éstos y otros escritores hispanoamericanos y españoles, pues coinciden en una actitud parricida basada sobre todo en el rechazo del realismo mágico y de los espacios rurales. Tal percepción se desprende de McOndo (Mondadori, 1996), una antología de cuentos compilada por los chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez, inspirada, a su vez, en Cuentos con walkman (Santiago de Chile, Planeta, 1993), una antología de nuevos escritores chilenos de extraordinario éxito editorial. McOndo está integrada por escritores latinoamericanos, en su mayoría, y algunos españoles, menores de treinta años: Juan Forn, Rodrigo Fresán y Martín Rejtman, de Argentina; Santiago Gamboa, de Colombia; Rodrigo Soto, de Costa Rica; Edmundo Paz Soldán, de Bolivia; Leonardo Valencia, de Ecuador; los españoles Ray Loriga, José Ángel Mañas y Martín Casariego; los mexicanos Jordi Soler, Naief Yehja y David Toscana; el peruano Jaime Bayley y el uruguayo Gustavo Escanlar. La palabra "McOndo", inventada por Alberto Fuguet, es una mezcla satírica de McDonald's, computadores Mac y la localidad de Cien años de soledad. El Macondo garcimarquino ha sido sustituido por un ámbito urbano, de comida rápida, malls gigantescos, computadoras y autos japoneses. Propugnan una cultura bastarda y mestiza, desechan los frescos sociales o las sagas colectivas, y los cuentos se centran en realidades individuales y privadas. Paradójicamente, en los gestos y declaraciones iconoclastas destinados a distanciarse de sus padres literarios reconocemos un homenaje tácito, pues muchos de ellos se han formado en esas lecturas.
A pesar de convergencias esporádicas, favorecida por la aparición de antologías, el aislamiento entre escritores de distintos países y el desconocimiento mutuo es una realidad cuyas causas más directas deben rastrearse probablemente en la política editorial y la particularización de los mercados que ésta conlleva [9].


 

DANIEL GUEBEL:

LA INFLACIÓN DELIRANTE DE LAS PASIONES

 

El ser querido (1992) de Daniel Guebel [10] comparte algunos temas con las obras de Forn y Fresán aquí tratadas: la Guerra de las Malvinas o los conflictos amorosos, por ejemplo. Pero hay dos aspectos que singularizan su escritura; uno, de carácter existencial, que afecta a los personajes y las situaciones que viven: la mayor parte de ellos se ven arrastrados por una obsesión que convierten en el centro de sus vidas. Otro, de naturaleza retórica, es la perspectiva satírica y caricaturesca que adopta en la mayor parte de los relatos, casi siempre asociada a la imitación de un estilo discursivo particular. A los rasgos citados se puede añadir su interés por la ciencia-ficción en una línea cuyo precedente argentino sería La invención de Morel de Bioy Casares.

La obsesión por llevar a cabo una determinada empresa que, a la postre, resulta inútil, convierte a los personajes en víctimas de un destino que no está fuera, sino dentro de ellos mismos. "Una vida", "El genio secreto" y "El ser querido" -que da título al volumen- sugieren esta idea y ofrecen una versión paródica, caricaturesca, del mito de Sísifo.

El protagonista de "Una vida" es un personaje de una sola pieza, sin matices ni dobleces, que destroza la vida familiar por darle crédito a un anónimo malintencionado. Después de recibir esa nota que le advertía de que su esposa lo había engañado con Marco Antonio Perales y de que el hijo que creía suyo era en realidad de Perales, Bondani consagra su vida a odiarlo y a preparar la venganza. Pero al enterarse de que Perales era estéril, comprende que también lo había sido su obsesión. Con esta anécdota, que funciona a modo de exemplum, Guebel propone la idea de un destino trágico en el que, más que acontecimientos externos, interviene la absurda obstinación del individuo: "Atados inexorablemente a las consecuencias -escribe-, estos hombres no piensan nunca -no se atreven a pensar- que era la naturaleza de sus pretensiones la que alentaba la falla; no comprenden nunca que era en ellos mismos donde habitaba la fatalidad" (p. 51). El ambiente pueblerino y el estilo distante e irónico de la voz narrativa recuerdan la atmósfera de algunos relatos de Arreola. En éste y en otros textos de El ser querido, el máximo interés de Guebel, en lo relativo a procedimientos narrativos, se orienta hacia la enunciación, de acuerdo con la intención satírica y paródica que lo anima. Mediante un atinado vaivén estilístico, en que se confunden las voces del personaje y del narrador, produce un efecto ambivalente; de un lado, el narrador se mantiene distante del personaje y no siente ninguna piedad por él, lo ridiculiza; de otro, se doblega al personaje, imita su forma de hablar y su estilo.

"El ser querido" y "El genio secreto" tienen mucho que ver con Los elementales, libro que aparece el mismo año que El ser querido. Se trata de una novela corta en torno a un científico, Bernetti, venerado por sus discípulos como si de un Dios se tratara. Después de aproximarse a los límites de la química y el arte de la vivisección, Bernetti se dedica a la búsqueda de los Objetos Eternos con el propósito de alterar la historia de la creación. Un día enferma, permanece postrado, y los discípulos, en la creencia de que "atesoraba algún misterio", lo sacaron del hospital y lo llevaron de nuevo al laboratorio. Allí, mientras Bernetti se iba consumiendo, los discípulos investigaban con voracidad los experimentos del Maestro.

"El ser querido", relato muy próximo a La invención de Morel, está construido con un argumento de enredos donde se trenzan la anécdota sentimental -de ahí la referencia a El ideal de un calavera de Blest Gana- y un cientifismo esotérico que parodia el "Todo es todo y está en todas partes al mismo tiempo" borgiano. Guebel toma al pie de la letra el deseo natural de recuperar al ser querido y hace que sus personajes, a través de sofisticados experimentos basados en la teoría del "tercer ojo", se esfuercen por traer a una muerta desde el más allá.

En "El genio secreto" esta teología en acción se traslada al mundillo de las letras. Una presentadora de televisión, Nina Pucci, organiza una especie de reality show entre Daponte, el protagonista, y Ferrucci, un escritor mediocre a quien Daponte había criticado duramente. Más allá del montaje al que se presta interesadamente, Daponte se dedica a conocer sistemáticamente la obra de Ferrucci y la reescribe hasta convertirla en un producto muy superior. Ignorante de su propia valía, la obsesión por descubrir el secreto de la obra de Ferrucci se convierte en el único sentido de su existencia. Y al acabar la última página del "libro clave" del autor, ya desaparecido, todo habrá terminado también para él.

