Juan Ignacio González del Castillo
El cortejo substituto
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"[...] no debe olvidarse que los sainetes de González del Castillo son también una fuente admirable para adentrarnos en otros aspectos de finales del siglo XVIII gaditano, en el que tantas otras facetas de la cultura popular comienzan a cobrar vida. Josep María Sala Valldaura, el mejor estudioso de la obra sainetesca de nuestro autor, alude así a ese atesoramiento de informaciones costumbristas que subyacen en los sainetes: 'el precostumbrismo de González del Castillo aventaja al costumbrismo inmovilista en tres puntos: la posibilidad de la particularización, el partir de una realidad viva y no en trance de desaparición, y la relación del autor con el público, al que tiene una gran simpatía y se acerca sin paternalismo, no con la lente del obsesionado cazador de peculiaridades'. La mayor parte de los sainetes están situados en esos espacios fronterizos -el café, la taberna, la casa de vecindad, el barrio, las bodas, las fiestas- en que se funden lo público y lo privado y que constituían en aquella época el mejor caldo de cultivo para la nueva sociedad que traería el romanticismo. Todo eso ya González del Castillo lo anuncia."
ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO
EL CORTEJO SUBSTITUTO PERSONAS DON PEDRO, cortejo substituto. DON JOSÉ, cortejo de DOÑA ANA. DON JUAN, cortejo de DOÑA TECLA. DON HILARIO, cortejo de DOÑA ISABEL. DOÑA ISIDORA. FELIPA, criada. BENITO, criado.Habitación de DON PEDRO, con sillas, mesa con libros, papeles y escribanía. BENITO aparece en el teatro y DON JOSÉ sale por la derecha.
JOSÉ ¿Está ahí tu amo? BENITO Ahí está. JOSÉ Pues dile que aquí lo aguardo. BENITO Está muy bien. (Vase.) JOSÉ Mientras viene, estos papeles veamos. La Casandra. ¡Puf, qué peste! No hay paciencia para tantos traductores de novelas y romances. El Diario de Cádiz; si dura más pienso que hasta los serranos hubieran zampado cartas en el cepillo. Leamos: La Magdalena cautiva, comedia nueva en tres actos. Dale que han de ser poetas, y dale que son naranjos. Pero ¡tate!: Observaciones de don Pedro Montefalco sobre el mérito de varias currutacas. Yo lo guardo. ¡Don Pedro escritor! ¿Por dónde? Pero él sale. PEDRO (Saliendo.) Adiós, Pepazo. ¿Tú por acá? ¿Qué hay de nuevo? ¿Te ausentas, o estás acaso de entredicho con doña Ana? JOSÉ No es nada de eso. Otro enfado vengo a darte. PEDRO ¿Qué se ofrece? Despachemos; que ahora acabo de recibir diez esquelas de diez damas que han quebrado con sus cortejos; y es fuerza asistir a su despacho mientras dura el interregno. JOSÉ Pues, Periquito; mi encargo se reduce a que esta noche acompañes a un sarao a mi doña Ana. PEDRO No puedo; eso es ya mucho trabajo. ¿Qué pretenden los cortejos? ¿No consuelo, no acompaño sus damas en las ausencias y enfermedades? JOSÉ Es claro. PEDRO Pues si quieren más, que busquen un substituto de palo; que yo no puedo con tantas obligaciones. JOSÉ Un rato más o menos... PEDRO No es posible; y si no mira el estado de los cortejos del día. Doscientos hay embarcados; quinientos están enfermos; trescientos andan viajando; ciento y ochenta suspensos, y diez que han abandonado sus puestos