EL TECHO DE CRISTAL I No da la luz pruebas de que su tristeza sea incorregible. Las cosas permanecen insondables en su enigma. Las hay que alzan su misterio, desnudas, para posar frente a la eternidad. ¿Resume su cuerpo la historia de un laberinto convaleciente? II Es como un cuerpo a la deriva. Quedan pedazos sueltos y tramos nocturnos, que llenan la página: cerámicas de niebla que recojo entre los dedos, como metáforas cerradas, deformadas por la luz del sueño. Nos ayuda saber que algo puro en la noche nos protege. III El roce del vuelo dibuja un cuadro sin límites. En la persecución de metas habrá una jaula, pero para el hombre. La palabra seduce, y lo transforma. No es el aire: es la inminencia del habla. Decir todo. La vuelta a la ventana interior. Es restarle a lo que buscamos la exactitud del hueco. En el Gran Pájaro empieza la otra vida. IV El poema es hostil, una fuerza de bloqueo, víscera prosaica. Que lo busquen las ventanas, no el paisaje y su destrozo. Un hilo suelto es su mecánica de disparo. El orden en la noche. La vida que tuvieron los árboles frondosos cuando ya no pude pasar de página. V Desenterrar palabras y dar un orden nuevo a la conciencia. Que se noten las costuras del monstruo. Apartar el poema como un lugar extraño de mi cuerpo. Escribirlo en la pared, contra el muro de vivir. VI Elegir nubes es todo su trabajo, levantar los espejos del alma. No hay peso en sus sombras. Doblar un papel, marcar lo exacto.
COMO UN LIBRO INTONSO Esta es mi casa. Propiedad de la palabra. Blas de Otero Propongo que mi casa se ponga a escribir un poema. La palabra que en realidad más respetamos no nos conviene. Mejor callemos. El silencio es una fórmula hecha para dudar. Transpira por el habla y entrega piedras rotas al enigma de dios. Porque la nada es generosa en su orfandad, e impura cuando piensa. No escribo. Amo un cadáver: duermo cada noche en su tumba. No tiene cuerpo en la memoria. Es una cuerda y nadie sabe de dónde cae al rezo. Su eternidad maldita salvó al poeta.
METAMORFOSIS EN LA NOCHE Esta humedad sí que la comprendo habiendo un cuerpo. Son pocos los que se agrietan al decir adiós. Doblar un papel, madera y vidas que crujen, en un mismo altar. Las ramas que no saben el camino a la palabra quisieran recibirme con la quietud del viento dentro de casa. Dudar de mis manos, si no reparan sombras.
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