En este relato, Guebel escruta, además, el mundo de las letras para satirizar su vertiente más pública y mediática: recelos y envidias entre los escritores, editoriales poderosas y plumíferos venales, críticos implacables de libros ajenos, montajes televisivos entre presentadoras, editoriales y escritores, etc. Tal vez para no herir susceptibilidades, irónicamente se reconoce en el narrador innominado de la historia, autor de La ostra de oriente (La perla del emperador ).

En otros cuentos del volumen, el modo satírico impregna la narración de forma sistemática. En "Impresiones de un natural nacionalista" la guerra de las Malvinas se convierte en pretexto para ironizar sobre el patriotismo desproporcionado que animó a los argentinos en la confrontación. En lugar de situarse en el presente, Guebel adopta el punto de vista y, sobre todo, el tono de un personaje porteño de fines del siglo XIX, tímido y remilgado. El estilo afectado y cursi denuncia la intención de Guebel de emular a un mediocre escritor finisecular mediante el pastiche satírico [11]. Como solía ocurrír en las novelas decimonónicas de temática socio-política, las relaciones amorosas y la cuestión nacionalista corren paralelas. A ello se añadía el hecho de que casi siempre se tataba de una pareja desigual o enfrentada por razones raciales, políticas y sociales. Guebel, sigue muy de cerca el modelo y lo extrema: ella es Priscilla Plymouth Strangford, la hija del embajador británico en la capital argentina. Se trata, además, de un texto abigarrado y heterogéneo donde se combinan pesonajes, escenas y situaciones variopintas procedentes de fuentes diversas: un Sargento Paiper ("Sergeant Pepper" de los Beatles), un almirante Roger T. Moore, Guillermo Brown, la Armada Invencible, los nombres de barcos claramente alusivos ("Invencible", "Evita Capitana", "Prince Charles", "Laddy Maggie"), la BBC o el Foreign Office. De modo que, si bien la imitación satírica corresponde principalmente al siglo XIX, la práctica del anacronismo y la fusión de artes y géneros diversos aproximan este relato a la reescritura de la Historia que se viene practicando en la novela histórica posmoderna. Tras haber sufrido un desplante en su primer encuentro con Priscilla, el personaje sufre unas grotescas pesadillas eróticas que recuerdan los efectos especiales de películas americanas. Y el reencuentro con Priscilla cerca del campo de batalla, en un puesto de la Cruz Roja donde ella ejercía de enfermera, parodia el reencuentro entre Lara y Doctor Zhivago, de la famosa novela de Boris Pasternak, popularizada por el film de David Lean.

La guerra de las Malvinas está tratada también de forma oblicua en "El amor de Inglaterra". La historia se sitúa a fines de 1982, el narrador lee un episodio de la Historia verdadera de Luciano de Samosata en el que se enfrentan dos tribus que viven dentro de una ballena. El tono satírico y burlesco adoptado por Guebel para tratar el enfrentamiento entre ingleses y argentinos ya está anticipado ahí. La táctica adoptada por él consiste en desarrollar ocurrencias que se sitúan en las antípodas del hecho bélico. A la pasión patriótica y guerrera, Guebel le contrapone la pasión por la literatura inglesa, precisamente. Pero, para evitar cualquier viso moralizante, exagera, ridiculiza y se burla de la devoción exacerbada de Alcira por la obra de Henry James. En "El amor de Inglaterra" convergen tres aficiones vehementes, la de Alcira, ya aludida, la del narrador, que dedica su vida a ayudar a Alcira para que concluya su obra, y la del profesor alemán, que prepara una traducción de la prosa erótica de los modernistas, por las batallas y los escenarios devastados de la guerra.

En El ser querido Guebel atenta contra la tradicional concisión y brevedad que había caracterizado la cuentística de los maestros del género. La proliferación, el crecimiento incontrolado de las ocurrencias narrativas, la ausencia de final sorpresivo, los derroteros inesperados que toman, a veces, los personajes, rasgos asociados a la escritura posmoderna, recuerdan las improvisaciones tan del gusto de Aira, aunque las afinidades entre ambos no vayan más lejos.


 

JUAN FORN:

UNA CRÓNICA DEL DESENCANTO

 

En los ocho relatos que integran el volumen Nadar de noche Juan Forn [12] explora el mundo conflictivo de las relaciones humanas, los sentimientos, la angustia, el amor y el desamor, mediante una fina penetración psicológica de los personajes canalizada a través del diálogo. Al autor le ha interesado sobre todo representar el desarraigo y la inadaptación social de quienes por entonces estaban en la treintena, como se explica en un diálogo de "El borde peligroso de las cosas" que ilustra muy bien el espíritu del libro:

-Sin embargo, en este país, en esta época y a nuestra edad, uno a veces se siente un mutante. Incluso sin guerra nuclear ni desechos radiactivos.
-¿A vos te pasa lo mismo? Es tal cual. Los pibes con sus computadoras, su música sampleada y sus jueguitos electrónicos. Los cuarentones clavados en su pasado psicobolche o en la new age. Somos el jamón del sandwich: no entendemos nada, nadie nos entiende. Estamos como el pajarito agarrado a la última rama del árbol que crece al borde del abismo. Un vientito y caemos en... (p. 155).

En "El karma de algunas chicas", con una anécdota bien sencilla Forn, consigue un relato verdaderamente original: una pareja sostiene una dura discusión, que coincide con un apagón de luz generalizado, y, más tarde, termina reconciliándose. El escritor utiliza una técnica cinematográfica que le permite trabajar la historia desde fuera hacia dentro, acercando el objetivo al personaje masculino que es el eje. La voz en tercera persona que domina la escena y los pensamientos de los personajes pudiera confundirse con un narrador tradicional, omnisciente, pero no es así; más bien se burla de la omnisciencia; por ejemplo, cuando dice: "Era de día, eran las siete de la tarde y por eso no se dieron cuenta cuando se cortó la luz" (p. 11) o "Se sentó, por fin, y estuvo mirando por la ventana hasta que le dolió el cuello de tenerlo tanto tiempo torcido" (p. 12). Es decir, se introduce casi siempre un desvío que provoca el distanciamiento irónico. La misma distancia que existe entre el sujeto de la enunciación y el enunciado se da entre ese mismo sujeto y los personajes. Tampoco el estilo directo con que se devanan los pensamientos íntimos del protagonista es el tradicional de las novelas decimonónicas, sino uno que se desliza suavemente hacia el más puro estilo indirecto libre.