cobardemente. (Guarda el papel.) Sobre que en catorce años que desempeño mi empleo, nunca he visto en los estrados tan grande revolución. Mucho asunto en este ramo hallarán los escritores de nuestro siglo. BENITO (Sale con un papel.) Un criado viene con este billete. PEDRO ¡Ay!, ya no puedo con tanto cortejo con tabardillo. (Lee.) "Junto a los Desamparados; número cuarenta y tres, doña Leonarda Camacho." Esto es morir. JOSÉ Yo no sé cómo puedes dar abasto. PEDRO Pediré que me jubilen si aprieta más el trabajo; y si no que me señalen un compañero. BENITO (Saliendo.) En el patio, licencia espera una dama. PEDRO Dile que suba, pelmazo. Vete al punto; que sin duda éste es caso reservado. JOSÉ Cumple con tu obligación. Adiós. (Vase.) PEDRO Escribe en llegando. ¡Cáscaras! Sólo faltaba que por irse a picos pardos me encajase a mí la pupa. ISIDORA (Saliendo.) Don Pedro, beso su mano. PEDRO Señorita; este favor fuera sin ese recato más apreciable. ISIDORA Si en eso consiste, ya me destapo. PEDRO ¡Hermosa cara! ¿Y quién rinde adoración a ese cuadro? ISIDORA Don Ignacio Argamasilla. PEDRO ¡Oh, qué lindo pajarraco! Ése muda más cortejos que camisas. ¡Cuánto, cuánto me da el tal hombre que hacer! Pero, en fin, vamos al caso: ¿qué ha sucedido? ISIDORA Que ayer, estándome yo peinando, vino serio a preguntarme de qué color era el lazo del prendido; respondíle que de cielo, y alterado me replicó:"No ha de ser sino verde guacamayo. -Será cielo. -No será. -Pues yo quiero. -Yo lo mando." Al oír esta terrible palabra, le tiré un ramo de flores a la cabeza; pasóle un jazmín rozando la patilla, y como un tigre comenzó a pisotearlo. Yo, más airada, le arrojo el peine, después un paño de cara, cuatro plumeros, y al levantar luego el brazo con la borla de los polvos me dijo tal dicharacho, que, del bochorno, un minuto estuve con un desmayo. PEDRO ¡Qué perverso! Yo discurro que no hay en el gremio cuatro cortejos tan insufribles. Mire usted: habrá dos años que riñó con doña Clara Falcón, por unos zapatos; y, porque la pobre dama le estampó algunos araños, le pegó tal bofetón que le hizo un desconchado en la mejilla derecha, de tres pulgadas en cuadro; de modo que el lance fue muy ruidoso en los estrados; y estuvo cuatro minutos, y un segundo, arrodillado para conseguir que fuese aquella noche a un sarao. ISIDORA El traidor tomó la puerta sin hacer el menor caso de mis suspiros, después que lo antepuse a un hidalgo portugués, nieto del rey don Sebastián, que prendado de mis gracias me mandó un día cinco lacayos con un papel en estilo metafórico... Mas cuando... ¿Qué es esto? ¡Jesús mil veces!... PEDRO ¡Pobre señora! Un desmayo. Apliquémosle el succino. ISIDORA ¡Ay de mí! PEDRO Remedio santo. ISIDORA Desde anoche estoy así. PEDRO. ¡Vaya, que estoy espantado! Yo no he visto un accidente más violento. Le ha durado medio minuto. ¡Qué horror! ISIDORA ¡Ay, don Pedrito; en sus manos pongo mi vida! PEDRO (De rodillas.) Bien mío; usted disponga a su agrado de mi terneza. Yo juro idolatrarla, entretanto que un cortejo en propiedad corte el interino lazo. ISIDORA Eso sólo me conforta. PEDRO Pero es fuerza que sepamos qué servicios quiere usted; ¿los visibles, o privados? ISIDORA Explíqueme usted. PEDRO