"El karma de algunas chicas", al estar colocado al comienzo del libro, contiene ciertas claves que se desarrollan con variantes en otras historias. Me referiré a tres en especial: la lucha entre los sexos, un estado emotivo de los personajes que queda simbolizado en un objeto o fenómeno externo -aquí es el apagón con el juego de luces y sombras que permite- y, finalmente, el trasfondo urbano.

Forn ironiza en varios relatos sobre el tradicional desencuentro ente los sexos, que cuenta en la literatura hispanoamericana con una larga tradición en la que brillan los nombres de Cortázar, Bioy y Arreola, entre otros. En "El karma de algunas chicas" la mujer desenmascara de manera despiadada a su compañero:

"Por supuesto que estoy harta, y por supuesto que tengo razón. Vos no entendés nada. Vivís en tu burbuja, y todo lo que no te interesa lo ignorás olímpicamente. Si ves un ciego por la calle te fijás en el bastón o en los anteojos, o en el perro, pero ni se te ocurre pensar que el pobre no ve. Si alguien te cuenta que está angustiado, lo que te asombra es que no haya ido al cine a ver la última película que te gustó a vos. ¿Y querés saber lo que más me revienta? Que siempre trates de pasarla lo mejor posible. Incluso cuando se supone que estás sufriendo. Eso es lo que más me revienta de vos (pp. 11-12)".

El vagabundeo mental del personaje, en soledad, durante el apagón, le da a los duros reproches de la chica valor de tesis verificable. Después de ir descartando poco a poco los pensamientos más molestos, se abandona a una fantasía compensatoria y descabellada que le permite disfrutar la tres horas que dura el apagón como si estuviera viendo una película en la que él fuera el primer actor: "Había millones de chicas por la calle que creían realmente que ser lindas era un problema, un verdadero karma que nadie parecía tomar muy en serio. Y él iba a convertirse en el auténtico paladín de todas esas chicas cuya belleza les exacerbaba la sensibilidad acerca de sí mismas y les inquietaba cada vez más" (p. 15). Las divagaciones, propias de un niño o adolescente lector de comics, reproducen una visión paternalista de la mujer, de un machismo rancio, y definen la personalidad infantil y egocéntrica del personaje en diversos aspectos. Uno es el temor a perder la casa si decidían separarse. De forma subliminal, como en los anuncios publicitarios, será uno de los motivos para la reconciliación. Condicionado por sus propias limitaciones, se ve impotente para afrontar la realidad o, al menos, entenderla. Por el contrario, la lucidez de su compañera le permite dominar la situación sin el menor esfuerzo: le basta con convertirse astutamente en una de esas chicas con karma para que él claudique ante la urgencia del apostolado. La palabra "karma", burlonamente, recae sobre él, pues se entiende que le resultará difícil cambiar, que siempre será el mismo. La historia termina cuando vuelve la luz y se produce la reconciliación, es decir, con ambigüedad. Nunca sabremos qué desenlace definitivo le daría el autor a esta historia ni cuál sería el mejor.

El tercer elemento es la ciudad. La visión urbana de Forn es la de una amalgama de ruidos de tráfico, voces, ritmo trepidante, edificios amontonados como colmenas donde los individuos viven mecánicamente, sin pensar, aislados como mónadas en sus respectivas soledades; por ello, la sordina pasajera debida al apagón -los apagones eran muy frecuentes en Buenos Aires a finales de los ochenta debido a la escasez de energía eléctrica- desencadena un flujo de pensamientos en el personaje como si sólo con la luz apagada pudiera mostrarnos su intimidad.

La visión de Forn sobre la pareja no se dirime exactamente en el juego de opuestos masculino vs. femenino, aunque parezca implícito, sino en la incapacidad del individuo de ponerse en la piel del otro. De ahí que no le resulte difícil invertir la situación en "Alquitrán en los pies", que sea en esta ocasión la mujer un ser egoísta e inconsciente.

El relato se estructura a base de siete segmentos que alternan temporalidades diferentes: los pares corresponden al pasado (tres o cuatro años antes) y los impares al presente. Los segmentos van reconstruyendo la relación no muy lejana de Iván y Cecilia a través de los diálogos que mantienen en escenas sucesivas. Los del pasado siempre suceden en un lugar público, un restaurante (2) y un café (4 y 6); los restantes tienen lugar en los exteriores del sanatorio en que él está recluido. El número siete no es indiferente, sugiere un ciclo completo, una historia con final. La técnica narrativa, próxima al lenguaje fílmico, juega con el distanciamiento de una voz en tercera persona cuya perspectiva, desde afuera, recuerda la utilizada en el nouveau roman.

"Alquitrán en los pies" cuenta una historia de adulterio y desamor. Cecilia, una mujer joven, ya casada, tiene una relación con Iván y espera un hijo. Asustada por la situación, decide confesarle lo ocurrido al marido, y éste acepta criar al niño como si fuera su propio hijo. Iván, al saber que perderá a ambos, a ella y a su futuro hijo, intenta suicidarse y es recluido en un sanatorio. La incapacidad para controlar el sufrimiento revela la resistencia de Iván a aceptar los desengaños y traiciones característicos del mundo de los adultos. Para Foucault, la locura es una especie de infancia cronológica y social, psicológica y orgánica, del hombre, que, sin embargo desvela la verdad última de éste. El loco es capaz de mostrar hasta dónde han podido empujarlo las pasiones, la vida de sociedad, todo lo que lo separa de una naturaleza primitiva que no conoce la locura (Foucault 1972: 538). El presente de la narración corresponde a la visita que ella le hace en el sanatorio cuando han transcurrido tres o cuatro años. En la escena final, él comprende que ella no ha ido a visitarlo para verlo e interesarse por su evolución sino por razones más egoístas: estaba preocupada por la enfermedad de su hijo y necesitaba contárselo. La actitud dolida y sarcástica de él hacia ella a lo largo de la escena del sanatorio la va despojando de la máscara de juventud y belleza que la protege hasta dejar al descubierto su verdadero rostro. "Alquitrán en los pies" tiene mucho de juego escénico, de situaciones que parecen desarrollarse ante los ojos de los espectadores, inclusive, al terminar el diálogo en la última escena se encienden las luces. En ese juego, Cecilia resulta una pésima actriz que no consigue dominar su papel y se resigna a abandonar la escena para siempre.

Forn se apoya habitualmente en motivos paralelos, que se integran en la narración para crear la atmósfera deseada y para matizar las acciones y los caracteres; sobre todo los datos relativos al ambiente y el entorno humano, las fluctuaciones climáticas, los diferentes sonidos que se perciben, etc. A veces, el motivo en cuestión resulta tan redundante y evidente para la escena que produce un efecto irónico. Por ejemplo, la frase "El río estaba marrón y espumoso" sirve de epifonema al diálogo que la precede, donde Iván responde con doloroso sarcasmo a los esfuerzos de Cecilia por quedar bien. En esa misma escena, se compara el extenso monólogo de la mujer con el ritmo de una draga que pasa a lo lejos y no termina de perderse de vista (p. 28). Y es que algo de grotesco tienen estos personajes a los que el escritor se obstina en desenmascarar. Si en la historia anterior los pueriles sueños de grandeza del protagonista destapaban su egocentrismo, en "Alquitrán en los pies", el personaje femenino está caracterizado en términos caricaturescos a través de gestos y actitudes que delatan su vacuidad, hasta reducirla a una especie de muñeca: "Cecilia había alzado la cabeza y lo miraba como una autómata"; "Su cabeza colgaba casi ajena al cuello y a los hombros (...). Sin embargo, sólo necesitó secarse las lágrimas y pasarse la mano abierta por el pelo mientras respiraba hondo para recuperar una sorprendente dosis de compostura" (p. 36).

El manicomio reviste una función simbólica muy similar a la que jugó el apagón en el relato anterior. Si la oscuridad sirve para ver más claro, la locura muestra las cosas tal como son, sin máscaras. Por eso Cecilia necesita ponérsela de nuevo para regresar al mundo de fuera, el de las formalidades y la compostura. El alquitrán, otro símbolo oscuro, es el lastre de un pasado que Iván no es capaz de superar, pero que a Cecilia no le impide llevar una vida aparentemente feliz, con la condición de no escarbar en él. La draga, cuya misión es revolver el fango para limpiarlo también se convierte en un símbolo de la escena del sanatorio, donde los personajes hurgan en el pasado. Los conflictos que se plantean en los cuentos de Forn no llegan a resolverse; pues si Iván presenta una dimensión humana superior a la de Cecilia, su autenticidad lo hace vulnerable y lo ha conducido al manicomio; por contra, el egoísmo de Cecilia le sirve para ser más feliz. Claro que si el hombre descubre su verdad en la locura, tal vez la curación sea posible a partir de esa verdad y del fondo mismo de su locura (Foucault 1972: 539); tal vez no todo esté perdido para Iván.

El tema de la droga es tratado de forma muy distinta en dos relatos: "Para Gaby, si quiere" y "El borde peligroso de las cosas". En los dos se enfoca a través de las relaciones de pareja. El primero es el monólogo interior de alguien que lo ha perdido todo y está al borde de perder la propia conciencia. No es extraño que se trate de un poeta, dada la estrecha relación entre las drogas y la creación estética; de hecho, el relato ficcionaliza una nueva manera de entender la realidad desde las visiones de una conciencia deteriorada por los estupefacientes.

"El borde peligroso de las cosas", sin duda uno de los mejores relatos del libro, contiene importantes referencias para situar las historias de Nadar de noche en el contexto social argentino. Es el período de la crisis económica de finales de los años ochenta que hizo perder definitivamente la confianza en el gobierno de Alfonsín y condujo a Menem al Poder [13]. Cuenta una historia muy dura en torno al triángulo formado por la pareja Javier y Daniela, y Manú, amigo de ambos [14]. La presencia de Manú, sin él buscarlo, al menos conscientemente, hace que se rompa la armonía que la pareja disfrutaba hasta ese momento, y Daniela decide abandonar a Javier y marcharse. Javier, desesperado, se deja arrastrar por su amigo hasta un lugar donde se practicaba la promiscuidad y se consumía alcohol y toda clase de drogas. Allí descubre que la personalidad seductora de Manú, su facilidad para embobar al auditorio con las increíbles aventuras de sus andanzas, no era sino fruto de las rayas que esnifaba o de la heroína. Pero ese descubrimiento llega tarde, cuando a Javier no le resultará fácil escapar del paraíso artificial: "la drogue représente l'intrussion de l'inassimilable; le drogué est la proie d'un autre sans visage, en ce for intérieur où devrait cesser toute aliénation" ["la droga representa la intrusión de lo inasimilable; el drogadicto es víctima de un desconocido, en ese fuero interno donde debería cesar toda alienación"] (Brugière 1991: 21).

A través de las vidas de estos tres personajes se pone de relieve la fragilidad de un grupo de jóvenes que, a punto de entrar en la treintena, se ven inmersos en una sociedad sin expectativas, sumida en un caos económico que arrastra en su vorágine a los más débiles. Javier es empleado de banco en un país con una deuda externa considerable y en bancarrota económica; Daniela, una prometedora actriz que tuvo que abandonar la escena por la escasez de presupuesto con que contaban las productoras; Manú vivía de y para la droga. La enajenación del cuerpo mediante la droga desempeña una función similar a la enajenación mental en "Alquitrán en los pies": ambas disfrazan un profundo dolor psíquico cuyas raíces no son exclusivamente personales, sino también sociales.

La proyección social de la historia está representada también en la enunciación mediante un narrador, en tercera persona, que recuerda a los narradores de la novela decimonónica que se proponían lograr un retrato de la sociedad de su tiempo lo más exacto posible a través de los personajes. Pero aquí el disfraz de la omnisciencia, una vez más, resulta una parodia de aquéllos. El retrato social de Forn es también real, pero la voz que enuncia se abstiene de implicarse en los sentimientos de los personajes y opta por la lente deformada y distante de la parodia; la narración se convierte así en un juego de representaciones; a veces la voz narrativa se convierte en un personaje de la historia que hace una acotación como si se tratara de un guión cinematográfico o una pieza teatral:

Acá debería venir una carcajada más o menos brutal y catártica de Javier, en condiciones normales o todo lo normales que pueden esperarse de él en su condición. Pero es evidente que el dudoso sentido del humor que le quedaba se agotó en las páginas anteriores (...) parece que aquí culmina esta sección de la historia de Javier Messen. Que alguien se haga cargo de esta bestia sufriente e incansable, entonces. Que entre Manú para que podamos seguir (pp. 162-163).

En otras ocasiones se reproducen diálogos que ni siquiera el narrador sabe si han tenido lugar o no; conforme avanza el desarrollo narrativo, el sujeto de la enunciación se identifica cada vez más con los personajes, parece contagiarse de las mismas alucinaciones y ya no distingue entre lo real y lo soñado.