Señora; como mi empleo es tan vasto no es posible enteramente cumplir con empeños tantos. Con unas sólo me obligo a llevarlas al teatro, al paseo, a la visita; y con otras me contrato para el tocador, la mesa, la tertulia y el estrado. Ya ve usted que sólo así puedo servirlas con garbo, y aun, con todo, no me libro de araños y abanicazos. ISIDORA Pues, don Pedrito, conmigo tendréis muy poco trabajo, porque la Alameda es sitio de polvareda y codazos; el Arrecife es paseo de coches y de caballos; y sólo la calle Ancha, entre once y doce, es el campo donde puede una mujer soltar las riendas al garbo. PEDRO Ya se ve; como que están las tiendas llenas de argos, y al olor de una basquiña salen más de mil gazapos fuera de sus madrigueras. ISIDORA Yo espero enjugar el llanto muy pronto. PEDRO No tiene duda; pero en yendo yo a su lado conocerán que está vaca la prebenda, y a dos manos recogerá memoriales de tiernos enamorados. ISIDORA Pues cuenta con no faltar a su deber. PEDRO Ni pensarlo. ISIDORA ¡Ay, que me da, que me da!... (Se desmaya.) PEDRO ¡Qué dolor! ¿Otro desmayo? Pues salga el succino. ISIDORA ¡Cielos, yo fallezco! PEDRO Es un milagro el succino. Ea, mi bien, tenga usted valor... ISIDORA El paso no es para menos. PEDRO Ponerse una pítima en llegando. ISIDORA Ya me vuelve. (Se desmaya.) PEDRO ¿Otro deliquio? Pues el pomo. ISIDORA Ya ha pasado. PEDRO Señora; tres accidentes en tan cortísimo espacio me tienen fuera de mí. ISIDORA Véngame usté acompañando. PEDRO Vamos, mi bien; y el succino se lo llevaré aplicado.
Sala con sillas, y salen DOÑA ISABEL y FELIPA.
ISABEL ¿Has visto pasar, Felipa, por la calle a don Hilario? FELIPA Nada menos que seis veces. ISABEL Eso sí; pene el ingrato que bastantes sinsabores su inconstancia me ha costado. FELIPA Hételo por dónde viene. (Vase.) ISABEL Pues me ha de encontrar de mármol. HILARIO (Saliendo.) No pienses que vengo, ingrata, a solicitar tu lado, pues llegaron a su colmo tu injusticia y mis agravios; hoy sólo vengo a volverte tus papeles; estos rasgos que besaba en otro tiempo ya no quiero aun conservarlos. ISABEL Caballero; usted pudiera mandarlos con un criado. ¡Válgame Dios! Cuánto siento que se tome ese trabajo. HILARIO ¿Ves, inconstante; ves como fueron falsos tus halagos, cuando estás con tal frescura? ISABEL ¿Pues qué quiere, don Hilario; que me dé cuatro sangrías en despique de haber dado a doña Clara de Rivas su corazón, olvidando antiguas obligaciones? HILARIO ¿Yo a doña Clara? ¡Qué engaño! ISABEL Yo lo sé de buena tinta, mi señor, mas no me espanto; doña Clara es una dama de mérito, por su garbo, por su chiste, por el gusto de su aliño y el boato de su casa; finalmente, la tal dama fuera un pasmo si no tuviera la falta de un si es no es de desgarro, mucho de coquetería o ligereza de cascos; defectos que, ciertamente, jamás podrá dispensarlos un galán de tanto punto, tan constante, tan honrado, y sobre todo tan firme, como puedo yo jurarlo. HILARIO ¡Vive Dios que esa ironía me desespera! Di: ¡cuándo he dado el menor motivo? ISABEL La otra noche en el sarao, después de la contradanza, hubo el excelente paso de abanicar y limpiarle el sudor de cuando en cuando. Hubo aquello... Mas ¿qué importa? ¿Para qué