Me he referido a la importancia que tiene el contexto socio-político de Argentina en los años ochenta para entender la atmósfera del libro. Sin embargo, normalmente, ese contexto suele quedar difuso y sin datos precisos o apenas sugeridos. La única excepción es "Memorándum Almazán", un relato que sucede en el ámbito diplomático, pues la acción tiene lugar en la embajada de Argentina en Santiago de Chile, algún tiempo después del episodio de la guerra de las Malvinas. La elección de una anécdota tan colateral a dicho episodio agiganta aún más si cabe el ridículo y la humillación que sufrieron los argentinos con esta guerra. Un joven chileno astuto que ha conocido a un soldado argentino, Almazán, que luchó de buena fe en las Malvinas, se presenta en la embajada, se hace pasar por aquél y consigue engañar hasta al mismísimo embajador.

La absurda actuación de la embajada argentina en "Informe Almazán" constituye una burla del desproporcionado sentimiento patriótico e identitario que se suscitó con motivo de aquella guerra. En el relato, la víctima es Aranguren, el ministro consejero de la embajada, un hombre temido por todos, "trepador" e "insaciablemente calculador" que se deja engañar por el falso héroe. Cuando empieza a entender ya es demasiado tarde y pierde su puesto. Para cuando llega ese momento Aranguren ya no es el mismo, es otro hombre que detesta todo lo que había sido antes.

El oportunismo y el arribismo determina la actuación de los personajes en "Informe Almazán": el muchacho chileno, un pícaro posmoderno, suplanta a un soldado argentino y trata de suplantar también a Aranguren; y, podemos sospechar que, el narrador, también miembro de la embajada, se convertirá poco a poco en el primer Aranguren. Este personaje mediocre y astuto aparenta ayudar al ministro consejero pero, en realidad, por detrás, le hace la cama y, en su fuero interno, se complace con la caída de Aranguren porque le permitirá escalar un puesto más alto.

Parte de la estrategia seguida por Forn en este libro queda resumida en "Nadar de noche", el relato que le da título. Un hombre, que pasa un mes con su familia en la casa prestada de unos amigos, sueña que su padre, muerto desde hacía cuatro años, viene a visitarlo. En la conversación, el padre desea saber todo lo que les había pasado a ellos en su ausencia: "Por supuesto, no pretendo que me pongas al día con las noticias. Obviemos la política, el trabajo, el mundo, en general, si es posible. Las cosas domésticas, me interesan. Tus hermanas, vos, Marisa, la beba. Esas cosas" (p. 177). Él, a su vez, quiere saber cómo es la muerte: "Como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse" (p. 182).

Vida doméstica, vacío y soledad son precisamente los componentes principales de estos relatos de Forn que se proponen, a través de la épica menor de la intrahistoria, rescatar la memoria de una época desde la perspectiva de la gente de su generación. Y lo hace colocándose en "una posición panorámica en cuanto a las emociones", sin implicarse en las vidas de los personajes directamente y sin establecer una relación de causa a efecto entre vida política y vida doméstica. Forn nos deja el triste balance de una década, la de los ochenta, a partir de la restauración de la Democracia, que frustró todas las ilusiones generadas tras la caída de la Dictadura.


 

LA IRRISIÓN DE LA HISTORIA EN RODRIGO FRESÁN

 

Historia argentina (1991) es el primer libro de Rodrigo Fresán [15] y uno de los mejores que ha escrito. Una obra de estructura compleja, paródica y metaficcional hasta la saturación, donde ha querido integrar la Historia de Argentina durante uno de sus períodos más negros (1976-1983) con vivencias personales. En este libro, Fresán se propone desorientar al lector adiestrado en la narrativa de los sesenta y setenta, obsesionado por encontrar una lógica constructiva perfecta, y continuamente lo va desviando con nuevas reformulaciones del libro, en lo relativo a personajes, historias y estructura. Una de las claves compositivas está en los cuentos de Borges, sobre todo Ficciones, en que la escritura prevé reiteradas lecturas; también en la novela atómica o atomizada preconizada por Scott Fitzgerald, John Cheever y Kurt Vonnegut Jr., autores citados en "Estado de gracias" -uno de los apartados del libro-, y, en lo musical, en las Variaciones Goldberg -compuestas por J. S. Bach para su discípulo- interpretadas por Glenn Gould, tantas veces citadas en Historia argentina [16].

Consciente de la dificultad estructural, Fresán vuelve la mirada una y otra vez sobre el libro ofreciéndonos distintas claves de lectura. Así, "Histeria argentina II", si bien corresponde al título de un relato, resulta una pista bastante evidente tanto de la influencia del cine en la técnica constructiva del libro, como de la clave paródica en que deben leerse los referentes históricos. Las connotaciones psicoanalíticas de la palabra "histeria" casan bien, además, con la imagen estereotipada del argentino como un sujeto obsesionado por el subconsciente. El autor de la novela trabaja para una misteriosa Fundación norteamericana muy interesada en conocer los despropósitos de la historia argentina; pero, él, en lugar de atenerse a los datos concretos, opta por la ficción. Las confusiones que crean sus historias en la Fundación le obligan a escribir una primera novela "iniciática y sutilmente autobiográfica", Histeria argentina I, la misma que ha perdido en su computadora (de ahí el ataque de histeria). Para reemplazarla, escribe la biografía de Lucas Chevieux (che, viejo), el hombre del lado de afuera, un guerrillero vividor cuya historia se narra en "El lado de afuera". Al recrear la figura de Lucas Chevieux, Fresán recurre a la historieta o emulación de un film de aventuras, tipo James Bond, con objeto de restarle dramatismo a una supuesta historia verdadera, la del jefe de guerrilleros impostor y corrupto, asesino sin escrúpulos que se fabrica una imagen de héroe para aprovecharse de la situación y enriquecerse. El sintagma "desde afuera" es ambiguo. De un lado, se refiere a los personajes que no se comprometen con ninguna causa sino que sólo buscan su provecho personal, los sin escrúpulos. De otro, representa la perspectiva que él adopta para contar la Historia de Argentina. Colocarse fuera, como si no tuviera nada que ver con él, observar la realidad más críticamente. Pero, al asociar de ese modo su punto de vista con la actitud de los cínicos, oportunistas y asesinos, Fresán deja traslucir un sentimiento de culpa, una mala conciencia, por contar con desparpajo y humor historias tan dramáticas.

Otro relato en la línea del anterior es "El sistema educativo". En él aparece un narrador que contrasta dos tipos de narración, la que antepone la historia a contar a cualquier maniobra estética (es la que él defiende) y la que recurre a estructuras complejas (es la que prefiere Mariana). Para complacer a Mariana opta por la segunda manera. Mariana es un personaje de simbolismo metaficcional: a ella va dirigido el Postcriptum a "El sistema educativo", que tanto recuerda a "Carta de una señorita en París", de Cortázar.

En uno de los últimos relatos, "La situación geográfica", de carácter futurista, un escritor, cansado de su tarea, está delante del ordenador (la página en blanco) en el Tercer Milenio, ve dibujarse el mapa de Argentina y desfilar delante de sus ojos toda la Historia del país, incluidas las anécdotas que hemos leído en Historia argentina. A sabiendas de que todo cuanto ha escrito tratando de reinterpretar la Historia no es más que una ficcionalización de la realidad, e incrédulo del valor de su escritura, decide hacer desaparecer toda la memoria escondida detrás de dos palabras, Mariana y Argentina, apretando Delete. Pero, en lugar de ello, lo que desaparece es la Argentina real y sólo quedan sus ficciones. En "La vocación literaria", el narrador es un escritor, asmático y ya anciano, que se encuentra en Iowa en el Tercer Milenio, después de haber desaparecido su país de origen, y trata de explicar ante un auditorio cómo convertirse en escritor. En este relato se explican muchas de las claves escriturales de Historia argentina: "La odisea de un hombre que, obligado a enfrentar algo terrible, empieza a reescribir todo lo acontecido desde cero, modificando acontecimientos históricos, estrangulando almanaques y efemérides hasta llegar al espanto de su presente y corregirlo" (p. 225). Las dos historias que se entrecruzan en el libro, pues, son las del escritor y la del país, si bien ambas recreadas ficcionalmente y deformadas por el humor. Si la Historia argentina de esos años es bien conocida, no lo es tanto un episodio real de la vida de Fresán que, naturalmente, está recogido en el libro. A comienzos de los años setenta, el escritor fue secuestrado por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y canjeado por su madre, militante izquierdista. Posteriormente fue liberada bajo la obligación de abandonar el país. La familia se exilió a Venezuela, donde vivió entre 1974 y 1979. Cuando Rodrigo Fresán regresó a Argentina tenía dieciséis años.

La Historia de Argentina en el libro de Fresán es de naturaleza jánica: un lado está orientado hacia la cultura y la literatura; otro, hacia la política, con la Dictadura y sus secuelas (represión política, torturas, secuestros y desapariciones); la atmósfera de agitación social y violencia que se respiraba en Buenos Aires ("La formación científica"); el fracaso de los ideales utópicos de los 70 (la guerrilla de los montoneros); y la guerra de las Malvinas. Como ocurría en la novela romántica, en que la construcción nacional se desarrollaba en paralelo con una historia de amor, Fresán va mezclando las historias particulares -en casi todas ellas hay una pareja- con los sucesos políticos.

En lo cultural, asoman los mitos nacionales del gaucho ("Los padres de la patria") , Eva Perón ("El único privilegiado"), Borges, omnipresente en este libro, y el cantante rockero Julio Dellaroca, ídolo de la generación de Fresán ("La Roca Argentina (12 Grandes Éxitos)"). Junto con ellos, los mitos personales -de proyección generacional- y las influencias de todo tipo y origen que han marcado su vocación. Ahí se mezclan, en una heterogeneidad muy posmoderna, cine, literatura y música. Entre los films, Fantasía, de Walt Disney, a través de Mickey Mouse ("El aprendiz de brujo"), Lawrence de Arabia, los films de James Bond ("El lado de afuera") y Animal House, a través de John Belushi ("El sistema educativo"). Las referencias literarias e intertextuales son muy numerosas: García Márquez y el realismo mágico ("Los padres de la patria"); varios cuentos de Cortázar, "Carta a una señorita en París" ("La memoria de un pueblo"), "La noche boca arriba", "Axolotl" y "El otro cielo" ("Historia antigua") y, sobre todo, los cuentos de Borges ( "El Sur", "Pierre Ménard, autor del Quijote", "El acercamiento a Almotásim" y "El jardín de senderos que se bifurcan").

Dos de los relatos más representativos de la cocina literaria de Fresán son "Padres de la patria" y "El aprendiz de brujo". En ellos se puede apreciar la libertad de la generación de los 90 en el manejo de fuentes; su inevitable afición a lo híbrido para desacralizar toda herencia literaria

En "Padres de la patria", primer cuento del libro, introducido por un epígrafe de "El Sur" de Borges, la intención paródica y humorística de Fresán se atreve con la temática gauchesca y le da varias vueltas de tuerca a la mítica pareja inmortalizada por José Hernández a partir del modelo cervantino. Quizá Fresán, jugando con este origen más remoto, embarca a sus gauchos minimalistas, Chivas y Gonçalves, en un retorno fracasado al Viejo Mundo. La equivalencia entre esta pareja y la formada por Martín Fierro y Cruz se sugiere humorísticamente a través de una lanza clavada en el hombro izquierdo de Gonçalves que un misionero cruzó con una rama de olivo, de forma que "Gonçalves cabalgaba a lo ancho y a lo largo del virreynato como una suerte de Cristo recién desclavado". La comparación con la figura de Cristo juega al mismo tiempo con el nombre de Cruz y con el perfil sufriente de los dos gauchos en la primera parte del poema. El tópico del gaucho quejoso se convierte también en una imagen burlona del argentino fuera de la patria: "Después de gemir, gritar y cantar canciones de su patria tan lejana, Gonçalves se derrumbaba de cuerpo entero (...)" (p. 15).

De acuerdo con las resonancias fundadoras que promete el título de este relato, buena parte de su naturaleza paródica se basa en dos importantes padres literarios de la nueva narrativa hispanoamericana, Borges y García Márquez ocultos bajo el disfraz de los dos gauchos [17]. La parodia de Borges atañe a aspectos constructivos y estilísticos, en particular, la táctica de la anticipación ("los pormenores que profetizan") y la función promordial que desempeña en ella el adjetivo ("El lanzazo se lo había encajado con envidiable gracia y estilo el más bajo de los caciques gigantes" [18]), o el uso de expresiones típicamente borgianas ("que fatigaban este paisaje huérfano de mapa y de brújula" [19]; "le eran ajenas las maravillas de las matemáticas"). El intertexto formado por el tándem Hernández-Borges está entreverado con la pareja Crónicas de Indias-García Márquez, parodiada también esta última en un doble plano, semántico y técnico-estilístico.