nos fatigamos? Ya he mandado yo el billete a don Pedro. Aquí le aguardo; conque usted tiene licencia para marcharse en gustando. HILARIO ¡Ya sufrir tanto es bajeza! ¡Vive el cielo! PEDRO (Saliendo.) Si he tardado, madamita, dispensadme. ¿Pero qué es esto? Tú, Hilario, ¿eres el enfermo? HILARIO Estoy por hacer un atentado. (Se tira en una silla.) PEDRO Hombre, ten pecho; estos lances en amor son ordinarios. Mira; ayer substituí siete veces a don Fausto, porque doña Juana y él otras tantas se enfadaron e hicieron las amistades; de modo que seis lacayos anduvieron todo el día detrás de mí, destacados. ISABEL ¡Don Pedro! PEDRO Con tu licencia desempeñaré mi encargo. ¡Dueño mío! (Se arrodilla.) ISABEL Con más gracia se requiebra. PEDRO ¡Dueño amado! Seré tierno, seré dulce, seré... ISABEL Vaya usté en un salto, y tráigame un alfiler. PEDRO Iré lo mismo que un rayo. (Entra corriendo.) HILARIO Mujeres todas son falsas. ISABEL Los hombres son unos santos. PEDRO (Saliendo.) Aquí está, mi bien. ISABEL Más pronto se ha de hacer lo que yo mando. (Le tira un pellizco.) PEDRO ¡Ay, mi bien, que ésta es mi carne! ISABEL Pues cuidado con mis manos. PEDRO (A Hilario.) Haz las paces, por tu vida, que esta mujer es el diablo, y en dos días enterró al substituto. HILARIO No trato de humillarme. ISABEL Don Pedrito, aquel libro... PEDRO Voy volando. (Corre a la mesa y se lo trae.) Ya está aquí, mi dulce dueño. ISABEL No sea usté tan atronado. (Lo pellizca.) PEDRO ¡Mis ojos; que no soy piedra! ISABEL Así lo iré yo amoldando. Lea un poco. PEDRO Sí, señora. "Capítulo veinte y cuatro. Desapareció la noche y salió el alba en su carro..." ISABEL Ni aun para eso tiene gracia. (Le tira el libro.) PEDRO ¡Ay, que me ha descalabrado! Hombre; desenójela, que ya estoy descuartizado. Yo te serviré de empeño. HILARIO No te canses; ni pensarlo. PEDRO ¿Si será martes? ¡Jesús y qué día tan aciago! ISABEL Corra usted por la labor. ¡Qué cortejo tan pelmazo! PEDRO Hoy rodaré por la sala, si Dios no hace un milagro. (Vase corriendo.) HILARIO Puede ser que se arrepienta. ISABEL Me salvaré en ese caso. PEDRO (Saliendo con la almohadilla.) Aquí está. ISABEL ¿Adónde va usted? PEDRO Estoy, señora, citado para las ocho. ISABEL No quiero que se vaya usted. PEDRO Me marcho, porque es fuerza. ISABEL ¡Vil cortejo! (Le tira la almohadilla.) HILARIO Todos huyen de su trato; todos la dejan. ISABEL Prometo mañana desengañarlo. HILARIO ¿De qué suerte? ISABEL Como guste de venir, verá en mi estrado la flor de Cádiz; mil niños que, a mis pies arrodillados, estarán de un sí pendientes. HILARIO Siempre ha gustado de trapos. ISABEL Ya se ve; no son sujetos de su carácter. HILARIO No aguanto, mi señora, tales zongas. Si usted prosigue... ISABEL Mil cantos hay en la calle; lo sé... HILARIO ¡Por vida!... Salen JUAN, DOÑA TECLA y DOÑA ANA. TECLA Ya estáis votando. ¿Qué es esto, Isabel? ISABEL No es nada. Las cosas de don Hilario. Dime, Anita, ¿y don José? ANA En casa dejé encargado que le enviasen acá. ISABEL Sí; pasaremos el rato. JOSÉ (Saliendo.) Señoras; beso los pies de ustedes. ISABEL Vamos tomando asiento. JOSÉ ¡Qué buena obra, vengo a leerlas! ISABEL ¿Es rasgo de erudición? JOSÉ No, señora; es un profundo tratado de crítica