La visión primigenia del mundo adoptada por García Márquez a partir de las Crónicas de Indias, la misma que utilizó para describir el paisaje del entorno macondino antes de su fundación, le sirve a Fresán para describir la Pampa. Cuando viajan al Viejo Mundo un monstruo marino hace hundir el barco, y los gauchos de Fresán adolecen del mismo atraso con respecto a los conocimientos científicos que padecían los Buendía. Es decir, una parodia del realismo mágico. La maldición de la Princesa Anahí recuerda bastante la Profecía de la Mora en los Naufragios de Álvar Núñez e inclusive la función profética del gitano Melquíades y el caballo/ libro no deja de ser una imagen paródica del binomio realidad/ libro tanto en Borges como en García Márquez. Y los trances de Gonçalves, una burla de las técnicas surrealistas adoptadas por los practicantes del realismo mágico y de la literatura fantástica, que Fresán reduce a los enunciados descontextualizados de un noticiero.

En "Los padres de la patria" se cumple una de las características esenciales de la parodia: repetición con diferencia en una "trans-contextualización" irónica (Hutcheon 1985: 32). Según hemos visto, este primer relato nos ofrece versiones paródicas de estructuras narrativas y estilísticas; lo que constituye un guiño dirigido a los lectores para proponerles una perspectiva de lectura, entre las muchas posibles. Como tantos autores posmodernos, Fresán se representa a sí mismo en el texto desde una posición marginal (un simple grumete) y a la vez privilegiada, pues esa marginalidad resulta una garantía de libertad.

En "El aprendiz de brujo" el humilde grumete se ha transformado en un aprendiz de escritor que no es capaz de controlar el universo que describe. Mediante una burlona captatio benevolentiae critica su falta de ubicación en el contexto real de las cosas y se tacha a sí mismo y a sus congéneres de "auténticas basuras", "formas originales de lo monstruoso", "pérdidas de tiempo en constante movimiento". Es decir, que el proceso de degradación afecta no sólo al universo representado, sino al autor y a la propia narración. Está presidido este relato por una figura perteneciente al mundo de los dibujos animados: el ratón Mickey. Más concretamente, por una de las secuencias de la película Fantasía en la que el conocidísimo personaje de Walt Disney ejerce de aprendiz de brujo, pierde el control de los objetos e inunda el castillo del hechicero. Una característica del escritor posmoderno, que se remonta al vanguardismo, consiste en borrar jerarquías y nivelar diferencias. Es lo que sucede con el ratón Mickey (el cine y los dibujos animados) tan decisivo para la formación del narrador-escritor como Borges o García Márquez, al menos en esta parodia al cuadrado o al cubo que son los textos de Fresán.

"El aprendiz de brujo" se estructura a base de secuencias separadas por espacios en blanco donde se van entreverando diversas historias y temas -una disposición en visible deuda con la narración fílmica. Pero, en lugar de desarrollar todas las ocurrencias posibles que van apareciendo, a través de personajes como los padres, Leticia, la tía, su hermano Alejo, etc., la mayoría quedan abortadas para ser retomadas en otros relatos. En cambio, se detiene en lo que sucede en la cocina del "Savoy fair" y sus integrantes. El texto es una alegoría donde los personajes no son exactamente de carne y hueso sino más bien vehículos de ideas, opiniones y comportamientos. Esa dimensión alegórica nos permite entender la cocina del "Savoy Fair" a modo de un microcosmos con doble implicación: político-social y poética. En la primera, el personaje-narrador-Mickey, investido de aprendiz de brujo, se enfrenta al orden establecido y vence. En la segunda, su descenso a las profundidades del "Savoy Fair" le permite reconocer todos los resortes y sutilezas de la cocina literaria perfectamente estructurada y preconcebida y, por tanto, también los recursos necesarios para descomponerla. Este paralelismo entre autoritarismo político y autoritarismo escritural está parodiado a través de los juegos entre héroes y villanos propios de los dibujos animados.

En lo político, Fresán se atreve con las vertientes más negras del pasado reciente argentino aunque tratadas con distancia y humor. "La soberanía nacional", uno de los cuentos más logrados, gira en torno a la guerra de las Malvinas. Desde los testimonios de tres soldados que participan en ella, se ofrece una imagen distorsionada de la guerra, vista a través de un espejo cóncavo, pero muy auténtica, a la vez. Alejo, el hermano menor del protagonista de "El aprendiz de brujo", representa a una juventud que nada tiene que ver con la guerra, pues la única visión que posee procede del cine o la televisión. Su anécdota puede resumirse en cómo un cobarde llega a convertirse en héroe. Lo mismo sucede con el segundo soldado, un fanático de los Rolling Stones cuya mayor ilusión es entregarse a los ingleses y dejarse llevar prisionero a Londres, esperar a que pase la guerra y asistir a un concierto de sus ídolos. Ninguno de los dos es capaz de odiar al enemigo ni tampoco de matarlo; es más, cada uno, a su manera, lo admira. El tercero, el único con vocación heroica, es un torpe asesino.

Nos enfrentamos en este libro a una escritura fragmentada, hecha a base de piezas sueltas, donde ninguna significación está dada de antemano; como si el narrador no controlara la historia -a semejanza de "El aprendiz de brujo"- y ésta tuviera vida independiente; algo similar, mutatis mutandis, a la experiencia vivida por el fotógrafo de "Las babas del diablo". Es más, la posición adoptada por varios de los narradores en Historia argentina es la de un sobreviviente, alguien que estuvo clínicamente muerto y al regresar a la vida la ve desde afuera, como si ya no la estuviera viviendo.



NOTAS

 

[1] El concepto de posmodernidad es sobre el que existe un mayor consenso a la hora de caracterizar la literatura hispanoamericana de los últimos decenios. Véase al respecto Raymond L. Williams, The Postmodern Novel in Latin America. Politics, Culture and the Crisis of Truth,N. York, St. Martin's Press, 1995. Vicente Lecuna, La ciudad letrada en el planeta electrónico. La situación actual del intelectual latinoamericano, Madrid, Pliegos, 1999. Néstor García Canclini, Culturas híbridas.Estrategias para entrar y salir de la modernidad (1990), Buenos Aires, Editorial Paidós, 2001, 1ª ed. actualizada. Para la literatura argentina, en particular, son muy útiles los de Karl Kohut/Andrea Pagni (eds.), Literatura argentina hoy. De la dictadura a la democracia, Vervuert, Frankfurt, Madrid, 1993; Rolland Spiller (ed.), La novela argentina de los años 80, Editorial Vervuert, Frankfurt/Main, 1995; Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994; Karl Kohut (ed.), Literaturas del Río de la Plata Hoy. De las utopías al desencanto, Vervuert, Frankfurt, 1996. Una buena síntesis sobre la aplicación del concepto a la literatura latinoamericana se encuentra en la introducción que hace Karl Kohut a La invención del pasado. La novela histórica en el marco de la posmodernidad, Vervuert, Frankfurt-Madrid, 1997, libro del que es editor.