que ha compuesto don Pedro de Montefalco. TODOS ¿Y qué tal? JOSÉ Yo no sé más sino que es curioso. ISABEL Vamos; diviértanos usté un poco. JOSÉ Hoy he logrado pillarlo, revolviendo sus papeles. ISABEL Veremos su entendimacho. JOSÉ Pues dice así: "Observaciones de don Pedro Montefalco sobre el mérito de varias currutacas." TODOS ¡Bravo, bravo! (Aplaudiendo.) JOSÉ "El día 22 de julio cortejé a doña Ana Claros; la mujer más melindrosa que habrán visto los humanos." ANA ¡Qué insolente! JOSÉ Escuche usted: "Siempre lleva guantes blancos, porque sus manos parecen unas suelas de zapatos." ANA ¡Qué infame! Si lo pillara... TODOS ¡Vaya, que está bueno el chasco! JOSÉ "A doña Tecla Domínguez cortejé en el mes de mayo; la mayor tonta de Cádiz." TECLA ¡Que hable de mí el perdulario! He de sacarle los ojos. JOSÉ Oiga usted: "En el calzado tiene toda su manía, y parecen los zapatos unas lanchas cañoneras, según son anchos y largos." TECLA La cólera me sofoca. ISABEL ¡Vaya, que el lance es pesado! JOSÉ "De doña Isabel de Parra, aunque no la he cortejado, tengo sobradas noticias de su manía." ISABEL Veamos. JOSÉ "Quiere parecer hermosa; y como en sus tiernos años unas malignas viruelas el cuero la socavaron, se dio a la albañilería, y su ejercicio diario es echar pellas de cal en hoyos y desconchados." TODOS Mira, mira cuál te pone. ISABEL Por eso yo no me enfado; sólo, sí, le pronostico sus ciento y cincuenta palos. HILARIO Esos yo se los daré. ISABEL También eso es excusado. Nosotras, las agraviadas somos y tenemos manos. ¡Muchacha! FELIPA (Saliendo.) ¿Qué manda usted? ISABEL ¿Hay muchas escobas? FELIPA Cuatro. ISABEL Pues ve a traerlas. Ustedes (A los hombres.) escóndanse en ese cuarto cuando venga. HOMBRES Está muy bien. ISABEL Y ustedes, a mis mandatos estén atentas. (Sale Felipa con las escobas y cada cual coge la suya.) FELIPA Pues vayan las escobas. ISABEL Ten cuidado de ponerte en esa puerta, de centinela; en entrando don Pedro... FELIPA Quedo enterada. ISABEL Callad, que he sentido pasos. ANA Él es. ISABEL A esconderse pronto. HOMBRES A la vista nos quedamos. (Se entran.) ISABEL El papel. JOSÉ Tómelo usted. Salen ISIDORA y DON PEDRO. ISIDORA Isabelita, ¿qué cuadro es éste? (Felipa se pone a la puerta, y todas están con las escobas alzadas.) PEDRO Qué, ¡van ustedes a barrer el Campo Santo? ISABEL A barrerle esas espaldas, amado cortejo, vamos. PEDRO ¿Tiene usted algún martirio de nueva invención? ISABEL (Le agarra por una oreja.) ¡Villano, maldiciente, baladí! ¿Cómo tiene el mentecato, valor de satirizar a las damas? PEDRO ¿Cómo o cuándo? ISABEL Este papel, de su letra, lo condena. PEDRO ¡San Macario! Mi bien; si éstas son mis obras póstumas. ¿Quién las ha dado al público? ISABEL ¿Quién? Un duende que me dice todo cuanto hacen mis cortejos. ISIDORA Vaya, que está muy pesado el chasco, y no quiero que prosiga viniéndome acompañando. ISABEL Puede ser que tú también estés en lista. Veamos. ISIDORA No es posible que don Pedro procediese tan ingrato con una dama que admite sus interinos halagos. ISABEL En efecto; ya te hallé, y dice... ISIDORA Detén el labio y no leas..., pues del pecho... el corazón... a pedazos... quiere salirse..., y no tengo ánimo para escucharlo. Denme