Ahora bien, cuando hablamos de posmodernidad en Latinoamérica hay que distinguir entre distintas esferas, pues -como ha señalado García Canclini- mientras que las corrientes posmodernas prevalecen en el arte, la arquitectura y la filosofía, no sucede lo mismo en la esfera económica y política donde todavía imperan los objetivos modernizadores. En el caso de Argentina, el desequilibrio entre cultura, de un lado, economía y política, de otro, resulta bastante patente. Y la literatura no permanece ajena a ese conflicto, ni mucho menos.

[2] La crítica ha recurrido a la expresión popular 'estar de vuelta' para describir el sentimiento posmodernista. Véase al respecto: Ferenc Feher, "Comentarios sobre el intermezzo postmodernista", en Revista de Occidente, noviembre de 1986, 66: 57-74.

[3] Véase al respecto Cristina Piña 1993, 517-519: 121-138.

[4] Esta distinción aparece en el artículo de Donna Haraway, citado por Hayles, titulado "A Manifiesto for Cyborgs: Science, Technology, and Socialist Feminism in the 1980s", Socialist Review 80: 65-107.

[5] Esta misma cuestión es abordada en "Mercado, editoriales y difusión de discursos culturales en América Latina", Revista Iberoamericana, oct.-dic. 2001, vol. LXXVII, 197.

[6] Cita tomada de Claudio E. Benzecry, "El almuerzo de los remeros. Profesionalismo y literatura en la década del 90", Hispamérica, año XXIX, dic. 2000, 87: 19. Dicho artículo se ocupa de los espacios de sociabilidad intelectual en que se mueve este grupo de escritores y contiene numerosas referencias a las polémicas sostenidas por ambos grupos en actos sociales y revistas. Esta división estética se trasladó también al plano editorial: "babélicos" vs. "planetarios" o "planeta boys" (Forn y Fresán, asociados con Editorial Planeta). No está de más recordar que en la década del noventa las grandes empresas editoriales -casi siempre con las casas matrices fuera de Argentina- intensificaron los mecanismos de promoción recurriendo a las más variadas estrategias.

[7] Este fenómeno sociológico-literario de particular interés en la generación de los noventa, es comentado detalladamente por Claudio E. Benzecry en su artículo mediante datos muy curiosos. También resulta interesante consultar: Gabriela Saidón (ed.), El encuentro del bosque. La Argentina como escenario, Primera reunión de narradores argentinos en el Hotel del Bosque de Pinamar. Actas de un encuentro que se realizó en ese lugar en 1991, coordinado por Martín Caparrós y Luis Chitarroni, publicadas por Sudamericana, 1993, en el que hubo un largo debate sobre el mercado editorial.

[8] Sobre estas cuestiones trata Carmen Perilli en "La figura en el tapiz", en Las ratas en la torre de Babel. La novela argentina entre 1982 y 1992, Buenos Aires, Ediciones Letra Buena S. A., 1994.

[9] Cfr. Eduardo Becerra (1999: XIII-XXV).

[10] Daniel Guebel (Buenos Aires, 1956) es autor de las novelas Arnulfo o los infortunios de un príncipe (1987), La perla del emperador (premio Emecé 1991), Los elementales (1992), Matilde (1994), El terrorista (1998) y Nina (2000).

[11] Naturalmente, recuerda bastante al narrador de "Pierre Ménard, autor del Quijote".

[12] Juan Forn (Buenos Aires, 1959) empezó trabajando para la editorial Emecé (1984) primero como recepcionista, luego de corrector y traductor y, finalmente, asesor. Desde 1989 hasta principios de 1996 fue responsable de las colecciones Biblioteca del Sur y Espejo de la Argentina en la Editorial Planeta. Cerca del fin del milenio creó Radar, el suplemento cultural del diario Página/ 12. Ha escrito poemas, guiones cinematográficos y, como "negro" (ghost-writer), ha escrito manuales de autoayuda, novelas históricas y de política-ficción. Entre sus obras figuran las novelas Corazones cautivos más arriba (1987), Frivolidad (1995), Puras mentiras (2002); y el libro Conversaciones con Enrique Pinti (1990).

[13] Al no poder realizar los pagos correspondientes de la deuda, Alfonsín tuvo que recurrir a nuevos préstamos que sólo hicieron aumentar la dependencia del país. En 1989 se incrementaron las medidas de austeridad con apagones diarios y racionamiento de la energía; se produjo una profunda recesión y un aumento de la inflación y el desempleo. La escasez de alimentos originó una serie de disturbios y manifestaciones en todo el país en que la gente tomó posesión de los supermercados dejando los estantes vacíos. El gobierno respondió declarando la nación en estado de emergencia y prohibiendo huelgas y manifestaciones. Esta situación fue la que condujo a Carlos Saúl Menem a la silla presidencial.

[14] La asociación con el triángulo cortazariano formado por Horacio Oliveira, Talita y Traveller salta a la vista.

[15] Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), escritor y periodista, es autor, entre otras obras, de otros dos volúmenes de relatos, Vidas de Santos (1993) y La velocidad de las cosas (1998). Ha publicado también la miscelánea Trabajos manuales (1994) y las novelas Esperanto (1995) y Mantra (2001).

[16] Esta referencia aparece en "La formación científica", cuyo narrador forma parte de un grupo científico llamado la Fundación. Tanto ésta como Variaciones Goldberg recuerdan la Fundación Borges y la revista Variaciones que publica dicha Fundación. Además, Bach escribió las 30 Variaciones para su discípulo y amigo Goldberg, luego el relato resulta una inversión: el homenaje del discípulo al maestro.

[17] Así el narrador comenta que "durante el tiempo que duraban los trances de Gonçalves éste se expresaba con elegancia, tacto y un envidiable poder de síntesis, nada frecuente en estas orillas recién desembarcadas", lo que nos hace pensar inmediatamente en el estilo borgiano, y los duermevelas de Gonçalves se parecen a los del protagonista de "El Sur". Pero Fresán no respeta las identidades de los dos escritores sino que las mezcla.

[18] El adjetivo "envidiable" representa la perspectiva del autor, quien, sin duda, no se refiere tanto a la muerte física del gaucho como a la literaria en cuanto símbolo de argentinidad. El autor del lanzazo, "el más bajo de los caciques gigantes" bien pudiera ser el propio Borges, ya que, siguiendo con los juegos antitéticos característicos de "Los padres de la patria", "el más bajo" equivaldría a "el más alto". Los subrayados son míos.

[19] Además, el lector asocia inmediatamente "mapa y brújula" con "La muerte y la brújula". Los subrayados son míos.


 

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