un succino, señoras, porque el mío no lo traigo. (Se desmaya sobre el hombro de don Pedro.) ISABEL En leyendo estas dos líneas acudiré a su desmayo: "A doña Isidora Soto, aunque no la he cortejado, sé que le apesta el sudor continuo de los sobacos." ISIDORA (Vuelve en sí y embiste a don Pedro.) ¿A mí, perro? PEDRO Dueño mío, ¿tiene usted dedos o garfios? ISABEL Detente, Isidora. ISIDORA Tengo, con las uñas, de sajarlo. ¿Olerme mal el sudor? ¡Miren qué embustero! Cuando en agua de azahar y rosa todos los días me baño. ¡Jesús! Mañana ha de darme testimonio un escribano de la ropa que me quite, y haré al punto publicarlo en las tertulias. ISABEL ¿Queréis hacer este asesinato con todas sus ceremonias? TODAS Como quieras. PEDRO ¿Qué he escuchado? ¡Matarme quieren! Mis dueños; acordaos de mis halagos, de las carreras en pelo que por vuestro amor he dado. ¿Quién en vuestras soledades os asistirá, si falto? Yo soy remedio y figura de un cortejo propietario; yo soy la llave capona del amor; el secretario de los antojos; el simple cubierto de los estrados; y, en fin, soy el bastonero perpetuo de los saraos. ISABEL No sirve alegar servicios, después de tantos agravios. Hínquese aquí de rodillas. PEDRO Las tengo llenas de granos. ISABEL ¡Hínquese, o si no...! PEDRO (Se arrodilla.) Ya estoy. ISABEL Ahora levantad en alto las escobas, y a la seña de este pañuelo, aplastadlo.(Doña Isabel da su escoba a Isidora y saca un pañuelo para hacer las señas. Todas tienen las escobas levantadas.)
PEDRO ¿Cómo es esto? ¿Soy araña, que me matan a escobazos? ISABEL Atención. PEDRO Un poco, esperen. Moriré como cristiano. ¡Santos cielos! ¡Que no salga un ratón de algún armario, para ver este escuadrón desaparecer chillando! HOMBRES (Saliendo.) ¿Qué ruido es éste, señoras? PEDRO Pepito, Juanito, Hilario, favorecedme. MUJERES ¡Que muera! PEDRO Apelo, apelo a los machos. ISABEL Está bien; que lo sentencien; pero, señores, cuidado, que está confeso y convicto. JUAN Pues en virtud de estos autos, sentencio que lo degüellen. PEDRO Pues a fe que es lindo pago, después que siendo tan feo, tan tonto y tan perdulario, te presenté a doña Tecla. HILARIO Yo sentencio lo contrario; pues la mujer que en su casa da silla a tal mentecato, eso y mucho más merece; y así, por mí, perdonado. PEDRO Hombre, ¿para qué te precias de filósofo, si cuando riñes con doña Isabel, por la boca arrojas sapos y culebras? JOSÉ Pues, señores, yo elijo un medio entre ambos; y así, sentencio que salga con vida, pero a escobazos. PEDRO ¿Son carreras de baquetas? Miren que no soy soldado. ISABEL ¡Sentencia justa! Muchachas, deshollinadle los cascos. PEDRO Déjenme tomar siquiera la delantera cien pasos. TODAS ¡Salga el pícaro! PEDRO ¡A la guardia! TODAS ¡Duro con él! PEDRO Que estos diablos me matan. (Le persiguen hasta el bastidor con las escobas.) ISIDORA Los escalones los salta de cuatro en cuatro. ISABEL En las tertulias se publicará este caso, para que ninguna admita tales muebles; pues es claro que el crédito de una dama corre peligro en su labios. ISIDORA Yo a mi casa me retiro, pues me he sofocado tanto, que temo me den doscientos accidentes en llegando. TODOS Y aquí da fin el sainete; pedonad defectos tantos. FIN